Lo voy a escribir flojito, para que no se lea muy fuerte: nadie con un pie en el aula se va a leer los #&%!¿%… estándares de evaluación del nuevo currículum.
No es que no “mole” eso de estandarizar. En términos de márketing, lo de estandarizar puede colar como mejorar. Es algo que se asocia con confianza. Eficacia. En coches, cafeteras o incluso en bolígrafos. En educación, no.
Y es que las personas tienen un inconveniente molesto que hace imposible su “estandarización” por decreto: al parecer, a diferencia de cafeteras, coches o bolígrafos, no puedes simplemente tirar los ejemplares que no son estándar (que son la mayoría). Aunque es de suponer que los creadores de ese sistema estaban pensando precisamente en eso con la boca pequeña. Pero es que además necesitamos alumnos únicos, creativos y distintos (de hecho, nos guste o no, así son). Y eso lo explica muy bien Ángel Pérez Gómez , mi vecino en el espacio de columnas que amablemente nos presta Cuadernos de Pedagogía.
Pero además de todo eso, a un nivel de reflexión (o refunfuño) más doméstico…si prácticamente nadie se lee en los currículums los criterios de evaluación, las aportaciones a las competencias básicas y todo lo demás… después de ese evidente divorcio del currículum, la realidad y el profesorado (trivorcio?)… y el fracaso evidente del último asalto “experto” al currículum (las competencias básicas)… ¿a qué mente preclara se le ocurre “mejorar” eso añadiendo otro nivel de complejidad a un currículum que precisamente por su complejidad ha dejado de ser referencia de una parte importante del profesorado?
En eso discurre con acompañamiento de los Rolling Stones la columna del mes de Mayo en el espacio “Entre los Umpa Wampa” que Cuadernos de Pedagogía tiene la amabilidad de prestarme. Y que empieza como sigue. Sympathy for the devil.
EL SABER NO OCUPA LUGAR. PERO LOS OBJETIVOS DIDÁCTICOS SÍ.
Bueno. Ahora, “estándares de evaluación”. Vale.
Está claro que con objetivos, contenidos, criterios de evaluación y aportaciones a las competencias básicas, no era suficiente. Hacíamos el ridículo. Era necesaria otra capa más a un ya de por sí intrincado currículum para acabar de convertir las programaciones didácticas en sudokus. Documentos sin alma en los que todo el mundo escribe que hace lo imposible, para hacer luego lo posible, sin que los inspectores se dignen a entrar en las aulas para ayudar a ir de lo uno a lo otro, evitando así (convenientemente) percatarse de la diferencia, y manteniendo así el simulacro de este sistema hiper-regulado que presume de autonomía. […] Porque lo que vale es añadir. Hay espacio al fondo. Empujen. [Acceder al artículo completo]
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