Es un absurdo. Uno ya no sabe cómo tomárselo. Empecemos por lo que ha motivado este post: un Tweet que asomó la cabeza por mi Timeline. Leer de lejos, que pincha:

Para trabajar estas Navidades con los hijos! Modelos de pruebas de evaluaciones de Primaria mecd.gob.es/inee/Evaluacio… pic.twitter.com/TAmmmnJ3L9

Notar el símbolo de admiración. ¡Qué ilusión! Corazones infantiles trotando de alegría. Lo que nos faltaba. “Oro, incienso y mirra, y el rey azul le llevó un examen del ministerio”.

Ahora resulta que, no contentos con azuzar a los chavales a deberes, vamos, encima, ¡a convertir a sus padres en evaluadores!

Ahí ya sí que… quien no quiere ver la absurdidad de la propuesta, poco podemos hacer. Queda claro: no se trata de construir pruebas para ayudar al alumnado a aprender. Se trata de entrenar a alumnos para que “queden bien” en la fotografía.

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Una obsesión enfermiza e improductiva

Que el trabajo de los profes es ayudar a aprender, y no clasificar al alumnado, es algo que ya hemos discutido muchas veces. Que, a día de hoy, nadie sabe (ni sabrá, créanme) qué significa un 6 en comprensión lectora, pues lo mismo.

Que tales enfoques hacia la preparación de pruebas han fracasado estrepitosamente en países nada desdeñables a nivel educativo, como EEUU, está quedando también bastante claro.

Y, bueno, uno ya se acostumbra (tristemente) a tener que tolerar que esos avasallamientos calificadores entren en tromba en nuestras aulas a destruir la relación -del alumnado con el conocimiento- que intentamos tejer pacientemente, acosados en paralelo por premios a torero del año, futbolista del mes, imputado del día o famosete de turno, mientras “exportamos” científicos a mansalva.

Aunque no vayamos sobrados, tenemos nuestros modos de hacer frente a eso en el aula.

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No lo prueben en sus casas

Pero…¿en los hogares? Alguien podría decir que así los alumnos aprenden y se puede ver cómo van. Y que las familias pueden hechar una mano a sus hijos. Bueno, podrá decirlo, pero se equivoca.

  1. Los alumnos no aprenden haciendo pruebas. Aprenden cuando alguien les ayuda a mejorar en actividades orientadas a enseñar, no a un inútil esfuerzo de medir lo inmedible. En cambio (y esto está demostrado), el exceso calificador hace que aprendan menos y tengan una relación de menor calidad con el conocimiento. A mi modo de ver, básicamente, los convierte en perritos a la espera de que alguien les tire un hueso por aprender algo.

  2. ¿Qué pinta una prueba del ministerio en los hogares navideños? ¿Se puede ser más pesado? Los padres no son profesionales de la enseñanza. No es su deber dedicar tiempo a eso, ni tampoco tienen porqué saber hacerlo. Si quieren ayudar, hablen con su profesor/a. Pidan que les comente trabajos de su hijo/a. Él/la (profesional del tema) se lo agradecerá (o no, de todo hay) y les dirá cómo pueden hacerlo.

  3. ¿No tiene esta época suficiente componente lingüística propia (villancicos, “pastorets”, versos y poemas, calendarios, cartas a los reyes magos, diarios “lo mejor y lo peor de este año”, postales navideñas,…) como para tener que poner a los alumnos a redactar un texto sobre qué ocurriría si llegara un alien a la Tierra? (de todos modos, es inútil hacer una hipótesis: seguro que el alien lo primero que haría sería una prueba de comprensión oral del ministerio. Van que vuelan). Se entiende, es difícil hacer una actividad adecuada al contexto de cada momento y de cada alumno. Bueno. Por eso solemos (solíamos, al parecer) proponerlas los profesores/as de esos alumnos/as.

  4. El fomento de la desigualdad es tan burdo que no merece (casi) comentario. Es esa línea que (vía conciertos educativos y vía promoción de las actividades extra-escolares, pero no extra-académicas) venimos viendo. Primer paso: establezco unas pruebas que sólo quienes las superen podrán acceder a formación y empleos más altos. Segundo paso: limito el apoyo escolar y hago que los niños de hogares humildes entrenen apoyados por familias humildes, y que los niños de hogares con formación entrenen apoyados por familias con formación. Emplatar: sólo los niños de hogares con formación accederán a formación y empleos más altos.

  5. Los niños lo que necesitan es que sus seres queridos se sienten a disfrutar juntos del conocimiento: leer juntos un cuento, comentar una peli, escribir un mail a la tía Alicia, que últimamente está un poco p’allá… Tejer una relación sana con el conocimiento. Algo que conecte la comprensión y expresión lingüística con su contexto. Basta con usar un diccionario en alguna de esas actividades, si puede ser mediante el móvil. En la escuela, el enfoque abstracto y excesivamente académico puede desconectar de la realidad el aprendizaje. Por favor. Si son padres y leen esto: no cometan el mismo error en casa.

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Esto NO es un error

Alguien dirá: hombre, esto es un desliz, se trata sólo de dar a conocer un recurso, aunque al destinatario equivocado. Pues no, no es un desliz, sino algo bastante recurrente. Como muestra, un botón: se han publicado antes las pruebas (con su invitación para su uso familiar) que las indicaciones curriculares para los profesores de tercero de primaria. El trabajo de los profesores y alumnos se deriva de las pruebas. No al revés.

El sistema pretende establecer un aro y que cada cual apechugue para ajustarse a él. Por eso las orientaciones curriculares van lo último. Los profesores (y ahora los padres) como entrenadores para la pruebas. Y si al menos fuera así… Pero una vez realizadas las pruebas ¿…alguien se sienta a mirar qué ha pasado? Pues no: la mayoría de las veces, los resultados se mandan y a otra cosa. Como mucho, se produce una reunión de departamento ceñuda en la que se recibe un mensaje de dirección: hay que mejorar en las pruebas (no necesariamente en el aprendizaje del alumnado). ¿Hablar de comprensión lectora con el alumno? Está por ahí, haciendo pruebas.

Que apechuguen. Aunque haya alumnos con dificultades. Que apechuguen con lo que les ha tocado. Eso de que el profesorado tenga criterio o vea al alumno cada día, está dabuten, pero….hombre, pudiendo hacer un examen, cómo vas a comparar.

Por eso mientras ese Tweet desventurado sacude a las familias, los recursos para la atención al alumnado con dificultades disminuyen. Y la LOMCE empieza su andadura, y su propuesta en este sentido es que:

  • Se propondrán actuaciones de apoyo al alumnado en dificultades (recursos cero).
  • Se propondrán sólo si ese alumnado se esfuerza.
  • La familia podrá denegar la propuesta de apoyo.

Ya la cosa entra en el frenesí de la locura galopante. Para los que no están en el aula, se lo cuento: “Si el alumnado se esfuerza” se traduce a menudo en si es sumiso y apechuga con las actividades (muchas veces de copia rutinaria) que le endilgan. Eso es lo que suele significar si se esfuerza.

Si reciben apoyo y motivación familiar, si hay alguien en casa cuando llegan, si cenan cada día, si los llevan al médico cuando lo necesitan, si tienen a algún hermano a su cargo, si, sencillamente, se sienten queridos…eso no. Ahí con su pan se lo coman. Que se esfuercen.

Y, para más INRI: lo que dice el ministerio va (nunca mejor dicho) a misa, pero lo que dicen los profesionales de la educación, ná de ná. Si los padres no quieren que su hijo/a reciba apoyo, pues nada, lo dejamos, hombre, total, apoyar por apoyar es tontería. Y el profe se encoge de hombros, parapeta al alumno en una esquina tras una batería de fichas insulsas e inútiles (o pruebas del ministerio) y a otra cosa, que p’a eso no me pagan (aunque de hecho, sí le paguen por eso).

Todo un sistema en el que las distintas prioridades (ministerio, profesorado, progenitores y tutores) combaten sin que pueda salir nada bueno para quien en definitiva, estamos todos trabajando: el niño o adolescente.

Pero bueno, tranquilos. Pueden hacer pruebas de comprensión lectora en sus vacaciones navideñas. ¿Qué más se puede pedir? Aunque los que más necesitan el apoyo seguramente no tengan al lado nadie que pueda ayudarles a hacerlas ni explicarles por qué son tan importantes (de paso, que me lo expliquen a mí).