Es común escuchar que los jóvenes de hoy en día no tienen en consideración los usos de la lengua, es decir, las funciones lingüísticas que se establecen durante los procesos comunicativos. O bien que no reflexionan sobre ella, no la convierten en objeto de estudio, lo que puede derivar en un déficit en capacidades esenciales que sirven para codificar y descodificar el sistema comunicativo humano: la competencia lingüística y la comunicativa. Si bien es cierto que algunos estudios certifican la pérdida significativa de vocablos en los hablantes, en algunas ocasiones sorprende la toma de conciencia sobre el lenguaje que puede nacer de experiencias bastante alejadas al contexto de las generaciones del nuevo siglo.
Situémonos. Estamos en un instituto del centro de Barcelona, y durante todo el año los alumnos de 4º de ESO han ido presentando varios temas relacionados con la literatura española que se enmarca en el Decreto. En general, se puede afirmar que a este grupo le interesa más bien poco la historia literaria castellana, están pendientes de lo necesario para completar sus apuntes, pero poco más. Las intervenciones y preguntas al final de cada presentación son anodinas.
Es el turno de Xian, él presenta las características de la Ilustración y la obra de José Cadalso, así que antes de terminar, decide enriquecer el trabajo con una lectura de Cartas Marruecas.
→ Nuño me llevó anoche a una tertulia (así se llaman cierto número de personas que concurren con frecuencia a una conversación); presentome el ama de la casa, porque has de saber que los amos no hacen papel en ellas: -Señora -dijo-, éste es un moro noble, cualidad que basta para que le admitáis, y honrado, prenda suficiente para que yo le estime. Desea conocer a España; me ha encargado de procurarle todos los medios para ello, y lo presento a toda esta asamblea (lo cual dijo mirando por toda la sala).
Carta XI
Al leer moro, rectifica, para y vuelve a leer. Muestra inseguridad respecto al término y toda la clase se ha percatado. Finalizada la presentación, un compañero se atreve a preguntar sobre ello, sin advertir que va a abrir un debate bastante interesante con toda la clase.
La discusión está servida. Sin saberlo, los propios alumnos han abierto camino a un debate lingüístico sobre el uso de la lengua, analizando el discurso de su compañero y a su vez el de la obra de Cadalso. Se interesan por la obra, la contextualizan y conectan con los aprendizajes de Historia para determinar el contexto del autor. Aunque ellos no lo sepan, están examinando la lengua y el registro a través de la diacronía.
Los alumnos discuten e introducen otras expresiones groseras o soeces como la polémica televisiva de “maricón” en OT, el anuncio televisivo “LikeAGirl”, o las palabras malsonantes que se dirigen entre amigos, tales como “cabrón”, “idiota” o “capullo”. Describen los factores extralingüísticos que condicionan el empleo de estas expresiones, y, sin ser conscientes, están teniendo en cuenta elementos relativos al enunciado como la intencionalidad, los participantes en el acto comunicativo, los actos de habla, entre otros. Han sido capaces de valorar que los significados peyorativos se añaden o se eliminan en función de las necesidades de los hablantes, ya sea por un uso social, comunitario o individual.
El resultado del debate poco interés genera para el docente, puesto que está más centrado en conducir las reflexiones y guiar los pensamientos que a algunos alumnos les cuesta trasladar. Atender a la toma de conciencia respecto a los conocimientos que se están comentando en clase sobre el lenguaje y su uso tiene mucho más valor que alcanzar una respuesta final y cerrada sobre las cuestiones que se debaten. En este caso, los compañeros árabes de esa clase se sienten cómodos y comparten su propia experiencia respecto al término moro. Mientras unos reconocen que no lo usan porque no les gusta, otros no le dan tanta importancia y algunos confirman su uso, pero solo si es entre ellos, como si fuera un código personal. Se dan más ejemplos, como el sexo y género en el lenguaje, y la clase que debía de ser puramente literaria se ha convertido en un foro de observaciones lingüísticas.
Todo ello pone de manifiesto la transversalidad de la materia. Es tan importante conectar conocimientos, internos de una materia y entre ellas, como aprovechar los espacios para cuestionar que se crean de forma espontánea y en los que el alumnado se sienta cómodo para experimentar, expresar, investigar y aprender. Quizás algunos no habrán captado la esencia del Siglo de las Luces, quizás varios no hayan comprendido las características principales del Neoclasicismo, pero seguro que la mayoría se acordará de la obra Cartas Marruecas, de sus protagonistas, así como de la funcionalidad que tuvo la obra en su contexto y el debate que se desarrolló en clase.
En definitiva, esta situación pone de relieve que la literatura forma parte del mundo humano y que su conexión con la lengua es innegable, por lo que todo ello debe ser trasladado a nuestros estudiantes. Ellos tienen que llegar a ser conscientes de la importancia de dominar la lengua, conocer la historia literaria, tener modelos… Solo así conseguirán un espíritu crítico sólido. Deben de tener en cuenta que la manipulación lingüística es constante, y que necesitan todo lo anterior para poner en duda y desarrollar sus propias reflexiones. Forma parte de nuestra labor como docentes el saber aprovechar las situaciones que crean los propios alumnos para incidir en o relacionar distintos aprendizajes, es decir, ser flexibles, estar dispuestos a salirnos del guion y poner la lupa en sus comentarios, para que se percaten de que el conocimiento va más allá, que todo puede enriquecerlos.
De este modo, se suma a nuestras tareas como profesores de lengua el hecho de darles las herramientas necesarias para desmembrar los actos comunicativos, para entender los objetivos directos e indirectos de los discursos y cuestionarlos. Que sean conscientes y consecuentes con lo que leen, escuchan y ven tanto en productos actuales, como históricos.
Marta Cristóbal