Tras meses de interrupción súbita de las clases y un verano raro, extraño, los profesores hemos regresado a los centros y hemos recuperado el aula presencial, ese espacio entrañable, aunque asumiendo papeles impensables hace pocos meses. Junto a medidas de acompañamiento, control, más guardias, más vigilancias, etc. estamos asumiendo, sobre todo, tareas de planificación en el terreno de anticipar tareas y materiales docentes idóneos para tener a punto el plan B, el de contingencia, con todas las herramientas a punto por si en cualquier momento nos hemos de volver a confinar temporalmente y movernos por el terreno exclusivo de la enseñanza virtual. Algo hemos aprendido e incorporado de ella, pero contrastándola con la presencial quiero llamar la atención sobre algunos aspectos que difícilmente se cubren en ella. Medito, pues, sobre mi papel en el aula, sin despreciar las ventajas de haber intensificado conocimientos ligados a lo virtual, que todos ya percibimos que ha llegado para quedarse. Me he familiarizado y habituado a nuestras reuniones de planificación o de contraste de propósitos con los colegas, que ya son exclusivamente de esta manera; también muchos de nosotros hemos podido ya tener algún grupo confinado y haber activado el plan de contingencia enteramente virtual.
Observo hoy mi aula y mis chic@s con una “ternura” nueva. Sentados de uno en uno, a distancia, con sus mascarillas, en esas filas solitarias que me retrotraen a hace ya unos años, en los que se pensaba que el trabajo solitario, silencioso e individual, unido a dosis de atención y esfuerzo personal, eran las claves de un buen rendimiento escolar… A veces les pido a los “nuevos” que se bajen un segundo y medio su mascarilla para verles las caras, yo que siempre he sido tan mala fisonomista para asociar nombres y rasgos… Yo me la bajo también muy fugazmente, a distancia, para que vean algún gesto mío, capten mi voz más sonora y clara…. Descubro al entrar sus ojos (es lo único que ves uniformemente). Oigo alguna invitación voluntaria de prestarse a borrar la pizarra sin que lo pida; saludos gratuitos de un “hola, ¿cómo estás? “, que no es “peloteo”, como dicen ellos. Y es entonces, entre otros momentos, cuando palpo que mi papel en el aula va más allá de esos conocimientos de lengua y literatura que imparto de la mejor manera que sé, como he procurado hacer toda la vida. Hoy evidencio más que nunca que se ensanchan hacia las emociones. Sin ellas el aprendizaje no echa ancla profunda, solo cumple un papel la mar de las veces superficial y transitorio, repetitivo, casi listo para olvidarse tantas veces casi de inmediato si no sirve para nada funcional.
El aula es un espacio eminentemente comunicativo, donde merodea toda una enorme gama de manifestaciones e iniciativas profundamente sensoriales y humanas.Yo quiero transmitir curiosidad, emoción, invitación sentimental al descubrimiento por la parcela de saber de mi materia, que siempre procuro ensanchar a otras afines, históricas, tecnológicas, filosóficas, o de pensamiento y valores, con mi voz, con mis gestos, con mis miradas, que ellos me devuelven. Sin todo ello, mis chic@s son menos capaces de entrar voluntariamente en las ganas de aprender. Después hay que conducirles a posicionarse, a hacerles intervenir, desde la mirada curiosa a la mirada crítica, valorativa y crítica, sí, porque sin posicionamiento enjuiciador, o incluso teñido de duda o escepticismo expresados sobre lo que descubres, poco se aprende, y si es materia del pasado, ni qué decir, porque es doblemente complicado. Es por ello que trato de confeccionar maneras agradables y accesibles, con una mezcla de un poquito de información de ese contexto aparentemente lejano y desconectado, pero contemplado con nuestros ojos de hoy, para ser y conversar, hacerlos así capaces de establecer y deducir similitudes, diferencias, cambios. Enseñar es en una parte considerable ser capaz de dialogar y de emocionar. Yo lo tengo muy claro.
El maestro es una suerte de “ encantador de serpientes”, pero para que ellos reciban esas dosis de empatía, de empuje a un aprendizaje no repetitivo, no memorístico solo, sino integrado, autoconstruido , porque cada uno de los aprendices ha abierto esa portezuela de la emoción , de la curiosidad y el gusto por saber de eso que tratamos un poquito más a fondo, de que entiendan parcelas de vida, de mundo…..La tecnología puede ser una herramienta más, facilitadora, instrumental, agilizadora, pero nunca llegará a esas dimensiones de mil situaciones que se dan en el aula y que ensanchan la enseñanza a las dimensiones emocionales del ser humano.
Hace muy pocos días, y con el uso del ordenador, con herramientas audiovisuales y manipulativas, intentábamos recuperar y construir definiciones entre todos sobre unos conceptos técnicos de la asignatura a modo de glosario, pequeñísimo ejercicio de síntesis tras un periodo reflexivo, en el contexto de la evaluación formativa/ formadora, que nos permite a los docentes y a los alumnos comprobar la apropiación paulatina de parcelas de enseñanza y de aprendizaje. Uno de esos alumnos “nuevos”, del que intuyo aspectos, pero al que aún no conozco demasiado bien, me brindó una situación de lo que intento compartir con vosotros, lectores. Interrumpía insistentemente para copiar a modo amanuense, al pie de la letra, una de las definiciones que evidentemente no entendía. Pensaba que por tener apuntadas las mismas palabras que habíamos acordado, ya cumplía con su tarea estudiantil. Ahí es cuando el profesor que lo advierte entra con tacto y delicadeza para incidir y modificar sutilmente eso que en ese momento el alumno ha de percibir: se trata de entender, apropiarse del concepto y darle forma con sus propias palabras. La incidencia reflexiva, la estrategia docente de dar la vuelta a una acción previa realizada, sólo se activa intensamente en la presencialidad, en el diálogo y en el contexto compartido presencial. Situaciones de duda, de no comprensión son menos percibidas y evidenciadas en lo virtual… A lo más, generan correos, preguntas en el chat y contestaciones dilatadas en el espacio y en el tiempo y, en consecuencia, la advertencia y la respuesta o son inadvertidas o más lentas, aburridas, menos evidenciadas inclusive.
He releído a Rafael Bizquerra (2018), “Educación emocional para el desarrollo integral en Secundaria”, Aula de Secundaria 28, 10-15 y he vuelto a repescar ideas como conciencia emocional, regulación de emociones, autonomía emocional, habilidades sociales…en definitiva Competencias para la vida y el bienestar, que tan básicas son para formar personas en su integridad, y que todo profesor de Secundaria no deberíamos nunca de perder de vista en la acción docente.
M. Carmen Gracia Abadías