He oído varias veces al profesor Ignacio Bosque expresar su desconcierto porque los alumnos encuentran atractivas y motivadoras las actividades del ámbito científico, que suelen integrar experimentación y manipulación de la realidad, mientras que, en cambio, rechazan las actividades que se proponen desde las materias lingüísticas para estudiar el funcionamiento del sistema. Es como si los alumnos no fueran conscientes de que la lengua es una “realidad” que, además, llevan incorporada, cuyo estudio también puede resultar fascinante.
Acabo de conocer a mis alumnos de este curso, alumnos de 2º de ESO de un centro al que he llegado nueva, por lo que, pese al traspaso de información, no sé hasta qué punto tienen consolidados algunos aspectos gramaticales que suelo plantear en 1º.
Aunque he empezado el curso con otras actividades que les podían resultar más atractivas, no quería dejar de revisar en este primer trimestre algunos contenidos de gramática, precisamente para activarlos y para ver cuál era su conocimiento sobre los mismos. Creo de verdad que la reflexión sobre la lengua puede resultar apasionante como desafío intelectual, y que es necesario activar la reflexión metalingüística para conseguir cualquier avance sólido en el dominio de la lengua:
Tots dos extrems –ús i reflexió sobre l‘ús– formen part del que s‘espera d‘un usuari competent, és a dir, parlants amb competència lingüística –el coneixement implícit que té sobre la llengua que li permet utilitzar-la adequadament en cada situació– i amb competència metalingüística –la capacitat de reflexionar sobre ella de manera explícita i d‘observar–ne el funcionament segons les normes socials d‘ús en una situació concreta.
(DURÁN, Carme (abril 2010): “Les competències i l’ensenyament de la gramàtica“. Articles, núm.51, p.37)
Hacemos un uso de la lengua que responde a nuestras necesidades comunicativas, lo que implica que hemos hecho inconscientemente un aprendizaje gramatical y lingüístico. La reflexión nos lleva a enlazar ese uso cotidiano con el razonamiento gramatical.
En esta línea, se me ocurrió poner en marcha un proyecto llamado El RETO lingüístico. Con El RETO lingüístico, los alumnos se convierten en “detectives” lingüísticos que cada semana deben resolver un ENIGMA inspirado en los contenidos que van saliendo en las clases. Siempre busco que el enigma requiera de una reflexión más allá de lo que puedan encontrar en Google o de lo que puedan resolver repitiendo lo dicho en clase. Intento conseguir que le acaben viendo un sentido a lo que decimos y hacemos en las clases de lengua, y que lo hagan suyo. El enigma lo cuelgo en un mural del pasillo y los alumnos que lo desean, de cualquier curso y voluntariamente, tienen una semana para intentar resolverlo.
Tenemos un icono, que es nuestra modelo de detective: María Moliner, y justamente, el primer enigma fue explicar quién fue y por qué creen que merece ser reconocida (no todo se puede encontrar en Internet;·)
Pero después ha habido y habrá enigmas de diverso tipo: completar los versos de una estrofa con otros de igual medida y rima y que tengan sentido; explicar por qué, si los sustantivos son las palabras que sirven para nombrar la realidad y pueden llevar artículo, en la frase El moreno es mi hermano, el adjetivo moreno lleva artículo (enigma 3); inventar un contexto en que se pueda usar cada una de las diferentes oraciones: Busco un libro que sea divertido y Busco un libro que es divertido (enigma 5)…
La respuesta de los alumnos ha sido desigual, aunque se ha generado una bonita dinámica entre un grupito de una clase: sus integrantes colaboran entre ellos para dar una explicación convincente. Y también hay una cierta rivalidad entre grupos, por ver si son capaces de resolver el reto.
Pero desde el punto de vista de la docente, es muy revelador que los alumnos habitualmente más disruptivos y con pobres resultados académicos, han mostrado más entusiasmo y, en alguna ocasión, alguno de ellos ha sido el que ha resuelto de forma más clara el enigma (a su manera, claro, con sus palabras, pero usando la lógica, el sentido común) (B). Otros alumnos (A), que suelen obtener mejores resultados académicos, en vez de razonar, han ido a Internet a buscar la respuesta, y lo que han presentado, tal vez creyendo que se esperaba algo más abstracto, resulta mucho más confuso…
Pero desde el punto de vista de la docente, es muy revelador que los alumnos habitualmente más disruptivos y con pobres resultados académicos, han mostrado más entusiasmo y, en alguna ocasión, alguno de ellos ha sido el que ha resuelto de forma más clara el enigma (a su manera, claro, con sus palabras, pero usando la lógica, el sentido común) (B). Otros alumnos (A), que suelen obtener mejores resultados académicos, en vez de razonar, han ido a Internet a buscar la respuesta, y lo que han presentado, tal vez creyendo que se esperaba algo más abstracto, resulta mucho más confuso…
Este incidente ha hecho que me plantee (y os plantee) si la forma como hemos trabajado tradicionalmente la lengua no supone un lastre que impide el acceso de los alumnos a la comprensión de cómo funciona, y también les impide experimentar el placer de entrar en contacto directo con ella, con sus mecanismos, lanzar hipótesis para explicar ciertos fenómenos, comprobarlas…, es decir, les impide “ejercitar el músculo lingüístico”, igual que en las clases de educación física ejercitan los músculos para fortalecerlos y desarrollarlos. ¿No los estaremos habituando a repetir respuestas que ni se paran a comprobar si tienen sentido o encajan con la pregunta, porque las preguntas no requieren que razonen lo que se les está planteando, y ellos perciben esa falta de sentido, sino que los mantienen en una inercia bastante perjudicial para la curiosidad y la pasión que acompaña al aprendizaje?
Uno de los puntos fuertes de esta propuesta, muy ilustrador para nosotras, las profesoras, es que las respuestas más dispares pueden resultar aceptables, y permiten observar las estrategias diversas a las que acude cada alumno para resolver el enigma, nos ilumina sobre cómo razonan y qué entienden los estudiantes, lo que evidencia el conocimiento implícito de los alumnos y la dificultad que a menudo tenemos para explicarlo. Por ejemplo, en el enigma 5, sobre el contraste presente de subjuntivo/presente de indicativo, tiempos aún no trabajados en clase, hay quien solo explica un uso que se puede dar a cada caso, quien introduce en la explicación otros contenidos gramaticales que le resultan más familiares, como el tiempo verbal, y quien se pone creativo e inventa un diálogo en que aparezcan los casos en cuestión.
Finalmente, me gustaría acabar con otra reflexión. Los enigmas (en forma de par mínimo, de pregunta, de reto, de opinión, o de cualquier tipo) pueden ser una potente herramienta para estimular la reflexión metalingüística de los alumnos, siempre que se utilicen como un medio para activar lo que los alumnos saben como usuarios, para poner el foco sobre ello y que ese conocimiento emerja y se vuelva más consciente, en la línea de lo expresado al comienzo de esta entrada:
Se requiere desarrollar cierta conciencia metalingüística, con distintos grados de explicitud, para poder utilizar bien las lenguas que aprendemos en la escuela; es decir, para poder utilizarlas en distintas situaciones, públicas y privadas, y para diferentes finalidades.
(RODRÍGUEZ GONZALO, Carmen (2012): “La enseñanza de la gramática: las relaciones entre la reflexión y el uso lingüístico”. RIE, núm. 59, p.89)
Pero son un arma de doble filo, y podría frustrar a los alumnos si su objetivo pasa a ser que demuestren un conocimiento previamente adquirido, en cuyo caso se convertiría en una actividad algo elitista que dejaría fuera a “los que no saben”. En esta propuesta, los alumnos necesitan activar un conocimiento para explicar un fenómeno lingüístico, y toman conciencia de que saben algo, intuyen algún fenómeno gramatical, y ese será mi punto de partida para diseñar propuestas didácticas que favorezcan la comprensión de esos fenómenos y el paso de los conocimientos implícitos expresados en palabras “normales” hasta los conocimientos explícitos expresados con metalenguaje específico (así el alumno estará en el centro del aprendizaje). No pretende ser una propuesta en la que los alumnos deban demostrar un conocimiento determinado del que tuvieran que ser conscientes previamente o que no puedan solucionar sin ese conocimiento. No queremos excluir a nadie, sino atraerlo hacia el apasionante mundo de la reflexión sobre la lengua. De este modo, podríamos decir que lo que resulta competencial no es un tipo u otro de actividad, sino el sentido que se le da, el uso que haga de ella el docente, qué intención hay detrás de la propuesta.
¿Os animáis a compartir enigmas lingüísticos que cabrían en una propuesta como esta? ¡¡Esperamos vuestras aportaciones!! Eso me ayudará a saciar al grupito de alumnos que me recibirá el lunes preguntando: “Profe, ¿has colgado ya el reto?”.
Rosalía Delgado Girón