Los libros de texto de lengua y literatura, tanto catalana como castellana, suelen contener un apartado sobre la comunicación. Este suele ser un tema o unidad recurrente y en el que se repite la exposición de la teoría de Saussure, ajustándose siempre al nivel correspondiente. Irónicamente, a pesar de insistir año tras año, este mensaje no llega a todos los destinatarios, por lo que se vuelven a recordar los elementos de la comunicación hasta casi el fin de la etapa educativa, tanto en niveles de enseñanza obligatoria como en postobligatoria. Entonces, podría ser interesante estudiar qué pasa para que los estudiantes no comprendan esta teoría de la comunicación explicada año tras año:
¿será por los receptores?
¿o quizás el canal no es el adecuado?
¿está el mensaje expresado incorrectamente?
En definitiva, encontrarse con un 1º de Bachillerato social-humanístico que necesita repasar los elementos de la comunicación y las características teóricas del lenguaje puede llegar a ser sorprendente, pero aún más si alguno de los estudiantes se plantea si esta teoría narrada y memorizada puede abordar inquietudes respecto al valor de un enunciado.
Según el Centro Virtual Cervantes, el enunciado es la unidad analítica de la lengua y el objeto de estudio de la Pragmática. Dependiendo de la aproximación teórica, podrá constituirse como una expresión lingüística o un conjunto de expresiones con unidad -texto-. Desde cualquier punto de vista, un enunciado siempre se percibe como un producto humano formado por una palabra o varios sintagmas [¡Silencio! o De lo dicho, nada], o bien un párrafo o un texto (un artículo, un libro).
Retomando el punto de vista escolar, en la clase se definió acto comunicativo como “la transmisión de información con un propósito a través de signos (físico, visual o auditivo)”, y una vez aclarada la teoría, se dejaron unos minutos para hacer unos ejercicios de comprobación.
El cielo y la planta, tal y como se dice en el libro, no pueden transmitir un mensaje porque no se trata de seres vivos con una intencionalidad, ahora bien, pensemos un momento: cuando estornudamos, ¿lo hacemos intencionadamente siempre?; cuando una planta necesita agua o algún tratamiento, ¿se vuelve mustia? Estas dos preguntas fueron las que llevaron a 24 alumnos de primero de bachillerato a cuestionarse el acto comunicativo como un hecho que va más allá de la capacidad humana, puesto que se justificaban con el valor que nosotros le hemos dado a estas realidades a partir de las teorías de comunicación.
Eduard: vimos que los animales tienen comunicación innata, o sea, que nacen con ella, se comunican con actos reflejos. Estornudar puede considerarse un acto reflejo, como también que una planta se ponga mustia, nos comunica que necesita agua.
Alba: tanto una persona como una planta reaccionan cuando están enfermas, una estornudando y la otra volviéndose mustia.
Se recuperó la definición, intentando resolver la duda a través de los ejemplos que nos proporcionaba el libro, pero no bastó. El quid de la cuestión radica en la definición de “intencionalidad”. Otros compañeros lo relacionaban con los sentimientos:
Maria: cuando estás estresada o triste y lloras, aunque no quieras, no quieres comunicar que estás triste. No puedes parar y ya está, pero yo no quiero que sepan cómo estoy y lloro. No tengo intención en llorar. Pues lo mismo con la planta, porque no tiene intención y también “llora” a su manera.
Con la duda creada, trasladé el debate a la sala de profesores, quienes me preguntaron inmediatamente por la respuesta que nos daba el libro, pero tras los argumentos presentados por los alumnos, tampoco llegamos a ninguna conclusión. Quizás no todos los problemas lingüísticos que se plantean en el aula tienen una solución exacta e incuestionable.
En definitiva, este suceso pone de relieve que los profesores debemos tomar conciencia de la importancia de escuchar los comentarios de los alumnos. Que se planteen estas dudas, que sean capaces de cuestionar la teoría y plantear otros enunciados interesantes, en este caso lingüísticos, demuestra que no solo han escuchado, sino que han entendido y han reflexionado. Además, estos casos nos recuerdan que no todos los conceptos que se plantean en el aula tienen una respuesta única, muchas veces encajada en los libros. El docente debe empezar a resistirse a la tiranía del libro o del solucionario, entender que existen situaciones sin una respuesta clara, y abordar asuntos más reales, que sin lugar a dudas pueden ser más ricos y educativos, tanto para los estudiantes como para los docentes. En pocas palabras, salir de la zona de confort y perder el miedo a perder la “seguridad unívoca”.
Marta Cristóbal