Actualmente estamos leyendo con el alumnado de 4º de ESO El guardián entre el centeno, de J.D.Salinger. Si no conocéis la obra, os invito a que os adentréis en ella, para descubrir la maravillosa, laberíntica y atormentada mentalidad de nuestro protagonista, un adolescente al borde de precipicio de la edad adulta, una madurez a la que se niega a saltar.
La dinámica en clase es la siguiente durante este curso: los alumnos deben leer en casa de forma pautada cada semana, mientras realizan un trabajo. Este consiste en apuntar en tres hojas distintas aspectos relacionados con datos objetivos del personaje principal: edad, físico, gustos…, datos psicológicos del mismo: qué piensa, qué le atormenta, etc., y las oraciones y expresiones que más les hayan gustado o sorprendido de cada uno de los fragmentos seleccionados. Un mecanismo ideado por un compañero del Departamento de castellano del instituto. Esto permite que los días de lectura, los alumnos comenten sus propias notas y con la ayuda del docente, acaben de leer entre líneas qué mueve al personaje principal, Holden Caulfield.
Así pues, mientras los alumnos iban comentando sus notas y entre todos recuperábamos fragmentos de las lectura, se fueron dando cuenta de que el lenguaje empleado por el autor era duro, soez, vulgar y políticamente incorrecto, pero en la ficción, todo vale ¿no?
Los límites de la literatura son más amplios y como docentes debemos defender este argumento. Primero se “asustaron” con las palabras malsonantes, los insultos y la expresión del propio protagonsita, pero cuando llegamos a los capítulos en los que el personaje se cuestiona el sexo, las implicaciones que tiene y las relaciones que tiene con las personas homosexuales, el debate y la opinión de ciertos alumnos se volvieron más duros hacia él y hacia la obra en sí. Concretamente, no les gustó que el autor se refiriese a este colectivo continuamente como maricones y pervertidos. Además, por el estilo del mismo, al repetir el concepto y la idea a través de oraciones simples y repetitivas, provocó un rechazo mayor. Llegados a este punto, decidí parar la lectura y comentar lo que estaba sucediendo.
Debo reconocer que, personalmente, hasta yo misma me sentí incómoda con dicha terminología, sobre todo al leerla en voz alta y con ellos en clase, y creí conveniente detenerme y comentar las reacciones que iban surgiendo. Primero, repetí la contextualización de la obra, el hecho de trasladarnos a los años 50 de Estados Unidos para entender la personalidad y el estilo de la obra, del propio autor y del personaje, así como del lenguaje de la época, incluidos los insultos y los temores. Además, añadí que en aquella época la expresión y mentalidad social eran más cerradas y retrógradas, y que los cambios estaban por materializarse, sobre todo aquellos relacionados con la libertad sexual. A pesar de entenderlo, no fue de extrañar que en mi aula hubiese más del noventa por ciento de las personas en contra absoluta de dichos ideales y se lo recriminaran al autor.
Como docente, fue una situación idónea para tratar el análisis literario sincrónico y diacrónico de una obra literaria. Les llevé a comparar esta novela con otras que hemos trabajado en clase, autores que permiten que sus protagonistas se expresen tal y como la época lo requería. Durante el primer trimestre leímos y comentamos el fragmento de Fortunata y Jacinta en el que Fortunata conoce por primera vez a Juanito y se come un huevo crudo delante de él; la descripción, que es grotesca, no les causó el mismo impacto que el lenguaje de Holden, y ambas obras recrean de forma verosímil situaciones de determinados momentos de la intrahistoria de los personajes.
¿El término maricón cuando se podría usar actualmente? ¿Se puede? ¿Es ético que aparezca en una obra literaria? ¿Debe reflejar la literatura el contexto lingüístico coetáneo? ¿El autor representa de forma verosímil la mente de un adolescente? ¿Los adolescentes no usan insultos y suelen confundir los límites de la autoridad y de lo adecuado? |
Todas estas cuestiones fueron tratadas en clase, y los propios alumnos se iban retroalimentando en sus comentarios, desde el rechazo absoluto en un primer momento, hasta la aproximación a un cierto entendimiento con la época. En general, se tranquilizaron cuando entendieron el valor de esta terminología en dicha obra. Sin embargo, también propuse una última cuestión para que fueran un paso más allá con su propia reflexión:
Una vez que la propiedad intelectual caduque y los derechos de obra y publicación sean libres, ¿deberíamos actualizar el lenguaje con uno menos ofensivo? ¿tenemos derecho a modificar la obra de otro autor? ¿como sociedad no podemos empatizar con nuestros antepasados?
La respuesta no fue del todo clara. Algunos tenían claro que para mejorar la sociedad y evolucionar, era necesario cambiarlo y hacerlo menos humillante, puesto que si la obra es leída por personas homosexuales, podrían sentirse despreciadas, en este caso. Por otro lado, otros no estaban de acuerdo, porque no se pueden adaptar todas las obras publicadas hasta la fecha, no sería ético ya que no reflejaría la literatura de la época y en cierto modo, sería una censura. Algunos de los comentarios de los estudiantes fueron:
“Cuando leímos la casa de Bernarda, nadie dijo nada de la madre y era dura”
“Se parece un poco al tema de la canción de Shakira, ella tiene derecho a escribir lo que quiera, sin que nadie le diga nada… El autor se expresó así, si modificas el texto, cambiaría mi forma de ver a Holden”
“Me molesta, pero lo entiendo, sobre todo después de hoy”
Todo este debate lo volveremos a emplear con la lectura de las noticias publicadas sobre la reescritura de las obras de Roald Dahl, comparada con una “censura absurda”. Tal y como se indica en El País, la especialista Bérengère Viennot comentó que “una novela de Roal Dahl reescrita ya no es una novela de Roald Dahl, no engañan a nadie, esto es censura disfrazada de actualización”.
Leer en clase con nuestros alumnos obras literarias, sean o no transgresoras, debe ser obligatorio para que puedan construir un espíritu crítico y también porque somos nosotros, los profesores aquellos que debemos crear espacios seguros en los que se obliguen a cuestionarse sus propios valores, aprendan y sepan interpretar la sociedad. Todo ello forma parte de nuestro cometido como profesores de literatura.
El sentido crítico y literario es una habilidad que se debe tratar dentro de las aulas, por lo que si se editan estos libros, se dulcifica al modo de ver de una sociedad concreta la expresión escrita de las novelas, su esencia. Debemos preparar al alumnado a reconocer y disfrutar de la ficción, literaria, musical y audiovisual. Los debemos preparar para que sean capaces de leer a Holden, disfrutar de la lectura y del proceso y que aprendan qué hay detrás del personaje y de la propia historia.
Marta Cristóbal