El presente grupo de investigación está dedicado al estudio de las fuentes literarias y epigráficas clásicas y orientales relativas a la historia de los pueblos de Eurasia Central antigua y medieval. En un sentido amplio, entendemos por Eurasia Central la región situada en el centro de la masa terrestre eurasiática; y, más concretamente, la región de las estepas eurasiáticas, que se extienden desde Hungría hasta Mongolia a través de Ucrania, el sudoeste de la Federación Rusa, las repúblicas exsoviéticas –en su mayor parte turcófonas– del Asia Central (Kazajstán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kirguizistán y Tadjikistán) y el Xinjiang Uygur o Turquestán chino. Estas regiones limitan al norte con la misma Federación Rusa, y al sur, con las repúblicas exsoviéticas del Cáucaso, así como con Irán, Afganistán, Pakistán, el Tibet y China.

En realidad, el término Eurasia Central comprende una serie de regiones de la masa eurasiática que a menudo no desarrollaron una civilización sedentaria propia, hecho que desde antiguo llevó a una marcada oposición (a menudo subjetiva y sesgada) entre pueblos «civilizados» (sedentarios) y «bárbaros» (nómadas esteparios); los primeros, capaces de alterar y dominar su entorno físico, y los segundos, sólo de servirse de él, aunque a veces de forma admirable, para sobrevivir. En esencia, la historia de Eurasia Central es la historia de los «bárbaros» y de su conflicto, unas veces latente y otras abierto, con los «civilizados», que se decantaría finalmente a favor de estos últimos gracias a su superioridad tecnológica y mayor capacidad de asimilación.

Históricamente, nuestra investigación se centra en dos períodos concretos:
[1] El período antiguo, que se inicia en el oeste en el s. VIII aC con las migraciones de cimerios y escitas, terminando un milenio después con la llegada de los hunos hacia el 370 dC. En el este, no disponemos de noticias fidedignas hasta más tarde, durante los s. IV-III aC, con la entrada en escena de los xiongnu, motivo de la construcción de la Gran Muralla de China; allí este período se extiende hasta la fundación del imperio de los ruanruan a finales del s. IV dC. Mientras que el oeste de las estepas eurasiáticas parece haber sido culturalmente indoeuropeo y en su mayor parte iranófono (escitas o sakas, sármatas, alanos), el este alojó probablemente a los ancestros de los posteriores pueblos altaicos (turcos, mongoles, tunguses); sin embargo, también es probable que la extensión de las lenguas urálicas y paleoasiáticas en estas regiones fuera mucho mayor que hoy en día.
[2] El período medieval, que puede situarse entre los s. V y XIII, y se caracteriza tanto por la progresiva desaparición de los pueblos indoeuropeos de estas regiones como por la expansión de los nómadas altaicos y la aparición de una serie de imperios creados de forma sucesiva por estos últimos: en el oeste, hunos, ávaros, búlgaros, jázaros, pechenegos y cumanos; en el este, ruanruan, tujue (paleoturcos), uigures, karakhánidas, selyúcidas, khitan (dinastía Liao) y jürchen (dinastía Jin). Su límite cronológico es la aparición del poderoso imperio mongol, que por primera vez une el este y el oeste desde Europa hasta el Extremo Oriente, creando estados como la China Yuan, el khanato de Chaghatay, la Horda de Oro o el Irán ilkhánida, y constituye un período histórico en sí mismo que marca el tránsito hacia la época moderna, caracterizada por la expansión rusa.

El estudio de Eurasia Central antigua y medieval plantea múltiples problemas y dificultades. Las fuentes indígenas son pocas y tardías (las más antiguas se remontan sólo al s. VIII dC), ya que la cultura de los nómadas eurasiáticos fue casi siempre ágrafa, y la mayor parte de su historia debe reconstruirse a partir de testimonios en diversas lenguas aportados por las civilizaciones sedentarias de su entorno, a menudo condicionadas por fuertes prejuicios contra los «bárbaros»; así, pues, el auxilio de la filología se revela indispensable para el historiador. Según Denis Sinor, desde el punto de vista geográfico, pueden distinguirse tres zonas principales en función del origen de las fuentes: [1] el oeste (fuentes europeas e islámicas); [2] el centro (fuentes islámicas y chinas); y [3] el este (fuentes chinas).

Las fuentes europeas comprenden los textos griegos y latinos de época clásica, los textos bizantinos y latinos medievales, y las fuentes siríacas, armenias y georgianas, todas ellas de tradición cristiana oriental. Las fuentes islámicas están integradas esencialmente por textos en árabe y persa. Las fuentes chinas más importantes pueden encontrarse en los anales y documentos de las dinastías Han, Tang y Yuan, coincidiendo con las épocas de mayor expansión en Asia Central. A estos tres bloques principales de fuentes externas hay que añadir, en realidad, toda una serie de testimonios de diversa época y procedencia que presentan gran interés, escritos en arameo, parto, persa medio, bactriano, sogdiano, corasmio, sánscrito, prácrito, tibetano, etc, así como también los tardíos monumentos en lenguas autóctonas, como las inscripciones paleoturcas del Orkhon, los manuscritos en uigur, tocario (A y B) y saka (de Khotan y de Tumšuq) hallados en el Turquestán chino, o la documentación en diversas lenguas turcas de época medieval (turco karakhánida, búlgaro del Volga, turco de Khorezm, kipchak).