Durante el franquismo, e incluso durante muchos años después, algunas canciones y estilos musicales podían resultar insoportables porque el régimen las había utilizado de tal forma que acabaron asociándose con la misma dictadura. El tiempo ha permitido que escuchemos con otro interés y también que los artistas hayan podido explicar ciertas cosas que entonces no podían ni decirse ni publicarse.
Juanito Valderrama escribió El emigrante pensando en los exiliados españoles en Tánger y, sin embargo, el mismo dictador llegó a considerarla una canción “patriótica”.
En este enlace del diario digital elmundo.es encontraréis un fragmento del libro Juanito Valderrama: mi España querida”, de Antonio Burgos, donde el artista relata su encuentro con Franco y la historia del nacimiento de la canción. Vale la pena leerlo, para acabar de limpiar prejuicios, si es que quedan algunos.
Dejo aquí unas líneas.
Y allí a Tánger, buscando esta libertad y esta prosperidad, se fueron muchos españoles después de la guerra, huyendo de Franco, de la cárcel o del fusilamiento, y allí se buscaron la vida y se establecieron. Y éstos eran los que iban a verme al teatro, como iban a verme también algunos moros. […]
Y uno de los que se acercó fue precisamente el que me salvó de morir en la batalla de Brunete, como tantos muchachos de mi pueblo movilizados, cuando me dio el carné de la CNT y me metió de soldado en Fortificaciones: Carlos Zimmerman. Este anarquista, que había sido el jefe de la CNT en Jaén, el que tanto me protegió, había podido escapar de España después de la guerra, si no, lo fusilan. Se había orientado allí en Tánger y trabajaba como perito electricista, que era su profesión. Nos vimos, nos abrazamos y nos hartamos de llorar los dos, porque los dos sabíamos que él no podía volver a España mientras viviera Franco.
A mí me pareció que media España estaba allí, refugiada en Tánger, en esa emigración forzosa, con esa emoción que vi luego en el teatro, todos en pie aplaudiendo los cantes de España, sin colores, sin bandos, con lágrimas en los ojos. Allí ni se decía nada en contra del régimen de Franco ni a favor de nadie. Nada más que llorar recordando nuestra tierra:
–¡España, España!
Y la guitarra, y el cante, y los oles. Aquello no era ni de Franco ni de la República. Aquellos hombres eran de España.
Eran España misma. Eran el recuerdo de la tierra que habían tenido que abandonar. Su España querida.
Y a mí aquello me llegó tan hondo y era una verdad tan dolorosa, que al llegar al hotel por la noche, después de pasar por aquellos sitios del Zoco Grande, por los cafetines del té moruno, todos oscuros, las calles tan estrechas, la otra parte de Tánger, la mora, no la internacional, cogí un papel y me puse a escribir toda la canción que me faltaba, porque hasta entonces el Niño Ricardo y yo nada más que teníamos compuesto el estribillo. La hice de un tirón.
Cuando la estaba escribiendo en el hotel, yo estaba viendo todavía a aquellos hombres llorar en la puerta del teatro Cervantes, y sus lágrimas, y sus lamentos:
–Mi España, Juan, y mis hijos, que se quedaron en Cartagena…
Aquello se me metió a mí tan dentro que hizo que brotara sola la canción:
Yo soy un pobre emigrante/y traigo a esta tierra extraña
en mi pecho un estandarte/con los colores de España…