El verano pasado visité el Museo de Arte Moderno de Céret (Francia), donde pude ver este cuadro de Marc Chagall, Les gens du voyage, del que me llevé un recuerdo muy especial. Está perfectamente mostrado, de forma que, cuando la vista lo abarca, ejerce una hipnótica atracción y contagia la alegría que colores, personajes y escena componen. Signos característicos del autor, pintura que inspira y reconforta, que ilumina. Salí del museo con el firme propósito de ver más Chagall, de conocerlo mejor.
Así que cuando vi en una librería de Barcelona la reedición de Mi vida, el único libro que Chagall escribió, no pude evitar la tentación. No se trata de una autobiografía completa, ya que lo terminó cuando contaba 35 años, pero sí son sus recuerdos de infancia y juventud hasta que abandonó Rusia tras el periodo revolucionario.
Lo más sorprendente del libro es el personalísimo estilo literario de Chagall, tan bello como sus pinturas, un estilo que consigue transmitir con sencillez y eficacia sus vivencias, emociones y la fragilidad de cuanto nos rodea. Un texto de artista, poético, en que descubrir cómo se formó esa particular iconografía, anclada en la comunidad judía de su ciudad natal, Vitebsk, entonces rusa y hoy en la República de Bielorrusia. Una lectura que ayuda a entender muchas cosas de Chagall, de sus cuadros, de los personajes que los pueblan. Pero sobre todo es un libro para disfrutar, aunque no se esconden tristezas y conflictos, pues así es la existencia.