Alumnos de los Dominicos de Valencia, años 50.
La concepción del mundo como entorno vacacional modela los espacios del gran negocio turístico y genera todo tipo de literatura explicativa que, generalmente, incide en cuestiones históricas, artísticas y, especialmente, arquitectónicas. Los turistas buscan (-amos) en las iglesias escenarios novelescos, los estilos artísticos aprendidos y motivos fotográficos. En definitiva, un pretexto para el recuerdo feliz, basado en una concepción de la cultura como placer.
Es así como se fragua un tácito acuerdo, las explicaciones de los textos elaborados para los visitantes deben remitir tan solo a un pasado antiguo protagonizado por grandes personajes y artistas. Las denostadas explicaciones de la historia más tradicionalista se imponen con facilidad. Parecen complacernos, no exigen reflexión ni compromiso, tan solo hay que recordar fechas, lugares y nombres célebres que los documentos e inscripciones perpetuaron.
Pero en la memoria conservamos el verdadero sentido que los templos tuvieron, aunque nos deslumbren las luces de nuestros propios flases ocultando un pasado de obligaciones impuestas a una generación tras otra. Las tallas, pinturas y tesoros, que nos podemos permitir sojuzgar desde la distancia, han sido adoradas, veneradas y temidas, si no, con devoción, al menos, con temor, tanto a las jerarquías de la tierra como a las de los cielos.
Bien está que sepamos ciertos datos y que conozcamos algunos nombres pero lo más importante es saber qué sucedía día tras día entre esas paredes, más allá de la vida de los religiosos. Todo eso que los textos para turistas no explican, que la vida de las personas, de todas, se decidía también en las iglesias, donde se conformaban las mentes ritualizando tradiciones y creencias e imponiendo obligaciones en la vida y en las conciencias.