A lo largo de los últimos años ha evolucionado enormemente el empleo de Modelos Digitales del Terreno (MDT) para la prospección arqueológica, demostrando ser una herramienta extraordinaria y con mucho potencial. Su capacidad para representar fielmente la compleja morfología de la topografía local permite identificar un gran número de elementos que difícilmente pueden ser apreciables mediante la aplicación de otros métodos de prospección, ya sean remotos (como por ejemplo la fotografía aérea) o in situ (como las prospecciones superficiales).
La democratización de tecnologías como el LIDAR (Light Detection and Ranging) ha aumentado enormemente la posibilidad de contar con MDT de precisión a bajo coste para ser empleado en la investigación arqueológica. Es posible trabajar con datos LIDAR obtenidos por otros propósitos y que son de acceso abierto. Como por ejemplo los adquiridos por organismos públicos como el Plan Nacional de Ortofotografía Aérea (PNOA) realizado por el Instituto Geográfico Nacional (IGN).
El LIDAR presenta numerosas ventajas respecto los MDT tradicionales, como el elevado nivel de precisión radiométrica o el amplio y denso nivel de cobertura, que permite una resolución espacial también muy elevada. Ambas capacidades permiten documentar estructuras antrópicas, práctica imposible mediante los MDT clásicos.
Asimismo, la clasificación de los puntos LIDAR consigue discriminar la vegetación entre los datos (puntos) obtenidos. Este filtraje permite observar el terreno natural de áreas con densa vegetación. De esta forma, el LIDAR es capaz de discriminar estructuras que son prácticamente invisibles sobre el terreno, como muros, pero también terraplenes (earthworks) o irregularidades en el terreno, algunos de los cuales pueden tener origen antiguo. Es importante remarcar que los datos obtenidos mediante tecnología LIDAR no penetran en el terreno, es decir, no ofrecen imágenes de estructuras subterráneas. En definitiva, el uso del LIDAR permite evidenciar elementos que a simple vista no lo eran.