Identidad nacional y traducción: Entrevista con Jordi Arbonès i Montull

Marcos Rodríguez Espinosa (Universidad de Málaga)

Abstract: Although Jordi Arbonès has lived in Buenos Aires since 1956, his arrival in his homeland is a mass media event. His translations of English classics have received countless prizes and awards, among which stand out the Premi de Traducció of the Generalitat de Catalunya for his version of W.M. Thackeray’s Vanity Fair, in 1986, and the award to the best translation published between 1991-1993, of the 13th Premis Nacionals de Literatura of the Institució de les Lletres Catalanes for his translation Charles Dickens’s A Tale of Two Cities, and he has been a privileged witness and protagonist, always at a distance, of one of the most fertile periods in the recent history of translation in Catalonia. The main aim of this interview is to deepen in the following aspects of Jordi Arbonès`s biography and professional career: a) childhood and youth; b) cultural resistance and censorship in times of General Franco; c) his relationship with Catalan publishers exiled in Argentina during the fifties; d) relevance of translation in the revitalization of Catalan language and culture; e) his views on the difficulties in translating outstanding British and North American authors of the 19th and 20thcenturies; and, f) bibliographical appendix of his translations. 

Resumen: A pesar de residir en Buenos Aires desde 1956, las visitas del traductor Jordi Arbonès a su tierra natal siempre son noticia en los principales medios de comunicación. Sus traducciones de clásicos de la literatura en lengua inglesa no sólo se han visto recompensadas con numerosos galardones y distinciones, entre los que podemos destacar el Premi de Traducció en prosa de la Generalitat de Catalunya por La fira de les vanitats de W.M. Thackeray, en 1986, y el premio a la mejor traducción de la producción de 1991, 92, 93 dentro de los XIII Premis Nacionals de Literatura, de la Institució de les Lletres Catalanes, por su versión de Una història de dues ciutats, de Charles Dickens, sino que él mismo ha sido testigo y artífice desde la distancia de una de las etapas más fructíferas de la reciente historia de la traducción en Catalunya. En esta entrevista profundizamos en los siguientes aspectos de la trayectoria vital y profesional de Jordi Arbonès: a) infancia y juventud en la posguerra; b) resistencia contra la censura cultural ejercida por la dictadura franquista; c) relación con los editores catalanes exiliados en Argentina en la década de los años cincuenta; d) relevancia de la traducción en la recuperación de la lengua catalana; e) su visión acerca de las dificultades en la traducción de los más importantes autores británicos y norteamericanos del s. XIX y XX; y, f) apéndice bibliográfico de su obra traducida.   

 

Entrevista

M.R.E.: Al haber nacido en 1929, usted pertenece a una generación que ha venido en denominarse los niños de la guerra, ¿cómo transcurrió su vida durante aquellos años, ya lejanos, de la posguerra?

J.A.: Provengo de una familia de origen campesino de la Franja, de Torrent y de Villella de Cinca. Mi padre era un carpintero sin estudios que nunca se metió en política, ni perteneció a sindicato alguno; sin embargo, cuando se aproximaban las tropas franquistas a Barcelona, se dejó llevar por algún amigo (y tal vez por el miedo) y se marchó a pie a Francia. Después de ser recluido en el campo de concentración de Argelés, si mal no recuerdo, y dado que no tenía ninguna causa pendiente, se enganchó a la repatriación. Al llegar a Catalunya, fue a parar al campo de concentración de San Jorge, en Horta, del que no salió hasta que mi madre consiguió unos avales. Ésta fue una época muy penosa en la familia, pues mi madre hacía faenas de limpieza para mantenernos y para que yo pudiese seguir asistiendo al Colegio Pelayo, la única escuela a la que asistí, que era de pago y que estaba regida por un maestro de bata de tendero y palmeta.

M.R.E.: Como consecuencia de la implantación de la dictadura del general Franco se inició una persecución implacable del uso público de la lengua catalana. ¿En qué medida le afectó esta prohibición?  

J.A.: Hay un momento en que tomo conciencia de que me habían robado la lengua, como si me hubiesen efectuado una lobotomía. Por aquellos años conocí a Antoni Jaume, un ex cura con un gran conocimiento de la lengua y la literatura catalanas. Por ese motivo, los cursos de gramática catalana que nos daba en forma clandestina se convertían en verdaderas clases de literatura, y parece ser que fueron muchos los jóvenes de mi edad en los que influyó su magisterio. En estos años también comencé a estudiar inglés por mi cuenta, si bien más adelante haría un curso con un profesor particular, cuyos conocimientos dejaban mucho que desear. Lo cierto es que, desde el momento en el que traté de leer revistas y libros en esa lengua, también me sentí tentado de hacer algunas traducciones; así recuerdo que traduje algunos cuentos de Oscar Wilde. En la biblioteca de la USIS (United States Information Service) encontré un refugio en el que podía leer a los autores norteamericanos prohibidos en España, como, por ejemplo, Hemingway, Faulkner y otros.[1]

M.R.E.: Por aquella época las reuniones políticas y no políticas de carácter clandestino estaban a la orden del día, ¿qué actividades que podríamos definir de resistencia cultural se celebraban en la Penya Cultural Barcelonesa en la década de los cincuenta?

J.A.: En los años 54 y 55 dictaba cursos de inglés en la Penya Cultural Barcelonesa en los que se traducía al catalán. La biblioteca de esta entidad dependía de la Comissió de Cultura, de la que era miembro, con el fin de promover actividades que tuviesen por objeto mantener viva la lengua catalana: lectura de libros, conferencias y cursos de idiomas extranjeros, aunque con la secreta finalidad de enseñar catalán, todo lo cual estaba prohibido y perseguido. En ese tiempo, traduje al catalán una obra en un acto de Richard Hughes, The Man Who Was Born to Be Hanged, y el joven Ricard Salvat, fundador de la Escola d’Art Dramàtic Adrià Gual, la puso en escena.

M.R.E.: La censura franquista constituyó durante cuarenta años un eficaz mecanismo de represión que logró aislar al país de cuanto pudiera corromper la moralidad impuesta por el régimen. ¿Tuvo usted que vérselas con la censura?

J.A.: Por aquel mismo tiempo se nos ocurrió organizar la Semana de la Cultura, a la que invitamos a dar conferencias a Carles Riba, Joan Triadú, Cirici Pellicer, entre otros, todos ellos fichados por el régimen. A alguien se le ocurrió enviar el programa a La Vanguardia, que publicó una nota ensalzando la idea; sin embargo, la Brigada Social no la encontró tan meritoria, puesto que aquellas conferencias no habían sido autorizadas, ni los textos presentados a la censura para su aprobación y, además, se hacían en catalán. El día en que intervenía Carles Riba apareció un policía; por suerte el orador aún no había llegado y tuvimos tiempo de avisarle y disculpar su ausencia pretextando alguna enfermedad; de esa manera, se libró de la tortura de tener que dar la conferencia en castellano y, además, en presencia de la autoridad. La cosa no llegó a mayores, pues el presidente de la entidad era un falangista que a la sazón era alcalde de barrio; este señor arregló el desaguisado asegurando que los actos iban dirigidos únicamente a los socios de la sociedad, etc. etc.[2] También editamos Inquietud, una revista ciclostilada, bilingüe: la tapa y la contratapa en castellano, y el interior, en catalán, con la advertencia de que era ad usum privatum. Sin embargo, después del episodio con la censura, suspendimos su publicación, por lo que sólo aparecieron tres números. Con la censura propiamente dicha tuve problemas con un libro propio, Teatre català de postguerra, que fue rechazado en dos o tres ocasiones y cuya publicación sólo se autorizó después de mutilarlo brutalmente. También chocaron contra la barrera de la censura mis traducciones de Per qui toquen les campanes de Hemingway y de las obras de Henry Miller.[3] 

M.R.E.: Por la circunstancia de haber residido en la República Argentina desde finales de los cincuenta un periodista le ha denominado traductor en la distancia. ¿Se ha considerado todo este tiempo un exiliado político? 

J.A.: Las cosas no fueron tan simples. En el verano del 55 conocí en Lloret de Mar a un matrimonio anglo-alemán que me invitó a pasar las navidades en su casa. La ocasión la pintan calva, y la aprovecho‚ sin pensarlo dos veces, con la idea de quedarme trabajando en Inglaterra hasta que mi prometida finalizara en la Argentina los trámites para que pudiese reunirme con ella. Este proyecto no cuajó, porque sólo tenía visado de turista, aunque aproveché mi estancia en la isla para visitar museos y mejorar mis conocimientos del idioma. Al poco tiempo regresé a Barcelona y me embarcaba con destino a Buenos Aires. En consecuencia, no creo que mi viaje a la Argentina pueda ser considerado una especie de exilio, puesto que no vine por motivos políticos. En los años cincuenta, la situación en la Península era bastante oscura, con las prohibiciones, la escasez de todo, los bajos salarios, etc. De ahí que siempre abrigara el deseo de vivir en otro país; en un principio ambicionaba ir a los Estados Unidos, y hasta llegué a escribirme con un par de pen-friends de aquel país. En cualquier caso, tengo que confesar que nunca me he sentido arraigado en la Argentina, de modo que seguramente mis sentimientos son los que debe de sentir el desterrado, que siempre sueña con regresar a su patria.

M.R.E.: ¿A qué se dedicó cuando llegó a la Argentina? 

J.A.: Al principio estuve empleado en una empresa petrolera, que al cabo de un tiempo suspendió pagos. Entonces entré a trabajar en la Editorial Poseidón, que editaba libros de arte y alta literatura, cuyo dueño era un catalán, Joan Merli, exiliado en 1939, y que había sido crítico de arte, marchante y secretario de la Junta Municipal d’Exposicions d’Art en l932. En Poseidón hacía de lector de originales, de corrector de estilo y de pruebas, y allí aprendí todo cuanto sé sobre la edición de libros. En 1960, Merli funda, paralelamente, la editorial Malinca, que publica novelas policíacas con distribución masiva en kioscos, y entonces se me ocurrió traducir algunas de ellas al castellano, como una suerte de ejercicio práctico. No recuerdo lo que me pagaban en aquel momento, porque la moneda argentina ha sufrido tantas devaluaciones a lo largo de los años que resulta imposible saber el valor que tenía en aquel entonces. Lo que sí puedo decir es que, en general, se pagaba y se sigue pagando por cada millar de palabras y tarifas muy bajas. Más adelante, y cuando ya no trabajaba en Poseidón, por haber tenido que cerrar sus puertas, estuve haciendo traducciones, como free-lance para Emecé y Paidós, durante un tiempo. Luego, entré en la Editorial Marymar, como lector y corrector, donde estuve trabajando hasta hace unos años.

M.R.E.: En sus memorias, el novelista y teórico de la traducción Francisco Ayala (1988:279-84) confiesa que trabajó a destajo traduciendo, y deja testimonio de la gran cantidad de exiliados españoles que se dedicaban a la traducción en la Argentina. ¿Qué podría decirnos acerca de la situación política que se encontró a su llegada a este país? ¿Recuerda si se relacionó con otros exiliados republicanos?

J.A.: Cuando llegué al país en l956, acababa de ser derrocado el gobierno de Perón por la denominada Revolución Libertadora, con el general Aramburu a la cabeza. Durante la mal llamada guerra civil española, el gobierno argentino simpatizaba con los franquistas, por cuyo motivo fueron pocos los exiliados políticos que llegaron a estas playas, como no fuese de paso hacia Chile: allí fueron a parar, por ejemplo, los escritores Joan Oliver y Xavier Benguerel, entre otros. La mayoría, como es bien sabido, fueron a México, que les acogió con los brazos abiertos. Mi relación con exiliados catalanes en Buenos Aires ha sido escasa; a algunos de ellos los traté en el Casal, como al Dr. Joan Quatrecasas, que era el delegado del gobierno de la Generalitat en el exilio; a Francesc Arnó, que dirigió teatro y es autor de alguna traducción al catalán, como Rinoceront, de Ionesco; al autor y traductor Eugeni Judás, ya fallecido (murió mientras ensayaba una obra en el escenario del Casal); a Nicolau Rubio, pintor, que llegó a la Argentina desde Francia siendo muy niño…, y a algún otro de cuyo nombre no quiero acordarme. En cuanto a los exiliados de lengua catalana y castellana que fueron a México, fueron muchos los que colaboraron con editoriales fundadas, asimismo, por otros exiliados, como es el caso de Bartomeu Costa-Amic, Joan Grijalbo i Serres, Manel Martínez Roca y Fidel Miró Solanes. En la Argentina, ya he citado a Joan Merli, pero también existía la editorial Sudamericana, que había fundado Antoni López Llausás, para la cual estuvo trabajando, como asesor literario y traductor al castellano, el también novelista catalán César August Jordana, que falleció en Chile en 1960.[4]

M.R.E.: Acaba de referirse al Casal de Catalunya. ¿Cuál era su papel en esta institución? 

J.A.: En el Casal de Catalunya formé parte de la Comisión de Cultura, fui Secretario del Consejo Directivo, integré el consejo de redacción de la revista Catalunya, dicté conferencias, y durante dos temporadas dirigí el Quadre Escènic, que representaba principalmente obras de autores catalanes contemporáneos; de esta manera contribuíamos a renovar y poner al día los repertorios clásicos, dando a conocer, así, a la nueva camada de dramaturgos. Por otra parte, traduje obras de autores norteamericanos como Arthur Miller o Tennessee Williams, que fueron representadas en su momento y que, más adelante, me sirvieron como carta de presentación cuando solicité trabajo a Joan B. Cendrós, dueño de la editorial Aymà, en la cual el poeta y escritor Joan Oliver (que firmaba como Pere Quart sus poesías) era el director literario y que fue quien me dio el espaldarazo al decir, después de leer Del pont estant (Panorama desde el puente): “No fa olor de traducció”. La puesta en escena de Otel-lo, en versión de Josep Mª de Sagarra, se realizó para conmemorar el quinto centenario del nacimiento de Shakespeare, con la presencia del agregado cultural de la Embajada británica, que nos felicitó, tras confesar que, en un primer momento, temía que asistiría a algo parecido a una representación escolar.[5]

M.R.E.: ¿Definiría su labor traductora como reivindicativa y política?  

J.A.: No hay duda de que, en un primer momento, mi deseo de traducir al catalán venía acompañado de un componente que quizás  podríamos denominar de intención político-reivindicativa o, en todo caso, de enriquecer la literatura catalana con la incorporación de las obras más importantes de la literatura universal en lengua inglesa. Por otra parte, creo que también se sumaba a ello el ansia de mantenerme ligado a la tierra, para no sentirme tan desolado lejos de ella. Como decía, la traducción era una labor al margen del trabajo para ganarme el pan. Últimamente, al jubilarme con una miserable pensión en Argentina, la labor traductora se ha vuelto indispensable para poder subsistir, pues a mi edad difícilmente encontraría otra ocupación, y sin duda ello me ha llevado a tener que traducir también al castellano; debo confesarle que, a veces, me siento como un intruso en ese campo, y que aunque creo conocer bastante bien el castellano, puesto que la mayor parte de los estudios los hice en esa lengua, no me atrevería a traducir a un clásico, como, por ejemplo, George Eliot o Henry James. En cambio, cuando se trata de best-sellers, me considero capacitado para traducirlos al castellano, ya que, en general, los autores utilizan un estilo muy directo que no presenta demasiadas dificultades. Lo que sí tengo que decir es que siempre me he tomado la tarea con la misma seriedad, tanto si se trataba de una novela policíaca como si era un autor del siglo pasado, fuese en catalán o en castellano, y la he realizado con la misma devoción y el mismo deseo de lograr la excelencia, por utópico que ello sea.[6]

M.R.E.:  El traductor Rafael Cansinos Assens insistió a lo largo de toda su vida en la gran responsabilidad de editores y editoriales respecto a la calidad final de las traducciones. ¿Cuál ha sido su experiencia en este sentido? 

J.A.: Sinceramente creo que se ha avanzado mucho. En un tiempo, el traductor no merecía respeto alguno por parte de las editoriales, que se atribuían el derecho de meter mano en su obra, sin contemplaciones, y  relegaban su nombre a un rincón de la página del copyright. Sin embargo, las asociaciones internacionales de traductores se han encargado de conseguir que el traductor sea considerado como el autor mismo y tiene derecho a exigir que su nombre figure en lugares más destacados y a que se le respete el derecho a un royalty y a la propiedad intelectual de la traducción. Eso no quiere decir que las editoriales no hayan encontrado la manera de dejar estipulado en las cláusulas de los contratos las condiciones que tornan casi imposible que el traductor en algún momento llegue a cobrar algo por derechos de autor.[7] Creo que el traductor es una suerte de coautor, pues la traducción literaria no deja de ser una especie de recreación. No me cabe la menor duda de que en el campo de la creación, la colección “Les Millors Obres de la Literatura Universal”, y su continuación con obras del siglo XX de Edicions 62, es una de las mejores que han existido en lengua catalana. Sin embargo, no puedo olvidarme de la editorial Aymà, que dejó de existir hace unos años, cuando su dueño, Joan B. Cendrós, sufrió quebrantos de salud y se retiró de la actividad. Este editor era una especie de mecenas para la cultura catalana, pues su empresa realmente rendidora en el aspecto económico era la  que fabricaba la famosa loción Floyd, de manera que la editorial la mantenía más por hacer patria que por el rendimiento que pudiese reportarle.

M.R.E.: Para Even-Zohar (1990:48), en la historia de la literatura, la traducción desempeña un papel fundamental en los países pequeños, o en aquellos cuya literatura es periférica, en la creación de un sistema literario propio. ¿No piensa que esta situación ha contribuido a que la figura del traductor tenga una mayor relevancia en Catalunya que en el resto de España?

J.A.: Sí, eso creo que es cierto. Me parece que en Catalunya se ha valorado tanto al traductor porque, en general, y en especial en tiempos pasados, los traductores solían ser a la vez autores de obras de creación, lo cual contribuyó a otorgarle a la actividad una aureola especial. En cambio, me parece que en la cultura castellana son más escasos los poetas o escritores que se han dedicado a la traducción. Además, el hecho de haber tenido proscrita la lengua en los estamentos oficiales, las prohibiciones que han pesado sobre la enseñanza y el uso del catalán, sobre la edición de libros y demás publicaciones, etc., etc., todo ello ha contribuido a crear una conciencia de reparación que nos ha llevado a tratar de recuperar el tiempo perdido, cosa que quizás  no habría sido tan perentoria si hubiésemos podido desarrollarnos culturalmente de una forma más normal, sin interrupciones violentas ni cortes sangrantes. Hay que tener en cuenta que antes de la guerra contábamos con una colección de clásicos griegos y latinos, como es la “Bernat Metge”, y con muchas otras colecciones que abarcaban toda la literatura universal, como la “A tot vent” de Proa, etc. De pronto, todo eso queda truncado durante muchos años. Cabe señalar, asimismo, que la censura franquista se ensañó de una manera especial en las traducciones, y no sólo por el hecho de que pudieran ser obras con contenidos políticos o sexuales, sino porque conocían muy bien el valor que tiene la incorporación de las mejores obras de la literatura universal a una literatura de  ámbito más reducido.[8]

M.R.E.: ¿Cuáles serían las mayores dificultades a la hora de traducir esos grandes novelones victorianos que Henry James tildó de “large loose baggy monsters”?[9]

J.A.: A mi modesto entender, las dificultades que ofrecen al traductor los autores victorianos residen, principalmente, en el dominio que tienen del idioma, en el estilo, en las variaciones semánticas que han podido sufrir algunos términos con el paso del tiempo, en las diferencias culturales existentes a raíz de la distancia espacial y temporal que nos separa de ellos. De ahí que el traductor deba realizar un estudio del texto a traducir antes de emprender la tarea propiamente dicha, considerando las descripciones arquitectónicas, de los mobiliarios, de las vestimentas, de los carruajes, enseres y utensilios, etc., con el fin de encontrar los equivalentes más cercanos en el idioma de llegada.

M.R.E.: ¿Y cuál ha sido su experiencia traduciendo a un autor tan complicado como el propio Henry James?

J.A.: En lo que se refiere a los escritores norteamericanos de fines del siglo pasado, creo que los problemas o dificultades son más o menos los mismos, que se incrementan según del autor de que se trate. El caso de Henry James es paradigmático. Creo que este escritor puede considerarse más victoriano que los propios autores ingleses, puesto que él mismo bregó toda su vida para adaptarse y asimilarse a las costumbres británicas. Su prosa, además, como consecuencia de su permanente ambigüedad, resulta dificilísima de traducir, por lo menos en las dos obras que traduje de este autor: Washington Square y La copa daurada (The Golden Bowl), en especial la última, que también se caracteriza por la extensión extrema de las frases, con incisos dentro de los incisos, que no siempre parecen justificados. Creo que él mismo trató de exponer su teoría a ese respecto en un largo prefacio que acompaña la obra, y digo que así lo creo porque lo encuentro más complicado que el texto de la novela en sí, de tal modo que resulta muy difícil comprender sus propósitos.

M.R.E.: En más de una ocasión, me ha confesado que la traducción de Ada o l’ardor de Nabokov supuso todo un desafío en su carrera profesional. ¿Por qué?

J.A.: A mi modo de ver, Nabokov hizo lo que hizo con el idioma inglés precisamente porque no era su lengua materna. Traducir esa obra fue internarse literalmente en un laberinto de juegos de palabras, de frases con doble sentido, de neologismos, de términos ambiguos, de… ¡En fin, una verdadera tortura! Tanto es así que, cuando hube terminado la traducción, prometí no volver a aceptar nunca más el encargo de traducir ninguna otra obra de ese autor, cosa que cumplí sólo en parte, pues luego traduje L’encantador, si bien rechacé la traducción de Pale Fire.  

M.R.E.: ¿Y qué recuerda respecto a otro autor con un universo tan peculiar como es el de William Faulkner?

J.A.: Creo que el traductor debe esforzarse siempre en emular y respetar el arte del escritor que está traduciendo. Bajo ningún concepto debe enmendarle la plana, como vulgarmente se dice. Si una frase nos parece demasiado larga, tenemos que eludir la tentación de acortarla o dividirla en dos, pues, por algo el autor la escribió tal como está: por una cuestión de ritmo, con el fin de obligar al lector a prestarle una atención mayor, o por la causa que sea. Por supuesto que esto es válido tanto en relación con los escritores victorianos como con los contemporáneos. Valga como ejemplo lo que hizo Faulkner en Les palmeres salvatges (Wild Palms); en concreto, la narración “El vell” sorprende por la extensión de las frases, con la intercalación constante de paréntesis, y paréntesis dentro de los paréntesis, que llegan a desorientar y confundir al lector, hasta el extremo de obligarle a releer determinados pasajes una o más veces. Al margen de otras intenciones, que no nos corresponde ahora tratar (y que, por otra parte, ya traté en el prólogo a mi traducción de dicha obra), el autor pretendía causar la sensación del fluir de las aguas del río por donde se desliza la barca que lleva al viejo y a la mujer embarazada. Por lo tanto, si en el momento de traducir ese texto nos hubiésemos tomado la libertad de fragmentar esos párrafos tan extensos, habríamos cometido una suerte de traición a los objetivos del autor, anulando uno de los efectos más deseados por él mismo.

M.R.E.: Y para terminar, ¿desea añadir alguna opinión sobre otros autores de esa misma generación como Henry Miller, Durrell, o Hemingway?

J.A.: En general, considero que los autores contemporáneos, salvo los grandes genios, como Durrell o el propio Henry Miller, no ofrecen tantas dificultades, pues su prosa es más directa, más llana, si bien, en muchos casos, recurren al argot en mayor medida que los escritores victorianos, lo cual puede constituir un escollo importante en el momento de trasladarlo a otra lengua. A este respecto, siempre recuerdo una traducción del cuento The Killers, de Hemingway, realizada por el escritor argentino Ricardo Piglia, en el cual hizo hablar a los protagonistas con la modalidad argentina del voseo, de tal forma que aquellos maleantes neoyorquinos se convertían en pistoleros bonaerenses. Además, cabe tener en cuenta las diferencias idiomáticas que imperan en el ámbito de la lengua castellana, al punto que, cuando los argentinos, por ejemplo, leen alguna traducción hecha en Madrid, en español castizo, se les erizan los pelos y no dejan de manifestar su disgusto en las críticas que escriben para los suplementos literarios. En el caso del catalán, también se produce algo similar, a pesar de que la unidad de la lengua es mucho mayor, cuando un lector de alguno de los países catalanes lee una obra escrita en la variante de otro. Tanto es así, que las traducciones al catalán del Principado son adaptadas a la variante valenciana cuando se reeditan en aquel medio. Lo que quiero remarcar en este aspecto es el hecho de que cuando se traduce adoptando un lenguaje muy coloquial, se corre el riesgo de caracterizar a los personajes de un modo tal que se desvirtúe su origen, y, además, si se adoptan modismos que se ponen de moda en un momento dado, puede ocurrir que sean pasajeros y que, por lo tanto, la traducción quede envejecida a poco que transcurra el tiempo.  

M.R.E.: ¿Cuál es la principal dificultad de traducir teatro?

J.A.: Bueno, en la obra teatral, al ser fundamentalmente todo diálogo, pienso que se pisa un terreno más coloquial, que las frases deben conservar la entonación y el ritmo de la palabra hablada. Yo tuve la suerte de poder asistir a los ensayos de obras que había traducido y eso me permitía suavizar una determinada frase, que podía sonar demasiado rápida, o bien cambiar el orden de la oración, con el fin de facilitarle al actor la expresión oral de la misma, que de otra manera se le convertía en un verdadero trabalenguas, así como sustituir por otra más corriente una palabra que fuese demasiado literaria.[10]

M.R.E.: Muchos coincidirían en afirmar que la obra principal de un traductor son sus traducciones. Sin embargo, bastantes traductólogos reivindican la necesidad de que la voz del traductor tenga una mayor difusión a través de prólogos e incluso compartiendo su experiencia profesional con los jóvenes que se forman en las nuevas facultades de traducción. ¿Cuál es su opinión respecto a este tema? 

J.A.: No sé si es necesario, pero suele suceder que, en algunas colecciones, la editorial adopta el criterio de incluir un prólogo y, en ese caso, suele pedirlo al traductor, si éste es, además, un estudioso del autor que traduce. Como sea que en mi caso siempre he tenido afición a escribir artículos sobre temas literarios y he estudiado la obra de varios autores, cuando me ofrecen ese trabajo, si me parece que conozco lo suficiente al autor y su obra, me encanta encargarme del prólogo; cuando no es así respondo francamente que no me siento capacitado para hacerlo. A mí me parece que todo cuanto un traductor diga sobre su experiencia en esa profesión puede resultar de utilidad a otros traductores o estudiantes de esa disciplina. Como quiera que no soy un teórico de la traducción, y aprovechando la enseñanza que saqué de un seminario realizado en la Universitat Autónoma de Barcelona, consideré que quizás  valía la pena volcar al papel algunas reflexiones sobre los aspectos prácticos de la traducción, y así han nacido tres artículos que han aparecido en la Revista de Catalunya. Se me ocurre que podría ser útil preparar una especie de manual que recogiese esas y otras reflexiones.[11]

M.R.E.: De la extensa lista de excelentes traductores catalanes, ¿cuáles son aquéllos por los que siente una mayor admiración? 

J.A.: Sin ninguna duda, la traducción de la Odissea, de Carles Riba, así como de otros autores griegos; las de Josep Carner de las obras de Dickens; la de la Divina Comèdia, de Josep Mª de Sagarra, o de los dramas de Shakespeare; la del Faust de Goethe, por Josep Lleonart; las de los autores rusos por Andreu Nin…, en fin todo ello constituye un bagaje que ningún traductor actual puede dejar de valorar. Ya he mencionado a César August Jordana; además, en nuestros días, podemos citar a Joaquim Mallafré‚ traductor del Ulisses de James Joyce, del Tom Jones, de Fielding, y Tristram Shandy, o algunas obras de Beckett; Maria Antònia Oliver, traductora de Moby Dick, de Melville; el mismo Joan Oliver, traductor de Pigmalió de Bernard Shaw o Salvador Oliva, que ha traducido de nuevo toda la obra de Shakespeare.

 

BIBLIOGRAFÍA:

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Jordá, Eduardo 1998: Prólogo. Sagarra, José Mª Memorias. Traducción de Fernando Gutiérrez. Barcelona: Anagrama: 9-30.

Apéndice bibliográfico: obras traducidas al catalán por Jordi Arbonès i Montull.[12]

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Nin, Anaïs 1976: Escales cap al foc. Barcelona: Aymà.

O’Flaerthy, Liam 1987: El delator. Barcelona: Proa.

Purdy, James 1988: Cambres estretes. Barcelona: Edicions 62.

Ripley, Alexandra 1994: Scarlett. Barcelona: Ediciones B.

Salivarova, Zdena 1975: Estiu a Praga. Barcelona: Proa.

Sparks, Nicholas 1998: El missatge en una ampolla. Barcelona: Edicions 62.

—1999 El Quadern de Noah. Barcelona: Edicions 62.

Tan, Amy 1994: El club de la bona estrella. Barcelona: Muchnik.

Thackeray, W.M. 1984: La fira de les vanitats. Barcelona: Edicions 62.

Tolkien, J.R.R. 1999: El ferrer de Wootton Major. “La fulla” d’en Niggle. Barcelona: Proa.

Vidal, Gore 1985: Washington D.C. Barcelona: Proa.

William, Charles 1991:El biquini de diamants. Barcelona: Edicions 62.

Yolen, Jane 1998: Sang de drac. Barcelona: Apóstrofe.  

 


[1]. Durante los años cuarenta y cincuenta, muchos ciudadanos que no comulgaban con los principios del régimen eran habituales de los actos organizados al amparo de las instituciones culturales dependientes de las potencias occidentales. Según Carlos Barral (1994: 32), a principios de los años cincuenta, el editor Víctor Seix “había conseguido de manos de un funcionario del Instituto de Estudios Norteamericanos una lista de libros protegidos por la Embajada de los Estados Unidos, libres de derechos de autor y financiados en parte por la promesa de compra de ejemplares”. En este sentido, para quienes deseen profundizar en las peculiares relaciones que el editor catalán Josep Janés mantuvo con Walter F. Starkie, director del Instituto Británico en España, vid. Hurtley, Jacqueline A. 1992: José Janés, editor de literatura inglesa. Barcelona: Servicio de Publicaciones de la Universidad de Barcelona. [volver]

[2]. Carles Riba i Bracons (1893-1959) realizó dos versiones al catalán de la Odisea y además tradujo a Kavafis, Sófocles, Esquilo, Plutarco, Holderlin, Poe, Kafka y Rilke. El escritor Joan Triadú i Font (1921) impulsó la resistencia cultural e intelectual durante la postguerra y tradujo los sonetos de Shakespeare (1968) y las Olímpiques de Píndaro (1963). [volver]

[3]. Vid. Arbonès i Montull, Jordi [junio] 1995: “La censura sobre les traduccions à l’època franquista”, Revista de Catalunya 97: 87-96. [volver]

[4]. En relación con las empresas editoriales catalanas en Latinoamérica vid. Arbonès i Montull, Jordi 1990: “Editors catalans a Sud-Amèrica”, IV Jornades d’Estudis Catalano-Americans. Barcelona: Comisió América i Catalunya, 1992: 141-48. En cuanto a Xavier Bengerel i Llobet (1905), es conocido por sus traducciones de Les flors del mal de Charles Baudelaire y Faules de La Fontaine, así como de diversos poemas de Valery, Neruda y Mallarmé. [volver]

[5]. “Los años de posguerra fueron muy duros. La Barcelona que amaba Sagarra había desaparecido por completo (…) Su amigo Duran Reynals ideó un trabajo para que Sagarra no se muriera de hambre: la traducción de Shakespeare al catalán, financiada por algunos mecenas —en especial Fèlix Millet— por medio de lujosas ediciones de bibliófilo” (Jordá, Eduardo 1998: xviii). [volver]

[6]. Entre los numerosos autores que Jordi Arbonès ha traducido al castellano podemos señalar los siguientes: Henry Kane, Phyllis Chesler, Alice Hoffman, Thomas H. Block, Phillippe van Rhndt, Rona Jaffe, Marilyn Sharp, Christian Barnard, Elaine Bissell, Bart Spicer, Philip K. Dick, Andrew M. Greely, Liam O’Flaerthy, Christine Taylor, B.P. Reiter, Zdena Salivarova, Danielle Steele, Michael Collins, Michael Bentine, Ann Rinaldi, William Vollmann, Sherman Alexie, Peter Maas, Jonathan Raab, Aldous Huxley, Christopher Isherwood, Melanie Rawn, etc. [volver]

[7]. En relación con asunto tan delicado como es el de los derechos de autor, a principios de la década de los ochenta Jordi Arbonès tradujo al castellano varias novelas de Danielle Steele, una de cuyas últimas traductoras afirma haber sido plagiada en la obra de una conocida presentadora de televisión. En relación con el tema del plagio y traducción vid. Santoyo, Julio César 1996 (1985): El delito de traducir. León: Servicio de Publicaciones Universidad de León;  Guijarro, Juan Ignacio y Rafael Portillo [junio] 1990: “Shakespeare con nuevo formato: el Julio César de Vázquez Montalbán” Atlantis XII/1:183-198, y Rodríguez Tapia, José Manuel [enero-febrero] 1995: “Traduttore, traditore: Plagio y originalidad de una traducción. Comentario a la Sentencia del Tribunal Supremo (Sala 1ª) de 29 de diciembre de 1993” Revista General de Derecho 604-605: 771-79. [volver]

[8]. Bernat Metge (1340/46-1413). Escribano y Secretario Real de Joan I y traductor de De Vetula de Ovidio y Valter e Griselda de Petrarca. Francesc Cambó bautizó con su nombre una colección dedicada a publicar traducciones bilingües al catalán de clásicos griegos y latinos. [volver]

[9]. “There may in its absence be life, incontestably, as The Newcomes has life, as Les Trois Mousquetaires, as Tolstoi’s Peace and War, have it; but what do such large loose baggy monsters, with their queer elements of the accidental and the arbitrary, artistically mean?” (James, Henry 1908: iv). [volver]

[10]. Obras teatrales traducidas por J.A.:: Equus, de Peter Schaffer (estrenada por el Grup de Teatre d’Amics de les Arts, de Terrassa, dirigida por Jaume Girona: octubre de 1994); Del pont estant, de Arthur Miller; Un tramvia anomenat Desig, La gata damunt la teulada, de Tennessee Williams; Te i simpatia, de Robert Anderson; Qui té por de Virginia Woolf?, de Edward Albee (estrenada por la Companyia Teatreneu, dirigida por Hermann Bonnin: 1990). [volver]

[11]. Entre otras publicaciones de esta naturaleza señalamos: Arbonès i Montull, Jordi [marzo] 1995: “Reflexions sobre aspectes pràctics de la traducció”, Revista de Catalunya, 94: 73-86. [volver]

[12]. Fuentes: Archivo de Jordi Arbonès i Montull. Biblioteca Nacional, Biblioteca de Catalunya, Agencia Española de ISBN, Red de Bibliotecas de la Generalitat de Catalunya. [volver]