Un poco de historia casi siempre aclara las cosas, derriba mitos y nos hace más tolerantes y hasta más libres. Historia sin tapujos, para entender y para entendernos.
Juan Álvarez Abeilhé hace, en la página del ministerio de la defensa, una historia de La Bandera de España, en la que pueden leerse este revelador párrafo (recomiendo sin duda la lectura del artículo completo).
Al subir al trono el gran organizador Carlos III, observó que la mayoría de los países utilizaban pabellones en los que predominaba el color blanco (España, Francia, Gran Bretaña, Sicilia, Toscana…) y, dado que estaban frecuentemente en guerra entre sí, se producían lamentables confusiones en la mar, al no poder distinguirse si el buque avistado era propio o enemigo hasta no tenerlo prácticamente encima; por ello, encargó a su Ministro de Marina que le presentase varios modelos de banderas, con la única condición de ser visibles a grandes distancias. El Ministro convocó un concurso seleccionando doce bocetos de los presentados, los cuales mostró al rey. El Soberano eligió dos de ellos, a los que varió las dimensiones de las franjas, declarándolos reglamentarios el primero para la Marina de Guerra y el segundo para la Mercante.
O sea, que se mataban a bombazos entre ellos mismos, eso que ahora se llama “fuego amigo”. Y es que el problema de los seres humanos es que a primera vista no hay manera de saber quién es el enemigo ni el amigo, porque no se nos dibuja en el rostro diferencia alguna según quien paga a la mesnada. Así que hay que inventar todo tipo de signos que nos identifiquen para saber a quién se nos encarga matar: pinturas en los rostros, ropajes, banderas, estandartes, músicas y proclamas. Para vernos, escucharnos, agruparnos y acertar con el tiro, abatiendo a quien corresponda según se decidió. Esos “otros” llamados en grueso modo, el enemigo.
Para que no queden dudas sobre la posible interpretación, Abeilhé cita este Real Decreto de 28 de mayo de 1785.
Para evitar los inconvenientes y perjuicios, que ha hecho ver la experiencia, puede ocasionar la Bandera Nacional de que usa mi Armada Naval y demás embarcaciones españolas, equivocándose a largas distancias o con vientos calmosos, con las de otras naciones, he resuelto que en adelante usen mis buques de guerra de Bandera dividida a lo largo en tres listas, de las que la alta y la baja sean encarnadas y del ancho cada una de la cuarta parte del total y la de enmedio amarilla, colocándose en esta el escudo de mis Reales Armas reducido a dos cuarteles de Castilla y León con la Corona real encima…
Así de espuria es muchas veces la realidad cuando está bien contada.