Si Plácido es la gran obra sobre la Navidad, en el imaginario de los españolitos de los 60 perdura La Gran Familia. Película edulcorada y sin el menor atisbo de crítica, reflejó perfectamente las aspiraciones de las nuevas clases medias de la época, acomodadas en la dictadura a un estado de cosas que parecía ser eterno y que prometía prosperidad tan solo a cambio de muda complicidad.
Chencho rescatado por la intercesión del mismísimo Dios y de las autoridades, que no reparan en medios para ayudar a la familia. Todo un recorrido por los tópicos urbanos de las fiestas, que son el fondo para un drama familiar que se intuye, ya de entrada, felizmente resuelto. Chencho, el hijo pequeño ha desaparecido y la fiesta solo se completará cuando la familia vuelva a estar junta. La familia, la unidad básica de la sociedad. Todo emotividad, bondad, reparadoras creencias… Y, por fin, todos juntos a ver la tele.
Desde mi ventana, mientras escribo esta entrada, veo la decoración navideña que adorna mi calle: luces, campanas y estrellas para señalar las tiendas. En los niños de los 60 quedó algo de La Gran Familia, algo que nos complace y tranquiliza, el deseo de un mundo conocido donde los sobresaltos han de ser tan cortos como el final feliz una película.
Pero no en todos, que el mundo es diverso y cada vida diferente. O será la edad y la Navidad, que castigan, puñeteras, mis neuronas.