Madrid, octubre de 1940. Llueve. Un hombre, junto a la puerta de un restaurante, protege a sus hijos con una manta que los abraza. Otros transeúntes portan paraguas, visten elegantemente. A ellos, en la adversidad, esa vieja manta los une, arropa y convierte en familia.
Hace muchos años que conservo esta imagen en mi memoria. Quizás la fotografía que más me ha conmovido, como siempre y todavía me conmueve ver a tantas personas durmiendo en las calles, en los rincones calientes de las entradas de los metros, de lujosas tiendas o junto a los cajeros automáticos.
Hermes Pato retrató las miserias del franquismo, los padecimientos que se inflingieron a los vencidos, pero el sufrimiento de esas personas, de esas en concreto, no deja indiferente. Enseguida, acecha una pregunta, ¿qué fue de ellos?, un instante después, aquella misma noche o en los días o años qué siguieron, ¿qué fue de ellos? ¿Vivirán todavía? ¿Sabrán de como su infortunio continúa removiendo conciencias? ¿Estarían dispuestos a hablar conmigo de aquellos tiempos difíciles?
Puedo pensar que el futuro fue mejor, decidir ahora, en mi despacho, que tras de unos años duros las cosas mejoraron. Puedo aplicar los esquemas de la historia y concluir que incluso los nietos de ese hombre, en los años 60, estudiaron y pudieron mejorar su posición. Pero quizás no fue así, quizás eso solo sea un engaño para tranquilizar mi conciencia, para respirar tranquilo después de ver otra vez esa imagen desoladora.
Esa es la entrevista que quisiera hacer. No sé si es el historiador quien lo desea o si es el ser humano quien necesita ir más allá. No puedo separarlos. En todo caso, puedo imaginarme con una grabadora en la mano, charlando con alguien sobre esa foto y sobre el tiempo que siguió, convirtiendo el instante de la fotografía en historia, en devenir que explica el presente.