Los carteles electorales son a menudo más explícitos que los programas y discursos de los partidos, sobre todo revisados históricamente, ya que muestran transformaciones sociales profundas, cambios en los valores dominantes, en las ideologías políticas, etc.
Estos cuatro carteles del PSOE, puestos así, uno junto a otro, resultan incluso provocadores. En el primero, anterior a la guerra civil, el único personaje y el escenario representado remiten al mundo del trabajo; el partido se define claramente como una organización de clase y pide el voto a ese sector de la población. En el segundo, perteneciente a la primera campaña electoral democrática tras el franquismo, aparece el líder rodeado de trabajadores y trabajadoras en un espacio similar al del cartel anterior, pero se ha colado entre ellos un hombre que muestra un bolígrafo en el bolsillo de su americana. El orden social no está en juego, parecen decirnos, así que nada impide que funcionarios, profesionales liberales, trabajadores autónomos o empresarios voten también socialismo.
En el tercer cartel, de 1982, las primeras elecciones que ganó el PSOE, vemos tan solo a Felipe González, que pretende transmitir confianza adoptando las formas de las clases dominantes; el atuendo alude a una persona con formación, educación, más dispuesto a dirigir una empresa que a liderar un colectivo humano con problemas y aspiraciones.
Por último, en el cartel perteneciente a las elecciones de 2003, toda figura humana o paisaje ha sido sustituido por un logo. Se completa así la deshumanización de la información que pretende esquivar cualquier referencia a valores o prácticas sociales aunque, evidentemente, sin conseguirlo. La política adopta procedimientos de empresa multinacional: no importa tanto el contenido como la imagen, la fragancia de un seductor líder invisible.