Las palabras contienen significados que visualizamos como representaciones que la experiencia identifica. A los repartidores de diarios, los voceadores, los imaginamos como esos chiquillos del estereotipo Hollywoodiense, llamando a comprar el extra o dejándolo al pie de la puerta de la casa, junto a la botella de leche, haciéndolo volar sobre la entrada al jardín familiar (home, sweet home) o como los jóvenes ligeramente uniformados que nos reciben por las mañanas a las puertas del metro, extendiéndonos un diario gratuito que se protege bajo una blanca sombrilla.
Pero las fotos revelan otras historias, las que no vivimos o las que hemos olvidado, inoportunas o insignificantes historias a las que no prestamos atención. ¿Qué sería de los periodistas sin los vendedores/as? Esos otros héroes y heroínas de la información, siempre a pie de calle, como las noticias. ¿Alguien ha historiado sus vidas, su labor fundamental? Propongo el tema, a ver quién lo caza.
A veces, como veréis en el texto que sigue, la historia presenta paradojas reveladoras. A leer.
La mayor parte de la producción de Heraldo, ‘el Heraldo’, se vendía en la calle, en los quioscos, en la propia redacción o gracias a la intervención de la figura más popular e inimitable de la historia de la prensa: los voceadores callejeros. Cada mañana, desde las 4. 30 hasta las 9.00, los vendedores acudían al Heraldo y compraban unas “chapas” de metal, con valor por 5, 10, 15, 25, 50, 75, 100 y 200 ejemplares, que luego canjeaban por los periódicos correspondientes, aunque lo más habitual era que demandaran la mercancía por “manos” (25 ejemplares), de manera que frases como: “¡Déme tres manos con diez!” (85 periódicos) o “¡Quiero dos manos!” (50 ejemplares), llegaron a convertirse en la cantinela habitual de cada día. Tan habitual y familiar como escuchar por las calles de la ciudad: “¡Ha salido el HERALDO!” o bien “¡Hoy el HERALDO trae novela! Entre las aguerridas voceadoras –muchas de ellas eran mujeres-, todavía se recuerda a la ‘Tía Casas’, que a principios de siglo pregonaba: “El HERALDO DE ARAGÓN, con letras grandes como cuando la guerra de Melilla”, y a Milagros Losilla, otra veterana que, sin saber leer ni escribir, vendió el periódico durante sesenta años en el Coso Bajo, esquina con la calle Palomar. Ella solita, en 1970, vendía unos 500 ejemplares diarios y 800 los domingos.