Jean Renoir, conocido como director de cine e hijo del pintor Pierre-Auguste Renoir, publicó Renoir, mi padre, en 1962, muchos años después de la muerte del pintor en 1919.
Jean trataba a Renoir como lo que era, su padre, a la vez que podía ver al artista trabajar en la casa familiar e incluso posó para él en numerosas ocasiones. Así que cuando se decidió a contar la vida del pintor pudo escribir tanto una biografía bien documentada como un relato detallado de su vida cotidiana, de sus pensamientos y de las personas que le rodeaban: su mujer (madre, por tanto, de Jean), sus vecinos, amigos, colegas pintores, empleados y de sus modelos, con una de las cuales acabó casándose Jean Renoir.
Además de este conocimiento vivencial, que emana cariño por las personas y lugares que aparecen en el libro, Jean encontró la ocasión de hablar con su ya anciano y enfermo padre mientras se recuperaba de una herida de bala recibida en la Primera Guerra Mundial. De esa forma recabó sus primeros recuerdos y así el libro abarca el total de la vida de Renoir.
Ha sido una lectura placentera, que he hecho con calma y que volvería a iniciar. Renoir fue un hombre común, que disfrutaba de la vida y de las personas, y un artista excepcional, dos facetas que su hijo supo plasmar a través de multitud de detalles, anécdotas y citas con las que reconstruye la humanidad de la persona, su manera de entender el mundo y el arte.