Escribí hace casi once años —el tiempo vuela, sin duda— una entrada casi idéntica a la que planeaba escribir hoy: “Los otros libros: el problema de la no-ficción”. Menos mal que la busqué antes de empezar a escribir hoy. Ese texto es una prueba de que estoy empezando a repetirme después de tantos años blogueando (comencé en septiembre de 2010), o, por contra, de que cada uno de nosotros tiene un conjunto de intereses e ideas fijas que realmente no varían a lo largo de los años, aunque podríamos tener la impresión de que la lectura constante debería tener un claro impacto en nuestro pensamiento.

Hace once años mencioné mi creciente alergia a las novelas (aún en aumento), que encontraba la etiqueta ‘no-ficción’ dejada (ahora me parece irritante), y que Lee Gutkind parece ser responsable de la etiqueta algo más elaborada ‘no-ficción creativa’, utilizada para distinguir la no-ficción con aspiraciones literarias del tipo puramente periodístico más pedestre (ver la revista homónima que Gutkind fundó). Mencioné entonces algunas listas: ‘100 best non-fiction books‘ todavía está disponible en el sitio web de la Biblioteca Moderna—a las que agregaré ahora la ambiciosa lista de Robert Crum para The Guardian que cubre cinco siglos y la lista de ‘Must Read Non-Fiction‘ en GoodReads. Wikipedia todavía tiene una entrada para ‘no-ficción’ con una desconcertante variedad de subgéneros, que incluso incluye ‘televisión factual’, es decir, documentales de televisión.

He estado pensando en la no ficción de nuevo estos días después de leer los cautivadores libros de Patrick R. Keefe Say Nothing: A True Story of Murder and Memory in Northern Ireland (2002) y Empire of Pain: The Secret History of the Sackler Dynasty (2021), y de no poder terminar The Age of Surveillance Capitalism: The Fight for a Human Future at the New Frontier of Power de Shoshana Zuboff (2019), un volumen clave para entender el siglo XXI y origen de la indispensable etiqueta ‘capitalismo de vigilancia’. Repasando los comentarios de los lectores en GoodReads con la esperanza de encontrar uno que me tentara a seguir leyendo (todavía no me he rendido), me encontré con muchas quejas contra la prosa poco amigable de Zuboff: “El estilo de escritura innecesariamente adornado hace que el contenido sea más difícil de comprender y retener”, escribió Lucy concisamente; otra lectora indicó que esto es típico de la no-ficción. Hannah Cook especificó que el volumen de Zuboff es como “una tesis doctoral” con su avalancha de datos, algo poco sorprendente, agregó Cook, ya que la autora es una profesora de Harvard. “No es que haya que escribir para los menos listos”, concluyó Cook, “pero esto libro se lee como si intentara deliberadamente ser hiper-intelectual y el resultado es un festival de bostezos gigante”. Hay una lección en todo esto sobre cómo la no-ficción basada en investigaciones intensivas, ya sea periodística (el caso de Keefe) o académica (el de Zuboff), debe generar libros que puedan consumirse sin esfuerzo suplementario.

Sin embargo, sigo confundida sobre por qué la no-ficción abarca un territorio tan amplio, al menos tal como utilizan la etiqueta los lectores, las editoriales e incluso los autores. Keefe menciona en una nota que escribe “no-ficción narrativa” y es cierto que sus dos libros cuentan una historia acompañada de una catarata de información. Su no-ficción es periodismo de calidad sobre individuos en circunstancias históricas y sociales de peso extendido al tamaño de un libro, y Keefe usa la narrativa para endulzar, según creo, la lectura de los pasajes más densos. Funciona muy bien. Me preguntaba, sin embargo, en qué se diferencia esto de The Monk of Mokha (2018) de Dave Eggers, un volumen que me mantuvo interesada en el mundo del café en Yemen a través de la historia del empresario estadounidense-yemini Mokhtar Alkhanshali, y llegué a la conclusión de que no se diferencia mucho, a pesar de que el libro de Eggers está cerca de ser unas memorias escritas por cuenta ajena en muchos momentos. Las memorias que he leído recientemente—Crying in H Mart (2021) de Michelle Zauner y Unorthodox: The Scandalous Rejection of my Hasidic Roots (2012) de Deborah Feldman—también son narrativa de no-ficción, pero, por supuesto, son una narración en primera persona, lo que no es común en el tipo de libros que escriben Keefe y otros periodistas. Como se puede ver, sigo confundida por la gradación del periodismo a las memorias ya que, hasta cierto punto, la no-ficción periodística puede ser personal sin ser exactamente unas memorias. Desde In Cold Blood (1966), de Truman Capote, que podría decirse que inaugura el ciclo actual de la no-ficción moderna hasta, por ejemplo, Stiff: The Curious Lives of Human Cadavers (2003) de Mary Roach, otra fascinante lectura reciente, el autor de no-ficción a menudo está presente en el texto, incluso cuando esto se presenta como puro reportaje.

Sigo, como hace 11 años, desconcertada por la ausencia general de la no-ficción en la universidad. La autobiografía y las memorias, lo que podría llamarse ‘escritura de vida’, han llamado mucho la atención y es común encontrar cursos y publicaciones, aunque no presentando este tipo de textos como no-ficción. Dudo, sin embargo, que alguien esté enseñando en cualquier grado de Literatura Inglesa otros subgéneros de no-ficción. Tal vez alguien podría estar enseñando literatura de viajes (el ‘diario de viaje’ o travelogue aparece en la lista de Wikipedia); después de todo, Bruce Chatwin ya es un escritor canónico, y se pueden incluir en la lista de lectura volúmenes tan deliciosos como Los viajes con un burro en las Cévennes (1879) de R.L. Stevenson, o los muchos libros escritos por mujeres viajeras Victorianas. Sin embargo, no veo a ningún especialista dedicando sus esfuerzos a enseñar, eligiendo al azar subgéneros en la lista de Wikipedia, manuales, divulgación científica, o incluso escritura académica en cursos de Literatura Inglesa. La no-ficción creativa se enseña a través de manuales y cursos universitarios, pero no se enseña como una categoría literaria en las titulaciones de Literatura Inglesa, que yo sepa.

Y, sí, llevo tiempo pensando en enseñar narrativa de no-ficción. Sin embargo, me quedé ojiplática cuando mencioné este proyecto en mi curso sobre películas documentales (2019-20), y un estudiante observó que sería una asignatura muy aburrida. Las películas documentales (para televisión, cine, plataformas de streaming o YouTube) son la rama audiovisual de la no-ficción, como expliqué, así que claramente lo que preocupaba a este estudiante era que leer no-ficción fuera aburrido. No creo que lo dijera porque conociera el género de primera mano sino porque imaginaba una aburrida y larga lectura de un libro lleno de datos (sí, al estilo de Zuboff). Curiosamente, este joven contribuyó a nuestro libro digital Focus on the USA: Representing the Nation in Early 21st Century Documentary Films un maravilloso ensayo sobre el exigente documental de Charles Ferguson Inside Job (2020), adaptación de su propio volumen de no-ficción Inside Job: The Financiers Who Pulled off the Heist of the Century (2012). Quizás la diferencia es que mientras que la película dura 110 minutos la lectura de las 371 páginas del libro lleva considerablemente más tiempo. No obstante, todavía sigo muy interesada en enseñar narrativa de no-ficción, y espero hacerlo en 2023-24, en una de mis asignaturas optativas orientadas a proyectos: no trabajaré con un conjunto cerrado de cuatro o cinco textos, sino que invitaré a los estudiantes a descubrir un conjunto que puedan disfrutar, y publicaré el libro digital de turno.

Este volumen aún quimérico, no es broma, podría ser la primera introducción académica a la no-ficción narrativa. Cambridge UP y Oxford UP, que publican companions introductorios hasta para el rincón más oscuro de la literatura inglesa, no tienen uno para la no-ficción. Me encantaría ofrecerme como voluntaria para editar ese volumen introductorio, pero nunca he publicado sobre no-ficción y no creo que esté cualificada. No veo, sin embargo, que haya un especialista posiblemente porque el territorio es tan vasto que es como llamarse especialista en la novela. Me encantará que alguien corrija mi pobre impresión y me inunde de bibliografía sobre la no-ficción, pero hasta ahora mi búsqueda de fuentes ha llevado a artículos dispersos sobre obras específicas, y solo tres volúmenes. The Art of Fact: Contemporary Artists of Nonfiction (Greenwood, 1990) de Barbara Lounsberry ofrece capítulos sobre Guy Talese, Tom Wolfe, John McPhee, Joan Didion y Norman Mailer; se puede tomar prestado. Pensé que The Art of Creative Nonfiction: Writing and Selling the Literature of Reality (Wiley, 1997), de Lee Gutkind, habría pasado por muchas reimpresiones, pero ni siquiera tiene una segunda edición. La tarea más exitosa de Gutkind es la edición para Norton de una antología de tres volúmenes, The Best Creative Nonfiction (2007-09), que posiblemente se esté utilizando en cursos universitarios. Mi búsqueda en Google me ha llevado a diversos cursos de escritura creativa, pero, insisto, no a cursos de Literatura Inglesa.

Tal vez, se podría pensar, esto es correcto ya que prácticamente ningún género en prosa a parte de la novela tiene un lugar central en los grados de Literatura Inglesa o Estudios Ingleses, con las notables excepciones de la autobiografía y las memorias. Las listas que he mencionado anteriormente demuestran, sin embargo, que hay muchos volúmenes de calidad para elegir tanto para ofrecer asignaturas como para la investigación. Sin embargo, al igual que el estudiante en mi clase de cine documental, los docentes investigadores parecen creer colectivamente que la no-ficción es aburrida y solo podría conducir a asignaturas aburridas en comparación con la enseñanza de ficción. Opino que esta es una percepción errónea, a la que llego después de disfrutar mucho de obras de no-ficción basadas en una buena investigación, y escritas estupendamente en comparación con las aburridas novelas de cualquier género de los últimos años. Pienso que equiparar literatura con novela, y secundariamente teatro y poesía, es un grave error que ha privado a los estudiantes de una educación proveniente de otras obras en prosa no solo mucho más sofisticadas sino también una fuente magnífica de aprendizaje. No estoy diciendo que debamos dejar de leer novelas, sino que la experiencia humana también se retrata en otros tipos de textos narrativos y no narrativos no ficticios.

Escribí en mi post de 2011 que llamar a un libro ‘no-ficción’ es como llamar a los hombres ‘no-mujeres’, lo cual es una aberración y ciertamente causaría mucha ofensa (dejad de usar el adjetivo ‘no-blanco’, por favor). Ofrezco ‘prosa factual’ como alternativa, tal como Wikipedia ofrece ‘televisión factual’, ya que lo opuesto a la ficción es lo factual, no lo no-ficticio. Un tal Walter Blair ya usó la etiqueta en 1963 para un libro llamado Factual Prose: Introduction to Explanatory and Persuasive Writing (Scott & Foresman, 1963), así que tal vez valga la pena rescatarla. No es muy sexy, pero al menos es más precisa que no-ficción. Quedo, en todo caso, a la espera de mejores sugerencias.

Publico aquí una entrada semanal (me puedes seguir en @SaraMartinUAB). Los comentarios son muy bienvenidos. Los volúmenes anuales del blog están disponibles en http://ddd.uab.cat/record/116328. Si te interesa echar un vistazo, mi web es http://gent.uab.cat/saramartinalegre/