Estoy enfrascada en la lectura del ensayo del filósofo y pedagogo Gregorio Luri, La escuela no es un parque de atracciones: Una defensa del conocimiento poderoso, 2020, que, por supuesto, elegí porque estoy de acuerdo con el título. Supongo que así es como el autor escogió alejar a los lectores que podrían estar en desacuerdo con sus puntos de vista.
En esencia, Luri desaprueba todas las teorías pedagógicas actuales que, aplicadas a la enseñanza real en la escuela, han resultado en la visión muy equivocada de que el aprendizaje debe ser divertido y costar sólo un mínimo esfuerzo. Es particularmente crítico con la forma en que las competencias han erosionado la importancia del conocimiento; esta es la razón por la que considera que la noción de “aprender a aprender” no tiene sentido; como él argumenta, a menos que sepas sobre algo (lo que significa que tu memoria retiene información sobre el tema) no hay forma de que realmente puedas aprender, y mucho menos “aprender a aprender”. Si, por ejemplo, mis estudiantes de Literatura Victoriana no han memorizado los nombres de los autores, los títulos de los libros, los conceptos básicos de la Historia Victoriana, no podrán aprender a escribir un trabajo académico sobre ninguno de estos aspectos. O, mejor dicho, sí podrán, pero sus trabajos serán muy pobres. La argumentación de Luri es clara como la luz del día: la acumulación de conocimiento ha sido ridiculizada erróneamente por una pedagogía basada en la adquisición de habilidades, una pedagogía que olvida que nadie puede enseñar o usar ninguna habilidad sin conocimientos previos.
Leí ayer en el diario Nius (sí, así se llama) que Alexandre Sotelinos de la Universidade de Santiago de Compostela, ha ganado el concurso Abanca al mejor profesor universitario de España (el premio se basa en los votos de los estudiantes combinados con los de un jurado). Sotelinos, pedagogo de formación, imparte clases en el Grado de Pedagogía y en el Grado de Formación del Profesorado de Primaria. El artículo no dice qué méritos le han garantizado la victoria en ese concurso; él mismo solo dice que “Lo que hago es intentar reinventarme, aprender mucho de otros compañeros que hacen proyectos increíbles y tratar de llevarlo a mi aula”, el clásico respaldo de la innovación docente.
Lo que me llamó la atención, una vez superada mi profunda envidia de este colega gallego, es cómo lee el dicho “Educación a través de la cabeza, la mano y el corazón” del pedagogo suizo Johann Heinrich Pestalozzi (1746-1827): “Al final lo que nos está diciendo esta idea es que más allá de conocimientos, tenemos que aprender habilidades y a gestionar las emociones. Y que para aprender unas cosas u otras todo está relacionado. Es decir, no podemos aprender nunca bien si nuestro estado emocional no es adecuado”. Para empezar, realmente dudo que la pedagogía del s. XVIII conecte tan claramente con su descendiente del s. XXI; en segundo lugar, la visión de Sotelinos de la educación es precisamente lo que Luri condena como la estrategia fallida que ha convertido erróneamente a las escuelas en instituciones inmanejables donde el aprendizaje ocurre solo de manera irregular, dependiendo de las decisiones de los estudiantes de participar o desconectarse. Y esa no es mi envidia hablando.
Leyendo a Luri me he encontrado cuestionando mi propio conservadurismo como educadora. Algunas de sus propuestas suenan conservadoras pero tal vez tenga que aceptar que soy una docente conservadora. Estoy de acuerdo con él en que el aula no es un lugar para que los estudiantes se entretengan, sino para que estén concentrados y se esfuercen por aprender. Yo misma estoy haciendo el esfuerzo de enseñarles. Los estudiantes de todos los niveles de educación deben aceptar una disciplina básica. Los maestros deben ser respetados y sus lecciones absorbidas en un silencio atento a menos que se les pida específicamente a los estudiantes que hablen. En mi modesta y seguramente antipática opinión, el lenguaje corporal y la expresión facial de los estudiantes deben demostrar que están escuchando y participando activamente en su propia educación y respetando el trabajo de los maestros en el aula.
Además, los estudiantes deben aceptar que el aprendizaje implica hacer un esfuerzo constante; estudiar es necesario, lo que incluye tomar notas, memorizar datos, desarrollar el trabajo utilizando los conocimientos y habilidades adquiridos en clase. Los estudiantes también deben saber que, nos guste o no (y a mí no me gusta), están siendo evaluados, lo que significa que necesitan causar la mejor impresión posible (por su bien, no por el del maestro). La actitud cuenta para la evaluación, como todos sabemos. El aprendizaje, dice Luri y estoy de acuerdo, debe ser un proceso de enfrentarse constantemente a los desafíos en el que los estudiantes pongan a prueba al máximo sus habilidades. En lugar de esto, tenemos al menos el 20% de los estudiantes que no están interesados en aprender, y el problema es que estamos haciendo una larga serie de esfuerzos para involucrar a esos estudiantes en una educación que realmente no les importa mientras descuidamos las necesidades y habilidades de los mejores estudiantes, que en realidad son la mayoría.
Luri menciona como uno de los pedagogos que más firmemente atacó a la escuela tradicional al estadounidense John Holt (1923-1985), autor entre otros libros de The Underachieving School (1969), conocido en traducción al español como El fracaso de la escuela (1977). Resulta que tuve un profesor de Ética en la escuela secundaria que nos pidió que leyéramos este libro, cuando teníamos 15 años. No recuerdo su nombre, pero recuerdo que parecía como si lo estuvieran obligando a punta de pistola a enseñarnos a nosotros, estudiantes de segundo año; perpetuamente amargado y distante, tenía una pedagogía extrañamente mixta, muy suelta pero muy exigente intelectualmente. Parte de su rebeldía contra la escuela fue que se nos permitió sentarnos a nuestro antojo, lo que significa que terminamos en las mesas hasta que vimos que las sillas eran más cómodas. Su verdadera rebeldía, por supuesto, consistía en hacernos leer a Holt (y a Orwell, entre otros) y enseñarnos que la escuela no se gestionaba pensando verdaderamente en nosotros; sin embargo, no fue capaz de establecer ningún tipo de diálogo con nosotros.
Este hombre fue simultáneamente uno de los mejores y uno de los peores maestros que he tenido. Me provocó una profunda conmoción que dura hasta hoy al pedirme que absorbiera la deconstrucción que Holt hizo de la escuela (estadounidense), una deconstrucción tan profunda que Holt terminó promoviendo la educación en el hogar. Este maestro sin nombre fue el primero en pedirme que expresara libremente mis puntos de vista, por lo que le doy las gracias. Aprendí mucho más, sin embargo, de los maestros que creían que la verdadera rebelión contra la escuela consistía en convertirnos en estudiantes profundamente instruidos. Nunca he estado en manos de un maestro que viera su trabajo como simplemente transmitir información. Siempre me enseñaron por imitación, con lo que quiero decir que mis mejores maestros eran tan buenos que solo quería ser como ellos. Los admiraba, y mi propio trabajo era una forma de expresar mi admiración. Aprendí a amar el aprendizaje porque ellos eran sabios y quería ser igual de sabia.
Lógicamente, no todos mis maestros eran sabios, y algunos eran bastante pobres como docentes, pero en la pedagogía que vino antes de la actual, eso no importaba porque lo que importaba eran las habilidades y responsabilidades de los estudiantes. Siempre me dijeron en casa que yo era responsable de mis estudios, al igual que mi padre era responsable de su trabajo. Estudiar era mi trabajo, y tenía que hacerlo bien, independientemente de mis maestros, como él hacía su trabajo, independientemente de sus jefes. Si mis maestros eran buenos, pues suerte que tenía; si eran malos, tenía que compensar sus carencias. Sin excusas.
Obtener una educación se consideraba una tarea difícil: nunca se me habría ocurrido decir que estaba aburrida porque los adultos a mi alrededor habrían respondido que el recreo era donde tocaba divertirse, no el resto de la escuela. Simplemente no recuerdo ningún problema de disciplina entre mis compañeros de ningún nivel, con pocas excepciones que todos entendimos como una minoría y casos muy especiales. Los maestros eran respetados, incluso cuando no gustaban, y la escuela generalmente aceptada, incluso cuando era aborrecible. Los maestros no pasaban una buena parte de su tiempo tratando de que los estudiantes se sentaran y escucharan; Luri dice que ahora emplean el 20% de su tiempo, especialmente en la escuela secundaria. Simplemente estábamos quietos y atentos, del mismo modo que por la calle caminamos en lugar de saltar y pegar brincos como locos, y no se nos ocurre saltarnos lo semáforos porque sí.
Creo que estoy tratando de decir que actualmente hay una impresión errónea de que la educación solía funcionar sobre la base del autoritarismo del maestro y la implementación de una disciplina fuerte por parte de la institución. Esta no es mi impresión de mi propia educación en escuelas primarias y secundarias públicas. Funcionaban bien porque, insisto, los maestros eran respetados, los padres no socavaban su autoridad y los niños generalmente se comportaban bien, entendiendo que eran responsables de su propia progresión. Sin embargo, debido a Holt y muchos otros pedagogos que se rebelaron contra la enseñanza tradicional, ahora tenemos la oportunidad de hacer que el aprendizaje sea realmente emocionante, pero hemos perdido la disciplina personal necesaria para participar en el estudio. Tal vez debería culpar a Pink Floyd. Odio con toda mi alma su idiota himno de 1979 “Another Brick in the Wall” y su coro de niños cantando “No necesitamos educación / No necesitamos ningún control del pensamiento / Ni sarcasmo oscuro en el aula / Maestro, deja a los niños en paz” (traducido suena incluso peor), no solo porque quería una educación con toda mi alma, sino porque en mi experiencia la enseñanza había liberado mi pensamiento y nunca había encontrado sarcasmo, solo estímulo.
Sotolino es optimista y piensa que los maestros de primaria en particular ahora están empezando a ser mejor valorados, siguiendo la información que obtenemos en las noticias sobre el sistema finlandés. No estoy tan segura, pero en cualquier caso mi impresión es que la escuela secundaria sigue siendo la parte más problemática de la educación actual. En mis tiempos, la educación primaria terminaba a los 14 años, y muchos chicos y chicas elegían capacitarse profesionalmente. La extensión de la escuela secundaria a los 16 años en la mayoría de los países significa que los maestros se enfrentan todos los días a una gran ola de resistencia y rebelión adolescente, muy diferente de mi propia escuela secundaria, en la que los jóvenes de 14 a 18 años luchaban por ir a la universidad y, por lo tanto, eran menos propensos a poner en solfa la educación. Encuentro, volviendo a Sotolino y a la “Educación a través de la cabeza, la mano y el corazón” de Pestalozzi, que el corazón ha sido sobre-enfatizado y la mano descuidada; cuando la escuela habla de habilidades y competencias, siempre se refiere a la cabeza.
Lo que digo es que hay que diversificar la educación, acortar el segmento obligatorio, dar a la formación profesional el mismo estatus que la formación académica, hacer de la universidad de nuevo un lugar de generación de conocimientos y no de profesionalización y, sobre todo, respetar a los docentes. La solución no es tratar de entretener a los adolescentes descontentos, sino construir un mejor compromiso con el aprendizaje serio en todas las etapas de la educación. Esto no significa volver a un modelo autoritario sino celebrar la razón principal por la que creció la demanda de educación y se amplió la oferta: se llama superación personal y consiste en llegar lo más lejos que puedas en el desarrollo de tus capacidades, sin importar de qué tipo sean.
La cabeza, la mano y el corazón seguirán los pasos que impongas si estás decidido a sacar el máximo provecho de ti mismo, no más allá del conocimiento, sino más allá de lo que se requiere y se espera de ti. Si lo piensas, la forma en que se te enseña es al final mucho menos importante que la forma en que aprendes. No lo olvides.
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