NOTA: en el original en inglés de esta entrada juego con la expresión ‘having a whale of a time’ que sólo se puede traducir como ‘disfrutar a lo grande’ (o ‘pasarlo bomba’). Aquí me invento ‘disfrutar a lo grande como una ballena’ para estrechar la distancia lingüística.

Michael Quinion explica en su hermoso diccionario en línea de modismos World Wide Words el origen de la expresión ‘having a whale of a time’, que significa disfrutar enormemente. El modismo tiene su origen, como es fácil de conjeturar, en la idea de que las ballenas son animales grandes con los que se pueden comparar grandes cosas. Aparentemente, informa Quinion a sus lectores, la jerga estudiantil estadounidense de principios del siglo XX fue muy prolífica en sus muchas referencias a las ballenas. El artículo de Willard C. Gore, “Student Slang” para The Inlander, revista de los estudiantes de la Universidad de Michigan (diciembre de 1895), define “ballena” como 1. Una persona que es un prodigio ya sea física o intelectualmente (“Es una ballena en el tenis”) y 2. Algo excepcionalmente grande, severo o alegre, de ahí el modismo que “having a whale of a time” (en Quinion). Hacia 1901, señala Quinion, el modismo ya estaba completamente consolidado y “nunca ha desaparecido”.

Este prólogo es mi introducción al problema que he sufrido como lectora estas últimas semanas: no he disfrutado como una ballena leyendo Moby-Dick; or, the Whale (1851) de Herman Melville. Este ha sido, si mal no recuerdo, mi tercer intento de leer este afamado clásico americano y si esta vez he perseverado es solo porque había anunciado a dos colegas especializados en Melville que por fin estaba leyendo el libro. Estoy coeditando un libro llamado Detoxing Masculinity al que uno de mis colegas (Rodrigo Andrés) ha contribuido con un capítulo sobre Moby-Dick y pensé que había llegado el momento de llenar ese lamentable vacío en mis lecturas. Además, mi doctoranda Xiana Vázquez está trabajando en una tesis sobre los humanos como presas, y me parece que la novela de Melville es fundamental para su tesis. Por favor, tened en cuenta que Moby-Dick es un cachalote, un depredador dentado a diferencia de la aún más enorme ballena azul, animal que filtra el agua y así selecciona el menudo krill que consume. Ningún humano ha sido devorados por un cachalote (que se sepa), y a pesar de la constante especulación sobre si la ballena que se tragó a Jonás podría haber sido un cachalote, los estudios científicos indican que el profeta habría sido aplastado en tal evento.

El problema de Moby-Dick no es su extensión (539 páginas en su edición de Project Guttenberg) sino la problemática fusión en el texto de, esencialmente, dos libros: uno, una fábula sobre cómo el Capitán Ahab se obsesiona con la ballena blanca que le amputa una pierna; el otro, un informe de no ficción (no lo llamaría ensayo) sobre la caza de ballenas y las ballenas en sí, en particular los cachalotes. Nam Peruge afirma en una entrada de su blog que los lectores pueden omitir los 100 capítulos no narrativos de la novela y centrarse en los 35 restantes que son narrativos, estrategia que, de hecho, se puede seguir al estilo Rayuela. El problema, como se puede ver, es que si solo se leen los 35 capítulos narrativos no se puede presumir de haber leído Moby-Dick, esta supuesta novela que es más una obra no-ficción que de ficción. El otro gran problema es que mientras que los capítulos narrativos son lo suficientemente competentes como aventura, la larga lista de capítulos no narrativos es bastante aburrida como no-ficción. Soy una lectora diría que paciente pero a pesar de mi amor por la no-ficción y de estar habituada a la prosa académica, que suele ser bastante seca (incluida la mía), tuve muchas dificultades para leer más de treinta minutos seguidos la prosa en excesivo detallada de Melville. El día que leí Moby-Dick durante una hora seguida estaba en un tren sin nada más que hacer (o leer).

De hecho, he utilizado con Moby-Dick un viejo truco de mis días de estudiante, que consistía en combinar los libros que tenía que leer para la clase pero que no me gustaban con un libro que me encantaba. Si leía una buena parte del texto obligatorio, entonces me permitiría leer un poco del que prefería. Por puro accidente, mi elección de compañero para Moby-Dick resultó ser una combinación perfecta. The Tiger: A True Story of Vengeance and Survival (2010) de John Vaillant (que deberías apresurarte a tomar prestado de Internet Archive antes de que lo cierren, como podría suceder), es un emocionante volumen narrativo de no-ficción sobre la caza de un tigre siberiano devorador de hombres. Vaillant cuenta, además, la historia de esta especie y de cómo el colapso de la Unión Soviética llevó a su desesperada situación. Su obra queda tan cerca de Moby-Dick en muchos sentidos que Vaillant incluso usa como epígrafe una cita de Melville para uno de los capítulos. Los dos libros difieren, sin embargo, en un punto importante: a pesar de que The Tiger es la mezcla perfecta de lo informativo y lo narrativo a la que Melville apuntaba, nunca competirá con Moby-Dick porque los libros de no-ficción todavía sufren del absurdo prejuicio de ser considerados inferiores a la ficción.

Esto se debe a la adoración moderna de la imaginación autoral. La ironía es que aunque Melville inventó al Capitán Ahab y tuvo la idea de hacer que su cachalote fuera albino (ver lo popular que es hoy en día la ballena jorobada blanca Migaloo), este autor se inspiró en un episodio histórico muy conocido, el del hundimiento del ballenero Essex en 1820 por un cachalote. El primer oficial Owen Chase publicó al año siguiente su Narrative of the Most Extraordinary and Distressing Shipwreck of the Whale-Ship Essex, relato que llevó a Melville a escribir su novela 30 años después. El suceso del Essex inspiró también al autor estadounidense Nathaniel Philbrick a escribir un volumen de no-ficción verdaderamente admirable, uno de los mejores libros que he leído, en cualquier género: In the Heart of the Sea: The Tragedy of the Whaleship Essex (2000), que ganó el National Book Award for Nonfiction. En 2015 Ron Howard lanzó la adaptación cinematográfica, una película de ficción (no un documental) con Chris Hemsworth interpretando a Chase (que no era tan guapo…).

Los muchos lectores que comparten sus problemas con Moby-Dick en Goodreads (ver el completísimo comentario de ‘Matt’) mencionan la obra maestra de Philbrick como un volumen que, a diferencia del de Melville, les hizo disfrutar como ballenas. Mi colega Nick Spengler, que quiere enseñar Moby-Dick en una optativa semestral, me dice que la novela de Melville debe abordarse como una construcción singular en lugar de una novela estándar. Me contó que los ilustres Francisco Rico y Gonzalo Pontón compartieron en la UAB una asignatura optativa similar sobre El Quijote, un texto también compuesto y no lo que ahora conocemos como novela. Mi impresión es que nuestros estudiantes tendrán dificultades para leer a Melville, aunque confío en que si alguien puede hacer que Moby-Dick sea atractiva, este es Nick. Yo misma me matricularía en su clase. Como le dije, estoy planeando enseñar un curso de no-ficción en 2023-24, que sin duda incluirá In the Heart of the Sea, por lo que bien podría ser que los estudiantes lean los dos libros simultáneamente. ¡Será un experimento interesante!

El otro gran problema al que se enfrenta hoy la (supuesta) obra maestra de Melville es su enfoque insensible hacia las ballenas y la caza de ballenas, como muchos otros comentaristas han notado. Un pasaje del Capítulo 41 resume todo lo que rechina en el trato que esta novela da a los animales; me refiero a las líneas que describen el desmembramiento de Ahab. El capitán estaba atacando a la ballena con una “hoja de seis pulgadas” cuando el animal “segó la pierna de Ahab”, en una acción que solo puede llamarse autodefensa pero que Ahab lee como pura “malicia”. Desde que perdió su pierna, Ahab “había acariciado un deseo de venganza salvaje contra la ballena”, “como la encarnación monomaníaca de todas esas presencias maliciosas por las que algunos hombres profundos creen ser devorados”. Melville escribe que Ahab identifica la “malignidad intangible que ha existido desde el principio” con la “aborrecida ballena blanca”, y concluye que Ahab “apiló sobre la joroba blanca de la ballena la suma de toda la ira general y el odio sentido por toda su raza desde Adán hasta sus días”.

Melville es lo suficientemente sutil como para que podamos leer a Ahab como un loco que persigue injustamente a un animal que debe sentirse aterrorizado y que intenta, en consecuencia, huir de su enemigo y, más tarde, salvar su propia vida para siempre [AVISO DE ESPÓILER] destruyendo el barco ballenero del capitán, el Pequod. Sin embargo, en el capítulo 105 Melville descarta el relato de cómo la inclemente caza de ballenas de los s. XVIII y XIX casi exterminó a estos otros mamíferos con la observación bastante absurda de que dado que otras especies cazadas en mayor número aún sobreviven (se refiere a los elefantes), “consideramos que la ballena es inmortal en su especie, por perecedera que sea en su individualidad”. Tal vez debido a la reacción negativa que todo esto provoca en los lectores contemporáneos, Moby-Dick puede estar funcionando hoy como una potente defensora de los derechos de los animales. Estoy segura de que muchos lectores aplauden cuando [AVISO DE ESPÓILER] la ballena se lleva a Ahab (presumiblemente para ahogarlo, no para devorarlo).

Deseo, por último, elogiar a Ray Bradbury, por ser uno de los mejores lectores de Herman Melville. John Huston encargó a Bradbury que escribiera el guion de la película finalmente estrenada en 1956. Bradbury era entonces bastante conocido, pero no estaba familiarizado con Moby-Dick, y encontró la doble tarea de adaptar el libro y soportar el maltrato de Huston apenas soportable. Narró su terrible experiencia en Green Shadows, White Whale (1992), que son sus memorias ligeramente ficcionalizdas de los casi dos años que pasó en Irlanda escribiendo el guion, mientras Huston bebía, llevaba una agitada vida social y disfrutaba de las carreras de caballos. El director, por cierto, le robó un crédito de escritura a Bradbury, ya que no fue coautor del guion. Parece que Steven Spielberg quería mostrar en Tiburón (1975) a su pescador Quint (Robert Shaw) viendo Moby-Dick de Huston, para enfatizar las similitudes del personaje con el obsesivo Ahab, pero el actor Gregory Peck, quien interpretó a Ahab, no lo permitió. Peck, impuesto por Warner Bros. en contra de los criterios de Huston aunque el actor no era consciente de ello, siempre estuvo descontento con un papel que le llegó con solo 38 años (Ahab tiene 58). Vi la película (otra vez) justo después de terminar la novela y debo decir que para mí Peck sigue siendo el Ahab perfecto. Hay muchas otras adaptaciones, pero esta tiene un encanto pintoresco que la hace única. Por cierto que Russell Crowe, actualmente de 58 años, podría ser hoy un gran Ahab.

No tengo espacio aquí para comentar si Melville era consciente de los elementos queer obvios en la relación entre el narrador Ishmael y su amigo polinesio el arponero Queequeg, pero me maravilla que los lectores originales no vieran nada peculiar (que es lo que queer significa) en su amistad. Solo desearía que esa parte de Moby-Dick fuera más larga, y que la pareja [AVISO DE ESPÓILER] pudiera sobrevivir, feliz para siempre en una exuberante isla tropical desierta con el pobre cachalote como compañero, los tres disfrutando como ballenas.

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