Cuando empecé a pensar en el post de hoy, tuve una cierta sensación de déjà vu. Revisando entradas anteriores encontré una de enero de 2014 titulada “Autores mal pagados y sobrevalorados: lectura jerárquica en la era de la globalización” [“Underpaid and Overrated Authors: Hierarchical Reading in the Age of Globalization”] en la que analizaba un artículo publicado en The Guardian según el cual, como reza el título, “La mayoría de los escritores ganan menos de 600 libras esterlinas al año”. Hoy me centro nuevamente en el asunto de las ganancias de los autores debido a un artículo de Joanne Harris, actual presidenta del comité de gestión de la Sociedad de Autores del Reino Unido, aparte de ser una autora muy conocida. El artículo se titula “Las ganancias horriblemente bajas están expulsando a mis colegas autores, y sí, eso realmente importa” [“Horribly low pay is pushing out my fellow authors – and yes, that really does matter”].

            Harris cita una encuesta realizada por la Authors’ Licensing and Collecting Society (ALCS), la cuarta desde 2006. Esta encuesta es también el tema central de otro artículo, de Sarah Shaffi, “Las ganancias de los escritores se han desplomado, con las mujeres, los autores negros y mestizos peor afectados” [“Writers’ earnings have plummeted – with women, Black and mixed race authors worst hit”]. Según el informe de ALCS (realizado en realidad por el Centro de Investigación de Derechos de Autor y Economía Creativa del Reino Unido, CREATe, con sede en la Universidad de Glasgow), los autores profesionales británicos “van ganando una media de solo £7,000 al año”, situación que sugiere que la palabra ‘profesional’ se está convirtiendo en un oxímoron. La ALCS pinta en consecuencia un panorama sombrío según el cual la escritura podría convertirse en “el dominio exclusivo de los privilegiados”. El artículo de Shaffi señala que ha habido una caída del 33% en las ganancias de los escritores desde 2018, y del 43% desde 2007, “cuando los ingresos medios eran de £12,330”, demasiado bajos para garantizar un nivel de vida razonable.

            En su artículo Harris habla de escritores sometidos a los caprichos de la suerte una vez que publican sus libros, en un mercado errático que favorece a los grandes nombres sobre los recién llegados. Las cifras indican que el 10% de los autores (adivinen sus nombres) reciben el 47% de todas las ganancias. Harris advierte que “necesitamos comenzar a ver contratos con pagos justos, anticipos más altos, mejores condiciones de remuneración, mejor control de los derechos y una contabilidad más clara, como hemos pedido en la campaña de la Sociedad de Autores”. En el artículo de Shaffi, Nicola Solomon, directora ejecutiva de la Sociedad, se refiere con amargura a que los editores se jactan de sus “ganancias récord” mientras que los escritores luchan por recibir “un pago digno”. Parece, así pues, que la raíz del conflicto es el enfoque de los editores, que entienden la escritura como máquina generadora de grandes éxitos en lugar de garante de un mercado sostenible para todos los autores.

            El informe de la ALCS, informa Sarah Shaffi, “también encontró una brecha salarial de género del 41,4% entre hombres y mujeres”, y corroboró que los ingresos de las autoras disminuyeron más rápido que los de los hombres. Del mismo modo, los autores negros y de raza mixta ganan mucho menos que los autores blancos, y “experimentan pérdidas más pronunciadas año tras año”. Todo esto contrasta con la impresión optimista que producen los premios y los trabajos de los académicos más progresistas en relación con la supuesta evolución de un mercado editorial cada vez más inclusivo. Vuelvo al argumento que presenté en mi entrada anterior sobre cómo el dominio actual de las mujeres en los premios en el campo de la ciencia ficción no está llevando a una revolución similar de las ventas, todavía dominadas por autores varones blancos tradicionales.

            Posiblemente todo se reduce a cuánto dinero tienen los lectores en sus bolsillos, que es considerablemente menos que antes de la crisis de 2008. En un contexto anterior a la crisis, muchos lectores, incluida yo misma, íbamos regularmente a las librerías y gastábamos dinero en libros menos conocidos en una especie de apuesta por diversión. Yo solía ir a Gigamesh aquí en Barcelona y volver a casa con una bolsa llena de libros de bolsillo sobre CF, lo suficientemente baratos como para probar suerte sin reparos. Tras la crisis de 2008, todos somos más cautos con nuestro dinero. Los lectores que compran muy pocos libros al año compran aún menos (quizás solo un libro para Sant Jordi, nuestro Día del Libro local). Los lectores que leen con frecuencia usan más las bibliotecas y, por supuesto, se descargan libros ilegalmente. Como todos sabemos, una cosa son las ventas y otra muy distinta cuántas veces se lee un libro por medios legales o ilegales. En resumen, las ventas tan altas del 10% de autores superventas son fáciles de explicar: los lectores prefieren gastar su poco dinero en opciones seguras. No creo que las ventas más bajas del 90% de los escritores lejos de la cima tengan nada que ver con su género o raza, sino con la creciente resistencia de los lectores a gastar dinero en libros con los que están menos familiarizados.

            Las preocupaciones sobre la devaluación del trabajo creativo también están muy extendidas en otras áreas artísticas, desde la música hasta la fotografía. No sé cuál es la situación en el mundo del arte, en el que el objeto único todavía domina y las copias se ven como fraudes, pero todos los productos culturales que pueden circulan como copias descargables ilegalmente han visto sus mercados drásticamente disminuidos. La suscripción a plataformas puede haber disminuido la piratería, pero no está ayudando a los autores a ganar lo que merecen (pienso aquí en Spotify). Además, ha matado las ventas de CDs o, para películas, de DVDs. Las plataformas de suscripción para libros no han despegado, tal vez con la excepción de Audible para audiolibros, pero también podrían ser un factor clave para el futuro de la autoría. Además, queda claro que, trabajemos para una pequeña prensa independiente o un gigante corporativo, los autores estamos atrapados por convenciones comerciales absolutamente explotadoras. Que los autores reciban entre el 8 y el 10% el precio del libro como regalías es, simplemente, vergonzoso. Pienso que los autores siempre deberían ganar más dinero que sus editores, pero la posible solución a ese problema, el sueño de que cada autor vendiera directamente sus libros a través de sus webs, nunca se ha materializado. Incluso los autores auto-publicados ponen su trabajo en manos de Amazon, donde no es más probable que se vea que en su propio sitio web.

            Tal vez, y sé que es un pensamiento inquietante, el mercado del libro no es lo suficientemente grande como para garantizar la profesionalización de la mayoría de los escritores. Los autores parecen estar atrapados entre las expectativas de ganancias de los editores y la falta de fondos de los lectores para invertir en la compra de libros, pero tal vez sus ingresos son tan bajos porque el mercado está saturado. Para que los escritores obtengan ingresos de clase media, que es, posiblemente, lo que la mayoría de los autores esperan viendo a sus colegas más exitosos, el mercado debería crecer. Los editores lógicamente se resistirán a ofrecer mejores contratos a menos que el mercado crezca, pero la lectura no es en este momento el tipo de actividad que puede atraer a más personas. El hábito de leer no se expandirá más entre la población adulta, una vez pasado el encierro causado por la Covid-19, y los jóvenes parecen estar interesados en los géneros dirigidos a ellos (como la ficción juvenil) pero no en lectura per se. De hecho, la única industria cultural que sigue creciendo rápidamente son los videojuegos, con jugadores en todos los grupos demográficos por debajo de los sesenta años. Tal vez los aspirantes a autores deberían considerar comenzar sus carreras como escritores de videojuegos.

            Algo que me desconcierta en los dos artículos que estoy comentando es lo que solo puedo llamar un sentido del derecho a profesionalizarse en relación con el lenguaje. Los autores que escriben en inglés (o español, o mandarín) pueden aspirar a la profesionalización porque su idioma es hablado por cientos de millones. Las cosas son muy diferentes para los autores que escriben en otros idiomas, con solo un puñado de millones de hablantes o menos. En el área de lengua catalana, con cerca de 10 millones de hablantes, hay muy pocos escritores profesionales a pesar de que el mercado del libro funciona bastante bien. Islandia, con una población de solo 372.295 personas (2021) publica 1.500 títulos al año en islandés, algo maravilloso si bien dudo que alguno de sus escritores sea profesional a tiempo completo. En cambio, he conocido a jóvenes escritores británicos que habían abandonado ocupaciones menos glamurosas en cuanto su primer libro había vendido más de 50,000 copias. Esta cifra, que parece inmensamente exitosa, podría no ser suficiente, sin embargo, para sostener una larga carrera en un mercado tan volátil como el del libro. Mi suposición es que un escritor catalán, o islandés, mantendría pese a tal éxito su trabajo no literario sin asumir la profesionalización de inmediato.

            También debemos preguntarnos si la profesionalización es un objetivo deseable. Obviamente, cualquier persona con una fuerte vocación argumentará que nadie puede ser bailarina o escultor a tiempo parcial, y que, idealmente, una persona talentosa debería ser capaz de usar todo su tiempo en desarrollar su arte. Ocurre, no obstante, que soy bastante escéptica en relación a cómo la escritura encaja con esta idea. Hay innumerables ejemplos de escritores que produjeron obras de alta calidad mientras trabajaban ocho horas al día en otra profesión. Solo por nombrar dos, Anthony Trollope era inspector escolar, Philip Larkin era bibliotecario. Un escritor verdaderamente vocacional, como un lector verdaderamente vocacional, encuentra tiempo para los libros. Si los libros que escribe un autor generan suficientes ingresos como para liberarlos de emplearse en otra profesión perfecto, pero los autores también necesitan ser realistas y no esperar que su escritura sea un medio para ganarse la vida.

            Cada autor trabaja para un mercado en particular y debe conocer las reglas de ese mercado. Nadie que publique libros académicos soñaría con dejar la enseñanza para trabajar a tiempo completo como escritor en ese género porque nuestro mercado es pequeño y nuestras ganancias rozan lo inexistente (¡ya me gustaría ganar £7,000 al año, o incluso £600!). Los novelistas trabajan para un mercado mucho más grande, pero dado que tan pocos pueden mantenerse escribiendo novelas, ¿por qué suponen que sus ganancias deberían bastar para mantenerlos? Tal vez se hayan unido al mercado editorial esperando ser el próximo Stephen King, pero semejante éxito solo está al alcance del 1% de todos los novelistas. King también tuvo muchos trabajos humildes, por cierto, antes de convertirse en el King que conocemos hoy.            

En resumen: sí, el mercado del libro necesita crecer (y podría crecer si la lectura se pone de moda) y sí, los autores deberían ganar mucho más gracias a mejores contratos. Sin embargo, los autores deben ser realistas y entender que su mercado (nuestro mercado) es bastante pequeño y está muy superpoblado, teniendo en cuenta además que el número de lectores no está creciendo y que los lectores son hoy mucho más pobres de lo que eran en 2008. No estoy diciendo a los autores, jóvenes o viejos, que deban dejar de escribir. Lo que digo es que no deben abordar la escritura como una profesión a tiempo completo sino como una actividad complementaria, como lo ha sido para muchos otros escritores en el pasado. Esto es realista. Una visión de la profesión en la que la mayoría de los autores ganan, digamos, 50.000 euros al año no lo es. El mercado del libro nunca ha funcionado de esa manera y nunca lo hará, excepto para ese afortunado 10% en la parte superior de las listas de ventas.