Me siento provocada a escribir hoy por una tesina de máster según la cual en American Psycho (1991) Bret Easton Ellis manipula a los lectores para que compartan con su protagonista, Patrick Bateman, el placer que siente cuando tortura, mutila y mata a sus víctimas. Le otorgaré a la estudiante en cuestión un Sobresaliente porque ha investigado y escrito su disertación con talento, pero también necesito expresar mi total desacuerdo con su tesis. Esto sucede: como profesores necesitamos distinguir entre las habilidades académicas y el contenido en los ejercicios de los estudiantes, siempre que, por supuesto, dicho contenido no sea totalmente descabellado. Siempre les digo a mis estudiantes de Literatura Victoriana que si intentan convencerme de que Grandes esperanzas es una historia sobre abducción alienígena, no irán muy lejos; otra cosa es estar en desacuerdo sobre un punto controvertido dentro de los límites de lo que es relevante en un texto.

            Mi hermano, un fan de American Psycho como yo misma, me regaló la novela más reciente de Ellis, Los destrozos (The Shards), el pasado día del libro de Sant Jordi. Me perdí horas y horas en el relato cada vez más desquiciado del protagonista sobre sus días de adolescencia. Que el joven se llame Bret Easton Ellis es la forma post-postmoderna del autor de jugar con sus lectores, una broma que algunos críticos han encontrado de muy mal gusto, pero que me encandiló. Hay indicios menores de que el ficticio Bret Ellis podría haber estado estrechamente relacionado con su hermano literario Patrick Bateman. No estoy diciendo que sean el mismo hombre (no creo que lo sean), pero mientras que American Psycho narra las tenebrosas hazañas de una mente masculina terriblemente descarriada, Los destrozos narra cómo un joven comienza a desvariar. Sin duda hay cierto vínculo.

            Muchos críticos y lectores denunciaron que este no es el momento adecuado para contar una historia sombría sobre adolescentes californianos blancos privilegiados y su ambiente ultra-capitalista de la década de 1980, bajo la presidencia de Reagan, pero yo era una joven sin privilegios en la misma época, a muchos kilómetros de distancia, y me ha fascinado cómo la misma música, las mismas películas, los mismos programas de televisión pueden llenar las vidas de los adolescentes de manera tan diferente. Los adolescentes ricos en The Shards no son tan diferentes de los adolescentes pijos que podía ver en los barrios ricos de Barcelona, y lo que Ellis está haciendo aquí a riesgo de arruinar su propia reputación personal es recordarnos que el corazón del privilegio está podrido, particularmente en el caso de algunos jóvenes inseguros que no saben cómo lidiar con su sexualidad y su endeble masculinidad.

            Curiosamente, no he escrito sobre American Psycho, excepto algunos pasajes de mi tesis doctoral, y una comunicación de congreso inédita, “Teaching Politically Incorrect Contemporary Gothic Fictions: Bret Easton Ellis’ American Psycho (1991) and Stephen King’s Misery (1987)”, de 1999, en la que expliqué por qué algunos textos de terror son casi imposibles de enseñar en clase dado su contenido tan gráfico. Veinticuatro años después sigo sin cambiar de opinión: nunca enseñaría la controvertida novela de Ellis porque creo que es un texto que se consume mejor en privado y que se debe debatir a través de publicaciones académicas (y de otros tipos, claro).

            El principal problema, como demuestra la tesina que he leído, es que es difícil para los lectores menos experimentados entender que una narración en primera persona no siempre está diseñada para que los lectores simpaticen o empaticen con el protagonista. La autora de la tesis argumenta que así es como funciona la novela: Ellis muestra que es un novelista maestro al borrar totalmente la distancia entre su protagonista masculino psicópata y los lectores para hacerles sentir lo que Bateman siente, es decir, placer. Estoy totalmente en desacuerdo con este punto de vista.

            Creo que Ellis realmente diseñó American Psycho con un doble propósito. Por un lado, describe hasta el último espantoso detalle lo brutal que puede ser un hombre cuya mente está profundamente enferma; Patrick Bateman es monstruoso y Ellis nos reta a acercarnos lo más posible a él para comprender cómo es una mente hecha trizas. Por otro lado, Ellis se está burlando sutilmente de los lectores que se acercan demasiado al insinuar que ellos mismos podrían ser psicópatas dada su falta de empatía por las desafortunadas víctimas (si es que Bateman mata a alguien y no está simplemente fantaseando todo el tiempo).

            Y, sí, estoy cometiendo el crimen académico de dar por sentado que las intenciones de un autor pueden ser entendidas pero es que American Psycho es ese tipo de novela contra la que todavía se están perpetrando muchos otros crímenes académicos. Para empezar, el uso de Ellis de la voz narrativa en primera persona ha sido malinterpretado muchas veces, como sucede con otros textos controvertidos. He estado enseñando este semestre Las minas del Rey Salomón y es sorprendente ver con qué frecuencia se supone que las opiniones del personaje principal, Allan Quatermain, son las del autor, H. Rider Haggard. Nadie cree, sin embargo, que Charles Dickens y Pip en Grandes esperanzas sean el mismo hombre.

            No hay, así pues, motivos para afirmar que los horribles actos de violencia de Bateman, su clasismo y misoginia son una expresión directa de la propia postura de Ellis, aunque esto es lo que muchos lectores, sobre todo mujeres, asumieron. Como mujer feminista, leí American Psycho como el retrato de un profundo malestar en el corazón de la villanía patriarcal capitalista de Wall Street, aunque al mismo tiempo entiendo que Bateman pertenece a un mundo de pesadilla diferente del imperio codicioso de Gordon Gekko en la película de Oliver Stone Wall Street. Bateman, y esto es importante, está demasiado enredado en su propia psicopatología para ser mínimamente funcional, razón por la cual su voz narrativa oscila entre lo escalofriante y lo ridículo. Se supone que los lectores no deben estar de su lado; tenemos que observar el espectáculo Sadeano y sádico de su locura al igual que ‘disfrutamos’ de otros monstruos psicópatas como Freddy Krueger o Norman Bates.

            Lo que hace que Bateman sea particularmente peligroso es la poderosa prosa de Ellis y que American Psycho fue comercializada como literatura convencional (por Vintage después de que Simon & Schuster intentara destruir la novela) y no como ficción de terror. Habiendo subrayado un punto que otros defensores de esta novela han comentado, me gustaría señalar que esta novela se publicó solo dos años después de la ejecución en la silla eléctrica del notorio violador y asesino en serie Ted Bundy. He escrito recientemente sobre Bundy en mi nuevo volumen American Masculinities in Contemporary Documentary Film: Up Close Behind the Mask, en el que analicé la miniserie de Netflix Conversaciones con un asesino: Las cintas de Ted Bundy. En estas cintas, grabadas para el libro escrito por dos periodistas en que se basa la miniserie, Bundy (que era licenciado en Psicología) ofrece un diagnóstico de su propio caso en tercera persona. Bundy argumenta que ‘él’ estaba dominado por fantasías sexuales misóginas que podrían haber sido reprimidas si no fuera porque encontró en la pornografía pulp (relatos, no imágenes) una inspiración, o modelo, para cometer sus crímenes. Uno de los periodistas que lo entrevistó gruñe airadamente que “si todos los hombres que consumen pornografía se vieran afectados de esa manera, el mundo estaría lleno de Ted Bundys” y, por supuesto, tiene razón: necesitas estar mentalmente enfermo, incapaz de distinguir entre fantasía y realidad, para que tu consumo de pornografía se convierta en la base de cualquier acción violenta real.

            Lo que quiero decir es que Ellis siguió un camino similar para Bateman (tanto él como Bundy son aparentemente hombres bien adaptados y apreciados) pero se preguntó si un hombre de clase alta también podría ser un asesino en serie, ya que, hasta entonces, solo los hombres de clase trabajadora y clase media baja habían sido caracterizados como tales. Para construir la voz narrativa de Bateman, Ellis parece haber mezclado las declaraciones más banales de Bundy sobre su propia psicopatología con la voz narrativa en primera persona absolutamente aterradora de Jim Thompson en El asesino dentro de mí (The Killer Inside Me, 1952). En esa obra, comercializada como novela negra, Lou Ford es un sheriff con una doble vida, un modelo que se remonta a la obra maestra de R.L. Stevenson El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde (1886), con la diferencia de que mientras Mr. Hyde nunca narra lo que hace, Ford y Bateman sí lo hacen, en todos sus inquietantes detalles. Esta violencia pornográfica era común en el porno pulp que consumía Bundy, y en la ficción negra a la que pertenece la novela de Thompson, pero se volvió terriblemente ofensiva cuando cruzó a la corriente principal de la novela literaria, como he señalado.

            Cuando estaba leyendo American Psycho por primera vez, en pleno apogeo de su notoriedad justo después de la publicación, una amiga me dijo que lo que más la desconcertaba era pensar en Ellis escribiendo y reescribiendo las escenas de tortura hasta que obtuvo el efecto deseado. Siempre pienso en su observación. J.K. Rowling confesó que había llorado mucho cuando escribió la escena en la que un personaje muy querido en la serie Harry Potter es asesinado; cuando su esposo le preguntó por qué se había sometido a tanto dolor, ella respondió que era necesario para la trama. Ahora imaginad a Ellis despertándose cada mañana durante meses, o tal vez años, para convertirse en el ventrílocuo de Patrick Bateman y arrojar esa basura espantosa por su teclado. Por lo que sabemos, Ellis no es un asesino en serie, lo que significa que su imitación de la voz de su personaje principal debe haber sido un desafío, por decirlo suavemente. Thomas Harris eligió la voz narrativa en tercera persona para acercarse a Hannibal Lecter, poniéndose del lado primero del experimentado agente del FBI Will Graham y más tarde de la agente novata del mismo cuerpo Clarice Starling para acercarse al monstruo. En el caso de Bateman, no hay filtro entre autor y personaje, no hay zona de amortiguación entre protagonista y lector. Esto, por supuesto, puede ser confuso, pero no debería serlo.

            Estoy convencida de que American Psycho debe ser leída como una sátira sobre esos hombres yuppies exaltados por el sistema capitalista como grandes ganadores, pero echando la vista atrás, ahora que vivimos en un mundo dominado por hombres hegemónicos como Mark Zuckerberg, Jeff Bezos o Elon Musk, parece ser, también, un retrato de la psicopatología general del sistema capitalista estadounidense. Los tres hombres que he mencionado son emprendedores y, por lo tanto, tienen cierto mérito como creadores de nuevas ideas, nos gusten o no. Bateman, de hecho, trabaja en un fondo de inversión de un banco financiero y, como tal, está más cerca del grupo elitista de villanos que causó el colapso económico del mundo en 2008.

            Os recomiendo el excelente documental de Charles Ferguson Inside Job y la lectura del volumen del mismo título, obra también de Ferguson, para entender este tipo de hombre. Los peces gordos del pasado capitalista, los hombres barrigudos que despreciaban a los demás cigarro en mano, han sido reemplazados ya desde la década de 1980 por tipos más elegantes, como Bateman, que ahora se presentan como hombres de acción que llevan vidas de playboy, aunque sean padres de familia. Ferguson describió cómo los amos financieros del universo actuaron motivados por la codicia, y al amparo de una total desregulación legal, para crear una enorme estafa piramidal que destruyó muchas vidas mientras ellos aún disfrutaban de sus bonos anuales y sus bancos eran rescatados con dinero público. Estos crímenes me parecen más obscenos que los asesinatos de Bateman, pero tal vez Ellis no sabía lo suficiente sobre finanzas para caracterizar a su protagonista como un estafador de primera clase y no solo un asesino en serie. En términos del círculo de Wall Street, me sorprende que Bateman sea tan poca cosa; Gordon Gekko probablemente lo despreciaría.

            Para concluir, repetiré mi tesis principal: American Psycho no está diseñada para que los lectores conecten, empaticen o simpaticen con su protagonista, un hombre que sufre de una psicopatología profunda, sino para hacernos ver cuán disfuncionales pueden ser los hombres en posiciones privilegiadas. Sean sus crímenes reales o una fantasía, Bateman lucha por establecer sus credenciales como hombre hegemónico en el mundo altamente competitivo de Wall Street, en el que de hecho es un don nadie. Bateman arremete contra aquellos más débiles que él, queriendo reforzar su masculinidad insegura y aberrante, pero no gana reconocimiento y sus crímenes, suponiendo que sean reales, son ignorados.

            Ningún lector que esté mentalmente bien equilibrado y que posea una capacidad normal para la empatía puede ponerse del lado de Bateman, y si lo hace, entonces hay que decirle que es el objetivo de la sátira de Ellis, quien nos está diciendo que el mundo está lleno de hombres que secretamente fantasean con la violación, la tortura y el asesinato. Bateman, hay que subrayarlo, no es normativo: él es el Otro anormal, el psicópata loco como Jekyll y Hyde. Como tal, no es el portavoz de Ellis, sino un espantapájaros que usa para advertirnos que hay algo profundamente podrido en el núcleo de la sociedad capitalista estadounidense, en la década de 1980 y ahora. Los yuppies eran envidiados y admirados entonces, pero a través de Bateman Ellis nos dice que eso no es lo que debemos sentir por ellos. Tomando prestado el título de la obra maestra de Hunter S. Thompson, un escritor que habría disfrutado de la sátira de Ellis, Bateman debería provocar, siempre, miedo y asco, nada más.