Estoy leyendo la biografía que Ruth Franklin publicó de la autora estadounidense Shirley Jackson, subtitulada A Rather Haunted Life (2016), y me he encontrado con un par de pasajes en el Capítulo Uno (“Foundations: California 1916-1933”) que me gustaría comentar. Franklin informa que Samuel C. Bugbee, “el primer arquitecto de San Francisco y tatarabuelo de Jackson” construyó en la década de 1870 los lujosos “palacios de millonarios” de la ciudad para los ‘barones ladrones’ que se enriquecieron con sus inversiones en el ferrocarril transcontinental estadounidense, terminado en 1869. “Casi un siglo después”, afirma Franklin, Jackson recurrió a estas mansiones “en busca de inspiración cuando necesitó un modelo para la casa embrujada en su novela más famosa”, The Haunting of Hill House (La maldición de Hill House, 1959).

            Como Franklin informa unas páginas más adelante, dado que las mansiones de la Nob Hill de San Francisco fueron destruidas por el incendio que siguió al devastador terremoto de 1906, Jackson solo había visto los grandes y extravagantes edificios de Bugbee en imágenes. En 1958, cuando se le ocurrió la trama para The Haunting, mientras vivía en Vermont, le pidió a su madre esas fotos, porque, según escribió Jackson, “Todas las viejas casas de Nueva Inglaterra son del tipo cuadrado clásico que no quedará embrujado ni en un millón de años”. La ironía es que todos los lectores asumen que Hill House es una casa típica de Nueva Inglaterra (Jackson no menciona ninguna ubicación), que nada tiene que ver con la soleada California. La madre, Geraldine, continúa Franklin, envió a la hija “recortes de periódicos que identificó como ‘posibles orgías arquitectónicas de mi bisabuelo’, incluida la Casa Crocker. ‘Me alegro de que no sobreviviera al terremoto’, comentó más tarde”. La Crocker House, edificio de tres plantas diseñado por Bugbee pero terminado después de su muerte en 1877 por otras manos, parece hoy horrible, como se puede apreciar. No obstante, Aimée Crocker informa que la casa “Apareció en el libro y el álbum fotográfico Artistic Houses of California, publicado originalmente por la San Francisco Newsletter en 1888, proclamada como ‘una de las obras maestras arquitectónicas más bellas que se pueden encontrar en cualquier Estado de la Unión’”.

            La diferencia entre los dos pasajes que he citado es que mientras que el primero sugiere una especie de conexión Freudiana entre la imaginación de Jackson y el trabajo arquitectónico de su antepasado, el segundo demuestra cómo funcionan realmente los escritores. Jackson quería escribir una historia sobre una mansión embrujada y, al estar familiarizada con el trabajo de Bugbee, le pidió documentación a su madre. Al no tener un tatarabuelo que construyera castillos en Transilvania, Bram Stoker buscó documentación en la British Library, aunque otros afirman que usó el castillo de Slains, en Cruden Bay (Escocia), como su inspiración para el castillo de Drácula. El propio biógrafo de Stoker, David J. Skal, rechaza en su volumen Something in the Blood (2016) que Slains, “donde Stoker pasó el tiempo de vacaciones mientras escribía la novela” importe en absoluto porque “para cualquiera que creciera en Inglaterra o Irlanda, los castillos reales eran solo parte del paisaje ordinario, y siempre habían sido fundamentales en el paisaje virtual de los cuentos de hadas. Estando ya en la cuarentena, Bram Stoker, ya no necesitaba ningún toque de inspiración para darse cuenta de que un castillo embrujado podría ser un buen lugar para una historia de miedo”. Ni Jackson, también en la cuarentena cuando escribió Haunting.

            Ella sabía muy bien que la ficción gótica había estado usando los castillos como un espacio de terror desde que Walpole publicó The Castle of Otranto (1764) y que, mortificado porque Estados Unidos no tiene castillos medievales, Edgar Allan Poe transfirió ese terror a una antigua mansión en algún lugar del norte en “La caída de la casa de Usher” (1839). La propia mansión de Jackson, Hill House, es en términos del cronotopo gótico, muy nueva, habiendo sido construida solo ochenta años antes de los eventos que ella narra (es decir, en la década de 1870). Fue pura casualidad que ella fuera descendiente de Bugbee y que sus feas casas (según los estándares modernistas post-Victorianos de la década de 1950) hubieran sido el escenario de varias tragedias. Muchas otras personas habían visto las casas de Bugbee, pero nadie más había pensado en escribir una historia de fantasmas ambientada en una de ellas, al igual que muchos otros estaban familiarizados con Transilvania pero nunca pensaron en escribir un cuento de vampiros.

            Las dos biografías de Franklin y Skal intentan hacer lo imposible (explicar cómo funciona la imaginación del escritor), acumulando mucha información que al final parece superflua. O forzada. Este método de diseccionar la biografía del escritor en busca de pistas para este o aquel elemento de su ficción es particularmente ridículo si se consideran los autores de ficción fantástica o, más ampliamente, especulativa, cuyas obras ponen a prueba la plausibilidad. Los autores, en todo caso, explican a veces dónde se inspiraron (esa madalena Proustiana…). Mary Shelley afirmó que Frankenstein vino de un sueño lúcido en el que vio a Víctor inclinado sobre su monstruo recién hecho. Los biógrafos han especulado sin cesar si este sueño o visón fue producto de las drogas o de las ansiedades causadas por las desgracias de Mary como joven madre, pero el hecho es que no todas las mujeres que toman drogas o pierden varios bebés escriben ficción de terror. Esta es precisamente la razón por la que el enfoque biográfico en el análisis de la ficción pasó de moda hace aproximadamente un siglo, con el surgimiento del formalismo y, más tarde, en la década de 1940, con el New Criticism estadounidense.

            Doy breves introducciones biográficas en mis asignaturas, pero siempre advierto a los estudiantes que no vayan demasiado lejos en esa dirección. Nada en la biografía de Emily Brontë puede explicar Cumbres borrascosas, e incluso si tuviéramos una lista completa de todo lo que leyó, aun así no sabríamos qué procesos mentales la llevaron a escribir su obra maestra. Nunca he escrito ficción, pero cada vez que leo la biografía de un escritor juego a pensar qué tipo de novelas escribiría yo misma, dada mi trayectoria vital. Te invito a hacer lo mismo, e inmediatamente verás cómo todo análisis biográfico de un novelista está condenado al fracaso. Aun suponiendo que uno sea el tipo de novelista extremadamente consciente de sí mismo que conoce muy bien su propia biografía, podría no usar nada de ella en sus obras. No es algo automático, por mucha auto-ficción que se publique ahora.

            Personalmente prefiero hacer preguntas técnicas a los autores. Estoy ahora en comunicación con Kim Stanley Robinson sobre Frank May, el personaje masculino principal en El Ministerio para el Futuro (The Ministry for the Future, 2020). Robinson ha explicado en diversas entrevistas que siente inclinación por el nombre Frank, usado con frecuencia en su ficción. Tiene un Frank Chalmers (en Marte Rojo), un Frank Vanderwal (en la trilogía Ciencia en la capital), un Frank Churchill (“A History of the Twentieth Century, With Illustrations”), un Frank January (“The Lucky Strike”) y a Frank May. Su explicación para esa peculiaridad es que “todos mis mentirosos se llaman Frank” (jugando con el sentido del nombre como ‘sincero’), aunque esa explicación es inútil en el caso de May (es demasiado franco, no un mentiroso). Un biógrafo profundizaría en la vida de Robinson para buscar un tío abuelo mentiroso llamado Frank, pero me parece una pérdida de tiempo. En mi caso, le he preguntado a Robinson por qué no describe a Frank tan pronto como lo conocemos, ya que esto induce a los lectores a visualizarlo incorrectamente, y por qué su trayectoria acaba como lo hace. Robinson sitúa a May en una amistad extremadamente singular con Mary Murphy, una mujer poderosa a la que secuestra durante unas horas, y tengo muchas ganas de saber por qué Robinson quiso limitar esa amistad (e introducir un amor romántico convencional con otro hombre). Tal vez Robinson ha tenido una amistad muy singular con una mujer y de ahí vienen Frank y Mary, pero esto es irrelevante. Al menos para mí, ya que estoy mucho más interesada en la arquitectura de The Ministry.

            ¿Significa todo esto que no debemos escribir o leer biografías de autores? No, para nada. Prefiero las autobiografías y las memorias, pero entiendo la necesidad de escribir biografías y la curiosidad que provocan los escritores. Mi entrada de hoy es, más bien, una crítica al impulso que sienten la mayoría de los biógrafos de escritores de proporcionar a los lectores un análisis literario trillado, en un estilo biográfico romántico ahora totalmente anticuado. Debo aclarar que estoy leyendo las biografías de Shirley Jackson y Bram Stoker porque necesito reunir información (¡más allá de Wikipedia!) para participar en una mesa redonda, pero por lo demás tiendo a evitar las biografías de escritores, precisamente por su crítica literaria poco fundamentada. En cualquier caso, lo que me parece más interesante en estos dos volúmenes son los detalles de las carreras profesionales de los respectivos autores: cuándo comenzaron a publicar, cuántos intentos fracasados hicieron, cómo creció su fama, cómo se desarrolló su carrera, cómo se construyó su reputación póstuma.          

            Stoker era un hombre muy reservado, lo cual respeto, pero Jackson mostró su alma de madre trabajadora en sus memorias (Life Among Savages y Raising Demons), ambos libros interesantísimos sobre la vida de una autora en la década de 1950, antes de la Segunda Ola feminista lanzada por Betty Friedan en 1963 (Jackson murió en 1965). La biografía de Franklin, escrita desde un punto de vista feminista, hace un buen trabajo al reivindicar a Jackson como una autora injustamente pasada por alto hasta hace relativamente poco, pero su agenda podría no corresponder a lo que Jackson realmente necesita. Del mismo modo, el interés de Skal en presentar a Stoker como un hombre queer es parte de su propia agenda de género, pero no corresponde a cómo el autor se veía a sí mismo, algo que nunca sabremos. Enseño Drácula como texto queer, como es necesario en nuestros días, pero evito especular con la sexualidad del autor en mis clases. Otra cosa muy distinta es acercarse a un autor que desea ser leído abiertamente como queer, negro, poscolonial, víctima de abuso… Lo que sea.

            Volviendo a la inspiración de Jackson para Hill House, Owen Hatherley comenta en su fascinante artículo “Slashers, demons and head exploders: why horror revels in modern architecture”  que “La razón por la que una ‘casa embrujada’ tiende a ser antigua y gótica no es solo el hecho de que las maderas del suelo crujen de modo satisfactoriamente misterioso, sino porque hay mucho que no se ve en una casa Victoriana”, a causa de sus muchos rincones y su profusa decoración. Hatherley examinar la presencia de la arquitectura post-1920 y post-Modernista de línea recta en el cine de terror contemporáneo, destacando Candyman (1992) por su uso del descuidado suburbio de Cabrini Green en Chicago como un importante punto de inflexión. En literatura, recomendaría la obra altamente experimental de Mark Z. Danielewski House of Leaves (2000) como (larga) fábula misteriosa sobre una casa ordinaria que contiene un inmenso laberinto en su interior.

            Por cierto, Stephen King tiene un nota en su sitio web sobre cómo una pesadilla que tuvo en 1974 mientras se hospedaba con su esposa Tabby en la habitación 217 del Hotel Stanley en las Montañas Rocosas le dio la inspiración para escribir El resplandor: “Resulto que éramos los únicos huéspedes; al día siguiente iban a cerrar el lugar, como cada invierno. Deambulando por sus pasillos, pensé que parecía el escenario perfecto, tal vez el escenario arquetípico, para una historia de fantasmas”. Luego King soñó que su aterrorizado hijo de 3 años era perseguido por una manguera contra incendios en los pasillos. Cuando despertó de la pesadilla, dice, “Tenía el esqueleto del libro firmemente anclado en mi mente”. Se puede seguir el camino biográfico Freudiano y cotillear sobre qué tipo de padre fálico ha sido King para su hijo, hoy el también novelista Joe Hill, o maravillarnos de que su cerebro conectara los enormes espacios del hotel (construido en 1909 y todavía en operación) con el sub-género de la historia de fantasmas. O se puede visitar el hotel para comprobar si está encantado… Malas noticias: ni aun así escribirás algo tan poderoso como El resplandor.