El viernes daré una conferencia como invitada de la VII International Conference in Gender Studies Research ó ICGR, que se celebrará en mi propia universidad, la UAB. El título de mi conferencia es el que estoy usando para este post: ‘Practicar Estudios de las Masculinidades como mujer feminista: objetivos y logros’. Esta invitación me ha llegado en un momento de mi carrera en el que me estoy planteando si debo abandonar los Estudios de Género para centrarme en otras materias como la no ficción, los personajes secundarios y las adaptaciones cinematográficas, áreas en las que también llevo años trabajando pero sobre las que no he publicado ningún libro.
Este no es en absoluto el caso de los Estudios de las Masculinidades. Actualmente estoy trabajando en una monografía llamada Masculinity in contemporary science fiction by men: no plans for the future (Liverpool UP) y coeditando con Michael Pitts un volumen colectivo llamado Masculinities in 21st century SF television: exploring new spaces (Bloomsbury). Estos dos volúmenes, que se publicarán si todo va bien en 2025, cerrarán un ciclo de unos 6 años en el que también he publicado Masculinity and patriarcal villainy in the British novel: from Hitler to Voldemort (2019; versión en español De Hitler a Voldemort: retrato del villano), Representations of masculinity in literatura and cinema: Focus on men (2020; versión en castellano Mirando de cerca a los hombres: Masculinidades en la literatura y el cine, que se autopublicará a finales de 2024), American Masculinities in Contemporary Documentary Film: Up Close Behind the Mask (2023; versión en castellano, ahora disponible en acceso abierto, Detrás de la máscara: masculinidades americanas en el documental contemporáneo) y el volumen coeditado con M. Isabel Santaulària Detoxing Masculinity in Anglophone Literature and Culture: In Search of Good Men (2023; versión en español En busca de hombres buenos: estrategias para desintoxicar la masculinidad en la cultura anglófona, que se publicará en 2024). He inundado el mercado académico y, francamente, me he quedado exhausta. No planeo dejar de escribir artículos y capítulos sobre hombres y masculinidades, pero cualquier libro nuevo tendrá que esperar.
Revisando mi CV estos días para la conferencia, veo que comencé a hacer lo que ahora se llama Estudios Críticos sobre Hombres y Masculinidades (Critical Studies of Men and Masculinities o CSMM, etiqueta de Jeff Hearn y del grupo de investigación sueco con la que está afiliado) informalmente, con un primer artículo, publicado en 1998, titulado “Arnold Schwarzenegger, Mister Universe?: Hollywood Masculinity and the Search for the New Man”, publicado en Atlantis. Mi objetivo era considerar por qué Schwarzenegger, uno de los principales ejemplos de lo que Yvonne Tasker llamó ‘musculinidad’, nunca ha sido considerado sexy de la misma manera que George Clooney o Brad Pitt lo son (la tesis es que la musculatura excesiva es incluso un poco repelente, y, sí, escribí un artículo llamado “Entre Clooney y Pitt: El problema del deseo femenino heterosexual y lo sexy masculino”). En 2005 me incorporé al grupo de investigación emergente liderado por Meri Torras, Cuerpo y Textualidad, y me pidieron que escribiera un capítulo introductorio para la primera publicación del grupo, “Los estudios de la masculinidad: Una nueva mirada al hombre a partir del feminismo” en Cuerpo e identidad: Estudios de género y sexualidad Vol. I (2007). Luego, en 2012, me incorporé al grupo de investigación Construyendo Nuevas Masculinidades dirigido por Àngels Carabí, de la Universitat de Barcelona y del Centre Dona i Literatura y me convertí ‘oficialmente’ en investigadora de Critical Studies of Men and Masculinities.
En sus tres años, pude conocer gracias al grupo a algunos de los principales investigadores en el campo: Michael Kimmel, Lynne Segal, Victor Seidler, Jeff Hearn y otros. Ya había visto en una conferencia en Barcelona a Raewyn Connell, socióloga australiana que aportó a los Men’s Studies (más tarde Masculinities Studies) la noción fundamental de masculinidad hegemónica en volúmenes como Gender and power (1987) y Masculinities (1995). Los Estudios de los Hombres aparecieron en la década de 1970, por analogía con los Estudios de las Mujeres, como un movimiento pro-feminista para liberar a los hombres del patriarcado, y esto es lo que todavía somos y hacemos. El activismo de los hombres se expresó tanto en el trabajo académico, principalmente en las áreas de Sociología y Psicología, como en el activismo de base propiamente dicho, que ha estado organizando talleres, grupos de apoyo y muchas otras actividades durante décadas. En España, por ejemplo, AHIGE (Asociación de Hombres por la Igualdad) y sus afiliados regionales han estado haciendo mucho trabajo en ese sentido.
Hay, obviamente, una diferencia importante entre la tarea de los investigadores que estudian las prácticas materiales e inmateriales reales ligadas a los hombres y las masculinidades y la tarea de quienes estudiamos la representación y la autorrepresentación. Con el análisis textual que muchos otros y yo producimos contribuimos principalmente a señalar qué representaciones son obstáculos para el progreso y cuáles podrían ayudar a alcanzar la igualdad de género. Mi libro sobre la villanía es del primer tipo, y el volumen colectivo sobre Detoxing Masculinity, del segundo tipo. Actualmente estoy trabajando en corregir la impresión errónea de que los hombres se representan a sí mismos como figuras poderosas e idealizadas para ofrecer un examen más matizado de su autorrepresentación en la ciencia ficción. El campo de los Estudios Críticos sobre Hombres y Masculinidades no siempre sabe qué hacer con el análisis textual, pero lo cierto es que este ha ido creciendo y justificando su importancia. Otra cosa muy distinta es si el trabajo que todos estamos haciendo colectivamente hace que los hombres sean más conscientes del poder represivo del patriarcado sobre ellos y de las posibilidades de construir una masculinidad no patriarcal, que son los principales objetivos de los CSMM. También explorar en su totalidad la diversidad que la masculinidad ofrece hoy en día, incluyendo cuestiones como la edad, el origen racial y étnico, la discapacidad, la orientación sexual… lo que sea.
Como feminista decidí centrarme principalmente en los hombres (aunque también trabajo en la representación de las mujeres, por supuesto) un día de 1998, unos meses después de publicar el artículo sobre Schwarzenegger, cuando asistí a una conferencia de Estudios Culturales y escuché a una mujer feminista ofrecer una diatriba totalmente androfóbica durante 20 minutos. Cuando terminó, le pregunté con fingida candidez si estaba casada (lo estaba) y cómo se las arreglaba para vivir con un hombre, si así era como se sentía con respecto a ellos. Fue un momento incómodo para todos los presentes. Desde entonces, he estado prestando mucha atención a cómo los hombres actúan e interactúan, y a si hemos aprendido a identificar el patriarcado, no la masculinidad, como nuestro enemigo común.
Aquí es donde necesito volver a la noción de masculinidad hegemónica de Connell, que encuentro útil solo moderadamente. Connell adujo que la noción de patriarcado había sido descrita erróneamente por las feministas radicales de la década de 1970 como un mecanismo general destinado a oprimir a las mujeres por parte de todos los hombres. Connell rechazó esta definición general y se interesó en cómo el patriarcado ha logrado sobrevivir a tantos cambios históricos, incluido el auge del feminismo desde el siglo XIX. Su tesis era que si el mecanismo de idealización masculina que ella llamaba masculinidad hegemónica podía ser comprendido, entonces podía ser modificado. Esto es interesante, pero en mi opinión su teorización no tiene en cuenta el poder, que Michael Kimmel ha descrito de manera mucho más efectiva. Sigo a Kimmel al ver el patriarcado como el sistema social jerárquico y piramidal que privilegia el poder. Este ha estado hasta ahora en manos exclusivas de los hombres gracias a una combinación de clase, política y violencia, pero ha ido atrayendo a mujeres antifeministas empoderadas por el feminismo, desde Thatcher hasta Meloni, pasando por Imelda Marcos y Marine Le Pen. Leemos mal el patriarcado, así pues, si lo reducimos a la masculinidad. Por cierto, deberíamos dejar de hablar de ‘masculinidad tóxica’ para distinguir entre comportamientos patriarcales y masculinidad, que no son lo mismo.
Para resumir este punto, hay mucha disidencia dentro de los CSMM sobre lo que es la masculinidad hegemónica, lo que no ayuda a combatir el patriarcado. Añádase a esto que no todas las feministas aprecian el esfuerzo realizado en los CSMM; muchas de mis compañeras han cuestionado mi trabajo porque, por lo general, afirman que ya hemos prestado demasiada atención a los hombres. Obviamente, ese no es el caso. Ignorando a los hombres como categoría no podemos resolver el problema de la desigualdad de género. De hecho, al mezclar a la ligera el patriarcado y la masculinidad y ver a ambos como el enemigo, nosotras (las mujeres y los hombres antipatriarcales) podríamos haber ayudado a alimentar la ira patriarcal ahora desenfrenada en la manosfera y en la política de ultraderecha. No estoy culpando a las víctimas, sino sugiriendo que el discurso que estamos usando no es tan efectivo como debería ser. Sé, por supuesto, que la opinión pública mayoritaria ya no apoya muchos de los principios típicos del patriarcado, sin embargo, entre las generaciones más jóvenes el número de personas patriarcales recalcitrantes está creciendo. La política internacional está ahora dominada por figuras patriarcales extremadamente peligrosas como Putin o Trump. Y la mayor vergüenza es lo que les está sucediendo a las niñas y mujeres en Afganistán (donde, supongo, los hombres homosexuales y cualquier hombre disidente también están en peligro extremo por culpa de los talibanes).
Dije al principio de este post que me estoy planteando abandonar los Estudios de Género, si no definitivamente, quizás parcialmente. Creo que debería haber un cambio generacional y, además, los Estudios de Género deberían apuntar a una destrucción total del género como categoría relevante para la represión y la dominación, pero creo que todavía necesitamos quizás una generación más para llegar a ese punto. Continuaré, pues, con menos intensidad, como he señalado, tratando de reclutar sangre nueva para la tarea. Un asunto que me frustra en ese sentido es que estoy llegando a un alumnado mayoritariamente de mujeres jóvenes (el 85% de los estudiantes de mi Departamento son mujeres), mientras que creo que necesitamos llegar a más hombres. Espero hacerlo a través de mis publicaciones, en las que siempre trato de colaborar con académicos más jóvenes. Algo, sin embargo, parece fallar. Como anécdota, mientras que el volumen colectivo de mis estudiantes de Grado, Songs of Empowerment: Women in 21st century Popular Music (2022) ya ha superado las 7000 descargas, su gemelo igualmente sólido de mis estudiantes de máster Songs of Survival: Men in 21st Century Popular Music (2023), solo ha atraído a 191 personas. Curioso, ¿verdad?
Quizás escriba la próxima semana sobre la reacción del público a mi charla. Y, por favor, luchad contra el patriarcado, no contra la masculinidad.