La Comisión Fulbright ha estado enviando profesores visitantes a España desde el curso 1958-59 (según su directorio, Howard Floan fue el primer visitante, en la Universidad de Zaragoza). Mi departamento recibió un flujo constante de visitantes, compartido con el Departamento de Inglés de la Universitat de Barcelona, entre mediados de la década de 1980 (hasta donde yo sé) y 2013. La modesta ayuda económica que podíamos aportar para los gastos de nuestros visitantes nunca pudo competir, sin embargo, con universidades privadas potentes, como la de Deusto, y aunque seguimos dispuestos a recibir visitantes, ninguno se ha materializado en los últimos ocho años. El último fue el poeta John Poch. Hace poco se me acercó otro posible visitante, así que no ha muerto la esperanza de que volvamos a coger el ritmo.
Conocí a nuestros visitantes Fulbright primero como estudiante (de grado y de doctorado) y más tarde como persona encargada de gestionar las solicitudes por nuestra parte, lo que incluía socializar con ellos, a veces mínimamente, a veces más regularmente. No recuerdo a todos nuestros visitantes, pero algunos causaron una importante impresión tanto entre nosotros como Departamento como personalmente en mi carrera y en mi vida. Así pues, aprendí a trabajar en profundidad y a toda velocidad con la maravillosa Bonnie Lyons, que nos ofreció a los estudiantes de doctorado un curso sobre Literatura judía estadounidense. Russell Goodman, que se especializaba en filosofía y Literatura, acogió un ensayo bastante loco que perpetré sobre The Man in the High Castle de Philip K. Dick, mi primer escrito académico sobre ciencia ficción. Otra visitante muy generosa, Connie L. Richards, me convenció para que enviara mi trabajo para su curso sobre Literatura americana de principios de siglo XX a una revista tejana que ella coeditaba, revista que –para mi inmensa sorpresa– lo aceptó. Esa fue mi primera publicación en una época, además, en la que mis profesores del programa de doctorado del Departamento nos decían que ningún pre-doctor debía atreverse a publicar nada. ¡Cómo han cambiado las cosas!
En el plano personal, la profesora visitante Tiffany López (2004-5) y yo compartimos grandes momentos. Ella se vino con una guía de una editorial californiana sobre las mejores pastelerías de Barcelona, y cada semana visitábamos una diferente. Nuestro dulce tour culminó con una cena de lo más memorable en Espai Sucre, un restaurante que sirve un impresionante menú compuesto únicamente por postres. ¡Ay, los placeres de la vida académica! Sin embargo, la visitante que dejó la impresión más indeleble fue Lois Rudnick, que se llamaba a sí misma, en broma, “la Reina”, y era, en efecto, una mujer maravillosa, una auténtica reina. Durante los pocos meses de 1994 en que tuve el privilegio de disfrutar de su amistad, mi vida se enriqueció mucho. He escuchado los mismos elogios de las muchas personas que celebraron su vida hace un par de días en el memorial online celebrado para reunir a sus amigos. Lamentablemente, Lois falleció en junio a los 76 años, demasiado pronto, cuando aún tenía mucho que hacer y decir, víctima de un cáncer devastador.
Me vi con Lois por última vez, después de demasiados años, en octubre de 2018. Escribí a continuación un post sobre su libro The Suppressed Memoirs of Mabel Dodge Luhan: Sex, Syphilis, and Psychoanalysis in the Making of Modern American Culture (2012). Lo que nunca le dije a Lois, pero que por fin puedo decir ahora que se ha ido, es que me parece injusto que Luhan haya recibido tanta atención por su parte porque dudo que alguien escriba algún día sobre la propia Lois. Los Estudios Literarios y, en general, las disciplinas de las Humanidades que se dedican a estudiar la producción artística son implícitamente biográficos ya que nos ponemos en un segundo plano para celebrar el trabajo realizado por otros. Algunos dirán que somos parásitos que viven de los logros de personas cuyo sueldo mensual nunca ha estado garantizado como el nuestro (si tenemos plaza fija, claro). Algo hay de eso, lo reconozco, pero también mucho de preocupación desinteresada por los trabajos que han hecho personas con talento y que queremos conservar. Esto debería ser de puro sentido común, y sin embargo, siempre que he leído los extraordinarios estudios de Lois sobre Luhan, me ha molestado la situación, al pensar que personas extraordinarias como Lois nunca encontrarán su biógrafo porque los académicos tienen un estatus inferior al de los artistas. Tendrán que bastar los obituarios, los memoriales y textos como este post y, por supuesto, las publicaciones académicas de Lois: sus diez libros y decenas de artículos.
Sabemos sin embargo, ¿cierto?, que la vida académica no se limita a lo que publicamos. De hecho, ahora que pienso en este tema, a no ser que uno sea muy cuidadoso a la hora de dar instrucciones para perpetuar su obra académica más allá de la jubilación o la muerte, mi impresión es que carreras enteras pueden dispersarse a los cuatro vientos y desaparecer totalmente o persistir sólo mediante el azar de quién cita a quién. A los académicos no parece importarnos mucho lo que ocurra con nuestros escritos, de modo que, pensando en el caso que nos ocupa, he tenido problemas para encontrar en internet la lista completa de lo que Lois publicó en forma de libro, y he tenido que consultar GoodReads y Amazon. Por otra parte, el legado de los buenos profesores e investigadores perdura durante generaciones, a veces de forma anónima y de maneras que ninguna autoridad académica puede cuantificar. Por ejemplo, Lois me orientó sobre cómo presentar mi primera ponencia en un congreso académico y yo he orientado a mis estudiantes de doctorado aplicando lo que ella me enseñó. Oyendo a sus ex alumnos y colegas hace unos días en el memorial comprendí que (¡felizmente!) no tenemos instrumentos para medir el verdadero impacto de este tipo. Esto no tiene nada que ver con las métricas de publicación, la evaluación del rendimiento en la enseñanza, los premios o las distinciones, sino con ese impacto mucho mayor que los buenos estudiosos dejan al ser amables y solidarios.
Tal vez por eso, en medio del acto conmemorativo, cuando tantas personas habían descrito ya los logros académicos de Lois, una persona se quejó en el chat: parad, escribió, y dadnos vuestros recuerdos personales. Porque es en los recuerdos personales, ya sean plenamente personales o profesionales, donde se deja una verdadera huella. Así que ahí van algunos. Vi La lista de Schindler con Lois cuando se estrenó en España y las dos salimos del cine llorando; Lois era judía y cuando algún idiota me dice que Spielberg sentimentalizó excesivamente el Holocausto, recuerdo sus lágrimas y dejo pasar la estupidez. A Lois le encantaba la danza contemporánea y vimos juntas todos los espectáculos de aquella ya lejana primavera de 1994 en Barcelona. Había un pequeño teatro, L’Espai (1992-2005) gestionado por la Generalitat de Catalunya, que nos mantenía abastecidas con un flujo constante de gran danza. Tuvimos suerte de que el dinero público se utilizara entonces de esa manera. Por cierto, mi recuerdo personal más divertido de Lois, ‘la Reina’, fue cuando le dije que la Reina Sofía en persona estaría en la ceremonia de entrega de las becas de LaCaixa, de las que yo era beneficiaria. Su expresión de sorpresa ante la posibilidad de que una pudiera conocer a una Reina de verdad en persona siempre se me quedará grabada.
En resumen, no he querido recordar aquí a Lois Rudnick como alguien que se ha ido para siempre, sino como alguien que siempre permanecerá en el recuerdo de amigos y colegas. Esto es igual para todos, pero mi intención ha sido destacar aquí cómo los encuentros académicos inesperados conducen a los mayores beneficios y placeres. Un aspecto negativo de la vida académica es que los vínculos que pueden ser muy intensos durante los tres días que dura un congreso o los pocos meses que permanece un visitante no pueden integrarse fácilmente en la vida habitual de cada uno. No quiero decir que las personas que se conocen en reuniones académicas no puedan seguir siendo amigas durante muchos años y mantenerse en contacto regularmente; todos tenemos relaciones importantes de ese tipo. Lo que quiero decir es que como colectivo humano estamos acostumbrados a amistades a distancia que desearíamos que fueran mucho más cercanas. Yo me siento así con Lois, pero también inmensamente feliz de que haya estado cerca, en mi mismo barrio, durante un tiempo.
Por otro lado, también he querido dejar constancia de que los buenos académicos que, como Lois, son personas entrañables, dejan una poderosa huella que, afortunadamente, el sistema académico no puede medir. Creo que, en general, estamos perdiendo la oportunidad de avivar y aumentar este otro aspecto, mucho más personal, de la vida académica. La pandemia ha agravado mucho nuestra tendencia a trabajar y vivir en constante aislamiento académico, o al menos así lo siento yo. Por supuesto, estamos en contacto a través de las redes para las que trabajamos, o a través de las relaciones personales que se establecen dentro de los Departamentos, pero tengo la impresión de que no estamos haciendo lo suficiente para hablar de verdad entre nosotros. Lamento, como se puede ver, no haber hablado más con Lois; de alguna manera supuse que volveríamos a encontrarnos, pero esa oportunidad de disfrutar de nuestra renovada amistad se ha esfumado. No dejéis pasar otras oportunidades.
Y Lois, mi reina, déjame decirte que este planeta ha brillado con más fuerza el tiempo que has pasado en él. Muchas gracias por todo.
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