La Literatura Comparada es una disciplina extraña porque consiste en ver similitudes entre textos muy disímiles, generalmente escritos en diferentes idiomas pero también en el mismo idioma. Toda la disciplina depende de la serendipia, ya que el estudioso interesado necesita pensar en conexiones que no son evidentes, un tipo de descubrimiento que solo ocurre por accidente, cuando una obra literaria le recuerda al estudioso en cuestión otra obra literaria. Evidentemente, cuanto más ha leído un especialista literario, más conexiones pueden aparecer. El problema, por supuesto, es que no estamos muy seguros de qué hacer con esas conexiones que encontramos, excepto llamar la atención sobre ellas.
Atrás quedaron los tiempos en que los críticos literarios discutían la influencia de autores específicos sobre otros autores sin prueba alguna. Ahora todos tomamos prestado de Julia Kristeva el concepto de intertextualidad, que tiene la ventaja de no requerir ninguna prueba de influencia directa y recompensa el poder de observación del estudioso que pone de relieve las coincidencias y superposiciones ocultas. Hoy, por casualidad, me he topado con dos tentadores ejemplos de intertextualidad que me gustaría compartir, así que allá voy.
Escribiendo un artículo más sobre Mecanoscrit del segon origen de Manuel de Pedrolo, me he topado con otra novela sobre una pareja aislada de supervivientes adolescentes que tienen un hijo, de la que no sabía nada. Estaba comprobando el año en que se estrenó la muy popular película de Brooke Shields El lago azul (era 1980), ya que cuenta precisamente ese tipo de historia, cuando Wikipedia me informó de que se trata de una adaptación de una novela romántica de 1908 del autor irlandés Henry de Vere Stacpoole. Al parecer, se trata de una novela de gran éxito, con adaptaciones cinematográficas anteriores estrenadas en 1923 y 1949. Me parece poco probable que Pedrolo hubiera leído a Stacpoole, o que hubiera visto la película de 1949 (aunque se estrenó en España en 1950 como La isla perdida), y, de todos modos, su novela se publicó en 1974, seis años antes que la película de Brooke Shields. Por lo tanto, el hecho de que ambas novelas compartan puntos significativos de la trama no es relevante en absoluto, a menos que alguien que trabaje en el tema de los adolescentes aislados que conciben un hijo esté tratando de ampliar su corpus. Es una mera anécdota literaria, pero interesante. Si llego a leer la novela de Stacpoole, por supuesto, os informaré de mis hallazgos. O escribiré un ensayo académico, ¿quién sabe?
Ayer tuve una sesión del club de lectura sobre Little Fires Everywhere [Pequeños fuegos por todas partes] de Celeste Ng, una novela publicada en 2017 y adaptada como serie de Netflix en 2020 (que no he visto). Cuando preparé la novela para la reunión, me centré principalmente en la trama y en los muchos problemas de clase, género y raza que plantea, sin prestar atención a ninguna conexión literaria y viendo a Ng principalmente a través de su identidad asiático-estadounidense. Sin embargo, he encontrado hoy una entrada en las cuentas de Facebook e Instagram de Barnes and Noble anunciando una sesión del club de lectura sobre la novela Good Neighbours de Sarah Langan, descrita como una obra inspirada en Celeste Ng, Liane Moriarty (autora de Big Little Lies) y Shirley Jackson. Es probable que alguien ya esté escribiendo una tesis sobre la novela antisuburbana inspirada en Jackson. Se me habría pasado totalmente por alto la conexión (¡o la tendencia!) si no fuera porque, casualmente, estoy leyendo a Jackson para una mesa redonda que tengo esta semana e hice una búsqueda en Google para ver si alguien la relacionaba con Ng.
Escribí sobre The Haunting of Hill House (1959) de Jackson hace solo unas semanas, pero no mencioné su otra novela muy famosa, We Have Always Lived in the Castle (1962), que fue en 2019 objeto de una adaptación cinematográfica bastante insípida, aunque Taisa Farmiga está muy bien como la adolescente psicópata Mary Katherine ‘Merricat’ Blackwood. Little Fires Everywhere podría estar más cerca, por lo que sé, de la primera novela de Jackson, The Road Through the Wall (1948), que no he leído, pero parece ser una ácida crítica de la vida suburbana, basada en la próspera urbanización californiana donde creció Jackson. Da la casualidad de que Ng también eligió como escenario la comunidad planificada de Shaker Heights, en Ohio, donde creció. Esta se presenta como una utopía asfixiante que mantiene a sus habitantes atados a una visión muy estrecha de la vida.
En We Have Always Lived in the Castle, Merricat, una extraña joven de 18 años, es la muy poco fiable narradora en primera persona y [ALERTA DE SPOILER] Jackson poco a poco desvela a través de la propia voz narrativa singular de la adolescente que envenenó a sus padres, y a sus tíos paternos cuando la enviaron a la cama sin cenar. Merricat puso arsénico en el azúcar, sabiendo que su hermana mayor Constance no lo tomaba. Merricat tenía 12 años en ese momento, y en el presente de la novela, seis años después, vive con la paciente Constance, quien aceptó la carga de ser acusada injustamente de los crímenes sabiendo que su hermana pequeña es culpable, y el tío Julian, quien sobrevivió al envenenamiento pero ha quedado mentalmente discapacitado. Recientemente leí que Merricat es descendiente de Rhoda Penmark, la niña de ocho años perfecta y asesina de la inmensamente exitosa novela de William March The Bad Seed [La mala semilla] (1954), novela que se hizo aún más popular gracias a la obra de Broadway de Maxwell Anderson y la película nominada a un Oscar de Mervyn LeRoy, estrenada en 1956.
Yo diría que Isabel ‘Izzy’ Richardson, de 14 años, tiene un poco de Merricat, y un poco de Holden Caulfield en El guardián entre el centeno (1951), y, por supuesto, mucho de cualquier adolescente que sueñe con huir de la vida suburbana. La novela de Ng se llama Little Fires Everywhere porque, como narra el primer capítulo, Izzy incendia la amplia casa de clase media de su familia iniciando un pequeño incendio en cada dormitorio, como le explica un perplejo bombero a su madre, la Sra. Elena Richardson. La rebelión de Izzy contra su madre insoportablemente perfecta es alimentada por la antagonista de la novela, Mia Warren, una mujer poco convencional que no puede sino chocar con la Sra. Richardson.
Mientras que Elena, que tiene algo más de cuarenta años, es una mujer firmemente de clase media, arraigada en su comunidad planificada desde hace tres generaciones y madre de cuatro hijos con grandes expectativas en la vida, Mia, de 36 años, lleva una existencia nómada como fotógrafa artística. Su arte la ha llevado a ella y a su hija Pearl, de 15 años, a 46 lugares en todo Estados Unidos. Sin embargo, no está claro si Mia está realmente apegada a este estilo de vida o si no tiene más remedio que esconderse para ocultarle la existencia de Pearl a su padre (subtrama en la que no entraré). El hecho es que Izzy se inspira en las sutiles insinuaciones de Mia para rebelarse. Mia, que le alquila su apartamento a la Sra. Richardson y trabaja como su empleada doméstica, nunca se enfrenta a Elena abiertamente, pero entiende muy bien la insatisfacción de Izzy e indirectamente ayuda a la chica a desahogarse. No le dice directamente que queme la casa, pero le ofrece peculiares metáforas sobre la regeneración que van en esa dirección.
Mientras leía la novela de Ng, pensé que si alguna vez escribo un artículo sobre ella, trataría de su crítica contra la utopía. Desde la década de 1940, como vemos en el caso de Jackson, la ficción ha mostrado una aversión constante por los suburbios de clase media o media-alta, que creció a pasos agigantados después de la publicación del ensayo de Betty Friedan The Feminine Mystique (1963). sobre cómo los suburbios matan el espíritu de las mujeres. Los suburbios acomodados crecieron en las ciudades estadounidenses a medida que los centros de las ciudades fueron abandonados y ocupados por las capas más pobres de la población urbana. Las clases medias blancas huyeron a las afueras o más lejos y, con la ayuda de trenes y automóviles, crearon en los años 1950s el estereotipo del entregado marido que viaja diariamente a su trabajo en la ciudad y la esposa que se queda felizmente en casa. En la novela de Ng, ambientada entre 1996 y 1997, el Sr. Richardson es de hecho ese tipo de marido (es abogado) y si Elena trabaja como periodista a tiempo parcial, es solo por acallar a su madre feminista.
Como niña de clase trabajadora criada en un barrio antiguo de Barcelona, me pregunto qué tienen de malo los suburbios acomodados y por qué una adolescente privilegiada como Izzy está tan enojada. Hace unos meses leí unas memorias de la cantante inglesa Tracey Thorn, parte del dúo Everything But the Girl, que quizás ofrezca una explicación. Su volumen se llama Another Planet: A Teenager in Suburbia (2019). Veréis que el extracto publicado por The Guardian lleva el título “Mirábamos los suburbios y queríamos quemarlos”, una frase con la que Izzy sin duda simpatizaría, aunque ella solo provoca un incendio contra su propia casa. La principal queja de Thorn contra Brookmans Park, donde creció en la década de 1970, es que era “un pueblo, pero no un pueblo. Rural pero no rural. Un alto en la línea, un espacio entre dos paisajes mejor valorados: la ciudad y el campo. Un territorio contingente, liminal, fronterizo. En el medio”. Su austero diario, que aparece citado con frecuencia en sus memorias, describe una vida aburrida que solo se volvió emocionante cuando la joven Tracey ganó cierta autonomía y comenzó a disfrutar de los clubs de Londres. Izzy, que solo tiene 14 años, no tiene esa salida, lo que aumenta su resentimiento contra su madre, quien parece encarnar el suburbio entero. Ng le permite huir, solución que a los miembros del club de lectura les encantó, a pesar de que vieron que una niña de 14 años que deambula sola por los EUA pronto sería atrapada. Esperemos que por la Policía, y no por un violador y asesino.
Mientras que las jóvenes de Jackson se desquician debido a su desconexión con su entorno, y están siempre al borde de algún tipo de psicopatología o completamente atrapadas por ella, Izzy no va tan lejos. Hacia el final de la novela, la ira de su madre se disipa y “su corazón comienza a romperse, pensando en su hija allá afuera en el mundo”. Elena se plantea por qué su hija “le había causado tantos problemas” y se da cuenta de que Izzy no era “su opuesto” como ella creía, sino el único de sus hijos “que, en el fondo, había heredado, llevado y alimentado esa chispa que su madre había apagado hacía mucho tiempo, esa misma certeza ardiente de que sabía distinguir el bien del mal”. La propia Jackson se enfrentó con su madre, quien siempre la criticó y recibió con poco agrado su matrimonio con un hombre judío; de hecho se mudó al lado opuesto de los Estados Unidos una vez casada. Las dos lograron firmar una tregua y reconectar, tal como imagino que Izzy a la larga reconectará con Elena. Jackson se convirtió en una muy buena escritora, como sabemos, aunque nunca logró dejar atrás los suburbios, convirtiéndose en esencia en una esposa académica en Vermont. Quiero creer que, al igual que ella, Izzy logra encontrar su propio lugar lo más lejos posible físicamente de Elena, y construir una vida satisfactoria, tal vez como artista, imitando a Mia.
Terminaré con una observación de los miembros del club de lectura: lo realmente astuto de la novela de Ng es que alguien como la Sra. Richardson podría leerla sin ver lo desagradable que es su comportamiento, si bien nosotros, a quien os cae mal, sí lo vemos. Es un efecto narrativo que sin duda le habría encantado a Jackson.