Hace una semana, en cuanto regresé del congreso nacional de Estudios Ingleses, envié un mensaje conjunto a cinco jóvenes investigadoras que habían hablado sobre ciencia ficción en sus presentaciones. Me presenté como representante española de la Science Fiction Research Association y autora de un libro reciente sobre masculinidad y ciencia ficción. Les expliqué que el propósito de mi mensaje era establecer contacto para lo que pudieran necesitar e invitarles a, quizás, unirse a SFRA. Solo una ha respondido hasta ahora, lo cual es, como mínimo, decepcionante.
Creo que este desinterés forma parte de una lamentable división generacional a la que ya me referí en mi entrada anterior, cuando mencioné que ningún joven especialista había asistido a la mesa redonda para celebrar el 30º aniversario de los Estudios Culturales en España, aunque sí llenaron las sesiones del panel. No me acerqué en persona a ninguno de estos jóvenes investigadores porque sé el efecto perjudicial que tiene ver a una entusiasta mujer madura persiguiendo a gente joven. Esperaba que el contacto funcionara mejor por correo electrónico, pero, obviamente, no fue así. Por favor, tened en cuenta que en mis tiempos como doctoranda era yo quien se acercaba a los investigadores senior, no al revés. En cualquier caso, una de las razones por las que dejé de asistir a los congresos nacionales de Estudios Ingleses fue que noté que los jóvenes se juntaban entre ellos sin acercarse a los seniors, y me sentía bastante incómoda. Al menos en este último congreso, he hecho una nueva y encantadora joven amiga, a la que he conocido, debo decir, a través de uno de los asistentes más veteranos (su antiguo director de tesis).
Claramente, algo ha cambiado. Mi amiga Felicity Hand, que me animó a asistir a mis primeros congresos, me explicó que era muy importante conocer a académicos veteranos, porque podían formar parte de tribunales a los que me enfrentaría, ser mis revisores por pares o simplemente convertirse en buenos contactos. Así que, con suma diligencia, me presenté a los que ella señaló, o que entendí que eran personas clave, después de sus charlas. No se me da nada bien presentarme a la brava, pero una cosa llevó a la otra y más o menos conozco a todo el mundo de mínima relevancia en Estudios Ingleses en España entre, digamos, los 50 y los 70+ años (yo tengo 59). Me doy cuenta de que apenas conozco a jóvenes académicos, aunque he colaborado con algunos y también he participado en tribunales y demás. Curiosamente, los miembros senior y junior de AEDEAN, la asociación nacional de Estudios Ingleses, me conocen (como he visto) porque constantemente envío anuncios e informaciones a la lista nacional de correo electrónico.
Esta división, o brecha, generacional tiene mucho que ver con un hábito deplorable de los especialistas académicos españoles: no nos citamos entre nosotros, a pesar de nuestra rotunda presencia en la bibliografía generada en nuestros campos. Desde más o menos a principios de los años 90, cuando empecé mi tesis doctoral, todo el colectivo de Estudios Ingleses en España ha hecho un esfuerzo prodigioso por hacerse visible internacionalmente. Recuerdo que me quedé muy impresionada cuando Juan Antonio Suárez (U Murcia) publicó en 1997 Bike Boys, Drag Queens and Superstars (Indiana UP) porque ese fue el primer libro del que supe que estaba escrito por un académico español en Estudios Ingleses y publicado en una editorial universitaria estadounidense. Desde entonces, muchos de nosotros hemos publicado internacionalmente tanto en revistas como en editoriales universitarias. Hoy en día, los jóvenes académicos publican sus tesis con Routledge o Palgrave, mientras que a mí me llevó muchos años publicar con estas editoriales. Los seniors en el Departamento me decían que era muy difícil, porque, me costó años entenderlo, ellos mismos no tenían experiencia. Otros seniors de otros departamentos se espabilaron y supieron espabilar al resto.
Así que, aquí va mi suposición sobre lo que pasó. Cuando empezamos a luchar para que nuestra investigación se publicara en revistas y editoriales angloamericanas, puede que tuviéramos miedo de sonar provincianos y, por eso, no citamos los trabajos publicado en España, en revistas y editoriales de menor prestigio. Citamos a los grandes nombres publicados en inglés, para consolidar nuestras credenciales como académicos bien leídos y para impresionar a nuestros revisores por pares. Nuestras bibliografías pueden haber incluido ocasionalmente algunos nombres españoles conocidos (quizá Ortega y Gasset o Unamuno, entre los clásicos; quizá el sociólogo Manuel Castells entre los modernos), pero estaban compuestas en un 99% de textos anglófonos. Si había traducciones en ellas, eran de nombres rusos, franceses o alemanes de primer nivel, como Bakhtin, Foucault o Habermas, no de estudiosos de Estudios Ingleses como nosotros. Nada de citar bibliografía directamente en español o en cualquier otro idioma que pudiéramos conocer.
Este hábito de evitar citar a nuestros compañeros se mantuvo y no hicimos nada, o muy poco, para citarlos incluso cuando tenían publicaciones reconocidas internacionalmente. Yo misma soy culpable de este pecado horrible. Sé quién es quién en los campos en los que trabajo, pero he citado directamente a muy pocos estudiosos españoles. Mi justificación es que su trabajo, aunque de gran interés, no encaja en mi propia investigación, aunque reconozco que ahora hay mucho donde elegir. La consecuencia de no citarse entre sí es que nuestros propios estudiantes perciben una división entre lo que es citable y lo que no. Una vez, tuve una estudiante de máster que no me citó en un trabajo sobre La guerra de las galaxias, aunque le había señalado que tenía un capítulo relevante sobre Darth Vader en un libro británico. Cuando me quejé, me respondió que asumía que compilar una bibliografía requería buscar fuentes difíciles de encontrar y que citar a una profesora que veía con frecuencia era demasiado fácil. O algo por el estilo. Si, en resumen, ni siquiera podía impresionar a esta estudiante, ¿quién me iba a citar?
De hecho, nos citan, como muestra nuestro índice h en Google Scholar, pero somos citados con más frecuencia por gente de otros países que por académicos españoles. Esto significa que, si es que se nos conoce, somos conocidos por las áreas en las que trabajamos, pero no por lo que hemos escrito. Puede que sea conocida porque investigo sobre Estudios de Masculinidad y Ciencia Ficción, y he publicado mucho en estos campos, pero creo que muy pocos de los especialistas que citan mi trabajo trabajan en España. Como directores de tesis, obviamente deberíamos hacer más en esa dirección, indicando a nuestros estudiantes que sus bibliografías deberían contener al menos, digamos, un 15% de fuentes escritas por académicos españoles, incluyendo algunas en español (o catalán, gallego, euskera). Si se acostumbran a citar a académicos locales, seremos más conocidos y esto aumentará las probabilidades de que la brecha generacional disminuya.
En ese sentido, uno de los hábitos más dañinos es el uso en el marco teórico de nombres extranjeros. Se podría objetar que los nombres clave en cualquier marco teórico se invocan en función de su reputación, más que de su nacionalidad, pero habréis notado que los nombres no angloamericanos que se usan como base para investigaciones posteriores han publicado en inglés. En parte, esto se debe a que sabemos inglés pero apenas otros idiomas extranjeros (¿cuántos de nosotros sabemos leer en francés, alemán o italiano?). Sin embargo, incluso en el caso de académicos de nuestros círculos nacionales que han publicado en inglés, difícilmente los usamos como nuestro marco teórico, comportándonos un poco como esa estudiante de máster que no quiso citarme. Al parecer, pensamos que las ideas que provienen de hablantes nativos de inglés tienen más valor que las ideas que provienen de quienes piensan en español y, en segundo lugar, en inglés. La excepción es tan rara que resulta realmente entrañable. Una joven investigadora a cuyo panel asistí en la conferencia de AEDEAN citó principalmente a los miembros españoles del proyecto de investigación al que pertenece, con grandes palabras de elogio. Así debe ser, pero, en nuestro contexto, sonaba extraño e incluso empalagoso.
Un problema añadido, como sabemos, es que los jóvenes académicos tienen escasos recursos y muy a menudo asisten a los congresos solo el día en que presentan su ponencia. La posibilidad de socializar en torno a las comidas, que es cuando realmente se hacen contactos, queda muy limitada. Como pocos pueden permitirse el lujo de quedarse todo el congreso, también se pierden sesiones clave con los ponentes plenarios y, supongo, se saltan las mesas redondas en favor de las sesiones de panel. Obviamente, tanto los jóvenes como los senior participan en sesiones de panel, pero no soy la única entre mis colegas que asiste cada vez menos a congresos. Son caros, incluso con el apoyo económico de los proyectos, prácticamente no cuentan para nuestros currículums y, si no te gusta viajar (como a mí), se convierten en una molestia de la que una tarda días en recuperarse. Así que, puede ser en parte culpa nuestra que, como académicos senior, nos hayamos hecho menos accesibles para los académicos jóvenes, que, a su vez, no saben que existimos.
Supongo que las cosas son diferentes en los Estudios Españoles (o Catalanes), en los que la mayoría de los nombres clave son españoles, y en los que la mayoría de los especialistas extranjeros publican en castellano. Es una especie de mundo especular de los Estudios Ingleses, aunque recuerdo que en mis primeros años de Licenciatura, cuando cursé asignaturas de Literatura Española, había un respeto reverencial por los especialistas extranjeros que nunca he encontrado como especialista extranjera en Estudios Ingleses. En España, generalmente agradecemos que una persona extranjera decida invertir su vida profesional en estudiar nuestra cultura; en cambio, los anglófonos parecen dar por hecho que los extranjeros se interesen por su cultura… Me estoy yendo por las ramas. O quizá no, porque tal vez esa sea la raíz de todo: la cultura española siempre nos ha enseñado que somos de segunda categoría en comparación con nuestros superiores angloamericanos, de ahí la mala costumbre de citarlos a ellos y no a nuestros colegas españoles. Y, de ahí, la división generacional de la que he estado hablando.
Nuestra asociación de Estudios Ingleses, AEDEAN, y sus congresos anuales sobreviven con buena salud. La asociación está a punto de celebrar su quincuagésimo aniversario (fue fundada en 1976), mientras que el congreso anual lo hará en 2027, lo cual es fantástico. En un momento dado, hace unas décadas, nos preocupó que el congreso pudiera desaparecer si decidíamos asistir a reuniones más especializadas. Sin embargo, dado que el congreso funciona como punto de encuentro para amigos y colegas de todas las áreas, y que muchos jóvenes investigadores comienzan su carrera pública en ella, hasta ahora está funcionando bien. Podríamos decir que cuatro generaciones de académicos de Estudios Ingleses han contribuido a este éxito: la que ya está jubilada, la que se enfrenta a la jubilación dentro de cinco o diez años, la que está en mitad de su carrera y la de los jóvenes investigadores. Más o menos. La diferencia, insistiría, es que aunque la generación más joven está ahí, normalmente motivada por sus supervisores de tesis, según parece no necesitan saber quiénes son sus seniors. Forma parte del ya sabido presentismo generacional, pero insisto en que es una pena. Además, es un desperdicio de recursos académicos y un desprecio de los logros recientes, situación que lleva demasiado a menudo a investigaciones que reinventan la rueda.
Intentaré recordar todo lo que he escrito aquí la próxima vez que asista a un congreso y trabajaré con más ahínco para erosionar esta brecha generacional.