Centro de resistencia 113, cerca de Canfranc. Fotografía de Andoni Canela

La historia de estos bunkers es tan tristemente increíble como reveladora. Triste porque fueron proyectados y construidos durante los años 40 del siglo pasado, es decir en plena posguerra. Como bien ha señalado Jordi Ribalaygue, en un país devastado por el hambre y la miseria se incrementaron los gastos militares para ejecutar un faraónico proyecto. Construir nada menos que 10.000 bunkers desde el Mediterráneo hasta el País Vasco para “proteger” España en el caso de que los países aliados decidiesen continuar la ofensiva, tras la II Guerra Mudial,  atravesando los Pirineos. Parece pues, que el objetivo del golpe de estado no era solo acabar con comunistas y masones, como se proclamaba, ya que había que defender el país de las democracias europeas y americana.

Un proyecto inútil, además, ya que los modernos sistemas para hacer la guerra, utilizando aviación, convertían en obsoleta esa forma de defensa.  

 

Búnker cerca del nacimiento del río Baztán, Navarra.  Fotografía de Andoni Canela.

Si bien el conjunto del proyecto, llamado la línea P, no se llegó a ejecutar, sí que se construyeron unos 4.500 bunkers y emplazamientos militares. Muchos de ellos son fáciles de observar e incluso en la población de Martinet de Cerdanya, en la provincia de Lérida, puede visitarse el Parc dels Búnquers de Martinet i Montellà como ya comentaba en la entrada anterior. También en otros lugares, como en Aragón, se están haciendo trabajos para recuperar algunos, aunque existen serias dudas tanto sobre la conveniencia de hacerlo como sobre las posibilidades reales de poderlos mantener ya que muchos se encuentran en lugares inaccesibles y se han perdido con el paso de los años. Esto nos plantea, como en tantas otras ocasiones el debate sobre la definición del patrimonio y sobre la necesidad o no de mantenerlo.   

Parece que quien mejor ha estudiado el tema en España ha sido José Manuel Clúa Méndez. En Wikipedia podéis leer una estupenda entrada con apuntes de bibliografía.

 

Fèlix Badia y Antoni F. Sandoval escribieron un buen reportaje sobre el tema. Fotografías originales, documentación y una apróximación a partir de las experiencias de las gentes de Camprodon. ¡Cuánto debemos al periodismo y cuánto cuesta reconocerlo desde la academia! Os dejo con una historia que se explica en ese texto, recomendando la lectura completa. Las fotografías de los bunkers de esta entrada también son del mismo reportaje.

Cuentan en Camprodon, en el Pirineo de Girona, ya muy cerca de la frontera, que a principios de los años 50, en plena posguerra, un vecino quería construirse un chalet de veraneo. La autorización no la debía conceder el Ayuntamiento, sino el capitán Laguna, que se encontraba al mando de un destacamento de guarnición en aquella zona. Pero convencer al capitán Laguna no era fácil: la casa iba a bloquear la línea de tiro de un búnker cercano, y el oficial no podía permitir que la defensa de España quedara comprometida por el capricho de un civil. Fue un año de tiras y a flojas, pero al final se llegó a una decisión salomónica.  La casa se podría construir, pero “en los sótanos de las cuatro esquinas del chalet habría que dejar unos espacios donde poder colocar dinamita para volar la edificación en caso de que fuera necesaria la utilización militar del fortín”, explica Manel Pujol, entonces un joven contratista de obras de Camprodon.  Hoy, la casa sigue aún en pie, y, también, muy cerca, el fortín, aunque ya cubierto de vegetación y olvidado, tras el paso de los años. El búnker del capitán Laguna no es una fortificación aislada, el valle de Camprodon está sembrado de construcciones de este tipo.

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