Juan Muñoz, Descarrilamiento (2001)
Es difícil desprenderse de los viejos papeles. Cada vez que los revisas con la esperanza de abrir espacio para los que van llegando te encuentras con las joyas y emociones que te hicieron conservarlos… y algunas nuevas sorpresas que aguardaban su momento. Ayer noche me encontraba en esa tesitura cuando de pronto apareció ante mis ojos una fotografía de la obra postrera de Juan Muñoz, Descarrilamiento, en un ejemplar de El Periódico del Arte de marzo de 2002. Si la escultura tuvo sentido en su momento, hoy, tras el reciente accidente ferroviario en Santiago de Compostela, invita a una nueva lectura. La memoria se rehace a cada paso del presente, obligándonos a rehacer el sentido de lo vivido y lo pensado.
El artículo, firmado por Lorna Scott Fox, describe la escultura y las circunstancias que rodearon su producción. La obra estaba en fundición cuando falleció súbitamente el artista. Está compuesta por cuatro módulos, de casi 4 m. de longitud cada uno, representando un tren de alta velocidad accidentado. Lo que no podemos apreciar en la fotografía es lo que se ve a través de las ventanas, una ciudad desierta que hace preguntarse finalmente a la autora del texto “¿Adonde se exiliaron las almas?”
La obra de Juan Muñoz, que he ido conociendo casi sin querer, en encuentros fortuitos visitando ciudades, museos y salas de exposiciones, halla el lugar exacto entre la evidencia y el misterio. Y en esta obra interroga sobre el futuro del mundo que conocemos, sobre las evidentes contradicciones que hay entre lo que realmente vivimos y todo aquello que deseamos o que preferimos pensar que deseamos mientras nos aferramos a los signos del progreso. Al fin, la soledad y el vacío conducen el destino individual y el compartido a la catástrofe. Incluso en estos tiempos de demolición concebimos la vida a través de los códigos externos de la fascinante modernidad. Así nos va.