NOTA: comento que esta es la traducción de mi entrada en inglés “On bullies, tyrants, and their sense of entitlement: Stop them now”, y que no existe en castellano un equivalente exacto de ‘entitlement’ (ni de ‘bully’). ‘Entitlement’ se traduce a veces por ‘derecho’ y otras por ‘privilegio’, pero pienso que ‘to feel entitled’ debe traducirse por ‘creerse con derecho’ a lo que sea.
Mientras escribo, el armamento nuclear ruso ya está listo para atacar cualquier lugar del mundo y tanto los medios de comunicación como las redes sociales están debatiendo si el Presidente ruso Vladimir Putin podría eventualmente ordenar una ofensiva, y contra quién. Para asombro del mundo, los ucranianos siguen resistiendo y Kyiv no ha caído aún después de seis días de combates. Las tácticas de invasión convencionales están siendo desplegadas por los rusos con menos éxito de lo que esperaban, pero, al mismo tiempo, Putin aún no ha amenazado directamente a Ucrania con la devastación nuclear. En esta situación extremadamente volátil, mientras Putin pierde el respeto del pueblo ruso y de la mayoría de las personas en el mundo, el Presidente ucraniano Volodymyr Zelenskyy, un cómico que ganó las elecciones de 2019 prometiendo poner fin a la corrupción, se ha convertido en un gran líder, eligiendo quedarse en Kyiv en lugar de aceptar el rescate que ofrecieron los estadounidenses.
Quiero usar mi entrada de hoy para leer la agresión rusa contra Ucrania en términos de género, ya que soy una feminista que enseña e investiga en el marco de los Estudios de Género. El contraste entre Putin y Zelenskyy sirve para comparar dos tipos de hombre, demostrando que mientras que la masculinidad en general no es la culpable del tipo de brutal violencia que es la guerra, la masculinidad patriarcal es de hecho culpable de los peores crímenes contra la humanidad. Putin está siendo comparado en estos días con Adolf Hitler y como soy la autora de un libro llamado Masculinity and Patriarchal Villainy in British Fiction: From Hitler to Voldemort (2019), también tengo algunas ideas que compartir sobre el tirano ruso. La tesis que defendí en el libro es que el comportamiento atroz de Hitler fue la culminación de un patrón que vincula al villano ficticio y al villano de la vida real como representantes de la masculinidad patriarcal. La definí como el tipo de masculinidad machista, sexista, misógina, LGTBIQ+ fóbica, racista y generalmente segregacionista, solo interesada en acumular el mayor poder posible para probarse a sí misma.
El patriarcado—que no es lo mismo que la masculinidad sino un subconjunto hegemónico como han teorizado Raewyn Connell y Michael Kimmel—atrae a los hombres prometiéndoles una parte del poder que tienen los hombres hegemónicos. Aunque esta es una promesa hueca, muchos hombres caen en ella, creyendo que tienen derecho al poder patriarcal, pero encontrándose generalmente desempoderados, o menos empoderados de lo que desearían estar. Si su sentimiento de desempoderamiento es alto, ha explicado Kimmel, esto les lleva a atacar a otros menos empoderados que ellos, un comportamiento que explica la intimidación de los acosadores de todo tipo, el abuso relacionado con la pareja, la criminalidad aleatoria desde el asesinato en serie hasta el terrorismo, y así sucesivamente. Por lo general, los mecanismos de control, desde la presión de grupo hasta la intervención judicial, funcionan, y los aspirantes a tiranos acaban desempoderados de una manera u otra. En varios casos, sin embargo, los tiranos en ciernes se hacen fuertes en el poder utilizando la pura violencia, dentro de círculos criminales o políticos, hasta que simplemente no pueden ser detenidos; o se necesita un esfuerzo masivo—como la Segunda Guerra Mundial, tal vez la Tercera Guerra Mundial—para detenerlos.
Para el capítulo sobre Hitler en mi libro seguí a Kimmel pero también al biógrafo británico de Hitler Ian Kershaw, para dejar de lado las trivialidades biográficas y leer al Führer no como un individuo excepcional sino como un caso excepcional de villanía patriarcal que supera todos los controles contra el empoderamiento excesivo. Hitler, un hombre oscuro con muchos problemas personales, podría haber fracasado en sus planes de empoderarse si la sociedad alemana hubiera sido capaz de imponerle los controles necesarios. La situación, sin embargo, era tan frágil después de la derrota alemana en la Primera Guerra Mundial, la crisis de 1929, el ascenso del fascismo en Italia, etc., que en lugar de ser acorralado, Hitler fue respaldado. Recordemos que ganó una elección democrática legítima en 1933 antes de organizar el golpe que lo convirtió en el dictador total de Alemania. Este es un mecanismo que hemos visto en funcionamiento recientemente en los Estados Unidos, donde la democracia estadounidense casi murió el 6 de enero de 2021, después de que el Capitolio fuera asaltado por fascistas pro-Trump. Hitler, Trump o Putin, como se puede ver, no son importantes como individuos, como hombres. Lo que importa aquí es que los mecanismos democráticos estén en su lugar para que ningún tirano pueda levantarse. Estos hombres son la prueba de que el mecanismo para evitar que los villanos se empoderen en exceso a menudo falla, mucho más cuando, como sucede en Rusia, nunca han estado realmente en su lugar.
En el funcionamiento normal de las cosas, los hombres y mujeres que llegan al poder en los sistemas políticos democráticos están motivados por un sentido de servicio mezclado con la ambición personal de dejar su huella en la Historia. Por supuesto, todos desean empoderarse y actuar siguiendo sus propios principios e ideas sin obstáculos, pero se supone que la oposición y los votantes deben frenar ese instinto. La mayoría de los políticos en el mundo, a cualquier nivel, entienden que hay líneas rojas que no se pueden cruzar, aunque, obviamente, muchos las cruzan a diario para enriquecerse a través de la corrupción.
J.R.R. Tolkien habla en El Silmarillion y en El Señor de los Anillos de dos tipos de poder: el poder de creación y el poder de dominación. El primer tipo es buscado por las personas que piensan que pueden hacer el bien a título individual o colectivo, mientras que, como trasluce a través de los ejemplos tolkienianos de Morgoth y Sauron, el poder de dominación necesita expresarse a través de la opresión, la explotación y la sumisión violenta. Se necesita una alianza de seres divinos y elfos para poner a Morgoth en prisión para siempre (él es inmortal) y se necesita una segunda alianza de elfos, hombres, enanos y hobbits para expulsar a Sauron (otro inmortal) de Mordor. Tolkien había luchado en la Primera Guerra Mundial y entendía muy bien cómo procede la masculinidad patriarcal: su necesidad de empoderamiento es una necesidad de dominación, y se basa, aquí está la clave principal, en creerse con derecho a lo que uno desea.
Todo el mundo se siente con derecho a algo. Si se trata de la felicidad o de gobernar el mundo entero depende de la cuota de poder que tengamos. Una persona sin poder alguno, un esclavo, ni siquiera puede contemplar sentirse con derecho a nada, mientras que una persona con un fuerte sentido de derecho al poder hará cualquier cosa para aplastar a sus enemigos y rivales. Estamos viendo esta maquinaria en funcionamiento en los partidos nacionales de derecha españoles, con la repentina caída en desgracia del Presidente del PP, Pablo Casado, por atreverse a interferir con la Presidenta regional de Madrid, Isabel Ayuso, y en Vox, que promete empoderamiento a hombres y mujeres que sienten que están siendo maltratados por la opinión popular progresista y los partidos de izquierda.
Las mujeres, como se puede ver, sienten tanto sentido de derecho al poder como los hombres, pero el sexismo hasta ahora les ha impedido promulgar esa necesidad más allá de un cierto nivel (el de Margaret Thatcher como primera ministra de Gran Bretaña, 1979-1990). Si los hombres y las mujeres siempre hubieran sido tratados por igual, no estaría ahora hablando de masculinidad patriarcal sino de humanidad oligárquica. Sin embargo, el hecho es que el sentido del derecho al poder de las mujeres ha sido duramente suprimido a lo largo de la Historia. El feminismo ha liberado a muchas mujeres de sus grilletes, pero puede haber creado monstruos al invitar a todas las mujeres a defender sus decisiones; decisiones que lamentablemente también incluyen, como sabemos ahora, ser unas fascistas que aspiran a gobernar su territorio.
Si el sexismo no hubiera sido un factor importante en la Historia, así pues, no hay razón para suponer que nunca habría habido una Isolde Hitler, una Charlotte Trump, o una Natalia Putina desempeñando el mismo papel que sus homólogos masculinos de la vida real. Los matones prehistóricos, sin embargo, pronto descubrieron que los hombres violentos siempre tenían la ventaja, ya sea siendo ellos mismos directamente violentos u ordenando a otros que lo fueran; así impusieron en la Edad de Hierro el régimen patriarcal que ahora está llevando al cambio climático y al holocausto nuclear. Este régimen supremacista masculino basado en satisfacer el sentido del privilegio y el derecho, y la necesidad de empoderarse para la dominación de un cuadro selecto de hombres villanos sigue gobernando el mundo, a pesar de la existencia de muchas naciones pacíficas, en su mayoría gobernadas por hombres y mujeres que entienden que las guerras de conquista y expansión no han traído nada positivo en los últimos miles de años. Aunque solo fuera hipócritamente, dado su historial en Vietnam, Afganistán e Irak, los Estados Unidos cimentaron su reputación mundial sobre la base de que ninguna otra guerra de conquista debe ser tolerada. Expusieron su tesis masacrando a los ciudadanos de Hiroshima y Nagasaki con monstruosidades nucleares porque se sentían con derecho a poner fin a sus vidas, pero todavía sostienen el argumento de que a nadie más se le debe permitir promulgar un sentido similar del derecho sobre las vidas de los demás.
Esto me lleva de nuevo al Presidente Putin, cuyo creerse con derecho a poseer Ucrania y posiblemente otras naciones de Europa—ha amenazado directamente a Finlandia y Suecia—ha despertado repentinamente, en un momento en que su poder sobre Rusia parece indiscutible y después de décadas presentándose internacionalmente como un déspota sin ambiciones imperiales. Especularé que Putin, de 69 años, está pasando por una crisis personal relacionada con su envejecimiento como hombre, dada su autopresentación ultra-masculina—creo que ese es el problema de fondo—pero estoy más interesada en cómo funcionan los mecanismos para controlar su comportamiento desbocado. El escenario de guerra en Ucrania va acompañado de otras medidas no militares en otros lugares: manifestaciones masivas, exclusión financiera, presión a China para que deje de respaldar la guerra, etc. Tanto la OTAN como la UE han descartado la confrontación militar, aunque veremos qué sucede si Putin pone un pie en Polonia. Dentro de Rusia, los manifestantes anti-Putin se arriesgan a ser detenidos y a sufrir castigos peores, los influencers publican mensajes contra la guerra constantemente, y los multimillonarios comienzan a quejarse. Sin embargo, no hay señales (¿todavía?) de un posible golpe de Estado: un diputado solitario, del Partido Comunista, fue el único que se opuso a la guerra en el abarrotado Parlamento de Rusia. Lo que está en juego, insisto, no es realmente cómo se debe detener a Putin, sino cómo se debe detener a cualquier villano de su tipo. Mañana podría ser Kim Jong-Un decidiendo invadir Corea del Sur y lanzar una ráfaga de misiles nucleares. Sin embargo, y aquí es donde la situación coge tintes aterradores porque en este momento, a menos que un hombre ruso honorable se tome en serio el problema de cómo frenar a Putin para siempre, no hay un mecanismo firme que le pueda parar los pies.
Tal como están las cosas ahora, Ucrania y tal vez el mundo están siendo sacrificados a las necesidades personales de un hombre patriarcal blanco al borde de la vejez que no se siente satisfecho con gobernar Rusia. Un general alemán fue despedido por argumentar en público que los temores de Putin de que Rusia no esté lo suficientemente segura si Ucrania se une a la OTAN o a la UE deben abordarse. Estoy de acuerdo en que sus temores deben ser abordados, pero no los relativos a Ucrania. Es urgente entender por qué uno de los hombres más poderosos de la Tierra se siente repentinamente tan desempoderado que necesita arremeter contra todos, tal vez acabando con el planeta. Lo que me hizo llorar tanto el domingo pasado, cuando escuché el anuncio de Putin sobre la preparación de su arsenal nuclear, no fue solo puro miedo sino ira contra la renuencia a aprender lecciones que tanto los Estudios de Género como el pasado histórico nos enseñan; preferimos presentar a monstruos como Hitler como una aberración desconcertante, cuando son de hecho patriarcas transparentes y fáciles de entender. Mientras cerramos los ojos a la naturaleza de la masculinidad patriarcal, tenemos que soportar que algunos idiotas arremetan contra el perfil supuestamente bajo que las feministas están manteniendo en esta guerra (hablo del TikToker @notpoliticalspeaking, ver https://www.dailymail.co.uk/femail/article-10560821/Man-SLAMMED-saying-unfair-men-fight-war-Ukraine-children-women-leave.html).
Luchad contra esa masculinidad patriarcal en las calles o en línea, pero detenedla por cualquier medio o ese monstruo patriarcal ruso destruirá a todas las demás personas en la Tierra. La situación es ahora mucho más grave que con Hitler, y mucho más urgente. El genocidio absolutamente espantoso que él cometió podría palidecer por comparación con el genocidio planetario que pronto podríamos presenciar, si es que alguien sobrevive.
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