El pasado 14 de septiembre el Ministerio de Derechos Sociales y Agenda 2030 que dirige Ione Belarra, Secretaria General de Podemos, lanzó la campaña #BastaDeDistopías para animar el debate en torno al desaliento general, sobre todo entre los jóvenes. La pieza principal es un video de 1 minuto en el que se ve a diversos personajes de lo que se asume son narraciones distópicas liberándose de la grima y la apatía para volver a sonreír. El texto que acompaña al video es “Siempre que pensamos en el mundo del futuro, imaginamos un mundo peor ¿verdad? Un mundo tóxico, una atmósfera irrespirable, brutal e inhabitable, una sociedad desigual, injusta, represiva y cruel, una tecnología descarnada, un futuro oscuro para las próximas generaciones, pero nada está escrito todo depende de nosotros, todo depende de nosotras, y lo que somos capaces de imaginar es lo que somos capaces de hacer”.
La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible, que da nombre en parte al Ministerio, fue aprobada por la ONU en 2015, como plan de futuro con 17 objetivos de desarrollo (o ODS) que pueden llamarse utópicos pero que deberían ser de puro sentido común, ya que pasan por erradicar la pobreza y garantizar la igualdad de derechos, y de calidad de vida (ver el listado aquí) . Quizás hayáis visto que el Presidente Pedro Sánchez lleva un colorido pin circular con los 17 colores de las ODSs. La agenda no ha despertado entusiasmo alguno y es muy posible que el Ministerio que encabeza la podemita Belarra ayude más bien a socavarla por el poco rédito político que ahora mismo acumula Podemos. Como suele suceder en estos casos, el esfuerzo gubernamental por seguir el mandato de la ONU es visto como un mero chiringuito para lanzar consignas vacías y, como se dice, chupar del bote institucional. La campaña contra la distopía ha recibido por ello múltiples chanzas, pullas y mensajes de odio en las redes y críticas varias sobre su coste y efectividad en los medios. La queja principal es que una institución que es parte de la distopía que vivimos solo le puede pedir a los ciudadanos que abracen la utopía en un ejercicio de total hipocresía.
Subscribo la queja, pero también el contenido del anuncio y la campaña, que es necesaria provenga de quien provenga. Las personas que recibimos este año en la universidad tenían cuatro años cuando estalló la crisis de 2008 y no han conocido otra cosa que un futuro incierto, articulado por una crisis económica ahondada por el evidente cambio climático, la pandemia causada por la Covid-19 y la locura belicista de Vladimir Putin. Son una generación que además están recibiendo una avalancha de textos distópicos, iniciada ya mucho antes en los 80, en novelas, cine, series y videojuegos. Puede haber en algunos de estos textos una promesa de regeneración (pienso en The Hunger Games) pero se trata en su conjunto de una narrativa sumamente deprimente, y tan ubicua que todo el mundo entiende a qué se refiere la campaña del Ministerio. Sentimientos como la felicidad o la alegría suenan hoy muy huecos, y cuando se expresan se hacen muchas veces en la falsedad de las imágenes retocadas de las redes sociales. Y no me refiero tan solo a los jóvenes. El mundo va mal, y el margen de maniobra parece escaso. Que la ineficiente ONU crea que la Agenda 2030 va a funcionar es poco menos que una broma en vista de su incapacidad de detener ahora mismo a Putin, y evitar la catástrofe ambiental y humanitaria que su invasión de Ucrania ya está costando.
Como la campaña del Ministerio alude ni que sea tangencialmente a la distopía dentro de la ciencia ficción, habría sido apropiado por parte de Belarra abrir consultas con los autores, fans, y estudiosos del género, que seguro que habrían estado encantados de colaborar. De hecho, la inquietud sobre el predominio de la distopía ya ha generado algunas propuestas interesantes, tales como el Decálogo del Movimiento Pragma impulsado en 2018 por la Fundación Asimov. Este decálogo tiene algunos punto francamente cuestionables, como por ejemplo “5. Evitar dogmas políticos, ideológicos o identitarios en las propuestas de cambio”, que señalan lo alejado que está de las políticas podemitas de la feminista Ministra Belarra, pero al menos muestra una preocupación similar por la necesidad de regenerar las narraciones que nos dominan. Estamos estancados, básicamente, en un modelo creado en Estados Unidos en el peor momento de la Guerra Fría, entre 1982 y 1986, cuando parecía perfectamente posible que la civilización acabara con un holocausto nuclear, y no nos hemos movido de esa distopía en cuarenta años. Que Putin amenace con una guerra nuclear es señal de que en política internacional seguimos en la Guerra Fría, pero toda distopía narrativa en un punto a favor de ese estancamiento político.
La Fundación Asimov menciona movimientos dentro de la CF tales como el solarpunk, el ecopunk y el hopepunk, a los que hay que prestar atención pese a que el sufijo -punk siempre apunta al distópico ciberpunk. En su reseña de la antología Sunvault: Stories of Solarpunk and Eco-speculation (2017), editada por Phoebe Wagner y Brontë Christopher Wieland, Rhys Williams explica que este género “prioriza la esperanza y la capacidad de resistencia ante la crisis climática” y “representa la esperenza en la comunidad, en el reconocimiento, y en alentar el potencial de cada individuo”. En el solarpunk, la energía solar no solo es renovable, sino que es sobre todo una causa “abierta al diálogo, amorosa, llena de la alegría del contacto. Cat Sparks, editora junto a Liz Grzyb de la antología Ecopunk! (2017) explica en una entrevista que el ecopunk es parte de la ciencia ficción sobre el cambio climático que incluye el solarpunk, pero mientras que este género “se centra específicamente en las soluciones que ofrece la energía solar y sus transformaciones, como el nombre indica, el ecopunk deja a la puerta abierta a otras soluciones tecnológicas sostenibles”, más allá del sol. En cuanto al hopepunk, el término proviene de la autora de fantasía Alexandra Rowland quien en 2017 ofreció la etiqueta en Tumblr con la intención de contrarrestar el peso del grimdark, subgénero de la ficción especulativa “particularmente distópico, amoral, y violento”, informa Wikipedia, e inspirado por el eslógan de Warhammer 40,000 “In the grim darkness of the far future there is only war” [“en la oscuridad sombría del futuro lejano solo hay guerra”]. También según Wikipedia el mayor reconocimiento recibido por el hopepunk ha sido la entrega en 2019 del Nebula y el Hugo a la novela The Calculating Stars [Hacia las estrellas] de Mary Robinette-Kowal.
Podría parecer que todos estos géneros de la ciencia ficción quedan muy lejos de la campaña ministerial y de las preocupaciones cotidianas de los ciudadanos de a pie pero lo cierto es que las historias que consumimos son un índice de nuestras penas y esperanzas. Esta semana los productos audiovisuales más vistos en España han sido la serie de HBO House of the Dragon (aunque The Rings of Power, de Amazon, se le acerca mucho) y la mini-serie de Netflix Monstruo: la historia de Jeffrey Dahmer, sobre el asesino en serie de Milkwaukee. Que medio país se entretenga viendo dos relatos de una negrura absoluta en su violencia, misoginia y homofobia en lugar de estar leyendo solarpunk, ecopunk o hopepunk dice mucho de nuestro ánimo pero también de lo que la Ministra Belarra no comenta: no son los ciudadanos corrientes los que han cementado este clima distópico sino las corporaciones que nos ofrecen las noticias y el entretenimiento y que, por sus propios intereses, nos quieren asustados y dóciles. El objetivo de la campaña #BastaDeUtopías, por lo tanto, deberían ser esas corporaciones que nos meten el miedo en el cuerpo y que deberían cambiar ya mismo su tono. No me refiero con ello a que se pueda o se deba ocultar lo que ocurre en Ucrania y en las otras 24 guerras en activo ahora mismo en el mundo (recordad la definición de grimdark) sino a sustituir ese reguero de noticias y narraciones catastrofistas por una corriente continua de noticias y narraciones esperanzadoras y positivas.
Le sugiero así pues a la Ministra que vaya un paso más allá, forme un consejo de ciudadanos capaces de aportar ideas positivas, con las gentes que escriben y aman la ciencia ficción de nuevo cuño positivo, y que se dedique a imaginar ella misma en qué consiste la utopía. Cogiendo cada uno de los 17 objetivos de desarrollo sostenible se podría escribir una historia positiva y empezar a darle la vuelta a tanto ciberpunk y tanto grimdark, con algo más que una consigna y un anuncio llamativo pero falto de contenido. Soy consciente de que, se haga lo que se haga desde este o cualquier otro Gobierno, el llamamiento a abrazar la utopía se recibirá con mofas, desdén, rabia e incluso dolor. Como buenos españoles, le daremos al pico sin reflexionar más allá de la inquina contra quien mande. Décadas de cinismo y desespero nos han dejado en manos de la distopía, y es ahora muy difícil imaginar desde la izquierda un mundo igualitario real. Desde la (extrema) derecha lo tienen mucho más claro: la nueva Primera Ministra británica Liz Truss ha dejado a su país en la miseria en solo tres semanas de mandato, favoreciendo a los ricos con grandes recortes de impuestos para que sigan instalados en su utopía mientras el resto de la población se hunde en la miseria que las distopías llevan años anunciando. El hopepunk del mensaje ministerial de Belarra puede ser risible pero la alternativa, ya se ve, es un grimdark generalizado. Estáis avisados.