En agosto escribí una entrada titulada “Crónica de la muerte de la literatura (II): El ecsritor como influencer” en la que me refería principalmente a la autora estadounidense Colleen Hoover como el principal ejemplo de la escritora que triunfa a pesar de carecer del apoyo de los medios convencionales y gracias a las redes sociales. Hoy vuelvo sobre este tema inspirada por un artículo publicado hace unos días en El País por Begoña Gómez Ursáiz, “Las autoras hiperventas que apenas salen en los medios de comunicación”. Esta pieza se ilustra con retratos de Elísabet Benavent, Luz Gabás, Alice Kellen y Megan Maxwell, las autoras españolas más vendidas (Kellen y Maxwell son seudónimos).
El subtítulo del artículo es “Las jerarquías que ya se pulverizaron hace décadas en la música y el cine persisten en el mundo del libro, donde impera un sistema que mantiene segregados a los ‘best sellers’ de la novela literaria”. Hay mucho que desempacar en esta oración. Gómez Ursáiz mantiene que las publicaciones de calidad (periódicos, revistas) reseñan habitualmente cine y música populares (o comerciales), así que nadie se sorprende ante una reseña de película de superhéroes o del nuevo álbum de Taylor Swift. La crítica no se limita, ciertamente, como solía ser el caso hace décadas, al cine de autor o a la música clásica/culta, pero esto no significa que la ‘jerarquía’ haya desaparecido totalmente en todos los campos artísticos. Swift puede cosechar muchos Grammys, pero ningún éxito de taquilla veraniego ha cosechado muchos Oscars (un premio que se está volviendo por ello cada vez más irrelevante). De hecho, ni siquiera los Grammy son tan abiertos: Rosalía perdió ante Swift en esta edición, y fue galardonada ‘sólo’ con Grammys latinos. La Reina del Pop es la Reina del Pop, y es anglófona. Además, cuando se reseñan las películas de superhéroes nunca reciben el mismo respeto que la última película de cualquier director desconocido de Kazajstán. Veo religiosamente Días de cine en La 2 todos los viernes y sé de lo que estoy hablando. Al final, acabo eligiendo las películas comprobando sus calificaciones en IMDB.
Volviendo al subtítulo de Gómez Ursáiz, este alude al ‘sistema’ que mantiene los superventas segregados de la ficción literaria. Es un error clásico de los medios de comunicación españoles: se asume automáticamente que cualquier libro superventas es ficción comercial no literaria, lo que hace imposible explicar las altas ventas de algunas novelas literarias (del tipo que gana el Nacional de Narrativa o el Nobel). La periodista en realidad quiere decir que los medios españoles solo reseñan ficción literaria, mientras que la ficción de género normalmente se ignora, con algunas excepciones constituidas principalmente por la ficción detectivesca y las novelas históricas. En cambio The Guardian, por ejemplo, reseña todo tipo de géneros, desde la ficción altamente literaria hasta la ficción infantil. Para mí el problema, así pues, no es que los medios españoles no reseñen la ficción más vendida, sino que sus críticos literarios no saben cómo reseñar ficción de género. Gómez Ursáiz echa de menos reseñas de, en esencia, ficción romántica; yo echo de menos reseñas de ciencia ficción y, en general, una mayor capacidad para explicar por qué ciertos libros tienen funcionan bien y/o tienen éxito.
La esencia del asunto es que las escritoras españolas más vendidas no están siendo reseñadas en los medios por los géneros que practican y no realmente porque sean mujeres, como insinúa la periodista. Sus pares masculinos sí son reseñados de tanto en tanto porque generalmente practican géneros que han pasado el corte esnob de los medios de comunicación, aunque mi impresión es que los hombres que escriben novela romántica o ficción juvenil se enfrentan a problemas similares (estoy pensando en John Green). Gómez Ursáiz parece convencida de que existe un prejuicio contra Benavent, Gabás, Kellen, Maxwell y otras autoras porque son mujeres que escriben para otras mujeres y practican géneros generalmente dirigidos a mujeres, pero aunque reconozco que la misoginia es parte del problema, creo que ella misma debería emitir algún juicio crítico sobre su trabajo. Cuanta más atención crítica acumula la ficción popular, mejor se vuelve su prosa, como se conoce por los casos de ficción detectivesca, ficción histórica, fantasía, gótico, etc. El prejuicio misógino ha impedido que YA y novela romántica sean tomados en serio como objetos de reseñas, lo que significa que nadie ha señalado a los escritores o lectores cómo se podrían mejorar estas novelas. Estos escritores, por supuesto, no trabajan con un ojo puesto en las reseñas (lo que generalmente hace que los autores cuiden sus estándares) sino para complacer a una audiencia guiada solo por el gusto popular. Y les funciona.
Perdón por si sueno tan horriblemente esnob como el crítico de Babelia Domingo Ródenas de Moya, profesor de Literatura en la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona, cuyas opiniones, citadas en el artículo de Gómez Ursáiz, son bastante alarmantes. Según él, los suplementos culturales de los periódicos tienen la misión de guiar a los lectores exigentes y, por lo tanto, si estos lectores se encuentran con una reseña de una novela de, por ejemplo, Elísabet Benavent, podrían asumir erróneamente que “esto es literatura, y en mi opinión no lo es. Esos libros deben ser tratados en las páginas de los periódicos como lo que son, fenómenos de sociología cultural”. Solo esa disciplina puede explicar el éxito de Benavent, Gabás, Kellen o Maxwell, cuando realmente depende de nosotros, los críticos literarios académicos, hacer nuestro trabajo y explicar por qué ciertos géneros atraen a los lectores, qué tipo de lectores son y si aplican algún juicio crítico a lo que leen. Mi principal preocupación es que los críticos que defienden la misma posición de Ródenas no han logrado educar al público lector para que exijan una prosa más sofisticada, aunque tal vez el caso es que muy pocas personas leen Babelia y suplementos similares. Para mí, el principal problema no es en absoluto lo que narran las autoras, sino cómo lo narran. Intenté leer Palmeras en la nieve de Gabás, pero aunque me interesaba mucho su trama, no pude soportar su prosa cursi.
He narrado aquí, sin embargo, mis propios problemas para leer Moby Dick, y me gustaría abordar el tema que estoy analizando desde este otro ángulo: la forma. Naturalmente, cuando leemos prestamos atención simultáneamente a dos aspectos: el contenido y la forma. Si el contenido es emocionante, podemos aceptar como lectores limitaciones en la forma (incluido el estilo); este suele ser el caso en la ficción más vendida que los críticos literarios no reseñan, desde la novela de fórmula básica hasta las autoras que he mencionado aquí. Cuando el contenido y la forma están equilibrados, con lo que quiero decir que la emoción de la lectura no se ve estropeada por un mal diálogo o una prosa chapucera, entonces se llega a ese nivel intermedio en el que los medios comienzan a prestar atención, ya sea a la ficción de género o a la ficción realista general, desde Stephen King hasta Arturo Pérez Reverte, desde Hillary Mantel hasta Sally Rooney. Los críticos literarios más exigentes, como Ródenas, están más interesados, sin embargo, en las novelas cuya forma es mucho más visible que su contenido; solo eso explica que la ficción Modernista como Ullysses todavía fascine y que monstruosidades posmodernas como Gravity’s Rainbow se consideren obras maestras. En Moby Dick la forma abruma el contenido, y casi mata el placer de leer la historia. En las novelas de las autoras mencionadas aquí, toda la energía se centra en la narración, con menor preocupación por la forma. Los lectores que simplemente no se interesan por la forma quedan lo bastante contentos y, al parecer, entretenidos, que es lo que cuenta para las autoras.
Los críticos literarios de los medios de comunicación deben tomar nota de todo esto porque no juegan papel alguno en las redes sociales, de las cuales la mayoría de los lectores obtienen la información sobre libros. He mencionado muchas veces aquí que entro en GoodReads antes de comenzar un libro, mientras lo leo y cuando lo termino. Escribo reseñas de trabajos académicos porque sigo pensando que son necesarias, pero cuando se trata de ficción creo que leer la opinión de una persona es demasiado limitado. GoodReads ofrece reseñas de lectores de todo tipo pero, en general, encuentro que las puntuaciones son fiables. Puedo estar segura de que un libro de 4 estrellas estará bien, siempre que me interese el tema del libro en cuestión. Si no te gustan las historias de amor jamás te enganchará una novela romántica por muy bien valorada que esté. En cuanto a la ficción literaria, los lectores suelen ser muy honestos sobre sus méritos porque no están pensando en la posteridad, ni en la historia de la literatura, sino en si vale la pena leer un libro. Las obras maestras que enseño en clase como la mejor ficción heredada del pasado a menudo reciben críticas condenatorias en GoodReads; los libros que deberían hundirse en el olvido son elogiados hasta el infinito.
Así que, para concluir, es curioso que periódicos como El País reflexionen sobre el poco prestigio de las novelistas más vendidas en España, pero aún no reflexionen sobre el papel cada vez más absurdo que los suplementos culturales de los periódicos están jugando hoy, en un mundo dominado por las redes sociales. Corrigiendo a Ródenas, lo que los sociólogos deberían examinar es cómo y por qué el crítico literario de su tipo todavía mantiene alguna autoridad (o simplemente poder para guiar a otros) en un mundo dominado por las redes sociales. No estoy diciendo que los medios de comunicación y la academia no deban hacer ningún esfuerzo para juzgar la calidad, sea lo que sea que eso signifique, y ofrecer orientación a tantos lectores como sea posible. Lo que estoy diciendo es que somos, y siempre hemos sido, parte de un mundo de opinión mucho más extenso, expresado en ventas durante siglos y además en las redes sociales en el siglo XXI. Acostúmbrate, que ya toca. Y prueba a leer estas novelistas, podrían tener algo interesante que decirnos incluso a nosotros, los esnobs académicos.