Es posible que hayáis notado que los periódicos han comenzado a publicar versiones de audio de una selección de artículos, tal vez en algunos casos de todos sus artículos. Lo observé por primera vez en La Vanguardia, que ofrece la versión de audio solo a sus suscriptores, considerándola un servicio premium. Claramente, el audio no se ofrece para beneficio de los lectores ciegos, sino como parte del cambio de tendencias provocado por los cada vez más populares podcasts y por una pérdida general de la capacidad de leer. He tomado un artículo al azar con una versión audio de 4:16 minutos y creo que leer todo el texto posiblemente les lleve más tiempo a los lectores estándar. Sin embargo, no me queda claro quiénes son el objetivo demográfico que los periódicos están tratando de atraer. ¿Los jóvenes que no leen, tal vez? Pregunto.

            En cuanto a los podcasts, por supuesto que veo su atractivo, pero me falta paciencia para escuchar. Supongo que tanto los podcasts como los audiolibros son cada vez más populares porque se consumen mientras los oyentes realizan otras tareas (al igual que pueden escuchar música): tal vez cuando salen a correr, en los trayectos entre el trabajo y el domicilio, o en casa haciendo tareas domésticas. Con la edad, no obstante, me resulta cada vez más difícil interesar a mi cerebro en escuchar música o palabras mientras me ocupo en otras cosas, hasta el punto de que no lo hago. Leo libros y artículos o consumo textos audiovisuales (desde videos de YouTube hasta series), actividades que me mantienen totalmente ocupada. No tengo la paciencia, tampoco, para sentarme en el sofá y escuchar música o voces grabadas sin hacer nada más. En seguida me aburro. Así pues, nada de podcasts o audiolibros para mí. Por cierto: me han dicho varias veces que debería ofrecer versiones de audio de cada entrada en este blog, pero mi objetivo es invitar a la gente a leer (además, no soporto grabarme).

            Dicho esto, no tengo ninguna objeción a que los podcasts y audiolibros se integren en la clase de Literatura, siempre y cuando no arrinconen los textos impresos. Todo puede ser un recurso útil siempre que se use bien y, mientras los estudiantes aprendan, no me opongo a ninguna fuente. Una amiga me dijo que a su hijo no se le permite citar videos de YouTube como fuente en su trabajo de final de grado y eso me parece absurdo. Por supuesto, la mayoría de las fuentes secundarias en las disertaciones deben ser fuentes impresas académicas, pero ¿por qué no habría que citar fuentes de audio o video? Yo misma he citado entrevistas disponibles en video, y citaría podcasts sin ningún problema. De hecho, una de las maravillas del siglo XXI es su vasto archivo de fuentes de audio y audiovisuales, y lo bien que se puede conocer a los autores vivos y sus libros online. Esto es tan obvio que estoy empezando a sonar como una mema. Sin embargo, como se puede ver, no todos los docentes han llegado a ese punto, tal vez por temor a que una vez se baje la barrera, las tesinas y tesis dejarán de usar principalmente fuentes impresas, tal como deberían.

            En cuanto a los audiolibros, he seguido un debate reciente en The Guardian sobre si realmente puedes afirmar que has leído un libro si solo lo has escuchado. Un poco bizantino. Hubo un tiempo que todos hemos olvidado cuando la cultura se transmitía oralmente, hasta que se inventó la escritura y, muchos siglos después, la imprenta. Algunos participantes en el debate argumentaron que escuchar es, por definición, un ejercicio pasivo, mientras que la lectura es mucho más activa. Estoy de acuerdo pero por favor recordemos que la mayoría de los autores del siglo XIX esperaban ser leídos en voz alta, con un lector principal transmitiendo así el texto a los miembros de su hogar u otros tipos de audiencias (en Cuba un trabajador leía en voz alta a sus compañeros en las fábricas de cigarros).

            Si Dickens estuviera vivo, seguro que grabaría él mismo los audiolibros de sus novelas. No tengo ninguna duda así pues de que al escuchar el audiolibro puedes afirmar que lo has ‘leído’, aunque tal vez necesitemos un nuevo verbo para la experiencia. Sin embargo, si mis alumnos me dicen que han escuchado el audiolibro pero no han leído el texto, les reprocharía que no basta; todavía están aprendiendo inglés y necesitan trabajar con el texto impreso. Quizás la mejor experiencia es leer al tiempo que se oye el audiolibro. Aprendí esta lección de una estudiante disléxica que me explicó que así era como se las había arreglado para sacar buena nota en mi curso de Literatura Victoriana. De hecho, voy a recomendar a mis alumnos que sigan su método, que tiene todas las ventajas y, por lo que puedo ver, ningún inconveniente.

            Para recapitular, he argumentado hasta ahora que las versiones de audio de artículos, podcasts y audiolibros y los videos pueden ser de gran ayuda para el disfrute personal y la educación, y deben usarse como fuentes en la enseñanza y en la investigación. Sin embargo, he expresado algunas dudas sobre su posible impacto en la alfabetización, que es la parte negativa de su popularidad.

            Mi hermano me dijo recientemente que, aunque nunca ha sido un lector, se considera bien informado sobre temas de actualidad y suficientemente educado. Incluso cuestionó la necesidad de la textualidad impresa, aunque sólo fuera del lado del consumidor. Con esto quiero decir que la gente tiende a olvidar que para que existan productos audiovisuales es necesario que haya un guión, que casi siempre es un texto escrito, a menos que uno esté improvisando. No hace falta decir que los audiolibros son versiones de textos; toda la televisión y el cine dependen de guiones (y también lo hacen la mayoría de los programas de radio), y supongo que muchos podcasts y videos de YouTube también tienen una cierta base escrita.

            En cualquier caso, las opiniones de mi hermano me hicieron pensar en si las habilidades (o competencias) lectoras podrían perderse a medio plazo. En el debate sobre los audiolibros, quedó bastante claro que muchos usuarios jóvenes (18-35) carecen de la capacidad de leer durante un período mínimamente largo (digamos una hora), pero no tienen problemas para escuchar con atención durante más tiempo (bueno, siempre que no sea a un profesor…). Culpo de esto a la estúpida decisión tomada a nivel de la educación primaria de retrasar la edad en que los niños comienzan a leer. Mi madre aprendió a leer gracias a su padre obrero antes de ir a la escuela a los cuatro años y ella siempre ha sido una gran lectora. Mis maestros de escuela, como toda mi generación, me enseñaron a leer a esa edad, y mi impresión es que sus metodología ha funcionado razonablemente bien. A los siete años, la mayoría de nosotros podíamos leer ficción infantil del estilo de Alicia en el País de las Maravillas o más larga sin ningún problema. Ahora los niños comienzan a leer alrededor de los seis o siete años, y los ‘expertos’ afirman que un comienzo más temprano no es garantía de una mejor alfabetización (¡por favor!). Con los podcasts ahora extendidos a esa edad temprana, bien podría ser que, poco a poco, a los maestros les resulte imposible consolidar cualquier habilidad de lectura en ciernes.

            La alfabetización, por supuesto, se refiere tanto a la lectura como a la escritura, por lo que debo referirme al debate principal en estos días: si los bots como Chatbot GTP destruirán nuestro modelo actual de educación universitaria y secundaria. Este chatbot, como probablemente ya sepáis, puede componer ensayos aceptables del tipo que requerimos como tareas a realizar en casa. Los estudiantes ya han comenzado a hacer trampa al enviar como sus propios textos ‘escritos’ (¿compuestos?) por Chatbot GTP, lo que ha provocado la congoja de establecimientos educativos y autoridades en diversas naciones. Puede que tengamos que usar de nuevo exámenes en clase (que personalmente odio) para asegurarnos de que los textos que calificamos son 100% producidos por el estudiante que estamos evaluando.

            Profundizaré en este tema en futuras entradas. Hoy me basta argumentar que, aunque los estudiantes siempre han engañado a los docentes (el primer mercado de trabajos escritos por un tercero se abrió en Harvard cuando se comercializaron las máquinas de escribir y la letra dejó de identificar a los autores), cuanto menos hábiles sean como lectores más necesitarán usar bots para suplir deficiencias en investigación y escritura. Yo misma uso el bot de Word para traducir las entradas de este blog del inglés al castellano (con una revisión posterior, faltaría más), pero se trata de algo muy diferente a proporcionarle a Chatbot GTP algunas palabras clave y pedirle que escriba una entrada para hacerla pasar como mi propio texto. Como advertiré a los estudiantes el primer día de clase del segundo semestre, al usar bots no están engañando al sistema educativo, sino privándose de aprender las habilidades y competencias que les enseñamos, servicio por el que han pagado mucho dinero.

            Si, en resumen, las habilidades de lectura se ven socavadas por el aumento de la textualidad auditiva y las habilidades de escritura se ven socavadas por el mal uso de los bots, entonces existe la posibilidad de que, como argumentó mi hermano, la textualidad impresa se vuelva residual en poco tiempo. Este peligro es, por supuesto, potencialmente catastrófico si, por cualquier razón, ocurre un apocalipsis y, en el peor de los casos, se pierde la electricidad. Sin embargo, sin ir tan lejos, escribir y leer siguen siendo la mejor manera de transmitir información, aunque estoy de acuerdo en que la narrativa impresa no es necesariamente más efectiva que la audiovisual.

            Para mantener el mundo en marcha, estoy 100% segura de ello, necesitamos mejorar la alfabetización general. Esta mejora puede incluir la alfabetización auditiva y audiovisual (me maravilla lo buenos que son los jóvenes editando videos), pero no podemos permitirnos el lujo de perder la capacidad de leer y escribir ganada con tanto esfuerzo, y que ha emancipado a tantos de la opresión. Mirad lo que los talibanes están haciendo a las mujeres afganas, si queréis un ejemplo de las trágicas consecuencias de perder el derecho fundamental a la educación.            

Leed y escribid textos, por favor. No tiréis a la basura las mejores herramientas para completar vuestra educación y entender el mundo, espero que para convertirlo en un lugar mejor. Como profesora de Literatura, es algo que necesito gritar a los cuatro vientos.