Aunque escribo mucho sobre género, no escribo sobre sexo porque, siendo victoriana de corazón, creo que es un asunto privado. No quiero decir que no se deba hablar de sexo (¡por supuesto que hay que hablar!), sino que es difícil participar en el debate porque sólo se puede mantener la conversación teórica hasta cierto nivel. La experiencia personal define la sexualidad y al revés, y hay partes de mi vida que no quiero compartir. Ese es el significado de la privacidad, precisamente.
Una ventaja que tengo es que soy heterosexual, lo que significa que no tengo que defender mis opciones en el contexto de la heteronormatividad monógama, aunque los avances de la política de derechas están afectando también a los heterosexuales en cuanto a la reproducción, la anticoncepción y el comportamiento sexual en general. Terminaré esta introducción antes de dejarme llevar por asuntos que no son mi centro de atención hoy, como la realidad generalizada de los abusos sexuales contra niños o el impactante caso de Gisèle Pelicot. Mi enfoque se centra en la representación del sexo en la pantalla, así que allá vamos.
Empecé a ver la semana pasada la miniserie Los años nuevos de Rodrigo Sorogoyen, Paula Fabra y Sara Cano. Sus diez episodios narran la relación entre Ana y Óscar, presentándolos en Nochevieja a lo largo de los diez años en los que son pareja, de 2015 a 2024, años que son los de su treintena. De hecho, no sé cuánto tiempo están juntos, ya que dejé de ver la serie después de los dos primeros episodios, por culpa de un aburrimiento insoportable. No he visto Normal People, la miniserie, pero he leído la famosa novela de Sally Rooney, y Ana y Óscar me parecieron una versión mayor de Marianne y Connell, ese tipo de pareja que, como sabéis desde el principio, están hechos el uno para el otro, pero ponen todos los obstáculos que pueden en su relación, un tipo de narración realmente cansina. Mis jóvenes estudiantes me dicen que así es como funcionan las relaciones hoy en día, de ahí la inmensa popularidad de Rooney, pero pierdo la paciencia con lo que solo puedo ver como incertidumbres bastante tontas, disculpad mis remilgos.
Ese tampoco es mi tema… En los dos episodios que vi de Los años nuevos Ana y Óscar practican sexo en escenas larguísimas, como si Sorogoyen no supiera el significado de la palabra ‘elipsis’. El sexo es moderadamente explícito (no se ve una vagina ni un pene erecto) pero es detallado, ya que Sorogoyen nos invita a ver cada acción en los encuentros sexuales de la pareja, que parecen suceder en tiempo real. Viendo a Ana y Óscar me di cuenta de que las escenas de sexo están desapareciendo del cine y las series actuales (o que no estoy viendo películas y series con escenas de sexo, no estoy segura).
Estas escenas me hicieron sentir incómoda, como una voyeur más que como una espectadora. El sexo era excitante en su crudeza de porno suave, pero al mismo tiempo bastante distanciador debido a la insistencia del director en prolongar las escenas. Pensé que estaba proyectando mis propios prejuicios, como mujer ya algo mayor a la que no le gusta demasiado ver cuerpos jóvenes en la cama que le recuerden su edad. Sin embargo, para mi sorpresa, repasando las reseñas en Filmaffinity, vi que muchos otros espectadores habían comentado su incomodidad al ver las mismas escenas de sexo. ¿Ya basta?¿Ya vale?
De vez en cuando leo artículos sobre cómo las generaciones más jóvenes practican menos sexo y, en general, están menos interesadas en su representación en pantalla, una impresión que choca con la percepción generalizada de que los jóvenes ven mucho porno: los chicos heterosexuales para aprender sobre sexo sin importar lo poco realista que sea, las chicas heterosexuales para aprender a complacer a los chicos cuando piden sexo oral o anal… No veo porno porque me parece estéticamente poco atractivo y porque tiende a ser misógino. Leo de vez en cuando artículos sobre estrellas específicas o sobre protestas específicas contra la pornografía, pero en general su atractivo me desconcierta. Me pregunto qué se siente cuando un hijo o hija escoge el porno como su carrera profesional, y si el dinero compensa a los actores por la venta de su privacidad (suponiendo que la escojan libremente). Supongo que sí.
Esto me lleva a los actores que simulan sexo en la pantalla. Ver a Iria del Río (Ana) y Francesco Carril (Óscar) en sus largas escenas de sexo me dio tiempo suficiente para empezar a pensar en sus trabajos. Me imagino a un actor volviendo a casa con su pareja, después de un largo día simulando sexo con otro actor, y no logro entender cómo funciona esto. Como espectadora, en lugar de centrarme en lo que sucede entre los personajes, veo una enorme brecha en la privacidad de la vida de los actores, y la escena deja de funcionar para mí.
Hasta la década de 1950, más o menos, este problema no existía. Los actores podían besarse apasionadamente, pero no era necesario que se quitaran la ropa; la imagen de Burt Lancaster y Deborah Kerr en la playa en De aquí a la eternidad (1953), con sus cuerpos siendo barridos por las olas, actuando como metáforas de la lujuria, es un paradigma de ese tipo de sexo pre-desnudo. No voy a trazar aquí una historia del sexo en la pantalla y del colapso gradual de los códigos de censura. Tan solo diré que, en esencia, entre El cartero siempre llama dos veces (1981) e Instinto básico (1991), se abandonaron los últimos prejuicios y se convirtió en algo bastante normal que los actores simularan sexo completo en la pantalla tanto en películas independientes como comerciales.
Cuando era niña, vi una foto de Sophia Loren y Richard Burton besándose apasionadamente en el set de la versión de 1974 de Breve encuentro. El pie de foto afirmaba que se trataba de un ‘beso de mentirijillas’, afirmación que me dejó desconcertada porque el beso de la foto era claramente auténtico. ¿Los actores realmente no se tocaban? ¿Había algún truco que no captaba? No comprendí entonces que el beso era real, y que la falsedad correspondía a los sentimientos, aunque todos sabemos que las mejores películas son aquellas en las que los actores que interpretan a una pareja romántica terminan enamorándose (Gattaca, con Uma Thurman y Ethan Hawke, tiene esta magia para mí, no importa que ahora estén divorciados desde hace mucho tiempo).
Quizás por culpa de ese beso falso, sigo perpleja por lo que sucede exactamente en las escenas de sexo, como muchos otros espectadores. Sé que los genitales de los actores están cubiertos por pequeñas prendas en tono carne, pero aun así, se ve carne tocando carne, lenguas entrelazándose, manos acariciando… Los coordinadores de intimidad se aseguran ahora de que cada movimiento esté coreografiado y se minimice la incomodidad mutua de los actores. Aun así, no puedo imaginar qué tipo de estragos mentales y físicos deben causar las escenas de sexo en la vida de los actores. Sé que no podría soportar ver a mi pareja en la cama con otra persona en la pantalla para que todos la vieran, y me pregunto cómo las parejas de los actores afrontan esas escenas. Muy profesionalmente, supongo, aunque no sean necesariamente parte de la profesión.
Aparte de preguntarme qué es lo que los actores de Los años nuevos estaban sintiendo (o a sus parejas) en las escenas de sexo, también me pregunto qué aporta exactamente este tipo de escena. Bridget Jones dijo en la primera novela de la serie, en la que ve una y otra vez la miniserie de 1995 basada en Orgullo y prejuicio, que nadie quiere ver a Elizabeth y Darcy en la cama. Esa fue la adaptación que aportó al imaginario erótico la visión de Colin Firth con una camisa blanca mojada pegada a su pecho varonil… ¡mucho mejor que cualquier escena de sexo! Estas escenas, por supuesto, pueden decirnos si los amantes se tratan con pasión, ternura, aburrimiento, crueldad… pero no pueden transmitir lo que sienten por dentro (cosa que sí puede hacer la literatura). Dado que los espectadores necesitan llenar ese vacío, creo que las elipsis funcionan mucho mejor. Queridos directores y directoras, haced que los actores se besen y se desnuden, si os apetece, pero dejadme imaginar lo que los personajes hacen durante el sexo.
Hay una película que obligó a los espectadores y a los críticos a enfrentarse a la cuestión del sexo, pero que fracasó por ser demasiado explícita. ¿Alguien se acuerda de la película de 2004 de Michael Winterbottom 9 canciones? Winterbottom, también guionista, narra la relación sexual entre Matt y Lisa; las nueve canciones son interpretadas por las ocho bandas de rock a cuyos conciertos asisten juntos desde la noche en que se conocen hasta que se separan. Los actores Kieran O’Brien y Margo Stilley (que entonces aún no era profesional) mantuvieron sexo real no simulado, lo que significa que técnicamente se trata de una película porno, con la diferencia de que el objetivo principal de Winterbottom no era excitar sino narrar el sexo. Como dijo en el momento del estreno de la película, “Los libros tratan explícitamente sobre el sexo, como lo hacen con cualquier otro tema. El cine ha sido extremadamente conservador y mojigato. Quería ir al extremo opuesto y mostrar una relación solo a través del sexo”.
Las opiniones se dividieron, con algunos críticos y espectadores protestando que el sexo era poco erótico y tedioso, mientras que Derek Malcolm de The Guardián elogió la película porque “parece una película porno, pero se aprecia como una historia de amor. El sexo se utiliza como metáfora del resto de la relación de pareja. Y está rodada con la sensibilidad habitual de Winterbottom”.El propio Winterbottom enfatizó que “el objetivo de hacer la película era decir: ‘¿Qué hay de malo en mostrar sexo?’”. Cuando vi su película hace veinte años me pareció muy honesta y directa. Me preocupó ya entonces la privacidad de los actores, pero sus interpretaciones eran tan extremas que supuse que estaban bien.
La diferencia entre 9 Canciones y, por seguir con el mismo ejemplo, Los años nuevos, es que la película de Winterbottom trata directamente sobre el sexo, mientras que la serie de Sorogoyen trata sobre el amor. En una relación amorosa hay muchos otros elementos aparte del sexo, pero rara vez aparecen en las historias románticas: desde desacuerdos sobre las tareas domésticas hasta conversaciones intensas sobre, bueno, películas. El problema, según creo, es posiblemente la desproporción. Si se usa mucho tiempo para representar el sexo, y no se trata de una película o serie porno, hay que equilibrar esas escenas con otras que expliquen por qué los personajes se aman y se aguantan. En ausencia de un buen diálogo, el gran pilar de la narración romántica antes de que el sexo comenzara a narrarse en detalle, la trama se vuelve rápidamente aburrida. O bien parece que la pareja solo está junta por el sexo, o su historia parece demasiado ordinaria para captar la atención del espectador, que es lo que me pasó con Ana y Óscar. Sorogoyen nunca me convenció de que deberían importarme.
Tal vez sea hora de que escuche las recomendaciones de mis estudiantes y comience a leer romantasy, me dicen que ahí es donde se pueden encontrar historias románticas sexis e incitantes. Veremos qué pasa cuando empiecen a hacer las adaptaciones correspondientes…