Hace muchos años, una editorial me ofreció la oportunidad de publicar un libro sobre la figura de la mujer fatal, dirigido a un público general. No puedo recomendar lo suficiente los dos libros de Bram Dijkstra Idols of Perversity: Fantasies of Feminine Evil in Fin-de-Siècle Culture (1986) y Evil Sisters: The Threat of Female Sexuality in Twentieth-Century Culture (1998), monografías académicas que describen muy bien (¡y de manera muy crítica!) cómo las inseguridades masculinas llevaron al surgimiento de la femme fatale. Inicialmente acepté la propuesta que he mencionado, con la esperanza de difundir algunas de las enseñanzas de Dijkstra, pero a medida que mi lista de mujeres fatales crecía, también lo hacía mi incomodidad con el volumen proyectado.

La mujer fatal es un tipo específico de villana que usa su sexualidad para cumplir sus objetivos criminales, alguien como Mata Hari (en la vida real) o Catherine Trammell de Instinto básico (1991) en la ficción. Usar el sexo para el empoderamiento me parece una estrategia clásica nada feminista que puede ridiculizar la dependencia de (algunos) hombres del sexo, pero que en última instancia está subordinada al patriarcado. Terminé abandonando el libro, aconsejando a mi editora que buscara un escritor masculino. Da la casualidad de que la autora española Marta Sanz publicó en 2009 con otra editorial una antología de textos e imágenes sobre la mujer fatal, libro que está hoy agotado. En el momento en que Sanz publicó su volumen, la mujer fatal ya había sido reivindicada como una figura de empoderamiento antipatriarcal por algunas feministas entusiastas. Mi visión hoy, en 2025, no ha cambiado, y todavía veo la mujer fatal como la describió Dijkstra: una fantasía que encarna la misoginia de los hombres en lugar de una figura nacida de la exigencia de poder de las mujeres.

En el largo tiempo que pasé trabajando en mi libro De Hitler a Voldemort: retrato del villano (2019, 2023), consideré de nuevo a la mujer fatal y, en particular, cómo contrasta con los villanos masculinos que estudié, ninguno de los cuales usa el sexo para empoderarse. Naturalmente, ya que no hay mujeres poderosas en sus historias a las que necesiten seducir para empoderarse como hombres, y nunca encontré una historia en la que un villano seduzca a través del sexo a un villano aún más poderoso (¡hala! ¡he pensado en Elon Musk y Donald Trump mientras escribía esto…!). Muchas villanías son femme fatales, pero no todas las villanías lo son y, sí, podría haber considerado juntos a villanos y villanas. Sin embargo, no lo hice porque la misoginia confina a la villana a grados de poder más bajos de los que un hombre puede conquistar. Si Adolf Hitler hubiera nacido mujer, no habría ido muy lejos. Las pocas mujeres villanas con las que me encontré que sí parecían romper el molde, como Rosa Klebb en las novelas de James Bond, confirmaron mi tesis: ella es una enemiga formidable para Bond, pero no puede romper el techo de cristal que limitaba a las mujeres en la supuestamente igualitaria Rusia soviética.

Al mismo tiempo, teoricé brevemente en mi libro que hay una diferencia significativa entre las mujeres que conquistaron cierta medida de poder dentro del patriarcado antes y después del feminismo de la segunda ola. Antes del feminismo, las mujeres podían encontrarse en posiciones de gran poder a través de la herencia, el matrimonio, la viudez o la maternidad. Pocas, si es que hubo alguna, se empoderaron de otras maneras, aunque la autoría fue a partir del siglo XIX una interesante vía de acceso a la vida pública (estoy pensando aquí en Harriet Martineau o Emilia Pardo Bazán). El camino de las mujeres al poder cambió drásticamente con el feminismo de la primera ola y la conquista combinada de la educación, la propiedad, el voto y las profesiones. Debido a que el feminismo de la segunda ola era principalmente radical y de izquierda, cometimos el error colectivo de pensar que no habría feminismo de derecha, un término que, de hecho, es un oxímoron. Sin embargo, aquí está.

La villana que me despertó a la idea de que las mujeres pueden beneficiarse de los avances en igualdad del feminismo sin ser ellas mismas feministas fue, lógicamente, Margaret Thatcher, primera ministra del Reino Unido entre 1979 y 1990. Ella provenía de un entorno de clase media y se empoderó a través de la educación meritocrática y el apoyo de su generoso esposo Dennis Thatcher. Dudo mucho que de repente, en la década de 1970, el Partido Conservador se convirtiera en un refugio feminista; más bien, Margaret Thatcher era tan audaz y asertiva que ningún hombre conservador se atrevió a levantar la voz contra ella. Cuando la echaron, lo hicieron a escondidas, en una especie de hermandad conspirativa. Thatcher destruyó gran parte de la estructura de la sociedad británica, especialmente su sistema de bienestar, afirmando que no existe la sociedad, sino los individuos, aunque personalmente no ganó mucho. Disfrutaba del poder, sin duda, y de ser temida y respetada, pero, a diferencia de la camarilla multimillonaria que ahora está en la Casa Blanca, sus ambiciones materiales eran limitadas.

La otra villana que me dejó tambaleándome por su brutalidad fascista fue Alma Coin de Los Juegos del Hambre. Esta líder rebelde que se opone con todas sus fuerzas al régimen del Capitolio encabezado por el presidente Snow, es presentada por la autora Suzanne Collins con gran discriminación edadista: su rígido cabello gris, observa Katniss con disgusto, parece representar su rígida personalidad de mujer madura. A Coin no le gusta Katniss, quiere usar a Peeta como Sinsajo en su lugar, y hace todo lo posible para socavar la reputación de la heroína e incluso matarla. Al final, y espero que esto ya no sea un espóiler, Katniss se da cuenta de que debe matar a Snow, por entonces prisionero de los rebeldes ya en el poder, pero también a Coin cuando ella anuncia otra edición de los atroces Juegos del Hambre con los hijos de los miembros del régimen depuesto. No había prestado suficiente atención a la decisión de Katniss de asesinar a Coin en público y así arriesgar su propio futuro. Pero cuando llegó la oportunidad de participar en un libro sobre la chica final, presenté a Katniss como una chica final atrapada entre dos psicópatas: el monstruo patriarcal Snow y el monstruo patriarcal Coin. La diferencia es que mientras que Snow es un patriarca clásico, Coin es una patriarca post-feminista, que pasa de la izquierda a la derecha con rapidez en cuanto se empodera.

Ciertamente me interesa este tipo de villanía, que veo en las noticias ahora encarnada por Marine Le Pen, Georgia Meloni, Isabel Díaz Ayuso, etc. No son mujeres que dependan de un hombre para acceder al poder, sino que han accedido al poder político dentro de partidos de derecha que generalmente son misóginos, toleran la violencia de género y siguen políticas pro-vida. Estas mujeres parecen carecer, como quería Lady Macbeth, de género en su indiferencia ante la discriminación de otras mujeres. Siempre se las ve rodeadas de hombres porque no les gustan las otras mujeres, a las que suelen ver como rivales. Su juego no es seducir a los hombres, sino expresar un tipo de feminidad fuertemente conservadora que suele ganarse el respeto masculino porque, como los hombres intuyen, es patriarcal. Lo que estas mujeres olvidan es que, como le pasó a Thatcher, los hombres se apresuran a deshacerse de las mujeres excesivamente empoderadas. De hecho, como argumenté en mi libro, esto es lo que también les sucede a los villanos masculinos: el sistema patriarcal siempre encuentra un héroe para corregir su desviación sin alterar el statu quo.

Se pueden encontrar fácilmente en Google listas de las villanas femeninas más destacadas, aunque la categoría se trata de manera muy vaga y abarca desde asesinas de una sola víctima hasta villanías estructurales de amplio alcance. He aquí algunos nombres sin ningún orden en particular: Bellatrix Lestrange y Dolores Umbridge (en Harry Potter), Marisa Coulter (en La materiala oscura), Jadis la Reina de las Nieves de Narnia, Daenerys y Cersei en Juego de tronos, la Bruja Malvada del Oeste en El mago de Oz, las brujas de Roald Dahl y Agatha Trunchbull (en Matilda), Ayesha de H. Rider Haggard (en Ella), la Reina de los Condenados de Anne Rice, Cruella de Ville en 101 Dálmatas, la señora Danvers en Rebecca, la Reina en “Blancanieves”, la otra madre en Coraline, Amy Dunne en Gone Girl, la Carmilla de Le Fanu, Milady de Winter en Los tres mosqueteros, Annie Wilkes en Misery… ¡Escoged la que más os guste! Añadiré a la malísima Reileen Kawahara de la novela de Richard Morgan Carbono modificado aunque solo sea porque su guarida es el Valle de los Caídos.

Como se puede ver, hay material de sobra para escribir no uno, sino varios libros. Hay, sin embargo, dos razones por las que no voy a ser la autora de estos posibles volúmenes. Una de ellas es la misoginia. La otra, también.

El primer tipo de misoginia tiene que ver con el peligro de complacer a los hombres misóginos si afirmo que las mujeres tienen el mismo potencial que los hombres para hacer el mal, un principio del que estoy totalmente convencida. He aquí la gran ironía: la única barrera que ha impedido que las mujeres se unan a las filas de los principales villanos masculinos es la misoginia. Suprimid la misoginia, dadles a las mujeres la plena igualdad siguiendo las demandas del feminismo y, tarde o temprano, tendremos una mujer dictadora que ninguneará a Hitler. Sin embargo, no puedo ser yo la mujer que argumente esta tesis, porque dañaría la causa de las buenas mujeres que luchan por la libertad y la igualdad desde posiciones de izquierda (como la mía). Es una ratonera terrible porque necesito advertir a cualquiera que escuche que el poder para la dominación fascista nunca debe ser un objeto de deseo para las mujeres, sin embargo, si digo que a algunas mujeres les podría gustar ese tipo de poder, la manosfera podría concluir que, como proclaman, todas las mujeres son malvadas.

El otro tipo de misoginia tiene que ver con las limitaciones de las villanas ficticias. Ya he mencionado a Rosa Klebb, pero mencionaré además a Bellatrix Lestrange y Dolores Umbridge. En Harry Potter estas dos mujeres son ejemplos de complicidad con el patriarcado, encarnado por Lord Voldemort. Bellatrix está enamorada del monstruoso villano y, por lo tanto, su colaboración en su régimen es más o menos comprensible (aunque Voldemort está muy lejos de corresponder a su interés). Umbridge ni siquiera conoce a Voldemort, pero está tan convencida de las virtudes de su brutal régimen fascista que instituye por su cuenta una inquisición anti-Muggle dentro del Ministerio de la Magia, que además intenta extender a Hogwarts.
Ahora tratad de imaginar a Voldemort como mujer, y ved si Harry Potter funcionaría, o significaría lo mismo. El ascenso al poder de Lord Voldemort sigue un patrón clásico, aunque la contribución original de Rowling es que Harry no mata a Voldemort ni exige ser empoderado una vez que su enemigo logra autoeliminarse. Voldemort cae sin coste para la masculinidad, que se refuerza gracias a la postura antipatriarcal de Harry. Si, por el contrario, Bellatrix hubiera sido la suficientemente ambiciosa como para reclamar el poder absoluto, habría perjudicado muy negativamente a todas las brujas. Nadie habría confiado en Hermione como nueva Ministra, cargo que ocupa porque la victoria de Harry no altera significativamente el statu quo. Y porque, aunque inteligente y capaz, Hermione no es feminista.

Lo que me preocupa, en suma, es que otras mujeres feministas puedan confundir el empoderamiento de las mujeres de derecha con el verdadero feminismo. Es al revés: las mujeres conservadoras siempre han sido mucho más poderosas que las mujeres de izquierda, pero ahora que el feminismo de izquierdas ha allanado el camino para el empoderamiento público de las mujeres, un buen número de mujeres de derechas muy ambiciosas han descubierto que pueden acceder al poder sin depender directamente de los hombres, ascendiendo en la jerarquía de su partido, como hizo Thatcher con los conservadores. Anhelo ver España (o Cataluña, para el caso) gobernada por una mujer, pero no quiero que esa mujer sea alguien como Isabel Díaz Ayuso; estoy más bien a favor de la otra Díaz: Yolanda. Del mismo modo, aunque me gustaría que el gobierno de Estados Unidos fuera dirigido por una mujer, siempre preferiría a Elizabeth Warren o Alexandria Ocasio-Cortez a cualquiera de las traicioneras mujeres del nuevo gabinete de Trump.

Cuando Juego de Tronos, la serie de televisión, terminó con el asesinato de Daenerys a manos de su sobrino y amante Jon Snow, y la ascensión al trono de Brandon Stark, se perdió la oportunidad de ensalzar a una heroína que reclamara el poder para hacer el bien y no para dominar. Entonces muchos argumentaron que Daenerys se había adentrado demasiado en el camino de la villanía para ser recuperada como heroína. No creo que este sea el caso, pero claramente los showrunners David Benioff y D. B. Weiss, y el autor de las novelas, George R. R. Martin, siempre vieron a Daenerys como una villana. Dado que Cersei Lannister ya ocupaba una posición destacada como villana en la serie, habría sido apropiado que Daenerys viera que estaba tomando el camino equivocado y se redimiera. Ella podría haber convertido Poniente en un reino completamente diferente, como creo que el público quería, pero no sucedió.

Así que, por favor, que alguien escriba el libro que no voy a escribir, tal vez como un volumen colectivo. Y por favor, que alguien cuente la historia de cómo una heroína convence a una villana de que, como predicaba Tolkien, el verdadero poder reside en la creación y no en la dominación. Mientras tanto, prepararos para el daño que hará la nueva villanía patriarcal en la Casa Blanca, con la complicidad de las muchas votantes que han dado su apoyo a Trump y a sus extremadamente peligrosos secuaces millonarios. Y las villanas de su gabinete.