La semana pasada confesé mi paulatina pérdida de entusiasmo por Anna Karenina, una novela cuyas últimas secciones me salté en su mayoría. Esta semana confieso que tuve un problema similar con Working: People Talk About What They Do All Day and How They Feel About What They Do (1974) de Studs Terkel. Se trata de una colección de más de un centenar de testimonios de trabajadores estadounidenses de todo tipo que Terkel, gran historiador oral no académico, entrevistó. El libro está subdividido en nueve secciones, y si tenéis curiosidad sobre la larga lista de ocupaciones cubiertas, se pueden consultar los detalles en el artículo correspondiente de Wikipedia (https://en.wikipedia.org/wiki/Working_(Terkel_book)).
Aunque el libro de Terkel me parece fascinante, sus 700 páginas me parecen demasiadas, sobre todo porque algunos de los testimonios son bastante repetitivos y/o podrían haber sido mejor presentados y editados. Algunos lectores se quejan en GoodReads de que Working ha quedado anticuado, pero no me lo pareció; este tipo de comentarios me parecen presentistas y poco respetuosos con las personas que Terkel entrevistó. De hecho, una característica llamativa del clásico de no ficción de Terkel es que algunas ocupaciones, como ser camarera o estar en una cadena de montaje, han cambiado muy poco en los últimos cincuenta años. Otras, por supuesto, han sido barridas por la tecnología (pensemos en las operadores de telefonía), si bien algunos de los cambios inevitables, en su mayoría causados por la introducción de las computadoras, se pronostican con gran precisión en el testimonio de algunos trabajadores oficinistas.
Terkel es una de esas grandes personalidades estadounidenses que no son tan conocidas fuera de Estados Unidos, en este caso porque su principal medio era la radio. Hay un archivo en línea con más de 2000 registros de sus conversaciones con invitados en https://studsterkel.wfmt.com/. Working fue un libro muy aclamado que siguió los pasos de Hard Times: An Oral History of the Great Depression (1970). Ambos volúmenes fueron escritos con el mismo método, un tanto cercano al que siguió el periodista victoriano Henry Mayhew en London Labour and the London Poor (obra magna serializada en la década de 1840 y publicada en tres volúmenes en 1851), con la diferencia de que Terkel quería demostrar el valor del trabajo en lugar de criticar sus condiciones. Terkel recibió un premio Pulitzer en 1985 por ‘The Good War’: An Oral History of World War Two (1984, disponible en castellano). Su lista de obras publicadas se extiende a muchos más volúmenes, incluyendo diversos libros de memorias. Un hombre por (re)descubrir, sin duda, para muchos dentro y fuera de los EE. UU.
Comenzaré mi reflexión sobre el significado del trabajo con una cita de Steven Simonyi-Gindele, empresario canadiense y hombre hecho a sí mismo. Cuando Terkel lo entrevistó, Simonyi-Gindele era el editor, junto con el fundador Pat Garrard, de la revista The Capitalist Reporter (más tarde conocida como Free Enterprise), una publicación que tenía como objetivo dar a los lectores consejos para invertir y desarrollar sus propios negocios. En su página de LinkedIn (https://ca.linkedin.com/in/steven-simonyi-gindele-8aa410), Simonyi-Gindele afirma que cuando Terkel se presentó en las oficinas de la revista para entrevistarlo, no tenía idea de quién era. Simonyi-Gindele, que contaba entonces 26 años, era un joven nacido en Hungría que había emigrado con sus padres a Canadá después de la revolución de 1956. Al parecer, empezó a trabajar a los nueve años en Canadá, repartiendo diarios. Pronto abandonó la escuela y a los 21 años ya era un empresario exitoso. Eran otros tiempos.
He aquí una cita clave de la entrevista de Simonyi-Gindele: “Existe una mentira relacionada con el sentido del trabajo. Viene de los maestros. De los académicos que nunca han trabajado realmente. Sienten que tienen un conocimiento especial que tienen que imponer a un ser inferior, que va a trabajar cuando tiene trece o quince años y se establece, y sigue adelante… Si he hecho lo mejor que he podido, mi trabajo me parece significativo. Si no lo he hecho tan bien como podría, no le encuentro sentido. No creo que mi trabajo sea más importante que el de un barrandero. Es importante para mí solo porque me proporciona mi sustento. Si es importante para la sociedad, solo el tiempo lo dirá” (puntos suspensivos originales). Veo aquí dos puntos de tensión: por un lado, Simonyi-Gindele quiere subrayar que quienes tienen una formación académica no entienden el significado del trabajo, mientras que él sí; por otro lado, aunque afirma que su trabajo y el del hombre que barre las calles tienen la misma importancia, sí quiere que la sociedad considere su ocupación como de mayor peso.
Consideremos ahora lo siguiente. El pasado 28 de junio, Montserrat A., una empleada de 51 años de los servicios de limpieza viaria de Barcelona, falleció según todo indica de un golpe de calor en medio de la peor ola de calor jamás registrada en la ciudad (ese día trabajó barriendo las calles llenas de turistas del Barrio Gótico, de 14:30 a 21:30). Al parecer, le advirtió a su supervisora que se sentía mal, pero le dijeron que tomara una bebida fría y siguiera trabajando. Murió en su casa al poco de llegar. El consistorio reaccionó, no demasiado rápido, obligando a las cuatro empresas contratadas a aplicar medidas cautelares a los 34º grados (alerta amarilla) en lugar de a los 37º (alerta naranja). Los trabajadores podrán tomar un descanso de cinco minutos cada hora para beber. Esto significa que hasta la muerte de Montserrat, se esperaba que los trabajadores trabajaran con toda normalidad, sin parar para hidratarse, a temperaturas que, teniendo en cuenta la altísima humedad de Barcelona, son totalmente inadecuadas para pasear, y aún más para trabajar en la calle.
Creo que todos estamos de acuerdo en que los trabajadores que limpian nuestras calles hacen un trabajo fundamental, como vemos cuando se declaran en huelga (o, lamentablemente, mueren). Sin embargo, la diferencia entre un empleo ‘significativo’ y un empleo ‘no significativo’ no radica en la importancia de cada ocupación, sino en el grado de daño físico y mental al que se ve sometido cada trabajador. Este grado está vinculado a la capacidad de escoger empleo. Simonyi-Gindele es un ejemplo clásico: de muy joven tuvo algunos trabajos muy humildes y, como tenía talento para la autopromoción, se lo montó para convertirse finalmente en un hombre de éxito e incluso un empleador. Personas como él pueden padecer enfermedades (muchos ejecutivos mueren de infartos) pero no van a morir después de barrer las calles de la ciudad en medio de una ola de calor. Las personas sometidas a ese tipo de peligro, o similar, en esta y muchas otras circunstancias simplemente no tienen otra opción.
Yo misma puede elegir, no sin pasar por conflictos varios sobre el sentido del trabajo. Mi madre trabajado entre los 14 y los 22 años en diversas empresas haciendo tareas administrativas básicas; ella quería cursar una formación profesional, y tal vez, la educación secundaria, pero mis abuelos decidieron invertir sus escasos recursos en mi tío. Me juré a mí misma que esto no me pasaría, aunque a los 14 años no podía imaginar que iría a la universidad. En ese momento solo quería ir a la escuela secundaria. Mi padre trabajó en diversas imprentas, entre los 14 y los 57 años, cuando fue despedido y se le ofreció la jubilación anticipada. Solía trabajar de 7:00 a 15:00 en una ruidosa imprenta, y nunca se reconcilió ni con su horario ni con la necesidad de trabajar. Jugaba a la quiniela y todos los domingos por la tarde rompía el boleto de apuestas, porque nunca ganaba nada, y se lamentaba de tener que volver a trabajar como si fuera una tragedia.
Mis hermanos y yo crecimos pensando que el trabajo era algo terrible, hasta que tomamos nuestras propias decisiones. La actitud negativa de mi padre hacia el trabajo (cumplía, pero a rastras) fue un gran incentivo para construir nuestras propias carreras. Mis dos hermanos trabajan por cuenta propia y yo soy profesora universitaria, como bien sabéis. Mi padre nunca aceptó que nuestros empleos sean trabajos porque, a diferencia de él, no tenemos que levantarnos a las 6:00 de la mañana ni pasar ocho horas al día manejando una máquina. Yo misma tenía dudas sobre el trabajo académico hasta que escuché a mi increíble profesora de Literatura en la escuela secundaria, Sara Freijido, describir el cansancio que sentía después de estudiar durante horas como resultado del trabajo. Pensaba que solo las personas que, como mi padre, estaban físicamente cansadas después de su jornada podían afirmar que eran trabajadores de verdad. Las personas mentalmente cansadas eran, para mí, simples impostores. En el fondo, sigo pensando que lo somos.
Terkel se propuso demostrar la dignidad de los trabajos que muchas personas menosprecian. La camarera Dolores Dante defendió ante Terkel y ante sus clientes su oficio: “La gente se imagina que una camarera no puede pensar ni tener ningún tipo de aspiración que no sea servir comida. Cuando alguien me dice: ‘Eres genial, ¿cómo es que eres solo una camarera?’ Solo una camarera. Yo le digo: ‘¿Por qué, no crees que mereces ser atendido por mí?’ Así indico que él no es digno, no que yo no sea digna. Me pone furiosa. No me siento humilde en absoluto. Me siento segura. No quiero cambiar de trabajo. Me encanta”. Es una actitud encomiable pero no estoy seguro de que muchos trabajadores del negocio de la hospitalidad se sientan así, y creo que pocos clientes son capaces de empatizar con la postura de Dolores.
Muchos de los trabajadores entrevistados por Terkel están satisfechos como Dolores, y me refiero a empleados de todo tipo, pero otros muchos son claramente infelices: no les gustan los trabajos en los que son solo engranajes reemplazables de una maquinaria ciega, especialmente en la línea de montaje. Los trabajadores en ocupaciones ‘significativas’ podrían pensar que las personas atrapadas en trabajos repetitivos, que entumecen la mente y dañan el cuerpo no tienen la capacidad de analizar su situación o articular una crítica acertada contra sus empleadores, pero Terkel demuestra que no es el caso en absoluto. Si generalmente son ninguneados, ignorados o silenciados, es porque acallamos todo lo que pueda oler mínimamente a marxismo, dado el historial tan negativo de esta ideología.
Si creéis que el trabajo sí es parte de la conversación general de hoy en día, estáis equivocados. Se habla mucho del desempleo y la precariedad, y de cómo los migrantes están ocupando los trabajos que nadie más quiere, pero en realidad no hablamos de nuestros trabajos y de lo que sentimos por ellos. En lo que hoy pasa por ser ficción literaria (y en el cine o las series), la mayoría de los personajes tienen carreras profesionales de clase media, en lugar de trabajos, y casi nunca se habla de lo que hacen para ganarse la vida. Una excepción interesante es The Bear, que se centra en un restaurante, pero es difícil imaginar programas similares sobre otros tipos de negocios. Ojos que no ven, corazón que no siente.
En cuanto a mi propio trabajo, si Terkel me hubiera entrevistado, habría dicho que Simonyi-Gindele estaba muy equivocado y era muy injusto al decir que los docentes “nunca han trabajado realmente” y mienten “sobre qué tipo de trabajo tiene sentido”. Desde el jardín de infancia hasta el doctorado, los docentes preparamos a los estudiantes para el trabajo, y lo hacemos con entrega y gran esfuerzo. El problema es que hoy, en 2025, muy pocas personas creen que el trabajo tenga sentido; se entiende, más bien, que es una necesidad que otorga a los empleadores un enorme poder sobre nuestras vidas.
Necesitamos, sin duda, más libros (o sitios web) como el de Terkel para comprender mejor qué hacen las personas al menos ocho horas al día en su trabajo y para sacar mejor partido de las opciones que se nos presentan, y de las que deberíamos poder exigir. Para todo el mundo.