Cometí un error al tomar prestado El punto ciego de Javier Cercas de la biblioteca, creyendo erróneamente que era un volumen de Javier Marías. Leí el resumen—el libro reúne cinco conferencias pronunciadas por el autor cuando fue nombrado ocupante de la Cátedra Weidenfeld de Literatura Europea en el St Anne’s College de Oxford en 2015—y pensé que ese era el tipo de nombramiento que el ilustre Marías está acostumbrado a recibir. En el prólogo un humilde Cercas se muestra muy sorprendido de haber merecido ese honor, viéndose como jugador de una liga menor en comparación con sus antecesores (su admirado Mario Vargas Llosa entre ellos). Cercas (n. 1962) se convirtió en una celebridad de la noche al día con su cuarta novela, Soldados de Salamina (2001), novela que cuenta la historia basada en hechos de la vida real de cómo un político fascista salvó su vida en medio de la Guerra Civil Española gracias a un extraordinario acto de empatía humana por parte de un soldado Republicano anónimo. Cercas se retiró entonces de la docencia (fue profesor de Literatura Española en la Universitat de Girona), y hasta la fecha ha publicado ocho novelas más y ha recibido muchos reconocimientos. La última novela de Cercas que he leído, la ganadora del Premio Planeta Terra Alta (2019), y primera de una trilogía de novela negra, no me impresionó especialmente, de ahí mis dificultades para conectarlo con la Cátedra Weidenfeld. Concedo, sin embargo, que Soldados de Salamina es excelente.
También he disfrutado mucho de El punto ciego, deseando al leerlo que más escritores encontraran el tiempo y las energías para describir su oficio. Hay una gran cantidad de libros de autores profesionales que ofrecen notas sobre su experiencia profesional y consejos a aspirantes a escritores (aquí hay una lista de 100 volúmenes de este tipo). No hay, sin embargo, tantos ensayos publicados por escritores sobre qué hace que las novelas de calidad funcionen. Leyendo a Cercas a menudo pensaba en el espléndido volumen On Writing: A Memoir of the Craft / Mientras escribo (2000) de Stephen King, un libro que menciona entre los mejores toda lista de grandes libros sobre la profesión. Me gusta tanto este libro que incluso le di la lata al agente de King, tratando de que lo persuadiera para que escriba una segunda parte… No me hizo caso. De todos modos, el libro de Cercas es muy diferente, más un análisis literario general que un libro de memorias, tal vez más cercano a Lectures on Literature / Lecciones sobre literatura (1980) de Vladimir Nabokov—que no he leído—o volúmenes similares. Se trata de una serie de lecciones sobre ficción, en suma, en lugar de una serie de consejos sobre cómo escribirla.
Cercas considera una lista más bien breve de clásicos canónicos (muy pocos escritos por mujeres…) y sus propias novelas, en particular Anatomía de un instante (2009), sobre el golpe fallido que Tejero dio en 1981, para ofrecer una teorización de la novela que, claramente, le conviene. Lo que él llama ‘el punto ciego’ es la resistencia de la novela ambiciosa a quedar perfectamente cerrada, aunque él utiliza otras palabras: “nada contribuye tanto como el punto ciego a cebar de sentido una novela o relato, a incrementar el volumen de significado que es capaz de generar”. Cercas no quiere decir que la ficción deba ser abierta, sino que debe contener cierta “ambigüedad” fundamental, que no es lo mismo, dice, que “indefinición”. Sé lo que quiere decir: volvemos a Wuthering Heights / Cumbres borrascosas de Emily Brontë una y otra vez por el enigma que es toda esta novela, y por cómo se resiste a cualquier interpretación fácil. Las novelas más simples se ofrecen a ser inspeccionadas, sin ocultar sus verrugas ni otros defectos y sin dar señales de ambigüedad; tan solo ofrecen una experiencia lectora que aun siendo lo suficientemente agradable no es necesariamente satisfactoria (algo que describe la propia novela Terra Alta de Cercas).
La ficción, afirma al autor, no necesita “proponer nada, no debe transmitir certezas ni dar respuestas ni prescribir soluciones” pero, al mismo tiempo, argumenta, “toda literatura auténtica es literatura comprometida”. En inglés si algo está ‘comprometido’ está ‘en riesgo’ así que no puedo evitar pensar en este ‘falso amigo’, como decimos los filólogos ingleses. ¿Qué es la ficción de calidad si no la ficción al borde constante del desastre, es decir, una ficción ‘comprometida’ en el sentido inglés de la palabra? Me desvío, no obstante, del sentido de las palabras de Cercas, que es bastante claro, incluso un poco manido: “toda literatura auténtica aspira a cambiar el mundo cambiando la percepción del mundo del lector”, aunque tal vez quiera decir “que el lector tiene del mundo”, no lo sé. Me encanta cuando los escritores usan estas palabras altisonantes, en lugar de hablar de ventas y premios y todos los accesorios de la fama literaria, pero luego recuerdo que Cercas es un tipo con un Planeta en su haber, el premio más comercializado del mundo y me pregunto cómo se dice a sí mismo ahora que es un escritor ‘comprometido’. Tal vez el dinero lo ha liberado de cargas varias y esta es una de ellas.
Cercas sostiene que las novelas totalmente realistas no tienen un punto ciego, lo que significa que está alabando un tipo de ficción que se niega a ser totalmente accesible, ya sea por accidente (novelas pioneras como El Quijote de Miguel de Cervantes) o voluntariamente (nombra aquí tu novela posmoderna favorita—el Ulysses Modernista de Joyce ya es incluso exageradamente ambiguo). Al mismo tiempo, Cercas advierte sobre un asunto del que todos somos conscientes: en la literatura no hay evolución, y de hecho la mayoría de los lectores (afirma él y estoy de acuerdo) están perfectamente satisfechos con los descendientes modernos de la ficción realista del siglo XIX. Digo los “descendientes modernos” porque si los lectores estuvieran contentos con las novelas decimonónicas, entonces Dickens y compañía seguirían siendo los autores más vendidos, lo cual no es el caso. Cercas señala, con razón, que a pesar de los esfuerzos de muchos autores Modernistas y postmodernos para galvanizar las socorridas y complacientes convenciones novelísticas del siglo XIX con innumerables experimentos narrativos, leemos novelas por lo que dicen sobre la condición humana, y no por lo que los autores pueden llegar a hacer con la forma. El modelo que utilizó Jane Austen (una escritora con más ambigüedades de lo que podría parecer a primera vista) sigue siendo bueno, si no el mejor, para nosotros, ya que parece que, a pesar de lo que creen algunos autores experimentales, los lectores no quieren adornos narrativos, solo la ilusión de que los personajes existen y que sus vidas importan.
En esto es donde la novela y yo como lectora nos estamos alejando: encuentro muy pocas novelas actuales que me interesen como expresiones de la experiencia humana. Como he estado contando aquí repetidamente, las memorias me parecen de repente más interesantes que las novelas. De hecho, posiblemente las disfruto no solo porque las personas que eligen narrar sus vidas suelen tener trayectorias interesantes que explorar, sino también porque el sentido de ambigüedad que Cercas describe es posiblemente más fuerte en las memorias. Solo por citar un ejemplo, acabo de terminar de leer The Meaning of Mariah Carey / El significado de Mariah Carey (2020) de la propia artista junto a Michaela Angela Davis. No soy una ‘Lamb’ (o corderita), como se conoce a los fans de Carey, y elegí el libro por las críticas en su mayoría positivas y porque, como digo, encuentro ahora las memorias más atractivas que las novelas—también como ficción. Con esto quiero decir que las memorias son construcciones interesadas en las que una persona de carne y hueso se convierte en un personaje en una narración propia, convirtiendo a su círculo en personajes secundarios. Creo que a Cercas le encantaría The Meaning of Mariah Carey por su uso constante de una ambigüedad casi Jamesiana, tan radical que creo que sé menos de esta diva que antes de leer sus memorias. Ironizo, como se puede ver, pero encontré más puntos ciegos en el extraño volumen de Carey que en todas las novelas canónicas que menciona Cercas.
El peligro de todas las teorías literarias, incluida la de Cercas sobre los puntos ciegos que hacen grandes las grandes novelas, es que pueden aplicarse a textos creados sin idea alguna de lo literario (como el de Carey). Sin embargo, si el punto ciego no es suficiente para caracterizar la gran ficción, y no se trata tampoco de experimentar con la forma sino de lidiar con la pura experiencia humana, entonces muchos otros tipos de textos narrativos hacen lo mismo, incluso los reality shows. Lo que nos hace admirar a los novelistas y no a los ensayistas incluso cuando los novelistas están muy cerca de ser ensayistas—como es el caso de Cercas—es el poder de inventar un simulacro de vida humana. El biógrafo y el auto-biógrafo también narran la experiencia humana, pero no importa cuán sólidas sean sus habilidades narrativas, hay algo en la pura invención que nos deslumbra.
Cercas y muchos otros pueden tomar a personas de la vida real como fundamentos para sus novelas, pero lo que disfrutamos es cómo fantasean con ellas, incluso prefiriendo su versión ficticia a la estrictamente histórica. Cercas dice más o menos que no le interesaban los tres hombres que ni se inmutaron cuando Tejero entró en las Cortes Españolas y sus tropas de asalto dejaron ir varias ráfagas de metralleta, sino que le interesa fantasear sobre por qué no se asustaron. El Presidente saliente del Gobierno Adolfo Suárez, su Ministro de Defensa Teniente General Gutiérrez Mellado y el líder opositor comunista Santiago Carrillo, explica Cercas, no son en su novela Anatomía de un instante un retrato de las figuras históricas reales sino personajes de su propia invención. Para mí, ese es el verdadero punto ciego de las novelas, grandes y pequeñas: la esquiva diferencia entre el poder del ensayista para ofrecer una aproximación a la realidad y el poder del novelista para inventar lo que parece ser real.
Ningún novelista, sin embargo, parece interesado en echar un buen vistazo a ese poder, tal vez porque es un misterio y tengo la sensación de que es un poco aterrador, algo fuera de control e imposible de entender. El problema es que si los escritores no están bien equipados para explorar este misterio de la mente ficcionalizadora, ¿quién lo está? Por favor, no digáis la palabra ‘neurocientíficos’… y seguid disfrutando de la ambigüedad de toda gran ficción y de todo gran novelista. Y leed Soldados de Salamina, si no lo habéis hecho aún.
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