Me inspira esta entrada un artículo de Belén de Marcos para 20 Minutos, del 31 de diciembre: “La crisis ‘postcarrera’, una realidad que sufren muchos jóvenes”. El artículo tiene un curioso subtítulo, una cita de una de las personas entrevistadas: “Te hacen creer que te comerás el mundo y el mundo te come a ti”. Lo hace, sin duda. Lo que no logro entender es quiénes son esos “ellos” a los que alude esta persona, si padres, profesores de secundaria o profesores universitarios. Empiezo a creer que “ellos” deben ser los publicitarios que venden nuestros títulos, atrayendo un flujo de estudiantes soñadores y/o ambiciosos básicamente para mantener vivas las universidades en apuros.
De Marcos no se refiere a ningún hecho concreto como detonante de su artículo, que es más bien un reportaje a partir de unas conversaciones con jóvenes recién graduados. Sus comentarios son típicos en las circunstancias actuales: se sienten perdidos ante un mercado laboral que no conocen en absoluto, la mayoría piensa en prolongar sus estudios con un máster (lo que no hace más que retrasar la crisis del periodo postgrado), y todos reclaman asignaturas más prácticas que los preparen para la realidad laboral. Es obvio que muchos estudiantes comienzan sus estudios de Grado con una percepción superficial de la educación superior y una escasa conciencia de cómo sus estudios pueden conectarse con el mercado laboral. Esto es absolutamente normal, ya que los 18 años no es una edad en la que una persona esté preparada para elegir una profesión de por vida. Aun menos los jóvenes actuales de 18 años, que se resisten a la idea de que el trabajo es una parte central de la vida porque en su mayoría se les ofrecen trabajos de mala calidad por parte del capitalismo depredador de nuestros días, el posterior a la crisis de 2008.
Los 92 comentarios al artículo de De Marcos por parte de lectores manifiestamente mayores que los estudiantes son amargos, rencorosos y despectivos. La mayoría considera a los jóvenes entrevistados como ejemplos de debilidad poco práctica ante una situación que las generaciones anteriores han manejado con más flexibilidad y soltura. De hecho, uno de los expertos consultados por la periodista expresa la misma opinión y menciona como un problema importante la “sobreprotección parental en la Universidad de forma parecida a como antes se manifestaba en el instituto”. Que yo sepa, no tenemos padres que agredan a los profesores para defender a sus hijos de los efectos negativos de su bajo rendimiento, un tipo de agresión que han sufrido muchos de nuestros compañeros de secundaria. Sin embargo, es evidente que la paternidad helicóptero y la sobreprotección generosa pero equivocada de los adolescentes y adultos jóvenes no están ayudando a la generación más joven a aprender resiliencia y confianza en sí mismos. Lo que me desconcierta es que nuestros estudiantes graduados deben ser ya en muchos casos hijos de progenitores con títulos universitarios, pudiendo así comparar diferentes experiencias generacionales, un punto que no se plantea en el artículo ni en los comentarios.
Me cuesta encontrar argumentos originales para el post de hoy porque parece que se han considerado todos los ángulos. Asumiré así pues una posición cínica y argumentaré que la universidad y el mercado laboral nunca pueden reconciliarse, ni deberían hacerlo. En 2019, Katie Hannigan (@katiehannigan) publicó un ingenioso tuit que pronto se hizo viral: “Mi amiga se licenció en Egiptología, pero no puede conseguir un trabajo, así que está pagando más dinero para obtener un doctorado y poder trabajar enseñando Egiptología a otras personas. En su caso, la universidad es, literalmente, un esquema piramidal”. O, según se sugiere, estafa. Muchos respondieron que, por desgracia, hay muy pocos puestos de trabajo para egiptólogos con un doctorado, pero el argumento es válido. Aunque el tuit se refiere a una especialidad con un pequeño nicho, toda la universidad es una especie de esquema piramidal: la institución utiliza a los estudiantes, tanto de grado como de posgrado, para justificar su existencia y producir lo que realmente nos interesa, que es la investigación (no voy a comentar por ahora el hecho de que muchos profesores no son investigadores).
Dado además que la universidad está formada por personas cuyo objetivo principal siempre fue la titularidad (o sigue siendo la titularidad y cómo obtenerla), no tenemos ni idea del mercado laboral más allá de nuestros campus. Excepto, por supuesto, en el caso de los asociados a tiempo parcial, cuya misión se supone que es conectar la experiencia profesional con la enseñanza, pero que en su mayoría son personas interesadas en la titularidad que combinan varios trabajos solo para poder ser contratados en sus trabajos miserablemente mal pagados (son lo que llamamos ‘falsos asociados’).
Desde esta perspectiva, la universidad es mucho menos generosa que la escuela primaria y la secundaria, cuyo objetivo principal es la enseñanza de los estudiantes, sin que existan objetivos secundarios relacionados con la investigación. En cambio, todos sabemos que muchos profesores universitarios apenas soportan la docencia como un estorbo en el camino de lo que realmente les interesa, que es la investigación. A mí me sigue gustando la docencia, pero sin duda soy mucho más feliz ahora que mi carga de trabajo docente ha disminuido notablemente (gracias a la validación de mis publicaciones por parte del Ministerio a través de los ejercicios de evaluación de la investigación o ‘sexenios’) y tengo mucho más tiempo para escribir. Me sentiría terriblemente frustrada sin duda si mi docencia me impidiera totalmente hacer investigación.
Esta actitud conecta, obviamente, con la desorientación de los estudiantes con respecto al empleo: una institución preocupada por sus propios objetivos de investigación no es un lugar óptimo para transmitir conocimientos sobre cómo orientarse en por el mercado laboral. No tenemos ese know-how. Supongo que hay personas en mi universidad dedicadas a ayudar a los ex alumnos a encontrar trabajo, pero no tenemos asesores laborales a nivel de departamento o facultad. Ni siquiera sé si ese es un puesto que ofrecen las universidades a sus estudiantes, ya sea después del grado o del master. Tenemos una asignatura de Prácticas de 6 ECTS, ya que es obligatoria para todos los Grados tras la implantación de los títulos al estilo Bolonia en 2009, pero esto tiene muy poco que ver con ofrecer asesoramiento sistemático. Solíamos tener un profesor, Michael Kennedy, que reunía anualmente a un buen número de ex alumnos y estudiantes en un taller informal de asesoramiento basado en las experiencias de los antiguos alumnos, pero lo hacía por iniciativa personal y no siguiendo directivas formales. Además, un profesor a tiempo parcial no tiene por qué asumir la responsabilidad de ese tipo de reuniones, cuando su organización debería estar en manos del director de Departamento.
Teniendo en cuenta esa experiencia en mi Departamento y las demandas de los estudiantes en torno a una mejor orientación, creo que necesitamos una estructura formal de orientadores profesionales. Mi universidad tiene un programa de mentoría dentro de la asociación de antiguos alumnos, pero este se lleva a cabo de forma voluntaria y con contactos individuales, que no es lo que se requiere. Cuando era coordinadora de Grado, asumí ingenuamente que el Departamento podría mantener una lista de ex alumnos y hacer que las reuniones que el profesor Kennedy solía organizar fueran una actividad sistemática que pudiera extenderse a toda la universidad. Esto nunca sucedió porque el hábito de la UAB de contactar con los estudiantes solo a través de su dirección de email oficial significa que, una vez se van, se pierde el contacto (a menos que se mantengan listas de direcciones personales, algo que supuestamente no debemos hacer para proteger su privacidad). Me puse en contacto con la organización de antiguos alumnos de la UAB para pedir ayuda, pero están interesados en un enfoque mucho más amplio, sin asesoramiento específico para titulaciones determinadas. En concreto, si un estudiante nos pregunta a cualquiera de los compañeros de mi Departamento qué puede hacer una vez se gradúa, lo máximo que podemos hacer es señalar la lista de sugerencias en las webs que dan a conocer nuestros títulos, pero nada más práctico. No sé, por ejemplo, cómo se llega a ser profesor de secundaria, que es la profesión que más interesa a nuestros alumnos, aunque sí sé qué pasos debe dar un estudiante para convertirse en profesor universitario.
He insinuado antes que la universidad no tiene que preocuparse por el mercado laboral y, por supuesto, exagero. No obstante, aunque creo que podríamos hacer nuestra tarea mucho mejor si tuviéramos una red de orientadores profesionales como parte de nuestro sistema de titulaciones, rechazo la idea de que todas las asignaturas deban tener un enfoque pragmático aplicable al empleo. Nuestra investigación es a menudo especulativa, como debe ser, y como tal no puede estar condicionada por lo que exige un mercado laboral que cambia rápidamente. Implantamos constantemente nuevas titulaciones para satisfacer nuevas demandas, pero creo que el propio mercado laboral debe integrar la formación profesional de posgrado. Me parece absurdo que los empleadores esperen que los nuevos graduados reciban una formación que se adapte a sus necesidades, ya que éstas son enormemente variadas. Siempre existirá una inmensa tensión entre lo que el mercado laboral exige que hagamos en la universidad, y lo que estamos dispuestos a hacer si debemos proteger el lado especulativo y no aplicado de la generación de conocimiento. Doy esta opinión como profesora de Literatura muy consciente de que su docencia ofrece a los estudiantes una escasa formación para cualquier tipo de trabajo (aunque defiendo naturalmente la idea de que las habilidades de lectura y escritura son siempre útiles), pero también pienso en colegas que enseñan física teórica, o materias similares, y que son presionados para transformar sus especulaciones en habilidades empleables más allá de sus Departamentos.
En el artículo que mencioné al principio de este post, una estudiante graduada comenta que la universidad debe ser vista como un medio y no como un fin, y creo que esto tiene mucho sentido. Los tiempos en los que se estudiaba una carrera y se obtenía un empleo bien remunerado de por vida gracias a ella corresponden a la universidad de élite del pasado, que en España cambió drásticamente cuando tantos nuevos estudiantes de clase trabajadora accedieron a la educación superior en la década de 1980. Solíamos tener Licenciaturas de cinco años que fueron reemplazadas por Licenciaturas de cuatro años y luego por Grados también de cuatro años y ahora generalmente se asume que los estudiantes deben cursar un quinto año, con un Máster, completando así el mismo tipo de educación extensa que solíamos tener. Con todo, no soy una gran admiradora de los másteres, que se han introducido en España como cursos más bien generales abiertos a una amplia variedad de graduados en lugar de como los cursos mucho más especializados que deberían ser.
En cualquier caso, tener un Grado o un Máster es solo un punto de partida en una carrera profesional, pensando además que la vida puede llevarte en direcciones peculiares e inesperadas para las que no hay educación formal ni formación profesional (pensad en los jugadores profesionales de deportes digitales, por ejemplo). Me gusta mucho por eso la expresión española ‘buscarse la vida’. Tenemos que hacer mucho más desde la universidad para ayudar a los estudiantes a buscar sus propios caminos en la vida, pero también tenemos que ser más realistas y evitar vender falsas expectativas en nuestra publicidad. La competencia por los estudiantes es dura y se volverá más dura a medida que las cohortes disminuyan debido a la caída de las tasas de natalidad. Sin embargo, no podemos mentir a los estudiantes y prometerles que nuestros títulos les asegurarán empleos bien remunerados, porque esto es poco realista y deshonesto. Como acaban descubriendo, tarde o temprano.