Reacciono aquí con gran retraso a un artículo de George Monbiot, un destacado activista defensor del medioambiente y conocido columnista de The Guardian. El artículo se llama (traduzco) “El hecho de que los humanos solo puedan sobrevivir en la Tierra no le preocupa a Trump, y sé por qué”, y se publicó el 5 de marzo de este año. El subtítulo anuncia la tesis de que “El nihilismo vengativo es una gran parte del proyecto MAGA”.

          Monbiot procede a compartir su sospecha de que “la guerra que están librando Donald Trump, Elon Musk y sus secuaces contra la vida en la Tierra” puede estar provocada por el deseo de esta pandilla de ver la destrucción real del planeta en lugar de simplemente ordeñarlo hasta dejarlo seco siguiendo ideas ultracapitalistas. Monbiot luego especula que la obsesión de Trump con el poder posiblemente esté alimentada por su impulso de ser “el último de los emperadores y así cerrar el capítulo de la civilización”. Monbiot describe algunas de las directrices políticas de Trump, aparentemente destinadas a destruir el medio ambiente de Estados Unidos, como “vandalismo jubiloso”.

          A continuación, Monbiot vincula este vandalismo con el nihilismo vengativo de MAGA, “la destrucción de lo que no aman, conocen o entienden”, nihilismo que se está aplicando, como hemos visto en los siete meses transcurridos desde que se publicó el artículo, a la cultura, la ciencia y los derechos humanos básicos. Donde difiero de Monbiot es en la crítica contra el proyecto de ocupar Marte, que, como lectora de la trilogía de ciencia ficción sobre Marte de Kim Stanley Robinson, defiendo (sí, sin dudas).

          Estoy tan horrorizada como muchos otros fans de la ciencia ficción viendo que este proyecto esté cayendo en las codiciosas manos de Elon Musk antes de que entendamos completamente sus requisitos y consecuencias. Estoy de acuerdo con Monbiot en que el proyecto de Musk suena sospechosamente como “la fantasía definitiva de escape: de la decencia, la capacidad de cuidar del otro, del amor y del planeta vivo mismo” y una especie de Rapture post-apocalíptica laica. Aun así, iremos a Marte, tarde o temprano, idealmente cuando hayamos logrado proteger toda la vida en la Tierra y entendamos cómo revivir el muerto planeta rojo. Monbiot, no obstante, advierte que Marte es hostil a la vida humana y cierra su artículo con “Este es nuestro cielo, y no puede haber otro”.

          He leído los 257 comentarios de los lectores de The Guardian al artículo de Monbiot, y resumo las ideas básicas. En esencia, se invocan tres argumentos principales en el intento de dar sentido a la distopía que inunda los Estados Unidos. Uno es personal. Trump es un viejo estúpido (según dicen…) al que no le importa nada el futuro porque pronto morirá, pero que requiere gratificación instantánea; de ahí sus diatribas, rabietas y órdenes ejecutivas salvajes. Quiere sentirse empoderado y está actuando por rencor contra las élites sociales que lo rechazaron, dadas sus turbias credenciales como hombre de negocios y sus evidentes deficiencias personales. Viendo con quién está casado se puede ver lo lejos que está de la verdadera clase alta de Estados Unidos.

          El segundo y tercer argumento son bastante similares, de modo que, aunque se dividen en dos campos, ambos apuntan a la destrucción del planeta. Por un lado, a los fundamentalistas cristianos MAGA no les importa nada el mundo porque creen en el Cielo; piensan que causar estragos precipitará el Apocalipsis, y por lo tanto el ascenso al Cielo de los justos, lo que llaman Rapture. Por otro lado, los tecno-transhumanistas de Silicon Valley quieren vaciar el planeta del 90% de la indeseable presencia humana para construir su utopía controlada por la IA. Si el planeta es destruido en este proceso, su objetivo es sobrevivir en sus patéticos búnkeres de Nueva Zelanda, o (la opción de Musk) migrar a Marte.

          Estos dos grupos están en tensión porque, al tener bajo nivel educativo, los partidarios de la corriente MAGA odian la ciencia y la tecnología que los transhumanistas necesitan para construir su utopía. Como se puede ver, de los dos grupos, los tecnobros parecen ser los más insensatos porque no entienden que con una Tierra vacía o devastada su riqueza se evaporará, y no tendrán autoridad sobre los supervivientes armados que los matarán, probablemente los empleados de sus propios equipos de seguridad.

          Ninguno de los lectores de The Guardian mencionan el patriarcado o la masculinidad, pero es obvio que los principales actores que deciden hoy el destino de la civilización actual son los hombres patriarcales, tanto los políticos de primera fila (Trump, Putin, Xi y sus imitadores) como los titiriteros detrás del escenario (Thiel, Musk, Zuckerberg, Bezos y quienquiera que haga este trabajo en Rusia y China). La masculinidad patriarcal, según he estado explicando durante más de 25 años, no es TODA la masculinidad, sino un subconjunto caracterizado por un fuerte sentido de derecho al poder, que, una vez conquistado, los hombres en cuestión buscan perpetuar a toda costa, principalmente controlando y/o exterminando a sus enemigos. El poder patriarcal puede morir con el patriarca o ser derrocado por una revolución, pero siempre intentará volver a través de elecciones democráticas (o su simulación), o una toma de poder, violenta o de otro tipo. A menos, por supuesto, que el poder sea hereditario.

          Ahora bien, lo que es nuevo hoy es que el objetivo final se está desplazando hacia un abismo hasta ahora desconocido, de ahí la preocupación de Monbiot de que se trata de la expresión de un profundo nihilismo. Convengamos, por conveniencia, que Trump, Putin y Xi están en la misma onda, como depredadores que pretenden dominar la mayor cantidad de territorio posible, ya sea a través de la conquista o los negocios, para explotar los recursos locales. No es sino imperialismo clásico: tienes algo que quiero y te lo quito, ya sea a través de la guerra o de un acuerdo comercial. En el peor de los casos (lo que está sucediendo en Gaza), te elimino para reconstruir tu tierra a mi antojo, con la ayuda de mis aliados. Es pura rapiña patriarcal del tipo que se ha visto en la historia humana muchas veces. Sin embargo, algo más está en juego.

          Lo que es nuevo es el giro que está tomando el patriarcado estadounidense. Provenga del fundamentalismo cristiano de la corriente MAGA o del transhumanismo de los tecnobros, si el objetivo final del juego consiste en diezmar la vida humana y no humana en los EE. UU., o en todo el planeta, ¿a dónde conduce este proceso?

          En términos estratégicos internacionales, no conduce a ninguna parte, ya que es obvio que China es ahora en la práctica el líder mundial, y nada devolverá a Estados Unidos a la posición privilegiada que solía ocupar. No está claro si Rusia es, como algunos afirman en Estados Unidos, solo un tigre de papel al borde del colapso, con sus finanzas hechas trizas debido a la agresión contra Ucrania, o una economía aún fuerte. En cualquier caso, la desintegración de Estados Unidos está ayudando a Putin, sobre quien Trump no tiene ningún poder real, a sobrevivir políticamente. Sea lo que sea que Trump cree que está haciendo, en realidad está destruyendo la reputación internacional de los Estados Unidos y socavando su propia nación más allá de los sueños más bárbaros de sus rivales. Su aserción de su amplio poder patriarcal puede ser satisfactoria a nivel personal, pero tiene un altísimo coste para la supervivencia interna y externa de su propia nación.

          Para recapitular, el mismo sistema patriarcal que promete volver a empoderar a los EE. UU. los está desempoderando, aunque aún es temprano y los efectos de la embestida contra la ciencia, la tecnología, la atención médica, la seguridad social, la migración, el medio ambiente, la reproducción, los derechos LGTBIQ+ y muchos aspectos de la legislación y los derechos humanos se harán visibles en aproximadamente un año, cuando muchas personas se queden sin empleo y muchas mueran, incluidos los niños no vacunados.

          El despliegue de la Guardia Nacional en ciudades con alcaldes demócratas en estados con gobernadores demócratas indica que el objetivo final podría ser un golpe de Estado que se realizará en 2026, para evitar que los votantes participen en las elecciones de al Congreso y el Senado. El golpe, que confirmaría a Trump como el presidente autoritario que ya es, sería seguido por la supresión de las elecciones presidenciales de 2028, o su reducción a la farsa que son estas elecciones en Rusia o China. No es probable una guerra civil, a menos que el ejército estadounidense, hasta ahora absolutamente callado, se divida en dos. O se oponga a Trump.

          El problema de este guion, que es el más probable a menos que los archivos del caso Epstein se publiquen pronto (suponiendo que contengan el material que prueba que Trump mantuvo relaciones sexuales con niñas), es que para 2028 quedará muy poco de la grandeza que MAGA dice proteger. La tierra americana habrá sido devastada, la población privada de derechos fundamentales, de salud e incluso de vida. Estados Unidos se habrá convertido en efecto en Panem, y Trump en el equivalente del presidente Snow. Como explicó Suzanne Collins en su trilogía distópica Los Juegos del Hambre, no hay ninguna ventaja en pasar de ser una democracia rica a ser una dictadura empobrecida, ni siquiera para las pocas personas privilegiadas que controlan el gobierno.

          Las otras potencias mundiales de hoy en día (los principales patriarcados) provienen de entornos desfavorecidos: tanto Rusia como China fueron imperios gobernados por monarquías que pasaron por una revolución comunista y se reconstruyeron sobre la base de un capitalismo desenfrenado. Estados Unidos está tomando la trayectoria opuesta: su gobierno actual parece estar haciendo todo lo posible para convertirse en un imperio absolutista, con siervos si no esclavos, destruyendo una economía y un sistema político en principio completamente funcionales.

          La teoría que encuentro más inquietante es que Trump fue apoyado por los tecnobros porque tiene el voto MAGA (o lo tuvo), aunque el plan es que muera pronto (es viejo y no está sano) para reemplazarlo con el vicepresidente Vance, un títere en manos del multimillonario nacido en Alemania Peter Thiel, conocido por sus creencias antidemocráticas, compartidas con su amigo Curtis Yarvin (este agitador ha hablado abiertamente de la tiranía como una forma deseable del gobierno en los EE. UU.). Thiel, conocido inversor de capital de riesgo, parece estar, más bien, a favor del anarquismo capitalista cristiano, lo que pondría a los dos hombres en desacuerdo: uno sueña con el control total, el otro con la libertad total solo regulada por Dios. Ambos son, en cualquier caso, expresiones de pesadilla de un patriarcado estadounidense de nuevo cuño que no tiene planes de futuro más allá del empoderamiento masculino (blanco).

          Se podría pensar que el patriarcado siempre ha operado de esa manera, y que la Guerra Fría ya sentó un precedente al enfrentar entre sí dos bloques que podrían causar la destrucción del mundo. Lo que me parece alarmante y al mismo tiempo inexplicable es que ahora, en 2025, el proyecto principal consista en destruir la idea misma de democracia sobre la que se construyó el liderazgo mundial de Estados Unidos después de la Segunda Guerra Mundial, sin importar cuán hipócrita siempre haya sido esa noción.

          El poder patriarcal suele ser destruido por los rivales, pero lo que asombra hoy es cómo, sin tener razón alguna ya que es muy poderoso, el patriarcado estadounidense está necrotizando a la nación, no tengo otra palabra. ¿Nihilismo vengativo? ¿Estupidez? ¿Una rabieta infantil? ¿Todo junto? Es, además, obvio a estas alturas que Trump está aplicando el Proyecto 2025 (publicado en abril de 2023 por la Heritage Foundation, un think tank conservador estadounidense, alentado entre otros por el Opus Dei). El Proyecto 2025 no reconoce que su objetivo es transformar a los Estados Unidos en una dictadura cristiana, pero se puede inferir de las acciones políticas que propone. Estados Unidos, en resumen, podría en breve convertirse en una nación muy similar a la España de Franco, o incluso a las dictaduras islámicas actuales como Irán o Afganistán.

          Lo que la nueva corriente patriarcal estadounidense no tiene en cuenta es que sin planeta donde existir, no puede prosperar. Un lector se opone a la suposición de Monbiot de que Trump quiere ser el último emperador de la historia, aduciendo que este argumento no tiene sentido ya que no quedaría nadie que lo admirara. Así se recupera el viejo argumento de que nadie puede ganar una guerra nuclear.

          Durante la Guerra Fría Estados Unidos siempre se presentó como el buenazo amenazado por el matón comunista, ya fuera su presidente demócrata o republicano. Hoy, sin embargo, el Partido Republicano se ha convertido en una máquina ultrapatriarcal que tiene como objetivo único devorar la democracia estadounidense en un momento en que se necesita una democracia mundial para salvar el planeta. Sería maravilloso que estos hombres autoritarios volcaran sus energías en dar órdenes ejecutivas para proteger la vida, pero esto nunca sucederá porque el autoritarismo patriarcal nace de la psicopatología, definida como la incapacidad para mostrar empatía y ofrecer cuidados a quien los necesita.

          Así pues, ¿puede el planeta sobrevivir a la caída de la democracia estadounidense por razones nihilistas autodestructivas de su patriarcado blanco? Podríamos si Estados Unidos fuera el único gobierno patriarcal del mundo, pero resulta que todos los gobiernos son patriarcales, ya que se basan en acumular poder en lugar de servir al pueblo. Sí, estamos condenados. A menos que los archivos del caso Epstein se filtren y contengan pruebas de pedofilia, el único crimen que, aparentemente, la mayoría de los estadounidenses no pueden perdonar. Qué pequeña esperanza…