Cuando presento a los estudiantes de segundo año los conceptos básicos de la redacción de trabajos académicos y envían su primera propuesta de trabajo (título, resumen de 100 palabras, bibliografía académica válida de 3 elementos) les advierto que usen solo bibliografía posterior a 1995 (¿quizás debería actualizar eso a la bibliografía del siglo XXI?). Como les explico, aunque en el documento final pueden usar fuentes más antiguas, necesitan demostrar que están familiarizados con los avances más recientes sobre el tema elegido, y en mi opinión unos treinta años es un período de tiempo más que generoso en ese sentido. Hablo como humanista, no científica.

            Aunque en este punto los estudiantes están familiarizados con la bibliografía como concepto, y han utilizado los recursos de la biblioteca, lo que es nuevo para ellos es la idea de dialogar como autores noveles de artículos académicos con las fuentes secundarias. Lo que descubren cada año, y yo también, es que un clásico puede haber generado cientos, incluso miles, de trabajos académicos, pero esto no significa que el tema específico que han elegido haya sido cubierto en los últimos veinticinco años o tres décadas. Esto sucede constantemente porque la investigación literaria sigue, como sabemos, modas. Además, desde la década de 1990 en adelante, ha estado dominada por la teoría literaria, que casi ha logrado matar la crítica real basada en la lectura minuciosa y la evidencia textual, lo que enseñamos a los estudiantes a producir en esta etapa.

            Estoy pensando en mis estudiantes de segundo año porque he comenzado a investigar para un artículo sobre Grandes esperanzas, la novela sobre la que han escrito sus trabajos en los últimos diez años más o menos, todo el tiempo que llevo enseñándola. Mi tema es el abogado Jaggers y su decisión de robarle a su clienta Molly, una mujer a la que libera de ser ahorcada por asesinato, su hija de dos años para luego colocarla en la casa de Miss Havisham como su hija adoptiva. Me interesa cómo esta decisión no es solo la bisagra de la que depende toda la trama, sino también un elemento esencial para caracterizar a Jaggers como un hombre duro con un punto vulnerable inesperado. Jaggers no es un personaje importante, pero la escena del capítulo LI en la que confiesa ante Pip cómo intervino para encontrar un mejor hogar para la niña que Miss Havisham rebautizó como Estella es crucial. He encontrado, por lo tanto, suficiente bibliografía, aunque la cuestión es que la mayor parte es anterior a 1995 y podría parecer que estoy contradiciendo las instrucciones que doy a los estudiantes.

            Tened en cuenta que he escrito la ‘cuestión’, no el ‘problema’, ya que he logrado encontrar suficiente bibliografía relevante del siglo XXI para completar una lista de 25 entradas, una cantidad habitual en los artículos actuales para revistas académicas (mi propio récord es de 50 entradas, pero reconozco que se me fue algo la pinza). Mi lista de obras citadas tiene diez fuentes del siglo XXI, pero también cuatro fuentes de la década de 1990, cuatro fuentes de la década de 1980, cuatro fuentes de la década de 1970, una de la década de 1960 y otra de la década de 1920 (el clásico de E.M. Forster Aspects of the Novel). De hecho, me refiero a otra fuente de la década de 1960, citada en un artículo posterior. Pude encontrar todas las fuentes en línea en bases de datos, lo cual es práctico, y hasta maravilloso, excepto la fuente de la década de 1960, “Jaggers and the Moral Scheme of Great Expectations” de Andrew Gordon (The Dickensian, no. 65, 1969, pp. 3-11), si bien la biblioteca de la UAB me la encontró en una base de datos a la que no estamos suscritos. Inicialmente me dijeron que este servicio me costaría 18 euros, aunque para mi gran alivio finalmente pagué solo 4’84 euros. De mi propio bolsillo.

            El artículo de Gordon es la inspiración para este post porque normalmente habría descartado una fuente secundaria tan antigua. Jaggers, sin embargo, no ha sido objeto de muchos trabajos académicos (solo encontré otros tres artículos centrados en él), lo que significa que no podía ignorar el ensayo de Gordon. Una vez que lo leí, sin embargo, me di cuenta de un problema singular: Gordon cita fuentes más antiguas en las que se menciona a Jaggers, pero ha pasado mucho tiempo desde la última vez que vi citadas fuentes de la década de 1950, así que el propio Gordon se convirtió en mi límite personal. Por cierto, el artículo de Gordon cita solo un volumen colectivo y un artículo, además de hacer referencia a una monografía, muestra de cuánto han cambiado las cosas con respecto al uso de fuentes secundarias. Mis estudiantes de segundo año pueden usar solo tres fuentes, pero no hay forma de que un investigador de postgrado o profesional pueda publicar un artículo con incluso diez fuentes. De hecho, se da por supuesto que se incluirán de veinte a treinta.

            Hubiera sido genial seguir el hilo, leer las fuentes de Gordon y sus propias fuentes hasta llegar a la primera instancia de la aparición de Jaggers en una pieza de crítica literaria académica, pero eso sería arqueología de un tipo que nadie practica. Llego así a la cuestión de la obsolescencia académica, pero también a la sospecha de si los investigadores podríamos estar redescubriendo temas ya tratados en publicaciones mucho más antiguas de las que no sabemos nada. Asumí desde el principio que Jaggers podría haber sido objeto de interés en el remoto pasado anterior a la década de 1990 porque es el tipo de personaje secundario controvertido que atrae la atención. De hecho, me preocupaba que las ideas que quiero desarrollar ya hayan sido desarrolladas por otros hasta la saciedad. Este es parte el caso, como he descubierto, pero el flujo de nuevas investigaciones sobre elementos como la trama y la caracterización me da cierto margen para acercarme a Jaggers de manera diferente al autor más reciente que lo ha analizado (Tritter en 1997). También incluiré ideas de los Estudios de las Masculinidades en la mezcla, por si acaso, y veré qué puedo obtener de la extraña vulnerabilidad de Jaggers antes la preciosa pequeña que se convirtió en Estella. Pero, sí, en general estoy pisando territorio viejo como suele ocurrir casi inevitablemente cuando se trata de un clásico.

            En este punto, no tengo idea de cómo reaccionarán los pares revisores a lo que podría leerse como una bibliografía pasada de moda y un enfoque anticuado sobre Grandes esperanzas. Para que nos entendamos, el erudito Dickensiano Neil Forsyth ha pasado de publicar un artículo que contiene una cronología extremadamente detallada de los eventos en esta novela (“Wonderful Chains: Dickens and Coincidence”,  Modern Philology: Critical and Historical Studies in Literature, Medieval Through Contemporary, vol 83, no. 2, noviembre de 1985, pp. 151–165) a pura especulación sobre “Hands in Dickens: Neuroscience and Interpretation” (Dickens Quarterly, vol. 32, no. 3, septiembre de 2015, pp. 211–220). El enfoque de Forsyth no es tan científico como sugiere el título, pero termina declarando que un conocimiento básico de la neurociencia “no necesariamente cambiará nuestra reacción a pasajes como los que he estado citando, pero bien puede hacernos un poco más conscientes de las formas en que leemos y reaccionamos. Los neurólogos han añadido una capa física adicional de explicación para nuestras respuestas a las manos de un escritor hábil y deliberadamente sensual como Dickens” (220). Tal vez lleve razón, o ni de lejos y lo que todavía necesitamos es lo que Forsyth solía ofrecer hace cuarenta años: una explicación de cómo funcionan novelas tan complejas como Grandes esperanzas como construcciones narrativas.

            Leyendo el artículo de Gordon de 1969, que es delicioso, encuentro que si bien no hemos progresado realmente (invocar la neurociencia no es progresar), hemos perdido mucho en la investigación literaria. Muchos de mis compañeros me dicen que desearían poder ser más creativos, lo que significa que desearían que la crítica literaria académica pudiera deshacerse de su robótica prosa pseudocientífica y volverse más humana, más humanista. Ciertamente no escribo aquí como escribo en mis publicaciones estrictamente académicas (de hecho, comencé este blog para escribir con más libertad sobre asuntos académicos), y el artículo de Gordon me ha recordado que solía haber un tiempo cuando era posible ofrecer un juicio inteligente de las obras literarias sin el engorroso aparato de múltiples citas, una jerga ininteligible y la lista interminable de obras citadas que usamos ahora.

            Ese tiempo, sin embargo, está muerto y, lo que es peor, muchos de sus tesoros han quedado enterrados para nunca ser desenterrados de nuevo. A menos que sean desenterrados por pura necesidad, o terquedad, que siempre es útil y enriquecedora. La escritura de Gordon queda ciertamente iluminada por las otras fuentes mucho más nuevas que estoy usando (el volumen de Hillary P. Dannenberg Coincidence and Counterfactuality: Plotting Time and Space in Narrative Fiction, University of Nebraska Press, 2008, es simplemente genial) pero en “Reading for the Plotter” de Wendy Veronica Xin (New Literary History: A Journal of Theory and Interpretation , vol. 49, no. 1, invierno de 2018, pp. 93-118), Jaggers ni siquiera es mencionado en la sección sobre Grandes esperanzas, lo que habría sorprendido al propio Gordon ya que él y Xin dicen más o menos lo mismo: un personaje menor en cuyas manos el escritor deja giros esenciales de la trama resulta ser a menudo el centro moral de las novelas. O, tal vez, eso es lo que estoy diciendo basándome en su trabajo.

            Puedo imaginar a uno de mis estudiantes de segundo año, o incluso mis tutorandos de posgrado, protestando porque estoy haciendo trampa citando una fuente tan antigua como el artículo de Gordon. Mi defensa, por supuesto, es que estoy combinando su trabajo con el de Xin (mi fuente más reciente). La venerable revista a la que voy a enviar el artículo sobre Jaggers podría respetar esta combinación, pero no estoy 100% segura de que lo hará. Creo que el sistema de referencia de citas que usa la MLA hoy, por el cual las referencias entre paréntesis no llevan fecha—(Martín 118) en lugar de (Martín 2019: 118), por ejemplo—ayuda a no discriminar entre fuentes secundarias antiguas y nuevas. Aun así, me pregunto si estamos cometiendo un cierto pecado de discriminación por edad al considerar obsoleta la crítica literaria publicada antes de 1990 (de nuevo: culpad a la teoría literaria por eso) por estudiosos que, pobrecillos, no sabían nada de la crítica literaria posmoderna.

            Os haré saber cómo progresan las cosas y si mis revisores dan la bienvenida a, ignoran o condenan la presencia del artículo de Gordon en mi lista de trabajos citados. Mientras tanto, permitidme animaros a buscar fuentes secundarias más allá de la década de 1990. Es realmente gratificante.