Mi doctorando Pascal Lemaire está trabajando en una tesis doctoral sobre el género del tecnothriller y le he pedido una lista de novelas recomendadas, ya que estoy mucho más familiarizada con las películas. Los tecnothrillers, como Pascal está descubriendo, son un enigma como género porque aunque tienen millones de lectores en todo el mundo, no han generado un fándom como ha sucedido con prácticamente todos los demás géneros populares. Aunque técnicamente son ciencia ficción, ya que sus tramas dependen del impacto de algún tipo de tecnología avanzada, ni siquiera el fándom en los círculos de este género reconoce los tecnothrillers como un sub-género relevante. Supongo que tienen una mala reputación ligada a su trasfondo militar y a la imagen machista de los héroes, pero también la novela romántica solía ser despreciada y ahora está completamente integrada en el estudio académico. Veremos si la tesis de Pascal puede lograr una hazaña similar. Una cosa que sé es que si alguien puede hacerlo, ése es Pascal, que ha leído una cantidad brutal de tecnothrillers, a pesar de no estar de acuerdo en absoluto con su ideología mayoritariamente de derechas.

            Dejando a un lado a Michael Crichton, autor sobre el que planeaba escribir un volumen hasta que me encontré con algunos elementos misóginos insoportables en Presa, no soy lectora de tecnothrillers. Siendo, sin embargo, fan de la adaptación que John McTiernan dirigió de La caza del Octubre Rojo de Tom Clancy,  decidí comenzar con esta novela, publicada en 1984. Clancy (1947-2013), graduado en Literatura Inglesa por el Loyola College de Maryland, intentó alistarse en la Marina de los Estados Unidos, pero su pobre visión lo llevó a seguir una carrera en el ámbito de los seguros; ésta fue lo suficientemente exitosa como para permitirle emplear su tiempo libre en su primera novela, La caza del Octubre Rojo, publicada en 1984 e inicio de un vasto imperio editorial. El héroe de Clancy, Jack Ryan, presente en diversas novelas, películas y ahora una nueva serie de Amazon, merece un estudio propio como un importante personaje masculino estadounidense. Un asunto que ha hecho sospechar a Pascal que hay algo políticamente extraño en el éxito de La caza del Octubre Rojo es que fue publicada por la Naval Institute Press, que nunca antes había publicado ficción en sus 86 años de historia; se trata además de una novela que alcanzó la fama cuando el Presidente Ronald Reagan la alabó en público. Es así pues una novela que puede haber nacido como pura propaganda en el contexto de una Guerra Fría todavía incandescente, a pesar de que Clancy supo extender su éxito hasta el siglo XXI una vez extinta la Unión Soviética, y más allá de su propio fallecimiento.

            Da la casualidad de que ya había empezado a leer Octubre Rojo cuando me topé con el volumen de Boris Gindin y David Hagberg Mutiny: The True Events That Inspired The Hunt for Red October (Forge Books, 2008). El Teniente Gindin era el ingeniero jefe a bordo de la fragata antisubmarina soviética Storozhevoy cuando en 1975 su comisario político y Capitán de tercer rango Valery Sablin, decidió amotinarse para revelar la corrupción desenfrenada del Politburó de Leonid Brezhnev. Como narran Gindin y Hagberg, el idealista Sablin creía con toda sinceridad que la Storozhevoy podría ser un nuevo acorazado Potemkin y comenzar una verdadera revolución obrera con el espíritu del verdadero comunismo. Sablin nunca tuvo la intención de huir a Occidente, pero sus intentos de involucrar a su propia tripulación y a otros barcos de la Armada en su revolución fracasaron miserablemente. Brézhnev ordenó a la Armada y al Ejército hundir el barco, pero cuando, en cambio, la fragata fue al fin interceptada, toda la tripulación fue arrestada. Sólo Sablin y su segundo al mando, Alexander Shein, fueron juzgados y condenados. Sablin fue ejecutado en 1976, Shein cumplió ocho años en prisión. Consternado porque toda los miembros de la tripulación fueron tratada como amotinados y dados de baja con deshonor de la Armada Soviética, Gindin se marchó a los Estados Unidos.

            En 1982, Gregory D. Young, un historiador naval, obtuvo un máster en Asuntos de Seguridad Nacional de la Escuela Naval de Postgrado con una tesina titulada Mutiny on Storozhevoy: A Case Study of Dissent in the Soviet Navy, una copia de la cual leyó Tom Clancy en la Biblioteca Nimitz de la Academia Naval de los Estados Unidos. Clancy se inspiró en este texto para escribir Octubre Rojo, transformando la fragata en un submarino nuclear de vanguardia y a Sablin en el Capitán Marko Aleksandrovich Ramius, un hombre que decide desertar y entregar el submarino a los Estados Unidos disgustado por la corrupción médica que ha causado la muerte de su esposa. Clancy también introdujo a Jack Ryan, un historiador naval y analista de la CIA, que aquí se convierte en el enlace entre el Gobierno de los Estados Unidos y Ramius en un momento crucial. En 2005 Young, junto con su compañero historiador naval Nate Braden, publicó The Last Sentry: The True Story that Inspired The Hunt For Red October (Naval Institute Press), un volumen que salió tres años antes del relato de primera mano de Gindin y Hagberg de los mismos hechos. Tenemos, por lo tanto, un hecho verdadero (el motín de Sablin) examinado desde diferentes ángulos: en trabajos académicos, en la ficción y en unas memorias, siendo la tesina de máster de Young la transposición original de los eventos de la vida real a un texto escrito.

            No he leído ni la tesina ni el libro de Young y no puedo decir si es un buen escritor, pero una cosa que puedo decir es que Clancy investigó mucho para escribir su novela Octubre Rojo, hasta un punto obsesivo. Estoy acostumbrada a leer ciencia ficción en la que se introducen muchas nuevas tecnologías, pero aun así me sentí abrumada por el constante aluvión de acrónimos correspondientes a armas, tecnología naval, diversas agencias gubernamentales, cargos, etc. Habiendo leído con gran placer la serie de Patrick O’Brian Master and Comander, ambientada en la Marina británica durante las Guerras Napoleónicas, no soy ajena al uso de terminología naval abstrusa. El problema con Octubre Rojo es que Clancy se pierde en la jerga, haciendo que lo que comienza como una fábula emocionante se convierta en una narración aburrida sobre cómo sucede lo inevitable. Tal vez éste sea el problema más allá de la caracterización superficial de todo el elenco de personajes (todos hombres): que en comparación con la película de McTiernan, donde no es necesario detener la acción para describir un arma porque ya la vemos, la novela de Clancy no es tan emocionante por culpa de poner el énfasis en la parte ‘tecno’ del tecnothriller. En ambos casos, novela y película, el resultado es predecible, pero McTiernan ofrece una sensación de verdadero peligro que se diluye en la larga novela de Clancy.

            La ironía es que, a pesar de los esfuerzos de Clancy por ser lo más informativo posible sobre la Armada Soviética, el testimonio de Gindin es mucho más interesante, si bien sus memorias necesitarían una sección final que explique con más detalle lo que le sucedió a Sablin y su tripulación. Una famosa cita atribuida a Clancy afirma que la diferencia entre ficción y realidad es que la ficción debe tener sentido. Sin embargo, la plausibilidad no es el único factor crucial, ya que en este caso el motín de Sablin, aunque disparatado, tenía mucho sentido. Dejando de lado el hecho de que la narrativa de Gindin y Hagberg se basa en hechos reales y la historia de Clancy sobre Ramius es falsa, lo que me interesa es cómo fracasan sus esfuerzos por darle a su novela un barniz de no-ficción. Por supuesto, se trata de un fracaso relativo ya que Octubre Rojo ha interesado a millones de lectores y las memorias de Gindin solo a un puñado. Lo que quiero decir es que, como destaca indirectamente el texto de Gindin, Octubre Rojo carece de profundidad tanto en su elemento humano como en su elemento narrativo, dejando que la tecnología y la nomenclatura ocupen demasiado espacio. Ambos son muy precisos (hubo un momento en que estaba leyendo Octubre Rojo y pensé que todavía estaba leyendo a Gindin), pero mientras que las memorias de Gindin ofrecen una idea clara de lo que era ser una víctima del régimen dictatorial soviético, Ramius nunca es tan convincente como tal.

            Al mismo tiempo, mientras leía Octubre Rojo, entendí que no hay lugar para una caracterización más matizada en un tecnothriller. No recuerdo los detalles de ninguna de las películas de Jack Ryan que he visto, pero me sorprendió gratamente que Clancy lo presentara como un hombre de familia cariñoso que admira mucho el trabajo de su esposa como cirujana ocular (ocupación de la propia esposa de Clancy). El problema es que en medio de una crisis que exige mucha acción, no hay espacio para que Clancy haga que su elenco de personajes masculinos encuentre tiempo para la interacción personal o la introspección psicológica. De hecho, incluso dudo en llamar a Ryan el héroe de la novela, ya que perdí la cuenta de cuántos personajes masculinos intervienen. Terminé aceptando como absolutamente realista, por lo tanto, el hecho de que en una situación de crisis así es como se comportan los hombres: pueden reunirse y conversar, pero solo para tomar decisiones para fundamentar sus acciones. No creo que un elenco mixto o un elenco femenino deba actuar de manera diferente, aunque, por supuesto, hasta ahora no ha habido una crisis política o militar con solo mujeres liderando al menos un lado (excluyendo a las Amazonas y, probablemente, alguna novela de CF). El problema, insisto, que hace que la ficción de Clancy sea menos gratificante que la no ficción sobre eventos similares es cómo exagera la jerga tecnológica. Al mismo tiempo, tuve que sonreír varias veces ante la sensación de asombro inspirada por la flamante  tecnología digital de la década de 1980, ahora está totalmente obsoleta. La CF tiene la ventaja de que la velocidad más allá de la luz de las naves espaciales y los sables láser son tan absurdos que nadie necesita cuestionar su plausibilidad. Posiblemente, un lector competente de tecnothrillers como mi estudiante Pascal podría decirme que Octubre Rojo fue solo la primera novela de Clancy y éste logró publicar mejores obras, o que hay mejores autores en este género. No lo sé.

            La función del tecnothriller, subrayo, no es solo entretener, sino advertir sobre cómo una determinada situación político-militar podría degenerar rápidamente, citando uno de los títulos de Clancy, en un peligro inminente. En las novelas ese peligro tiende a frustrarse (aunque no siempre), pero el objetivo del tecnothriller es preparar a los lectores para una eventualidad de gran alcance geopolítico. Este es el tipo de género que empequeñece las crisis personales en las que consiste la ficción convencional: ¿a quién le importa el destino del romance entre dos jóvenes o las reflexiones de una persona de mediana edad que se enfrenta a su mortalidad en comparación con una guerra nuclear total o un evento que cambie el planeta, tal como el regreso de los dinosaurios gracias a la ingeniería genética? De hecho, desafío a los ganadores del Premio Nobel aun en activo a contar una historia de ese tipo, a ver si consiguen darle profundidad.

            No pretendo con este artículo, en cualquier caso, denigrar el talento del Sr. Clancy como escritor. Sus inmensas ventas muestran que tenía un gran talento para el tipo de novela que quiso escribir y que tantos lectores aprecian. Mi queja es diferente: encuentro Octubre Rojo menos satisfactoria como thriller de lo que esperaba, y me ha sorprendido mucho encontrar las memorias de Gindin más emocionantes. Es una cuestión de técnica narrativa, y no solo una impresión debida a saber que el relato de Gindin es auténtico (lo parece si bien podría estar mintiendo). Como lectora que disfruta aprendiendo de los libros, debo decir que he aprendido mucho de Gindin y de Clancy, pero el problema es que en el caso de Clancy la información relevante aparece soterrada por una avalancha de detalles irrelevantes que pueden complacer a los historiadores navales y a los aficionados a lo militar, pero no tanto a los lectores interesados más bien en los peligros incurridos al desafiar al régimen soviético. En suma, en este caso particular y para esta lectora en particular la noficción triunfa sobre la ficción.

            Ahora me gustaría saber cómo logró Clancyque la Naval Institute Press publicara Octubre Rojo y si, como cree Pascal, su publicación en sí es un acto flagrante de propaganda antisoviética y pro-estadounidense más allá de lo que cualquier lector puede ver.