Este es el último post del presente curso académico (2023-24), en el que he escrito relativamente pocas entradas (solo 39) porque he estado escribiendo otro libro (Masculinity in Contemporary Science Fiction by Men: No Plans for the Future, Liverpool UP) y preparando la traducción al español, ambos para el próximo año 2025. Nada le roba más energía al bloguero que escribir un libro…
Vuelvo a la obra del Prof. John Carey ¿De qué sirven las artes? para investigar más a fondo su afirmación de que la literatura es superior a todas las demás artes, como placer y como instrumento para mejorar nuestras habilidades críticas. El profesor Carey (es gracioso, pero no puedo referirme a él simplemente como ‘Carey’) afirma que el elemento que deja “espacio para que el lector cree” y lo “empodera” es la “falta de concreción”. El lector “debe llegar a algún tipo de acomodo con la falta de concreción para extraer significado del texto”, afirma y “para eso, la imaginación debe operar” (213-214). O cooperar, diría yo. Aunque las reseñas del libro mencionan el concepto y lo discuten brevemente, no parece haber ninguna otra teorización académica de la falta de concreción en la literatura, aunque no me sorprende en vista de lo extraña que parece la noción al principio. El profesor Carey propone que los autores más consumados siembran sus textos con pequeños vacíos que requieren la colaboración del lector, propuesta que no tenía ningún sentido para mí hasta que comencé a pensar, por analogía, en el cine y a considerar cómo las películas de cine de autor más apreciadas hacen exactamente eso: te obligan a colaborar en la construcción del sentido e incluso de la estética.
El profesor Carey ofrece como evidencia textual muchos pasajes de escritores canónicos en los que el significado es sugerente pero no prístino, lo que requiere una lectura e interpretación atentas. Él sugiere que esta actividad es lo que hace que la lectura de literatura sea tan agradable y satisfactoria, ya que necesitamos crear mientras leemos, y necesitamos crear más cuanto más exigente es un texto. Se trata de un concepto muy bello, pero el problema es que implica que el escritor siempre está jugando con sus lectores cuando, muy a menudo, los escritores afirman que no piensan en sus lectores. Por otro lado, si pienso en un caso extremo de ambición y dificultad literaria como Finnegan’s Wake de James Joyce y mi propia negativa rotunda a invertir tiempo y energía en leer esta novela, entonces comprendo el punto de vista del profesor Carey. Y al revés: en los peores textos, aquellos en los que la escritura espanta por torpe y plana, la imaginación creativa del lector no puede encontrar falta de concreción alguna; metafóricamente, no hay carne donde hundir nuestras garras cerebrales ni nada que sacar del texto. Por favor, tened en cuenta que no estoy aludiendo al contenido de la trama porque, aunque el experimento nunca se ha hecho, es más que posible narrar la misma historia con buena y mala prosa, al igual que los mismos sentimientos pueden expresarse con mala o buena poesía. Depende del talento.
Me he preguntado durante muchos años cómo visualizamos cuando leemos, sin llegar a ninguna conclusión que valga la pena escribir en papel. En mis clases de Literatura Victoriana he mostrado a mis alumnos imágenes de moda, pintura, arquitectura, medios de transporte, medios de comunicación, entretenimiento y un largo etcétera, con la esperanza de proporcionar a sus mentes los elementos que podrían necesitar para ver lo que están leyendo. Aun así, se trata de un área poco explorada de la crítica literaria, aunque existe una fuerte sospecha de que la gente disfruta cada vez menos de la lectura porque el gran aluvión de textos audiovisuales está haciendo cada vez más oneroso el ejercicio de utilizar nuestra imaginación. Ayer vi en el autobús a una madre con una niña de dos años que gritaba; al principio supuse que la pequeña tenía hambre o estaba sucia, pero resultó que quería que el teléfono de su madre para mirar algo, no pude ver qué. Esta imagen, aunque común, me chocó porque me di cuenta de que no hay forma de que un juguete o un libro pueda competir por la atención de esta niña con una pantalla. Ya está perdida para la lectura, como la mayoría de la gente.
El Prof. Carey continúa su lección, con un comentario que complica aún más las cosas:
La forma en que leemos, y la forma en que damos significado a la falta de concreción de lo que leemos, se ve afectada por lo que hemos leído en el pasado. Nuestras lecturas pasadas se convierten en parte de nuestra imaginación, y eso es con lo que leemos. Dado que el registro de lectura de cada lector es diferente, esto significa que cada lector aporta una nueva imaginación a cada libro o poema. También significa que cada lector establece nuevas conexiones entre los textos y construye, a lo largo del tiempo, redes personales de asociaciones. Esta es otra forma en la que lo que leemos parece ser nuestra creación. (242)
Una consecuencia de esta subjetividad es que cada uno de nosotros tiene “su propio canon literario, vinculado por sus preferencias” (242). Así es, en principio, también cómo funciona el consumo audiovisual, pero la diferencia es que la imagen, con su existencia material externa, está menos abierta a la interpretación que la literatura. Si, por ejemplo, enseño 2001: una odisea del espacio (1968) de Stanley Kubrick y selecciono una imagen del famoso monolito para comentarla, el debate no puede comenzar con discrepancias sobre el color y la forma del objeto porque estas cualidades son fijas. Por supuesto, podemos debatir hasta la saciedad qué significa el monolito en el contexto de la película, una falta de concreción que es uno de los elementos clave en la recepción crítica general de esta película. Si, por el contrario, leemos el pasaje en el que Pip ve por primera vez a la señorita Havisham en Grandes esperanzas, cada estudiante (¡y la docente!) se formará una imagen personal diferente, sugerida por lecturas anteriores, por si ha visto cualquier adaptación y por su experiencia con mujeres excéntricas de mediana edad. Los lectores menos dispuestos a comprometerse con los retos imaginativos de Dickens página tras página no disfrutarán de su novela; aquellos de nosotros que encontramos magnífica su falta de concreción creativa, simplemente lo amamos.
La indistinción (lo que llamo ‘falta de concreción’) del profesor Carey no se limita a la descripción, un vasto campo hoy terriblemente descuidado por autores y lectores, sino a todo lo que se transmite por escrito. Lo que pasa por alto, a pesar de que no es en absoluto un esnob literario, es que la escritura literaria puede no lograr atraer la imaginación de los lectores, mientras que la escritura menos ambiciosa puede hacerlo. De hecho, si se considera su argumentación, deberíamos celebrar la prosa filosófica como el género literario más elevado, por encima de la poesía, ya que es el más obviamente diseñado para despertar y agudizar nuestras mentes.
Esto me lleva a preguntarme, y a preguntar a mis compañeros lectores, qué nos hace abandonar un libro, el tipo de juicio más negativo más allá de la reseña de una estrella. Me he dado cuenta de que en este caso no me digo “no me gusta”, sino “no voy a sacar nada de este libro” y “no voy a invertir más tiempo y energía en este autor”. Espero obtener placer y enriquecimiento de un libro, de cualquier tipo, y si me encuentro contando las páginas que faltan para terminarlo, ya sé que mi lectura no está funcionando. Soy bastante capaz de aguantar hasta la última página si necesito enseñar el libro o escribir sobre él, pero como regla general, dejo de leer incluso después de pasar del 50% de la extensión si un libro no me dice nada. Tal vez el criterio correcto para juzgar un libro no debería ser la valoración de cinco estrellas de su contenido, sino algo así como: 1) no terminé el libro, 2) lo terminé pero solo haciendo un gran esfuerzo, 3) leerlo no fue un gran esfuerzo pero no saqué gran cosa, 4) en general, me encantó leerlo, y 5) ese libro compensó muy bien mi tiempo y mi compromiso creativo. Cualquier opinión sobre el contenido, más que sobre la experiencia, es sin duda discutible.
Le pregunté a la persona que le recomendó Collen Hoover a mi madre por qué le había gustado esa autora y la respuesta fue que es fácil de leer, sin ningún comentario sobre el contenido de sus novelas, que son románticas. Mi madre lee para entretenerse y no hay necesidad de que lea textos que sean demasiado exigentes, sin embargo, siguiendo el rastro de lo que lee (ficción superventas de autores nacionales y extranjeros) encuentro que, en general, los lectores ávidos como ella están bajando sus estándares porque el mercado les está proporcionando ficción de bajo nivel, y no porque exijan textos más fáciles de leer. Insisto que no estoy hablando aquí de contenido; después de todo, Jane Austen escribió romance y es universalmente venerada como un ícono literario. Hablo de la falta de concreción del profesor Carey. Que se trata de un problema más allá del género o la trama se puede ver en mis propias dificultades para leer ciencia ficción, que siempre me ha gustado precisamente porque me reta a ver el universo desde diferentes ángulos y me obliga a imaginar todo el tiempo. La ciencia ficción nueva que intento leer ya no hace eso; se ha convertido en un cliché en su prosa, sus tramas y su construcción de nuevos mundos.
Si siento que el autor no trabaja con ahínco, desconecto. Para compensar, los editores que saben que sus libros no son demasiado fuertes, aumentan artificialmente su fama (su hype) esperando un efecto similar al primer fin de semana del cine. Sin embargo, después de un año a lo sumo, muchas novelas nuevas han perdido su brillo. Las más logradas, ya sean la trilogía de Suzanne Collins Los Juegos del Hambre o cualquier cosa de Paul Auster lo mantienen. Pero, ¿quién quiere leer la saga Crepúsculo en la actualidad? Mirad, además, la lista de premios como el Nadal, y a ver cuántos de los ganadores y finalistas desde el año 2000 podéis reconocer. Estoy de acuerdo en que comer comida rápida de vez en cuando es conveniente y que una dieta basada exclusivamente en platos gourmet es demasiado rica, pero tengo la sensación de que la literatura tipo comida rápida está creciendo, que la versión gourmet es decepcionante (y tan ridículamente sobrevalorada como la alta cocina) y que la comida bien cocinada que solía ser tan satisfactoria está perdiendo su sabor. Visto desde otro ángulo, mi insatisfacción es el problema clásico de los lectores mayores a quienes les resulta cada vez más difícil estimular sus sinapsis (o llenar su estómago con alimentos saludables por seguir con la comparación).
Si he entendido correctamente al profesor Carey, al mejor tipo de literatura le falta algo que el lector necesita suplir con su imaginación creativa, mientras que al peor tipo no le falta nada y, por lo tanto, el lector no tiene nada que aportar ni nada de que disfrutar. Esto es lo contrario de lo que veníamos suponiendo: que la mejor literatura es la más rica y está cargada de dones, y la peor la más vacía. El profesor Carey no logra ser del todo convincente en su argumentación porque piensa que solo los escritores canónicos son capaces de producir la exigente falta de concreción que ama como lector. Sin embargo, siendo menos exquisita en mis gustos, puedo decir que muchos otros textos cosquillean mi cerebro lector. El problema surge cuando te limitas a un solo tipo de texto poco exigente y no puedes ver más allá, o cuando te niegas a ejercitar tu imaginación leyendo, ¡qué pena!
Paro ya porque tengo sobre la mesa una novela muy atractiva que quiere jugar con mi imaginación, y no me puedo resistir más a su llamada.