En este verano de libros larguísimos, he releído con mucho gusto la obra maestra de Benito Pérez Galdós, Fortunata y Jacinta: dos historias de casadas (1887), una novela ciertamente muy superior a Anna Karenina de Tolstoi, pero todavía no reconocida como un clásico universal, tal como debería.

            Galdós, admirador de Dickens, está posiblemente más cerca en su ficción de Balzac, ya que construyó su propia comedia humana, una red muy densa de personajes y novelas interconectadas a lo largo de 80 obras publicadas, 46 de ellas la famosa serie de Episodios Nacionales. Su realismo, que no está tan cerca del naturalismo como el de su íntima amiga y amante Emilia Pardo Bazán, es desvergonzadamente costumbrista, reflejando todas las clases sociales. Esto hizo que a la generación proto-modernista española de 1898, de escritores más jóvenes, no le gustara la obra de Galdós, que criticaron injustamente (llegaron a llamarlo ‘don Benito, el garbancero’). Su estilo castizo, que pretende reflejar lo más fielmente posible la mentalidad de sus personajes, ha envejecido, sin embargo, muy bien y es uno de los rasgos principales de la novela que hoy comento.

            Fortunata y Jacinta se publicó en cuatro volúmenes entre enero y junio de 1887 y forma parte del ciclo de 21 novelas ambientadas en Madrid que el propio Galdós tituló Novelas españolas contemporáneas (1881-1889). Esta novela transcurre entre diciembre de 1869 y abril de 1876, época que corresponde históricamente al periodo comprendido entre la Revolución Gloriosa (1868) por la que la reina Isabel II se exilió tras el golpe de los generales Prim, Serrano y Topete, y 1874, cuando se restauró la monarquía en la persona de su hijo Alfonso XII (tras el fallido reinado de Amadeo de Saboya, 1870-73 y la breve primera República Española). En 1876 se estableció una nueva Constitución, bajo un sistema bipartidista con las nuevas cámaras del Congreso de los Diputados y el Senado. Galdós alude a todos estos acontecimientos, pero su foco de interés es el triángulo formado por Juanito Santa Cruz, su amante Fortunata y su esposa Jacinta.

            He optado por escribir sobre la obra de Pardo Bazán. Los pazos de Ulloa y La madre naturaleza en mi libro sobre personajes secundarios, deseando dejar espacio a una autora. Por lo tanto, aprovecho mi post de hoy para hablar del personaje secundario en el que me habría centrado si hubiera seleccionado a Galdós en lugar de a Pardo Bazán. Fortunata y Jacinta, como la mayoría de las novelas del siglo XIX, tiene un elenco muy amplio de personajes secundarios, no todos ellos estrictamente necesarios en la trama, cuyas historias de fondo y peculiaridades de personalidad a Galdós le encanta describir a través de su anónimo narrador (un conocido directo de la mayoría, si no de todos). El pijo rentista Juanito Santa Cruz es absolutamente esencial para la trama, ya que su seducción de la joven de clase baja Fortunata pone la trama en marcha. Sin embargo, el tal Juanito recibe mucha menos atención que otros personajes secundarios, hasta el punto de que Galdós roba a los lectores la escena final en la que su esposa Jacinta le anuncia, después de descubrir el triste destino de Fortunata, que ya se acabó el sexo entre ellos. Galdós ofrece un resumen de tal escena crucial en lugar del diálogo.

            Supuse que muchos estudiosos españoles ya habían estudiado la condición de Juanito como personaje bastante difuso, o estereotipado, en comparación con el resto del elenco y descubrí que el seductor de Galdós suele leerse como un descendiente tardo-decimonónico del Don Juan teatrero. Curiosamente, no se me había ocurrido tal vínculo pese al nombre compartido porque Juanito pronto se convierte en esposo en la novela, y no relaciono a Don Juan con el matrimonio (al menos con el suyo propio). Josefina Acosta de Hess y Alicia G. Andreu (ver la lista de referencias) han explorado a fondo esta asociación entre Juanito y Don Juan, pero cito aquí principalmente el ensayo comparativo de José Luis Eugercios Arriero “Cortesanos del Amor Pretérito: Otra Vuelta sobre el ‘Donjuanismo’ de Álvaro Mesía y Juanito Santa Cruz”, que conecta la novela de Clarín La Regenta (1884-85) con Fortunata y Jacinta. Un comentario de Eugercios me llevó al artículo de Vernon A. Chamberlain, que afirma que Juanito está basado en otro autor español que le desagradaba mucho a Galdós, Juan Valera, conocido por ser contumaz mujeriego.

            La tesis principal de Eugercios es que Clarín y Galdós tienen dificultades para convertir a sus Don Juanes en personajes sustanciales porque el paso del drama a la novela, del verso a la prosa, y la necesidad de una “contextualización social bien concreta” (100) dificultan su caracterización. Juanito es el único varón y heredero de una familia burguesa adinerada, tan rica que él puede permitirse vivir en completa ociosidad en la casa de sus padres, de la que no sale ni siquiera cuando se casa con su prima Jacinta, gracias a un matrimonio concertado por su madre. Según Eugercios, y estoy de acuerdo con él, Juanito es, a la vista de esta situación, casi anacrónico. Galdós no acierta a explicar qué hace Juanito una vez que se licencia en Derecho, por lo que no dice nada, haciendo creer a sus lectores que su esposa y sus padres nunca le preguntan cómo pasa sus días fuera de casa (de juerga en juerga y comprando o robando sexo). Acosta de Hess lo definió como un personaje plano (1988: 77), y estoy de acuerdo en que no hay progresión en su personalidad; su arco narrativo trata básicamente de su sexualidad, que comienza a explorar en su primera juventud en París con prostitutas de lujo y que sigue disfrutando al final de la novela con otra amante, con la que engaña tanto a Jacinta como a Fortunata.

            Eugercio argumenta que Juanito combina en su caracterización la inclinación de Galdós por el “dramatismo folletinesco” y su interés en denunciar el daño causado por la burguesía, señalando que Juanito es “un arquetipo a punto de ser superado” (104). Eugercio critica, sobre todo, la incapacidad de Juanito para comprender el crecimiento como personas de Fortunata y Jacinta, una vez que ambas abren los ojos a su maltrato. Él, en cambio, queda reducido de “Don Juan a donjuanito, un personaje totalmente secundario superado por la historia” (104). El artículo chismoso de Chamberlain que he mencionado explica por qué Juanito, sin duda el villano principal de la novela de Galdós, no recibe su merecido, afirmando que en realidad sí lo recibe. Según Chamberlain (27), Galdós pudo haber copiado para él la suerte de Valera, quien, después de cinco años de matrimonio, fue expulsado del dormitorio por su esposa, como todo Madrid sabía. En una carta escrita en 1885, sólo dos años antes de la publicación de Fortunata y Jacinta (hay que tener en cuenta que las cartas, a menudo escandalosas, de Valera circulaban libremente por todo Madrid), Valera lamentaba la falta de una pareja sexual para los años venideros, cuando su atractivo sexual disminuiría y “será ridículo e imposible amar fuera de casa” (Cartas íntimas 266). Es un argumento atractivo, pero aun así preferiría que Juanito hubiera sido expulsado de la sociedad, como mínimo, camino del exilio si fuera posible a un lugar sin mujeres.

            Galdós opta, en cambio, por castigar cruelmente a Fortunata, en un giro de los acontecimientos predecible pero conservador que puede haber complacido a sus lectores originales, pero que me dejó furiosa (a pesar de que ya sabía cómo termina la novela). Galdós dedica 1400 páginas (en la edición de Castalia que he leído) a pedirnos que simpaticemos con Fortunata, que es rechazada tres veces por Juanito y tiene dos hijos con él, sólo para satisfacer el deseo de Jacinta de tener finalmente un hijo con su marido, aunque no sea suyo sino de la ‘otra’. Fortunata, además, nunca pierde su pasión sexual por Juanito, a pesar del terrible desprecio que sufre, o de tener que convertirse en prostituta cuando él la abandona por primera vez. Jacinta está, del mismo modo, esclavizada a la destreza sexual de su marido, a pesar de saber que le es infiel con muchas. Solo el bebé que recibe de Fortunata rompe ese vínculo tóxico, y es por eso que Jacinta ejerce su prerrogativa de cerrarle la puerta de su habitación a Juanito.

            El problema en este esquema triangular es que tenemos que aceptar sin evidencia textual, dada la ausencia de escenas de sexo, que las habilidades de Juanito en la cama son tan buenas que estas dos mujeres inteligentes pierden la cabeza por él. A Fortunata se la puede perdonar, porque es analfabeta y una romanticona, pero Jacinta conoce muy bien a Juanito (su primo) desde la infancia. Lo Galdós nos brinda es una colección de momentos que caracterizan a Juanito como un canalla total. El tipejo seduce a Fortunata prometiéndole matrimonio con toda falsedad, y silencia cínicamente las quejas de Jacinta con las mismas caricias que ofrece a otras mujeres, como ella sabe. Galdós repite a menudo que Juanito se guía por el amor propio más que por la conciencia que le falta, pero pone en jaque totalmente nuestra suspensión de incredulidad cuando hace que Fortunata se rinda a Juanito una y otra vez, en cuanto lo ve. Para que la novela funcione, en resumen, tenemos que asumir que la personalidad de chico malo de Juanito nunca se cuestiona, y que sus amantes y no él son responsables de su conducta intolerable. Estoy dispuesta a aceptar que una mujer pueda sentir una pasión sexual muy profunda por un hombre, pero por Juanito, ¿en serio? ¿Cómo es que Galdós no dio con un personaje de más calado? ¿O era ese el objetivo de su novela: subrayar que ningún hombre merece a Fortunata o a Jacinta, y menos Juanito?

            Terminaré con una duda: ¿funcionaría Fortunata y Jacinta en el presente? Como escribí hace dos posts, la ficción del siglo XIX depende sobre todo para sus tramas de los problemas legales que impiden a las mujeres comportarse libremente. Anna Karenina no puede divorciarse de su marido, ni Jacinta puede divorciarse de Juanito (de hecho, Fortunata alega que, como ha tenido dos hijos con él mientras que Jacinta es infértil, ella es su verdadera esposa ante la ley). Mi pregunta tiene que ver, más bien, con la clase. Me pregunto si hay en España un novelista que supiera narrara con tanto talento como Galdós cómo cruza la sexualidad las barreras de clase. ¿Todavía quedan pijos de los barrios ricos de Madrid encamando a las equivalentes actuales de Fortunata? ¿Siguen las Jacintas aguantando las infidelidades en serie de sus guapos maridos? ¿Podría una versión Fortunata y Jacinta adaptada a 2025 volar por encima de la telenovela? ¿Está Juanito aún vivito y coleando? Tantas preguntas…

            Por favor, leed al gran Galdós, cualquiera de sus novelas vale más que mil de las que ocupan hoy las listas de ficción más vendidas. Hacedme caso, lo digo por vuestro bien.

Referencias

Josefina Acosta de Hess, Galdós y la novela de adulterio. Madrid: Pliegos, 1988.

Alicia G. Andreu, “Juanito Santa Cruz en diálogo con el mito de don Juan”. Revista Hispánica Moderna 42 (1989): 3-18. https://www.jstor.org/stable/30203199

Vernon A. Chamberlain, “Juan Valera y la caracterización de Juanito Santa Cruz en Fortunata y Jacinta“. Actas del IX Congreso de la Asociación Internacional de Hispanistas, Berlín, Frankfurt am Main, Vervuert: 1989: 1237-1242. https://www.cervantesvirtual.com/obra/juan-valera-y-la-caracterizacion-de-juanito-santa-cruz-en-fortunata-y-jacinta/

José Luis Eugercios Arriero, “Cortesanos del Amor Pretérito: Otra Vuelta sobre el «Donjuanismo» de Álvaro Mesía y Juanito Santa Cruz”. Beoiberístika 2.1 (2018): 99-112, https://beoiberistica.fil.bg.ac.rs/index.php/beoiberistica/article/view/37