La entrada de hoy resume la ‘Vision and Support Session’, una conversación abierta celebrada la semana pasada, el 30 de julio, dentro del congreso de la Science Fiction Rsearch Association, “Trans People are (in) the Future: Queer and Trans Futurity in Science Fiction” (University of Rochester, Nueva York), congreso que duró hasta ayer, 3 de agosto. El organizador del panel fue Chris Pak (University of Swansea, Reino Unido) y los participantes fueron Ida Yoshinaga (Georgia Institute of Technology), Isiah Lavender III (University of Syracuse), David Higgins (Embry-Riddle Aeronautical University Worldwide) y quien escribe estas líneas (Universitat Autònoma de Barcelona).

            Sin buscarlo, fui la instigadora del panel, al preguntarle a Chris Pak (el actual vicepresidente de la SFRA) en una de nuestras reuniones de delegados internacionales qué podíamos hacer como asociación profesional para proteger a todos nuestros miembros de la atención no deseada de las autoridades estadounidenses. Chris decidió organizar la sesión para poner en marcha el proceso de recopilar ideas. La principal preocupación que abordamos es la implementación de políticas trumpistas anti-DEI (Diversidad, Equidad, Inclusión), si bien que el nombre en sí de la sesión no incluyó este término para evitar cualquier intento de censura. Que la hay, y ya muy amplia en el mundo académico.

            Abrí el panel con una declaración que no voy a reproducir aquí en su totalidad, pero cuyas ideas principales son las siguientes. En primer lugar, el gobierno de los Estados Unidos está tratando de implementar políticas anti-DEI más allá de sus fronteras,  por ejemplo retirando fondos de las actividades de intercambio cultural y tratando de controlar su contenido. En segundo lugar, el impacto de las políticas anti-DEI afecta a los académicos de todo el mundo, ya que publicamos en revistas estadounidenses y con editoriales estadounidenses que podrían comenzar a rechazar nuestro trabajo, muy a menudo centrado en cuestiones de identidad. La colaboración internacional está, sin duda, en riesgo.

            Lo que propuse para frenar esta situación es que nosotros, los miembros de la SFRA (y los miembros de cualquier otra asociación académica profesional) nos informemos mutuamente sobre cualquier situación problemática a través de las redes sociales (recomiendo BlueSky), en conferencias y congresos, a través de un observatorio que la web de la SFRA podría gestionar, y utilizando la revista SFRA Review para escribir artículos de opinión y para analizar, reseñar y recomendar obras que sean abiertamente prodemocráticas y antifascistas.

            Agregaré que la autocensura es nuestro principal enemigo y por eso es importante que expresemos nuestras opiniones, a pesar de tener la certeza de que cualquier medio en línea está sujeto a la vigilancia del gobierno (sí, incluida la red social BlueSky). El otro enemigo principal es, en mi opinión, la negación de la situación. Mi impresión es que muchos ciudadanos estadounidenses siguen negando que la democracia estadounidense ya se ha visto gravemente comprometida, y que ya no merezca ese nombre en muchos casos graves e ilegales que se están normalizando. Esta negativa a reconocer la pérdida de derechos tiene sus raíces en la impresión de que el fascismo no puede surgir en los Estados Unidos como ha surgido en muchos otros países, incluida España bajo Franco. Por eso es crucial estar al tanto de lo que ha sucedido en estos otros países, ya que el patrón histórico es, básicamente, el mismo.

            David Higgins defendió la pragmática y las prácticas fundamentadas en la enseñanza y la investigación, advirtiendo que los movimientos de extrema derecha, con su lectura perversa de la ley de derechos civiles, se han apropiado de abstracciones que solían ser defendidas por la izquierda (para mí, la ‘libertad’ es la principal). David también advirtió que, aunque la acción comunitaria es primordial, debemos considerar cuidadosamente el uso de la acción callejera, que podría alimentar la respuesta violenta de la extrema derecha dentro y fuera del gobierno.

            Higgins recomendó reformular el uso del lenguaje para dar cobertura a nuestras actividades (como se hizo con el título de nuestro panel), incluir en los encuentros académicos opciones híbridas online que abran el diálogo sin la necesidad de viajar con los riesgos que esto implica ahora para muchas personas, y promover un tipo de mentoría que conduzca a mejores conexiones personales y mejores técnicas de solidaridad. David, en resumen, aconsejó que procedamos con tacto y, yo agregaría, a través de un mejor trabajo colectivo en red.

            David también sugirió que los miembros de la SFRA deberían ampliar el paradigma de la investigación tal como lo conocemos, haciéndola menos dependiente del marco universitario tradicional. Como ejemplo de esta tendencia, mencioné el trabajo que mi coeditor Mariano Martín y yo hacemos misma con la revista Hélice, que no está asociada a ninguna universidad y que Mariano, un académico independiente, financia a un coste muy bajo (el alojamiento de nuestro sitio web). Más tarde, en el segmento de preguntas y respuestas, hubo una llamada a ampliar nuestros horizontes y comenzar a publicar con otras editoriales académicas, más allá de las omnipresentes.

            Isiah Lavender III comenzó su intervención presentándose como un académico que se ha beneficiado en sus treinta años como estudiante de Literatura Inglesa de las políticas destinadas a acabar con la desigualdad. Isiah hizo hincapié en su identidad afroamericana, un punto que también me gustaría recalcar porque otros dos miembros del panel, Chris e Ida, son de ascendencia asiática y hablaron como académicos directamente amenazados (yo también hablé como mujer discriminada, aunque sea blanca).

            Isiah aportó una nota humorística al tomar prestado el eslogan de la popular programa Survivor, “Outwit, Outplay, Outlast” (sé más listo, gánales en su propio juego, resiste), como el lema que podría ayudarnos a navegar por las nuevas aguas profundas. Para él, ya estamos en modo supervivencia, por lo que releer textos como la novela de Dick El hombre en el castillo alto o la de Butler La parábola del sembrador es importante. Estas y otras novelas distópicas son ahora no solo textos más o menos valiosos, sino también manuales instructivos sobre cómo afrontar el presente y el futuro inmediato.

            Ida Yoshinaga describió la situación actual como el comienzo de una ola que, según teme, podría durar toda su vida. Ida respaldó la propuesta de David Higgins de que produzcamos investigación mejor fundamentada, con más evaluación crítica y menos teoría, y que elijamos nuestras materias (también para la enseñanza) con cuidado, pensando en la situación actual. Ida introdujo un tema que interesó mucho al público: ¿cómo definimos un archivo y preservamos el conocimiento cuando se borran las etiquetas con las que podemos definir tal archivo? También señaló que la crisis de liderazgo está provocando debilidades en la organización democrática, por lo que debemos hacer un esfuerzo para difundir información fiable. Como defendió Ida, el saber cuidar de los demás, la solidaridad, la interconexión y la empatía están de nuestro lado; son valores que debemos integrar en un liderazgo colectivo.

            Las contribuciones de los miembros del público comenzaron con un comentario sobre el tema planteado por Ida con respecto a los archivos. Una participante comentó que muchas bibliotecas están haciendo trampas en el cumplimiento de la ley para proteger el acceso del público a fuentes que deben preservarse a toda costa. La catalogación, por ejemplo, debe eludir la neolengua que ahora impone la extrema derecha, y substituirla con una neolengua alternativa, aunque en mi opinión (y pensando en la famosa lista de términos prohibidos que no se pueden usar en las solicitudes de financiación federal), no veo muy bien cómo categorías como género, raza, LGTBIQ+, etc. pueden recibir una alternativa denominación menos ‘descarada’. Esta participante también mencionó la importancia del boca a oreja dentro de las comunidades de lectores, que, en mi opinión, deberían ser más activas ya, formando quizás clubes de lectura privados.

            Otre participante, una persona trans británica, sugirió copiar del Greenham Common Women’s Peace Camp (1981-2000) el hábito de documentar la acción, con el fin, por ejemplo, de hacer documentales. Esta es una estrategia que, agregaré, también ayudó mucho al activismo contra el SIDA (véanse, por ejemplo, el libro y el documental de David French How to Surviva a Plague). Este participante también compartió su temor de que viajar a los Estados Unidos desde el Reino Unido pudiera ser problemático, siendo una persona trans, y su nuevo temor de que al regresar a casa pueda ser acusado de colaboración terrorista por haber apoyado una organización pro-Palestina ahora perseguida por la ley. Agregaré que nuestro interés en los EE. UU. nos está haciendo perder de vista la reciente legislación antidemocrática aprobada en el Reino Unido por el gobierno laborista de Starmer. Sonja Fritzsche se unió a la conversación, pidiendo, como hice también yo, que tengamos en cuenta otros períodos históricos (como Alemania en la década de 1930) y evitemos la autocensura. Otro participante sugirió que el sitio web de SFRA podría albergar un podcast, con participación internacional porque, como señaló Isiah Lavender, “lo que no estamos diciendo es aún más aterrador”.

            Una miembro del público compartió su “profundo sentimiento de vergüenza” tras haber suprimido de su guía docente un segmento sobre Palestina, al haber recibido indicaciones de que podría ser ‘complicado’ impartirlo. El ilustre profesor DeWitt Douglas Kilgore lanzó una potente advertencia sobre la necesidad de defender los valores humanos clave como intelectuales y ciudadanos, porque, cito sus palabras, “esto es una guerra”. Según advirtió la sumisión puede conducir rápidamente a la complicidad, en la que a menudo se cae para proteger el propio puesto de trabajo. “¿Cuántos riesgos”, preguntó, “¿estamos dispuestos a correr?”

            Ida Yoshinaga argumentó, en contra del comentario del profesor Kilgore, que no solo están en juego las plazas de titularidad, sino toda una forma de desarrollar el trabajo académico. Como trabajo en Europa, a menudo no entiendo qué está en juego, y esta es la respuesta que obtuve a mi pregunta: las plazas fijas y la pérdida general de empleos, sí, pero también la desfinanciación de los programas de enseñanza e investigación hasta su extinción, la censura y, para colmo, el arresto y la deportación de estudiantes y profesores. Todo esto ya está sucediendo. Así de grave es la situación.

            En vista del panorama, quizás sea demasiado pedir que la SFRA resuelva el enorme problema de cómo proteger a sus miembros para que puedan enseñar e investigar con la misma libertad de la que gozaban hasta 2024. Creo que necesitamos una red de solidaridad de todas las asociaciones académicas a nivel internacional, con una carta común de derechos y objetivos de acción comunes. Nosotros, los miembros de la SFRA, tenemos un muy buen conocimiento de la distopía, pero tal vez lo que necesitamos ahora es estudiar cómo se destruye y cómo se puede construir la utopía. Sin embargo, estamos siendo testigos del silenciamiento de los medios de comunicación y de las figuras públicas que se oponen al actual régimen en los Estados Unidos, lo que en cierto modo era de esperar.

            Si las empresas de gran calado se inclinan ante el poder y los críticos del nuevo régimen se ven obligados a renunciar a hacer oposición, ¿qué puede hacer un puñado de académicos? La respuesta: pensar cómo actuar y ponernos en marcha, es muy urgente.