Witch Market Barcelona es un evento anual que se celebra un fin de semana de finales de noviembre o inicios de diciembre en el edificio histórico de la Universitat de Barcelona, en la céntrica Plaça Universitat. Este singular edificio, obra de Elies Rogent i Amat, está en uso desde 1871, habiendo sido diseñado en 1861 aplicando el estilo arquitectónico alemán del Rundbogenstil. El edificio, de aire tardogótico, recuerda a la escuela de magia de Hogwarts, de la serie Harry Potter, y es por ello un emplazamiento ideal para el mercadillo que es el centro principal del festival y que le da su nombre.

          De hecho, el Witch Market empezó como Potter.con en 2016, en el Espai Jove La Fontana del barrio de Gràcia, en Barcelona, pero los organizadores consideraron prudente cambiarle el nombre y la ubicación, y abrirlo más allá de la heptalogía de Rowling a otras obras de fantasía. El visitante del Witch Market disfruta no solo del mercadillo, sino también de las actividades que proponen los fans, sea a título individual o colectivo, en grupos informales o como parte de asociaciones. Al tratarse, en suma, de una pequeña ‘con’ (o convención) no es extraño ver a múltiples aficionados a la fantasía vestidos de sus personajes favoritos o simplemente de lo que les apetezca (las brujas abundan…). Es en especial enternecedor ver a niños y bebés disfrazados (haciendo cosplay, debería decir) junto a jóvenes padres y madres que transmiten así su amor por el fantástico.

          Conocí a una de las organizadoras, Sofía de Juan, como parte del comité organizador de la Eurocon 2016 celebrada en Barcelona. De hecho, la Potter.con se celebró en septiembre de 2016 (3-4), mientras que la Eurocon tuvo lugar en noviembre (CCCB, 5-6). No recuerdo si yo misma propuse mi participación o si me invitó Sofía, el caso es que di una charla en esa Potter.con sobre Sirius Black, basada en un artículo académico que en ese punto ya me habían rechazado seis revistas y que ahora es un capítulo en mi libro Mirando de cerca a los hombres: masculinidades en la literatura y el cine. La reacción del público fue buena, y al año siguiente, 2017, me sumé al primer Witch Market con una charla sobre el villano de la serie Harry Potter, Voldemort. En ediciones posteriores (no las hubo en 2020 y 2021, por la pandemia), he hablado de tres personajes más de la misma serie (el Prof. Snape, Merope Gaunt que es la madre de Voldemort y la bruja Bellatrix), pero también de Morgoth, que es el gran villano de El Silmarilion de Tolkien, y este sábado pasado de Katniss Evergreen, la heroína de Los Juegos del Hambre, a quien presenté como chica final.

          Preparé esta charla pensando en que sería mi última colaboración con el Witch Market, por varias razones. Una es que las charlas sobre Harry Potter fueron un regalo de cumpleaños para mi sobrina Lola, con quien he compartido la lectura de la serie. Hoy Lola siente, como yo, enorme repulsa por la transfobia de Rowling, con lo cual a ninguna de las dos nos apetece seguir vinculada a su obra. Lola no es fan del fantástico, con lo cual también ha dejado de tener interés personal para mí preparar las charlas pensando en ella. El año pasado invité a mi perpleja madre a escuchar mi charla sobre Tolkien, de quien no sabía nada, porque siempre protesta que como enseño y escribo mayormente en inglés, no tiene ocasión de saber qué me interesa. Este año había invitado a una amiga, pero no pudo venir.           Por otra parte, tener invitadas supone que no participo en otras actividades del festival. Esta vez al menos he asistido a la entrevista con la autora de dark fantasy A.M. Strickland.

          Otro motivo para dejar el Witch Market (cuyas charlas, aclaro, doy gratis por amor a la divulgación) es que siento que me quedo desfasada. Sofía de Juan no me dijo que este año el tema era la romantasía, género que lo leo ni tampoco me atrae, así que mi charla sobre Los Juegos del Hambre quedaba alejada del tema, si bien la propuse sin conocer el contenido del resto del programa. Soy lectora de ciencia ficción más que de fantasía y, en todo caso, lo que no quisiera es que la charla consuma tiempo de lectura y conlleve de preparación extra. La idea es divulgar sobre lo que ya sé.

          Entré, en suma, a dar mi charla sobre Katniss segura de estar cerrando un ciclo, pero salí con el encargo del público de seguir en el Witch Market. Resulta, y esto es lo más peculiar, que tengo fans que vienen a mis charlas año tras año. Doy estas charlas en el Aula Magna del edificio de la UB, que tiene capacidad para 150 personas, y se suele llenar. A mi público no solo le gusta escucharme, sino que también le gusta hablar conmigo. Siempre dejo unos 10-15 minutos para preguntas, pero esta vez mi charla era un poco más corta y debatimos durante unos 20 minutos sobre si Katniss toma la decisión correcta al no ejecutar al presidente Snow sino (ojo espóilers) a la nueva presidenta, Alma Coin. Hubiéramos estado un buen rato más si no fuera por la prisa de dar paso a la siguiente sesión.

          Por cierto, que hablé de Katniss porque es lo que había acordado con el público al acabar la charla del año pasado, siguiendo la costumbre que establecí un par de años antes de preguntarles. Esta vez no pregunté, y en seguida se acercó un grupito a recordarme que debía hacerlo. Estoy ahora mismo dudando entre hablar de ciencia ficción o, lo más seguro, de cine de fantasía clásico.

          Este sábado pasado estaba entre el público una antigua estudiante de hace veinte años y un estudiante que está en mi clase actual de Literatura Contemporánea en Inglés. La estudiante tuvo la amabilidad de decirme que sigo igual en lo físico (no creo…) y en mi estilo de dar clases (ojalá…). El estudiante estaba más bien despistado porque mi estilo cuando doy charlas es muy distinto al de las clases. Como le dije, soy la misma persona, lo que cambia es el público.

          Y ahí es donde quería ir a parar. Si voy cada año, y ya van siete, al Witch Market es para poder disfrutar durante una hora de lo que quisiera que pasase en clase en la universidad. El público del Witch Market me escucha con atención, me ríe las bromas, se muestra complícito, tiene ganas de debatir, y encima tiene ganas de más. Por supuesto, como le dije a mi estudiante, el contexto festivo del evento, la hora y día (sábado, 17:00), no tienen nada que ver con dar clase dentro de la rutina docente de la universidad y en horarios no siempre cómodos. Un lunes a las 8:30 no hay quien funcione al 100% como docente. Ni como estudiante.

          Soy muy consciente de las condiciones excepcionales del Witch Market, en suma, y de lo que es hablar ante un público al que no tengo que ponerle notas y que comparte conmigo al 100% el gusto por los textos de los que trato. Aun así, me frustra enormemente que dar clases en la universidad no sea una actividad tan energizante. Cuando salgo del Witch Market, me comería el mundo; cuando salgo de clase, raramente pasa. Algunos días más bien quiero correr un tupido velo. Supongo que en algún punto del planeta universitario hay un docente para quien todas las clases son como la charla del Witch Market y, si existe, lo envidio. Tengo que aludir de nuevo, por supuesto, al hecho de que yo sí fui esa docente durante un semestre en 2013-14, cuando enseñé Harry Potter, y me encontré en clase con las mismas reacciones que me ofrece el público del Witch Market. Tristemente, no puedo repetir esa experiencia a causa del rechazo que provoca la transfobia de Rowling (me incluyo, como ya he dicho), y no se me ocurre ningún otro texto (o textos) que puedan convertir otra vez el aula en una fiesta como sucedió entonces.

          Creo que los estudiantes no saben que está en su mano que la docencia funcione mucho mejor. No me quejo para nada de mis estudiantes de este año, con quienes, además, hablo mucho porque mientras ellos interactúan los unos con los otros media hora cada clase, yo paseo por el aula entablando conversación sobre los libros que leen. Hay buen ambiente en clase, mucho mejor que en años anteriores (estoy pensando en los años tras la Covid-19), pero se da también una diferencia de intereses que no puedo ignorar. Quien viene a mi charla del Witch Market viene 100% predispuesto a aprender de mí y esa predisposición me da alas para hablar con entusiasmo y ganas. Ante una clase a la que no necesariamente le interesa la literatura, y que tiene que asistir el mismo día a varias clases más, y así de lunes a viernes, es mucho más difícil mantener el entusiasmo (incluso puede llegar a sonar hueco, impostado).

          Acepto, pues, las limitaciones de dar clase en la universidad, pero veo también ahora que sería absurdo privarme del pequeño placer de hablar cada año en el Witch Market. Al mismo tiempo, me doy cuenta de que entre las razones que me hicieron pensar en dejar las charlas no he mencionado la principal: la respuesta tan cariñosa del público hacia mi persona, por la que les estoy profundamente agradecida, no es la respuesta que recibo en la universidad. Cada charla es un recordatorio bello pero agridulce de lo que la docencia universitaria podría ser, pero no es, por las razones que sean.

          Sé que no es un tema personal, y sé también que siempre habrá estudiantes a los que simplemente les caemos mal, y que las cosas serían muy distintas si toda la docencia fuera optativa (las asignaturas obligatorias son donde más resistencia se encuentra). Pero, bueno, es lo que hay, y después de 34 años de docencia no me queda otra que intentar reproducir en el aula el espíritu de la charla ante un público tan distinto como el del Witch Market y esperar que funcione. Lástima que Rowling haya estropeado su legado, porque Harry Potter podría haberme dado muchas más horas felices como docente. Y es triste pensar, que ningún otro texto, ni pasado ni actual, es capaz de generar el mismo interés general entre amplias capas de las diversas generaciones. La saga de Star Wars se le acercó, pero no me veo ni me he visto nunca convirtiéndola en objecto de toda una asignatura.

          ¡Hasta el año que viene, querido público del Witch Market! Nos vemos…