Hace nueve meses publiqué el post “Depresión y ansiedad: las principales palabras clave en la universidad” y hoy vuelvo al tema por la necesidad de procesar una situación que empieza a enfadarme bastante.
Estoy pasando por un período personal complicado, con causas materiales inmediatas que se están resolviendo lentamente (no problemas mentales per se), y le pedí a mi herbolaria local que me proporcionara gotas de pasiflora. Me las dio por primera vez hace treinta años otro herbolario comprensivo como medio para hacer frente a la angustia constante que me producía la investigación y la redacción de mi tesis doctoral, curiosamente no por mi tema (la monstruosidad) sino porque, como buena hipocondríaca, me abrumaba la idea de que enfermaría, nunca terminaría la tesis y, por lo tanto, privaría a mi vida de su significado. Esta obsesión me parece un poco frívola ahora, pero fue una causa importante de ansiedad en ese momento, durante tres largos años.
La pasiflora me ayudó (tal vez como un placebo, quién sabe) y, además, no quería volver a tomar diazepam, que me dieron una vez cuando era una estudiante de licenciatura muy nerviosa que vomitaba todos los días que tenía un examen. El diazepam me daba sueño y desorientación, lo que empeoró mi ansiedad, y no he tomado ningún tranquilizante químico fabricado por las farmacéuticas hasta literalmente hace dos semanas, cuando la pasiflora dejó de funcionar y me di cuenta de que necesitaba algo más fuerte. El médico me dio Trankimazin, es decir, alprazolam, también conocido como Xanax.
“Bienvenida a la tierra del Trankimazin”, dijo el doctor, mientras se ofrecía a firmarme una baja, lo último que necesito en este momento. El médico vio en sus archivos que soy profesora y asumió erróneamente que enseñar me está dando ansiedad. Para nada. Al final solo tomé dos píldoras y me percaté que no me estaban ayudando a resolver los problemas que causaban la ansiedad, solo a enfrentarme a ellos con un poco menos de renuencia. La pasiflora también está de vuelta en el botiquín. Lucho ahora contra mis problemas del primer mundo pensando en los problemas verdaderamente serios que podría estar teniendo, piensa en el que te atemorice más.
Mi médico tenía ganas de hablar y me paró cuando ya me iba para preguntarme por qué tantos jóvenes están paralizados por la ansiedad. Posiblemente a principios de la sesentena, el médico me dijo que él mismo había sido objeto de bullying en la escuela y que había pasado por otros momentos difíciles en su infancia y juventud. “Es la vida”, dijo. “Dime”, agregó, “¿por qué tienen los jóvenes tanta ansiedad?” Corro el riesgo de convertir esta reflexión en una comparación generacional que no beneficiará a nadie, pero yo también tengo la sospecha persistente de que algo anda mal.
Hablando esta mañana con una de mis estudiantes de doctorado, que sufre de ansiedad y ha elegido procesarla escribiendo sobre el cambio climático y la ansiedad en la ficción, me contó que Greta Thunberg abrazó el activismo como una forma de lidiar con su propia ansiedad. Convirtió el miedo y la inquietud en rabia, y ahí está, burlándose de los monstruos patriarcales que nos dan tanta aprensión, desde Donald Trump hasta Andrew Tate. Las numerosas mujeres jóvenes que asistieron en todo el mundo a las manifestaciones feministas del 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, también están abrazando su ira antipatriarcal y luchando.
Esto incluye luchar contra las instituciones e intereses neoliberales que nos deprimen, pintando una visión de la vida que es casi inmanejable. El cristianismo enseña que la vida es un valle de lágrimas, un valle de dolor, lo que significa que tienes que soportar las complicaciones a medida que vienen, lo cual es, en mi opinión, una enseñanza muy valiosa (lo proclamo aunque sea atea). La otra parte, que si eres bueno y no te quejas demasiado, eres recompensado con el cielo es una tontería de cuento de hadas. Y, por supuesto, no olvidemos que la mayoría de los primeros cristianos eran esclavos o pobres que necesitaban consuelo para su situación; los ricos siempre han puesto a los demás en el valle de lágrimas mientras han disfrutado de un nivel de vida diferente, pretendiendo compensarlo a través de la caridad (Bill Gates…). Habiéndose percibido de esa hipocresía fundamental el socialismo trabaja a favor de las personas privadas de derechos para que abandonen el conformismo cristiano y luchen por el derecho a una parte de la buena vida en la Tierra, a la que todos puedan acceder en igualdad de condiciones. El feminismo es también, como he señalado, otro movimiento que apunta a convertir la insatisfacción de las mujeres en justicia aquí y ahora.
El neoliberalismo, por el contrario, nos da a todos y especialmente a los jóvenes una ansiedad paralizante, expresión que solía ser una frase general para describir los momentos bajos de la vida y ahora es un problema mental. La terapeuta Jill E. Daino afirma que el 30% de los estadounidenses sufrirán “un trastorno de ansiedad en su vida”, entre los cuales la ansiedad paralizante es la peor. Estos son los síntomas: “sentimientos de miedo, pánico o un sentimiento general de inquietud; irritabilidad e incluso enojo; dificultad para dormir; dolor de estómago y malestar digestivo; ira, sensación de inestabilidad; dolor de cuello, tensión muscular; pensamientos difíciles; sudoración excesiva; latidos cardíacos acelerados; incapacidad para quedarse quieto; y respiración trabajosa”.
Estoy de acuerdo en que sufrir todo esto durante mucho tiempo y sin ninguna razón específica es realmente preocupante; venga, ¡dame más Xanax, rápido! Pero, ¿qué tipo de ser humano robótico pasa por la vida permaneciendo inmune a cualquiera de estos síntomas? El tipo de normalidad que surge de negar que los síntomas son parte de la vida no es humano: nadie flota por la vida sin pesadillas y durmiendo siempre a pierna suelta. La cifra es, así pues, errónea: el 100% de la humanidad sufre trastornos de ansiedad porque así es como funciona la vida. Las fuentes de la angustia no pueden ser controladas. Ni siquiera lo consiguen los multimillonarios más privilegiados que también se enferman mortalmente, pierden personas amadas, se enamoran y se desenamoran, etc.
Los muy privilegiados, en cualquier caso, no se preocupan por el bienestar de los demás. De hecho, la posición neoliberal que defienden es que si no estás física y mentalmente sano, es tu culpa por ser un individuo perezoso y limitado, de ahí la insistencia en tu deber de hacer ejercicio hasta el día en que mueras y ser generalmente feliz. Sin embargo, el neoliberalismo nunca hará nada para resolver las causas estructurales de la mala salud, desde la presencia de carcinógenos en los alimentos ultraprocesados hasta un sistema económico que está empujando a más y más personas a vidas precarias amenazadas por el cambio climático, el desastre financiero, el aumento de la IA, etc.
El neoliberalismo patriarcal les ha dicho a los jóvenes que sentirse indignados y enojados por su mal trato está pasado de moda, es una especie de resaca neo-hippy, neo-1968 que debe terminarse. En ausencia del valle cristiano de lágrimas y la pérdida de la fantasía del cielo, a los jóvenes se les dice que la juventud consiste en divertirse. Si sientes ansiedad porque no eres tan feliz, entonces estás mentalmente enfermo y necesitas tratamiento hasta que vuelvas a ser un cuerpo (y una mente) dóciles por citar el concepto Foucaultiano. Simplemente no te quejes, ve a terapia. Al mismo tiempo, y esto es peculiar, veo carteles en mi facultad sobre experimentos en torno a la resiliencia (para saber si los estudiantes la tienen o no), la cualidad humana básica que ha ayudado a los humanos a sobrevivir horrores tan indescriptibles como la Primera Guerra Mundial o el Holocausto nazi. O ahora la guerra en Ucrania, ¿o es que crees que los ucranianos la aguantan tomando Xanax?
Jessica Klein ha descrito a los Estados Unidos como una sociedad acosadora en su libro homónimo y me gustaría extender esa etiqueta a la sociedad neoliberal patriarcal que nos angustia tanto a todos al darnos un futuro limitado para la Tierra y, por lo tanto, para las generaciones más jóvenes. No tengo ninguna duda de que los jóvenes sienten una ansiedad muy real y totalmente justificada, pero tampoco tengo ninguna duda de que están cayendo en la trampa neoliberal por la cual la ira se presenta como una emoción no deseada. No estoy hablando aquí de la ira que Vladimir Putin está sintiendo ahora porque no puede ocupar Ucrania. Estoy hablando de la ira constructiva que llevó a tantas mujeres a principios del siglo XX a exigir derechos para las mujeres, y a la ira que llevó a tantos trabajadores a exigir que las horas de trabajo se redujeran a ocho y las semanas a cinco días de trabajo.
La ansiedad paralizante que sienten tantos jóvenes es el resultado de una intimidación tan intensa por parte del neoliberalismo que se ha convertido en un reemplazo para la vida. Las personas pueden hacer frente a su propia angustia con terapia, si pueden permitírsela, pero ¿dónde está la terapia para los males sociales que causan esa angustia? Enterrada bajo una masa de fatalidades que los patriarcas neoliberales están utilizando para frenar cualquier resistencia general a su gobierno está la ira que todos deberíamos sentir por su desprecio por la vida humana.
No tengo una receta para curar al 20% de los estudiantes de mi propia universidad que cuentan con un diagnóstico médico por problemas de salud mental, pero sí tengo un proyecto utópico para ellos: tratar de convertir su angustia en ira contra los matones que nos tienen comiendo y respirando basura, a los que no les importa si los hospitales no cuentan con fondos suficientes y los migrantes se ahogan en el mar a pesar de que los necesitamos. No os dejéis decir que el cambio climático no está sucediendo, pero no aceptéis tampoco que no hay futuro. La ansiedad paralizante no viene de vuestras menten sino que éstas están siendo paralizadas por monstruos patriarcales neoliberales que saben que una persona angustiada es una persona controlable. Por favor, defenderos ante ellos y luchad.