¡Feliz 2025! Que traiga al mundo la paz que tanto necesitamos y que sea al menos un poquito mejor de lo que esperamos ahora mismo, tres días antes de la segunda toma de posesión del Presidente Trump (¿Presidente Musk? ¿Presidente Trusk? ¿Presidente Mump?).

Primero, una confesión: estoy distraída este semestre con otros asuntos personales y profesionales y me está costando concentrarme y encontrar inspiración para el blog. Agregad a esto que me uní a Bluesky hace casi dos meses y, por primera vez en décadas, me encuentro lo bastante interesada como para participar en las redes sociales. Digo ‘décadas’ porque usando Bluesky (como es ahora, antes de que lleguen los bichos) me recuerda a las buenas vibraciones de la pionera Fidonet, una red mundial de ordenadores utilizada para la comunicación entre sistemas de ‘tablones de anuncios’ (o bulletin boards, BBS), y que según Wikipedia sigue existiendo. Utilicé Fidonet con gran entusiasmo a principios de la década de 1990, antes de que internet fuera comercializada, y aprecié mucho las intensas conversaciones en línea. Como cualquier otra red social, Bluesky es mucho más convulsiva y lleva un torrente de imágenes (¡Fidonet solo usaba texto!), pero hay momentos en los que me recuerda a Fidonet y las promesas rotas de los primeros años de Internet. Todas esto son excusas, lo sé.

El caso es que un tipo de publicación (¿blueet?) que estoy viendo con mucha frecuencia en Bluesky estos días es el típico post de fin de año con listas de los mejores libros, películas, series, música, videojuegos… y el típico post de año nuevo anunciando las novedades para 2025 en estos campos. Los dos tipos me parecen agotadores, y quería protestar aquí un poco contra ellos. Me refiero específicamente a las listas de libros y comenzaré con el primer tipo.

Llevo una lista de los libros que leo desde que tengo catorce años, como he explicado aquí de vez en cuando, porque me gusta llevar la cuenta y porque como tiendo a olvidar los libros que he leído si me despisto podría volver a leerlos (no es un signo de vejez, es solo mala memoria para los títulos). Tengo un sistema de calificación personal y ciertamente disfruto repasando al final del año lo que he leído y si fue bueno. Sin embargo, no me gusta especialmente compartir los resultados. De hecho, mi lectura es privada: tengo una cuenta de GoodReads que nunca uso, y no publicaría listas en ninguna otra red social. ¿A quién le importaría?

Es por eso que me siento un poco desconcertada cuando la gente insiste en comentar los mejores libros que han leído en los últimos doce meses. No me gusta en particular que se mencione lo mucho que han leído. Muchos se jactan, lean 50 o 200 libros, lo cual me parece una tontería porque la cifra significa al final muy poco. Tiendo a leer un promedio de 100 libros al año (¡es parte de mi trabajo!), pero este año, por ejemplo, aproximadamente la mitad de los libros no eran buenos, y es posible que haya abandonado 25. De hecho, en 2025 también llevaré la cuenta de los libros que dejo, aunque solo sea por curiosidad. Habría sido mucho más feliz leyendo solo 25 buenos libros. Además, pronto comenzaré un libro sobre novelas muy largas del siglo XIX, lo que significa que podría terminar leyendo menos libros en 2025 que en cualquier otro año, aunque este podría ser uno de los años más ricos de mi vida como lectora, ya veremos. Por lo tanto, el mensaje es: por favor, leed, pero solo lo que necesitéis, no emprendáis ningún desafío de lectura, no os forcéis a alcanzar una meta determinada (50, 100 o 200 libros) si 25 son suficientes (con menos de 2 libros al mes, ¿se es realmente un lector habitual?).

Si repaso la lista de 2024, veo que solo califiqué 18 libros con cuatro estrellas, todos ellos de no-ficción, a excepción de dos novelas. Mi libro favorito de 2024 fue la novela de Alasdair Gray Poor Things (1992), que releí posiblemente por sexta vez después de ver la lograda adaptación cinematográfica de Giórgos Lánthimos con Emma Stone como Bella Baxter en enero de 2024. No voy a decir que todo fue cuesta abajo desde ese momento hasta diciembre, pero si tuviera que publicar una lista de lecturas de 2024 sería quizás una lista de los pestiños para advertir a otros lectores que no pierdan el tiempo, una antilista, por así decirlo. Si os lo estáis preguntando, aparte de los muchos libros que he abandonado, las lecturas más decepcionantes de 2024 fueron dos novelas: la de Esther García Llovet Los guapos y la de Dolly Alderton Good Material. Un amigo me dijo que se deben evitar las críticas negativas y las anti-recomendaciones como estas, pero os pido por favor que evitéis los libros sobrevalorados con notas de contraportada engañosas.

Ahora toca hablar de 2025. Mi hábito más extraño como lectora es que disfruto leyendo las últimas páginas poco después de comenzar un libro por dos razones: no soporto el suspense y me gusta adivinar cómo avanzará la historia de principio a fin (¡nunca acierto!). No tengo miedo a los espóilers y, como profesora de Literatura, disfruto más de cómo se construye la trama que de los giros y vueltas. Sin embargo, con las recomendaciones de libros es todo lo contrario: detesto absolutamente saber de antemano qué libros se van a publicar en 2025 (lo mismo con películas, series, música…). Ese es el tipo de espóiler que no me gusta quizás porque, de manera bastante absurda, aborrezco que me recuerden que la publicación de libros es un negocio con fechas de lanzamiento y campañas publicitarias. Prefiero que los libros me pillen por sorpresa y descubrir que existen a través de las reseñas cuando salen.

Hay algo más. Estoy viendo en Bluesky estos días listas muy largas de libros nuevos, hasta 50 novedades, y me refiero a un solo campo, ya sea ciencia ficción o arqueología. No sé cuánto piensan los editores que los lectores leen cada año, pero si pongo en mi lista de lecturas ya hoy 50 (¡o 100!) libros, ¿qué margen queda para otras novedades y, lo que es más importante, para descubrir libros valiosos del pasado? Una cosa es anticipar un nuevo libro de un autor favorito y otra muy distinta ser abrumada en todos los frentes con tantas novedades. Esto es como ir a un baile del siglo XIX con tu carnet de baile ya lleno para los próximos 50 valses, sin espacio para descubrir al amor de tu vida y agregarlo. ¡¡Simplemente horrible!! Acabo de abrir el documento con mi lista de libros para 2025 y lo que más me gusta es que está vacío: empiezo ahora un viaje de doce meses sin destino conocido, sin plan, con un camino abierto por delante. Esa es la diversión de leer, creo, y no hacer un viaje planificado de antemano ya lleno de paradas. Quiero sorprenderme siempre y tener la sensación a final de año de que ha sido un viaje peculiar porque en este campo soy una viajera, no una turista.

Hace poco leí que el mundo editorial está al borde del colapso, dividido entre las grandes corporaciones y las pequeñas microeditoriales, y que más libros que nunca terminan siendo triturados sin piedad. Esta visión puede ser demasiado extrema, pero en cierto modo no me sorprende. Todo el mundo puede ver que las ganancias en la profesión de escritor se están reduciendo, algo que sin duda tiene mucho que ver con un exceso de oferta para una demanda cada vez menor. Cuantos más libros se publican, más lectores acuden a los autores más vendidos, arrastrados por un aluvión de novedades que solo los lectores más militantes pueden manejar (y me pregunto quiénes son, porque renuncié hace mucho tiempo a la dura tarea de estar al día). Un periodista escribió, no recuerdo dónde, que la lectura terminaría siendo como la música clásica, una pasión de élite para disfrutar principalmente de la obra de creadores muertos, pero yo no lo veo así en absoluto. La lectura está ahora más cerca de la música pop, aunque todavía nos falta el equivalente a Spotify, o quizás con más precisión de la moda.

Sé que no estoy diciendo mucho hoy, excepto que no me gustan las listas de libros de fin de año y de año nuevo, las primeras porque me recuerdan lo que aún no he leído y las segundas porque amenazan con estructurar demasiado mi lectura. Hay algo más. Estas listas tienen el maldito efecto secundario de envejecer los libros demasiado rápido. De repente, parece que leer un libro de 2024 en 2025 es retrógrado, un signo de desorientación cultural. Leer un libro de 2020 en 2025 es ya toda una prueba de una pérdida total de rumbo. Pocos pueden imaginar hoy leer un libro que no sea un clásico publicado (por nombrar años al azar) en 1983, 1972 o 1961. ¿Por qué lo harías? ¡Es tan vintage! El culto interminable a la novedad aumenta el presentismo y, como estoy argumentando, en seguida empuja a los libros nuevos, y a los del pasado reciente, a un limbo. No es de extrañar que tantos libros acaben en la trituradora. Es por eso que en Bluesky estoy disfrutando en particular de las cuentas que recomiendan libros solo porque los dueños de estas los encuentran geniales, ya sean muy conocidos o casi olvidados.

Para terminar, sé que las editoriales grandes y pequeñas viven de vendernos sus productos a nosotros, los lectores, pero hay una sensación de exceso. Esta semana, la Unión Europea aprobó una ley para obligar a los fabricantes de prendas de moda rápida a reciclar sus productos, que ahora terminan como basura desechada en lugares que una vez fueron tan hermosos como el desierto chileno de Atacama. Parece que es más fácil reciclar libros para imprimir más libros que reciclar prendas hechas de poliéster barato, pero el principio es similar: hay un problema de sobreproducción, agravado aún más por el hábito de introducir un flujo constante de novedades. Puede que me equivoque, pero creo que estamos llegando a un punto de inflexión en el que ni siquiera los lectores más comprometidos pueden hacer frente a las necesidades comerciales de la industria editorial. La solución no es abrumar a los lectores existentes, sino ampliar el campo y atraer a más lectores de todas las edades y, digámoslo, aumentar la calidad de lo que se publica. Eso lo dejo para otro día.