El libro en el que estoy trabajando actualmente, un estudio de los personajes secundarios, tiene un corpus compuesto por novelas del siglo XIX en diversas lenguas europeas. Empecé con nueve autores, pero he decidido abandonar a la escritora sueca Selma Lagerlöf porque me resulta imposible mantener el interés por su novela Gösta Berlings Saga (1891), que había seleccionado por curiosidad sobre Suecia. Lagerlöf fue la primera mujer en ganar el Premio Nobel de Literatura (en 1909), y esta fue su primera novela, que publicó a los 33 años después de haber sido profesora largo tiempo. Intenté leer la novela en la notable traducción de Paul Norlen de 2009, contra la que no tengo ninguna objeción, pero encontré el estilo narrativo de Lagerlöf muy superficial en la trama y en la caracterización. La obra maestra de Eça de Queiroz, Os Maias (1888), no podría ser más diferente, pero he decidido no incluirla tampoco en mi libro. Me parece excelente la traducción de Margaret Jull Costa, con lo que quiero decir que no tiene ninguna de esas pifias que afectan a una mala traducción. El problema es que la novela de Queiroz, de 714 páginas en la edición que he leído, es demasiado larga en relación con el melodrama sexual que narra, y que podría haber sido narrado con la mitad de páginas causando la misma impresión.
Comprobando lo que piensan los lectores de Os Maias en GoodReads, encontré a muchos portugueses muy molestos porque se les obligó a leer esta gloria nacional en la escuela secundaria. Un puñado, ahora adultos, expresa su admiración por la astucia con la que Queiroz retrata a las clases altas de Portugal entre las décadas de 1850 y 1880 (la trama principal transcurre entre 1875 y 1885, tres años antes de la publicación de la novela). Los Maias del título son tres hombres de la alta burguesía: el abuelo, Afonso; su hijo, Pedro; y su nieto, Carlos, el protagonista. Os Maias cuenta la historia de cómo Pedro se suicida después de que su esposa, Maria Monforte, lo abandone por otro hombre, mudándose al extranjero con su hija María Eduarda pero dejando atrás al pequeño Carlos (ambos son entonces niños, María Eduarda es unos dos años mayor). Afonso y Carlos creen que María Eduarda falleció, y ella misma no tiene ni idea de que tiene un abuelo y un hermano en Lisboa, ciudad a la que regresa unos veinticinco años después de que su madre se fugara. Al no saber de su vínculo de sangre, la relación entre María y Carlos se desvía del camino moral para caer en las profundidades del tabú.
Queiroz es consciente de que su trama principal es puro melodrama sexual, como he señalado, por lo que hace que Carlos y su mejor amigo Ega analicen los acontecimientos como si estos chocaran con la realidad mundana de sus vidas y la de Maria. De hecho, en Os Maias los personajes a menudo discuten sobre las virtudes, o defectos, de la narración romántica frente a la realista. Queiroz, de hecho, ha sido aclamado como el principal naturalista de Portugal. No conozco sus otras novelas, y lamento decir que aún no he leído a Zola, precisamente porque aborrezco el naturalismo. Sin embargo, una cosa que puedo decir es que me sorprendió mucho la crudeza de la representación de la sexualidad de finales del siglo XIX, no porque hubiera escenas eróticas explícitas, sino porque la trama tiene como objetivo denunciar el comportamiento sexual depredador de los hombres ricos, inútiles y ociosos como Carlos. Él, sus amigos y conocidos, hombres solteros de entre 25 y 35 años, ven a las mujeres casadas como meros objetos de conquista y rápido descarte. Queiroz presenta a las mujeres como participantes voluntarias en el juego de la seducción, pero también como sus víctimas.
El elenco de personajes de Queiroz es muy amplio, como es típico en las novelas del siglo XIX en las que el protagonista ocupa una posición central en la sociedad y, por lo tanto, está rodeado de un gran círculo social y es atendido por muchos sirvientes. A medida que leía Os Maias, se me ocurrió que alguien debería escribir un artículo sobre la función de los conductores de carruajes en la ficción del siglo XIX. Los sirvientes domésticos, desde institutrices hasta lacayos, han recibido cierta atención, pero me fascinó cómo Carlos requiere constantemente los servicios de varios cocheros mientras se dedica a sus asuntos sexuales; incluso practica sexo con su amante, la condesa, durante un viaje en carruaje y no pude evitar pensar en lo que el cochero cotillearía con sus compañeros de profesión.
El personaje que más me ha llamado la atención es Tancredo, el secundario sin el cual la trama de Queiroz se derrumbaría. Este Tancredo es un príncipe napolitano refugiado en Lisboa al que Pedro hiere sin querer durante una partida de caza organizada en su honor. Muy afligido por el incidente, Pedro lleva al huésped herido a su propia casa. Tancredo ha huido de Nápoles, donde ha sido condenado a muerte por conspirar contra los Borbones, lo que le da una pátina romántica y revolucionaria. Maria no debe ver al huésped herido mientras siga encamado pero se siente excitada por su presencia y, llena de curiosidad, envía a su criada francesa a investigar. La muchacha describe a su ama la asombrosa belleza del italiano y la curiosidad de María aumenta. Cuando él le envía flores y un poema en agradecimiento por su hospitalidad, María está ya lista para enamorarse del Apolo italiano.
Al enamorado Pedro se le escapa por completo cómo evoluciona la amistad entre su esposa y su ya recuperado huésped Tancredo, y queda destrozado cuando descubre que ella se ha fugado con el italiano. Sorprendentemente, Tancredo no dice una sola palabra a lo largo de este episodio ni de la novela entera. Es solo una imagen, una presencia magnética, un icono sexual del que Maria se enamora. Ni siquiera vuelve a aparecer directamente. Unos comentarios de otro personaje revelan que Maria y Tancredo pasaron tres años en Austria, donde tuvieron una hija que murió con solo dos años. Tancredo, jugador empedernido, murió aún joven, en un duelo en Mónaco, dejando a Maria sin un céntimo y con la necesidad urgente de encontrar un protector masculino. Eso es todo.
Tancredo es tan secundario que no aparece en ninguna de las listas de personajes principales de Os Maias disponibles en internet. Sin embargo, sin la pasión sexual de María por él, no habría trama: es porque ella huye con Tancredo llevándose a su hija María Eduarda que Pedro se suicida y, aún peor, es a causa de Tancredo que Carlos y María no saben de la existencia del otro, con las horrendas consecuencias que esto tiene cuando se conocen siendo ya adultos. Tancredo es un personaje plano cuya presencia en la trama es meramente funcional, lo que podría llamarse un personaje terciario. No es un ‘extra’ como los conductores que mencioné antes, pero toda su caracterización se puede reducir a unos pocos rasgos básicos: aristocrático, apuesto, sexualmente atractivo, jugador. En los estudios sobre los personajes que he leído, Tancredo y personajes similares apenas merecen una mención. Sin embargo, ahí está él, complicando la vida de tres generaciones de Maias, si pensamos en los sinsabores que afectan a Afonso, Pedro e incluso Carlos, que nunca lo ve en persona, por culpa de su romance con Maria.
Curiosamente, buscando información sobre Tancredo, me he topado con una novela publicada en 2018 por la italiana Paola D’Agostino, Tancredi il Napoletano. Esta obra es parte de lo que Jeremy Rosen llama ‘elaboración de los personajes secundarios’, una tendencia popular y parasitaria por la cual los autores actuales se aferran a un clásico conocido para escribir lo que es, básicamente, ‘fan fiction’, con poco que agregar al clásico que se explota. En el artículo del portugués Diario de Noticias sobre D’Agostino (https://www.dn.pt/arquivo/diario-de-noticias/o-napolitano-dos-maias-renasce-num-romance-da-napolitana-de-lisboa-14278175.html), el periodista, que debe ser un amigo, explica que la imaginación de la autora se despertó a partir de su estancia en Portugal en 1998 como estudiante Erasmus. Todavía vive allí. Siendo napolitana, quedó fascinada por lo bien que Queiroz supo retratar a Tancredo con un esbozo tan básico y sintió la necesidad de explorar su vida anterior al malhadado encuentro con María. Su entrevistador señala que D’Agostini da a Tancredo, o más bien Tancredi, “uma forte densidade”. La novela parasitaria de D’Agostini no ha dejado rastro que haya podido encontrar más allá de este artículo, pero su traducción al portugués de Queiroz es una extraña nota a pie de página en la historia de Os Maias.
Cuanto más leo, y más atención presto, más se confirma mi hipótesis inicial de que no sabemos casi nada sobre los personajes de ficción. Mi buen amigo Víctor Martínez-Gil me llamó la atención sobre cómo Cervantes parece ser el primer autor en crear un personaje secundario sin función alguna. Víctor me contó que el ilustre Claudio Guillén fue el primero en observar la inutilidad de Contreras en “La gitanilla”, donde su única función es ser reprendido por las señoras cuando le piden algo de dinero que él parece reacio a prestar. No hace nada más, ni aporta nada a la trama. Queiroz utiliza varios personajes que, como Contreras, que podrían describirse como ‘rellenos’, tal como una parienta madura a la que Afonso Maia invita a vivir en su casa, y de la que más tarde se dice que murió sin que haga nada por la trama. Otros personajes secundarios tienen funciones peculiares, como el anónimo hombre de clase baja que Carlos ve copulando con la no tan tímida institutriz inglesa, Miss Sarah; o Manuelinho, el pequeño niño de un albañil local, cuya presencia en una escena con Afonso Maia pretende demostrar que le gustan los niños y que sería un gran bisabuelo (aunque entonces ni los lectores ni él saben que ya es bisabuelo).
Puede que me equivoque, pero mi impresión es que mientras los personajes de Dickens siempre aportan algo a la trama, y casi nunca son mero relleno, los personajes de Queiroz aparecen en Os Maia como podrían aparecer en la vida real: porque están ahí. Muchas escenas presentan a Carlos viéndose con gente, ya sea por primera vez o como parte de su vida social habitual. En otras novelas del siglo XIX, en el momento en que se presenta un personaje secundario se asume que jugará un papel en la trama, por breve que sea. En Os Maia, no es necesariamente así. Me pasé toda la novela, por ejemplo, preguntándome por qué Queiroz necesitaba al embajador finlandés, Steinbroken, ya que la conversación que esperaba sobre las diferencias entre Finlandia y Portugal nunca se produce. Misterios de la autoría.
Más la semana que viene…